La nina afirmo con la cabeza, con un rostro inexpresivo y unos ojos que parecian mirar mucho mas alla de Dener, hacia el infinito.

– ?Donde estan?

– Han muerto…

?Luego era cierto!… La nina sabia cual habia sido la suerte de sus padres. El subconsciente lo sabia. Dener sintio un escalofrio correrle por la espalda. Si lo sabia, no era tan inocente, al menos, como el habia supuesto.

– ?Como han muerto, Jud?… ?Lo sabes?

– Han muerto… -repitio la nina, con un tono monocorde.

– ?Quien los ha matado?

– No lo se… Han muerto… Tenian que morirse…

– ?Por que? -temblo la voz de Dener.

La nina tardo un momento en contestar, como si su mente buscase en lo mas recondito la respuesta.

– Lo dijo Miggy… Me lo decia siempre…

– ?Quien es Miggy?

– Mi muneca… Me lo decia siempre, cada vez…

– ?Quien te dio a Miggy, Jud?… ?Quien te la dio?

– Nadie… La encontre en el rio, junto al brocal del pozo.

– ?Y no habia nadie cuando la encontraste?

– El senor… Pero estaba lejos, pescando…

– ?Que senor?

– El senor que me hablaba sin decir nada…

– ?Y que era lo que te decia Miggy?

– Muchas cosas… Me enseno a abrir la llave de la cocina… Y me dijo que comprara el papel de pegar, para ponerlo de noche en las ventanas…

Dener sentia el sudor correrle por la espalda, aterrado. Decidio cortar rapidamente la sesion y, despues de guardar la muneca en uno de los cajones de su escritorio, desperto suavemente a Jud. La nina abrio los ojos despacio, contenta.

– iUy, me he dormido!…

– Si, Jud, te has dormido… Anda, vete a jugar… Dile a la senora Plan que tienes hambre, que te de algo de comer…

Espero a que la pequena hubiera salido y cerro con llave la puerta de su despacho. Nervioso, con la conciencia sobreexcitada por lo que comenzaba ahora a ver claro, abrio el cajon de su mesa y saco de el a Miggy. En aquella muneca que la nina habia tenido siempre consigo como su unico tesoro estaba -?tenia que estar!- la clave de aquel misterio. Primero observo atentamente la muneca. Se dio cuenta de que su aspecto no era tan corriente como habia supuesto. Estaba construida con un material extrano, como si fuera piel suave, una piel sedosa y de tacto casi humano, caliente. Los ojos brillaban mas de lo que habria sido logico en un juguete, en una bolita de cristal pintado. Y la tela de que estaban construidos los vestidos era una tela demasiado sutil para lo que es corriente en la construccion de juguetes. Sin embargo, a pesar de su aparente fragilidad, no estaba rota. Y la nina habia estado jugando con ella el tiempo suficiente para haber destrozado aquellos tejidos tan finos como papel de fumar.

Dener tiro suavemente de la cuerda de nylon que sobresalia en la espalda de la muneca. La cuerda volvio a su sitio y del interior del juguete salio la voz metalica: «?Ponme el vestido nuevo!»… «?Prrrit!»… Tiro de nuevo: «?Quiero ir a pasear!… ?Prrit!»… Un nuevo tiron: «?Prrrit!… Estoy cansada… ?Prrrit!».

Aquellos extranos chasquidos que sonaban junto a las frases de la muneca… Trato de distinguir en ellos algun sonido, pero era imposible. No parecian ser mas que eso: chasquidos de la cinta o del hilo magnetico. Y, sin embargo, ahi o en algun punto cercano podia estar la solucion a aquellas pretendidas palabras de Miggy que Jud habia escuchado.

El doctor tuvo una idea. No sabia si seria eficaz, pero tenia que probarla. Saco de su estuche el magnetofon que utilizaba algunas veces para registrar las sesiones de sus pacientes y lo puso sobre la mesa, enchufandolo. Calibro el registro para impresionar la cinta a alta velocidad y lo puso en marcha. Durante un cuarto de hora estuvo tirando de la cuerda de nylon y registrando todas las frases y chasquidos del aparato sonoro de la muneca. Luego volvio atras la cinta, comprobo que el registro habia sido correcto y calibro la velocidad del magnetofon al minimo. Entonces lo puso en marcha de nuevo.

Comenzo a escucharse una lentisima voz de ultratumba, que repetia, despacio hasta la exasperacion, las frases rutinarias de la muneca. Pero, de pronto, sono una voz agudisima y muy rapida -como si el magnetofon se hubiera puesto a velocidad superior a la normal- que decia claramente: «?Tienen que morir!…». Luego nuevamente la frase mortecina de la muneca, durante unos segundos interminables y, coincidiendo con lo que antes habia sido el chasquido, otra vez la voz mecanica, aguda y rapidisima: «?Tienen que morir los dos, papa y mama!»… Y, al cabo de otra lenta frase mortecina: «?Ve a abrir la llave del gas!»… Y luego: «?Las tiras de papel de goma estan en el armario de la cocina!»… Y asi, una frase de la muneca y una intervencion de la voz metalica, que iba contando todo el proceso que llevo hasta la muerte del profesor Wiener y de su mujer, a manos de una hija de cuatro anos que habia sido solamente un instrumento de algo monstruoso que la utilizo para sus fines macabros.

Dener tardo un largo instante en reaccionar. Luego, lentamente, marco el numero de telefono de la comisaria.

***

– De modo que era eso… -murmuro el comisario, igualmente asustado, al escuchar la cinta que habia grabado el doctor Dener-. Una muneca que dicta ordenes de muerte y un extrano ser que habla sin pronunciar palabra… Pero, ?por que todo eso?…

Guardaron los dos silencio durante unos instantes. Ese por que estaba fuera de su alcance. Dener levanto los ojos hacia el comisario.

– ?Cuales eran concretamente los trabajos a que se dedicaba el profesor Wiener?

El comisario se encogio de hombros:

– Genetica, ya sabe… Para mi, como si fuera sanscrito o teoria de la relatividad.

– ?Y no ha pensado en la posibilidad de que, precisamente en los trabajos de Wiener estuviera la causa de su muerte?

– ?Que quiere decir? -sonrio incredulo el policia.

– Realmente, no lo se… Pero pienso ahora en todo lo que me dijo usted mismo: que el matrimonio no tenia dinero para que alguien le envidiase… No se les conocia ningun enemigo, ni nadie parecia desearles nada malo, ?no es eso?… Sin embargo, este artilugio no ha sido hecho por un loco, al menos eso se me ocurre pensar… Parece haber sido construido por alguien que conoce los efectos de los ultrasonidos en el subconsciente y que sabe como aplicarlos. Lo ha hecho alguien que sabe que una nina de cuatro anos ignora aun una serie de reglas morales que un subconsciente adulto rechazaria. En fin, que tengo la impresion de que todo esto ha sido planeado por una mente superior… Es mas, muy superior a lo corriente, porque yo mismo no conozco de ninguna experiencia aproximada antes de ahora.

El comisario no respondio inmediatamente. Paso un momento de silencio, contemplando con atencion la muneca y toco un timbre. Al agente que aparecio inmediatamente en la puerta le entrego la muneca, diciendole:

– Entregue esto en el laboratorio… Que la despedacen con cuidado, que miren su funcionamiento y s. materia con que ha sido construida. Todo.

Al salir el agente, el comisario se volvio a Dener:

– Doctor Dener, yo querria pedirle a usted un favor…

– Usted dira.

– Usted es hombre de ciencia, aunque no se dedique a la genetica… Podria sernos de mucha utilidad si colaborase todavia con nosotros…

– No se como.

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