metido hasta los huesos en un engranaje de odio.

***

El sol brillaba fuertemente en lo alto.

– Hank, vamos a descansar un momento… -suplicaba Rad, que se habia quedado atras.

Hank ni siquiera se volvio. Seguia caminando y era como si sus pies se hubieran acostumbrado al ardor del asfalto. A uno y otro lado, troncos de arboles convertidos en montones de polvo seco, que se introducia por las narices hasta obstruirlas, cuando soplaba el viento caliente del sur.

No se habian detenido desde antes de la salida del sol. Hank les habia hecho levantar con la primera luz del alba y, sin esperarles, se habia echado al camino, dando largas zancadas. Sin duda no durmio en toda la noche, pero era como si una fuerza ajena le mantuviese erguido y moviera sus pies una vez y otra, en una marcha que Wil malamente podia seguir y que agoto a Rad hasta el desfallecimiento.

– Espera, Hank… Rad no puede mas…

Hank se volvio. Su rostro estaba cubierto de polvo pegado al sudor, como una mascara. Les distinguio muy atras. Rad habia caido al suelo y Wil se inclinaba sobre el.

– Esta bien… -les dijo, sin retroceder-. Yo sigo. Os esperare en la entrada de la ciudad… Esperadme vosotros, si no me veis.

Contemplaron como se alejaba y se perdia detras de las colinas calvas, sin volver la cabeza. Wil se volvio hacia Rad, preocupado:

– Nadie podria detenerle ya…

– ?Sabes que me da miedo?

– No, miedo no… -respondio Wil-. Hank se ha cegado con la muerte de Phil y quiere vengarse. Solo es eso…

– Tambien yo querria vengarme. Pero ni eso me da fuerzas para seguir… -Rad sonreia.

Hank siguio caminando sin detenerse, hasta que tuvo el sol frente a los ojos, al borde de las colinas suaves que cubrian el horizonte. No sabia donde se encontraba, no sabia siquiera si la ciudad estaba aun lejos, o si la tendria al alcance de sus pasos cansados.

De pronto, en la penumbra del atardecer, traspuesta la colina mas alta, creyo ver algo entre las nubes de polvo: un punto que parecia brillar en la lejania, detras del siguiente peralte del camino. Arrastro los pies llagados hasta lo mas alto y la vio.

Como un fantasma.

Muerta. Confundiendose casi con la arena espesa que la rodeaba y la invadia. Extendida kilometros y kilometros al pie de las colinas que la encajonaban y atravesada por el hilo brillante del rio. Fantasmas. Fantasmas de calles, de plazas, escombros fantasmales hasta perderse de vista. Y aun mas alla. Y un silencio absoluto de muerte, roto apenas por el vientecillo suave de la noche cercana.

Hank se escondio entre un macizo de arbustos. Ahora queria esperar, asegurarse de que la ciudad estaba efectivamente desierta. Desde su escondite dominaba una gran extension de la ciudad y sus ojos fueron recorriendo lentamente cuanto abarcaba su mirada, buscando una sombra que se moviera, escuchando si, a traves de la brisa, llegaba hasta el el ruido tenue de un paso.

Espero luego, hasta que la noche se hubo ensenoreado de todo. Solo habia escuchado el rumor del viento y no habia visto mas que el fantasma inmovil de la gran ciudad muerta. Salio entonces de entre los arbustos y avanzo despacio, sin hacer ruido, lejos de la carretera que podia destacar su silueta contra el cielo nocturno.

Pronto, los fantasmas surgieron ante el, poderosos en su inmensa muerte. Los muros quebrados, el asfalto reducido a polvo en las calles cubiertas por la arena del desierto atomico. El contador, en la oscuridad, marcaba el limite de radiactividad permitida; aun la ciudad estaba contaminada, despues de pasados cincuenta anos. Pero podia entrar en ella, perderse en sus calles destrozadas y buscar.

Sin embargo, al dar los primeros pasos dentro de esas calles, se detuvo aterrado. Algo le estaba diciendo que la ciudad estaba habitada. Miro en torno, a un ruido casi inaudible que le estaba rodeando por momentos y las vio. De los pozos inmensos de los viejos colectores salian ahora las ratas, a cientos, a millares. Ratas flacas, rabiosas, que se abalanzaron sobre el y tuvo que comenzar a matarlas a puntapies, a pisotones, estrujandolas, reventandolas entre sus dedos hasta que pudo encontrar un palo mohoso entre las ruinas oscuras. Pero el palo se rompio a los primeros golpes y Hank tuvo que correr entre las ruinas, tropezando y pisando ratas rabiosas que le devoraban los pies. Vio un muro que parecia mas firme que los otros y trepo a el, agazapandose entre los restos de una ventana. Ahora oia a sus pies el incesante correr de las ratas, sus chillidos, como si se trasmitieran unas a otras la noticia de que el hombre estaba alli arriba y que habia que esperarle.

El cansancio le fue dejando dormido. Las mordeduras de las ratas no le dolian. Sus piernas tumefactas estaban ahora insensibilizadas por el incesante caminar de todo el dia.

Pero el despertar fue espantoso. Sus piernas y sus brazos eran llagas purulentas y las senales de los mordiscos apenas habian dejado un centimetro de piel sana. Desde lo alto del muro en el que se habia encaramado, miro hacia abajo y le parecio imposible haber subido alli de un salto la noche anterior. A sus pies, a mas de cinco metros, estaba la calle enarenada y del ejercito de ratas no quedaba mas que las senales de las patitas, profundamente grabadas, a millones, en la arena.

Hank tuvo sed. Sentia la lengua gruesa en la boca, como si le estuviera a punto de estallar. Penso que tenia que encontrar agua. La noche anterior habia vislumbrado el rio al otro lado de la ciudad, deslizandose silencioso entre las sombras de las ruinas. Ahora debia alcanzar ese rio, si no queria morir ahogado por su propia lengua.

El salto que dio hasta el suelo le desperto, de pronto, todo el dolor rabioso de las mordeduras. Le dejo acurrucado en la arena, retorcido como un ovillo, y pasaron varios minutos antes de que pudiera sobreponerse. Entonces se incorporo y echo a andar, casi arrastrandose.

Paso a paso, mirando hacia todos lados con el temor de que las ratas volvieran a salir de entre los escombros, cruzo calles y plazas muertas. Los roedores habian desaparecido, como si hubieran sido solamente fantasmas nocturnos. De no haber sido por las piernas llagadas y por el dolor cada vez mas fuerte, habria llegado a creer que nunca existieron. Y, sin embargo, cada vez que pasaba junto a la boca rota de un colector, oia muy hondos los chillidos y los mordiscos. Las ratas se mataban entre ellas en la oscuridad de las cloacas, ahora que no tenian un hombre a quien morder.

Camino mas confiado e incluso se atrevio a asomarse al agujero oscuro de alguna ruina, ya cerca del rio. Pero no hallo nada, como si todo se hubiera descompuesto, o como si la arena se hubiera comido los restos, enterrandolos en su barriga inmensa, taladrandolos con sus granos invisibles. Solo se veia la ruina total, la madera podrida, el metal negro de oxido, los restos de tuberias como tripas fosiles, levantandose en forma de culebras paraliticas; los restos irreconocibles de antiguos vehiculos despanzurrados contra las paredes. Y, de vez en vez, un craneo mondo y un monton de huesos casi convertidos en polvo.

Restos de carteles que Hank apenas se detuvo a leer, recuerdos de antiguos comercios que se esfumaron con los hombres. Y, a veces, cruzando la calle como un obstaculo infranqueable, vigas de hierro retorcido que se desmoronaban en polvo a la menor presion.

A medida que andaba, el dolor se agudizaba y la sed se hacia mas y mas desesperante. El sol se habia levantado sobre las ruinas y su calor hacia revivir en la carne los mordiscos. Ademas, a medida que se adentraba en la ciudad, las ruinas iban siendo mas planas, hasta que en el centro, ya cerca del rio, el recuerdo de lo que un dia vivio era solo una sucesion de monticulos informes, como si una montana hubiera caido arrasandolo todo, convirtiendo en polvo a hombres y hierro y cemento y cristal y madera. Solo colinas desnudas y desierto de muerte. Ni siquiera viento. Como si no hubiese atmosfera. Como si, de pronto, se hallase en la luna.

Pero el rio estaba alli, arrastrandose como barro lento. Y Hank se sumergio en el vestido y bebio de aquella agua embarrada hasta que sintio nauseas, como si hubiera bebido aceite. Luego se revolvio en el rio y el fango depositado en el fondo le rodeo de una nube viscosa. Pero sintio que el dolor quemante de las heridas se calmaba poco a poco y que las fuerzas le volvian.

Salio despacio del agua, chorreando barro y fue a tenderse en la arena, junto a la corriente lentisima. Cerro los ojos, rendido y respiro despacio, profundamente.

***
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