– Judith… Mi mama me llama Jud.
– ?Puedo llamarte asi?
La mirada de la nina expreso el absurdo que le parecia aquella pregunta. Dener aparto sus ojos de los de ella y vio que la puerta de la casa se abria nuevamente para dejar paso a los camilleros y su funebre carga. Inconscientemente, se interpuso en la vision de la nina y se agacho junto a ella, mirando la muneca.
– ?Es tuya?
– Claro.
– ?Te la regalo papa?
Judith nego vivamente con la cabeza, sonriendo y encogiendose de hombros.
– Mama, entonces.
– Tampoco…
– Ven… -Dener tomo por el hombro a la chiquilla y la guio fuera de las miradas de los curiosos y de la misma senora Spiros, que se habia acercado a traves de su llanto contenido para escuchar la conversacion. Detras de la casa se abria otra puertecilla pequena en la verja, que daba a los desmontes del otro lado y al riachuelo que marcaba el limite de los terrenos de los grandes laboratorios. Habia alli, en aquella parte posterior del jardin, un invernadero para plantas y algunas jaulas con cobayas de experimentacion, que el profesor Wiener habia preferido tener siempre al alcance de su mirada.
Judith, sin hacer mayor caso del doctor Dener, se acerco a la jaula y, a traves de la malla metalica, acerco un poco de hierba a los cobayas, que se apelotonaron para comerla. Dener estuvo observando largamente a la chiquilla, sus movimientos y todo su aire de perfecta inocencia que ignoraba la monstruosidad cometida… si es que, efectivamente la habia cometido, porque el doctor lo dudaba seriamente. Sin embargo, las pruebas halladas por la policia parecian tan con0cluyentes que el no tendria mas remedio que escarbar cuanto fuera posible para esclarecer el origen de todo aquello. Por supuesto, era evidente el hecho de que, si la nina habia matado a sus padres -y esta era la conclusion monstruosa a que la policia habia llegado- en estos instantes no recordaba absolutamente nada. Sin embargo, Dener trato de sonsacar aun algo mas. Se sento en el suelo y llamo:
– ?Judith!
La pequena se volvio, abandonando el resto de la hierba en el enrejado metalico. Dener tenia el extrano poder de hacerse familiar inmediatamente a los ninos. Tal vez por eso habia dedicado todos sus esfuerzos a la siquiatria infantil y hoy era considerado en todo el mundo, a pesar de su corta carrera, como uno de los primeros especialistas.
– ?Que quieres?
– Oye, Jud… ?Sabes donde han ido papa y mama?
– ?Has venido a buscarles?
– Si…
– Aun no se han levantado… ?Has visto mis conejos?
– Son muy bonitos… ?Te acuestas muy tarde por las noches?
– No se… Mama me da la cena y me acuesta… Luega cenan mama y papa…
– ?Anoche tambien?
Jud no contesto, se limito a mirar a Dener como si le hubieran preguntado algo tan obvio que no mereciera respuesta. Tiro nuevamente de la cuerda que asomaba en la espalda de la muneca y la muneca grazno: «;Te quiero mucho!… ?Prrrit!». La nina levanto la cabeza hacia el medico.
– Dice muchas cosas…
– Me gustaria escucharlas…
– Mira… -tiro nuevamente de la cuerda. La muneca dijo: «Dame de comer… ?prrit!». Luego tiro de nuevo. El mecanismo de la muneca emitio una serie de ruidos agudos: «?Prrrit… prit, prit!… ?Tictictic!… ?Prrrit!». La nina se encogio de hombros y sonrio-. Ahi se atasca. Pero dice mas cosas, ?quieres oirlas?
– Otro dia… -Dener tuvo repentinamente una idea. Se levanto y tomo a Jud de la mano-. ?Te gustaria venirte conmigo?
– ?A donde?
– A mi casa…
Jud parecio pensarlo un instante.
– Pero se lo diras a mama, ?verdad?… Si no, me buscaria.
– ?Claro que se lo diremos!… Bien, la verdad es que ya se lo he dicho yo… -?Y que te contesto?
– Que si, que podias venir y estar unos dias conmigo…
– Bueno…
A lo largo de una semana, Dener convivio con Jud en su casa, jugo con ella y supo de la nina todo cuanto un padre podria haber sabido. Noto que la pequena anoraba la presencia de sus padres, pero que con una inconsciencia propia de su corta edad, esperaba verlos aparecer de un instante a otro. Noto su caracter de nina mimada e inteligente, probo su indice de inteligencia a traves de tests e hizo que la chiquilla le contase todos sus suenos, sus vivencias y sus aficiones, sus deseos y sus juegos preferidos. Lo supo todo menos cualquier cosa que pudiera ponerle sobre la pista de aquel hecho monstruoso que la policia parecia dispuesta a achacarle a toda costa. Nada de cuanto la nina decia o hacia podia llevar a tal conclusion. Y Dener quedo convencido de la inocencia de Judith. Por eso decidio, al cabo de una semana de intentos inutiles, ponerse en contacto con la policia. Queria romper una lanza por la inocencia de aquella chiquilla encantadora que, al cabo de los dias pasados en su casa de solteron empedernido, perdida la novedad, comenzaba a anorar a sus padres desaparecidos.
Dejo a la pequena dormida, abrazada a la muneca que parecia ser su unica companera en la soledad y, ya entrada la noche, salio de su casa y se encamino al despacho del comisario que le habia encargado la investigacion. El comisario escucho pacientemente todos los argumentos de Dener, mezclados con disertaciones tecnicas que querian demostrar precisamente que ellos, ?ellos, la policia!, estaban equivocados. Movio la cabeza negativamente y este gesto hizo que el doctor se detuviera en su ardorosa defensa.
– Es inutil, doctor… Yo ignoro los motivos y, de hecho, esta es la primera vez que nos hemos tropezado con una monstruosidad semejante. Pero, por desgracia, todas las pruebas estan en contra de la nina.
Y volvio a enumerar todas aquellas que el doctor ya conocia, mas las que posteriormente habian sido reunidas: las huellas de los piececillos en lo alto de la escalera que debio servirle para abrir la llave del gas; las tiras de papel engomado en el armario de sus juguetes; las muestras de saliva analizadas en el laboratorio policial, que coincidian con la de Judith; la ausencia de huellas que no fueran las de la pequena o sus padres en la casa.
Todo era abrumador. Y Dener no podia arguir mas que razonamientos mentales, cuando las pruebas que se le presentaban en contra eran de una materialidad tan real que no cabia ante ellas la controversia. Por otro lado, el comisario no era el absoluto profano que Dener habia supuesto en un principio y asi, fue el primer sorprendido cuando le oyo decir:
– Ademas, doctor… Usted me ha hablado de conversaciones y actitudes naturales… Pero no ha probado usted con otros… metodos.
Dener se sobresalto:
– ?Pero eso, en una nina de cuatro anos, seria monstruoso!
– Lo reconozco. Monstruoso, esa es la palabra. Pero tambien necesario. Existe la hipnosis y, si la hipnosis no es su fuerte, existe tambien la escopolamina, doctor… Nosotros no podemos emplearla con un delincuente… pero usted si puede utilizarla con un paciente que le haya sido confiado.
Dener observaba con horror al comisario, que guardo silencio un momento para continuar:
– Todo el misterio puede estar en el subconsciente de la pequena, doctor… La justicia necesita comprobar esto. Piense que la policia podria buscar a un culpable y detener a un inocente. Y todo por unos instantes malos para la pequena; unos instantes de los que ni siquiera iba a darse cuenta.
No cabia otra solucion, hasta el mismo Dener tuvo que darse cuenta. Pero aun asi, prefirio intentar la hipnosis antes que la droga. Judith fue facil de hipnotizar; su mente virgen no ofrecio ninguna resistencia y, en pocos segundos, estuvo dormida en el sofa, abrazando debilmente a su muneca. Dener se acerco a ella, le quito suavemente el juguete de entre los brazos y la llamo:
– Jud… ?Jud!…
La nina abrio los ojos.
– Jud, ? sabes donde estan papa y mama?