Le desperto la luz del sol atravesando sus parpados. Levanto lentamente la cabeza y se miro los brazos y las piernas. Las heridas, libres de la sangre seca, dejaban claramente a la vista su forma lunar, como las bocas rabiosas de los roedores que las habian causado: aquellas ratas que habian desaparecido en los albanales, con la luz del dia, como el espiritu hediondo de la ciudad muerta.
Hank recordo de pronto que habia venido a la ciudad en busca de algo muy determinado. Se incorporo despacio, anquilosado, con un dolor agudo recorriendole el cuerpo. Bebio de nuevo en las aguas fangosas y volvio lentamente hacia la zona de la ciudad donde aun quedaban restos remotos de lo que fue un dia lejano.
La marcha le hizo bien. La busqueda le ayudo a olvidar sus heridas tumefactas y el esfuerzo por identificar a traves de restos de carteles los lugares que podian interesarle -por una lectura precaria y mas intuida que conocida, recuerdo rudo de las letras que, muchos anos antes, les habia ensenado a descifrar el Viejo- fue excitandole hasta convertir su recorrido por las calles desiertas en una carrera febril y desesperada en pos de lo que no parecia estar en ninguna parte. Ademas, el chillido constante de las ratas, que se dejaba oir cada vez que pasaba junto al negro agujero de un colector, le ponia nervioso y le hacia sentir en ellas el odio que habia acumulado contra el hombre que mato a Phil.
Probablemente nunca habria sabido decir como encontro, de pronto, aquel extrano arco de piedras que se habia mantenido milagrosamente en pie. Cada sillar parecia sostenerse en equilibrio inestable sobre las siluetas mohosas de dos grandes tubos cubiertos de orin y sostenidos por restos de ruedas metalicas casi convertidas en polvo. Sobre el gran arco distinguio las pinturas borrosas de un casco semejante al que vio el dia anterior -?o fue dos dias antes?- sobre la cabeza de aquel hombre de las rocas. Hank intuyo que alli, precisamente alli, al otro lado del arco, en algun sitio, tenia que estar lo que estaba buscando. Atraveso el arco y miro en torno suyo: ruinas, ruinas por todas partes, techos abovedados que se habian venido abajo, convirtiendo el suelo en un monton de escombros. Restos de maderas viejas, podridas. Restos de cal en los muros. Restos de vigas inestables sobre su cabeza, amenazando con caerle encima de un momento a otro.
Pero Hank no reparo en aquello. Vio entre los cascotes algunos restos de lo que debieron ser, mucho antes, maquinas de matar como la que habia visto. Restos, restos, restos todo. Tubos oxidados, pedazos de culata, restos de proyectiles desperdigados, reducidos casi a polvo. Hank comenzo a separar cascotes despellejandose las manos, levantando el polvo fino que lo cubria todo. Tenia que ser alli, estaba seguro.
Y, de pronto, en medio de aquella febril excavacion,sus dedos tropezaron con algo nuevo. Hurgo y arano con las unas roidas hasta hacer aparecer, entre la tierra, la punta de una especie de tela trasparente y aceitosa. Tiro fuertemente de aquel extremo y la tela cedio y fue saliendo lentamente, dejando ver una especie de saco que contenia, celosamente guardadas a traves de los anos de ruina y de muerte, tres maquinas de matar. Hank las saco despacio del saco que las protegia.
Una a una, salieron aceitosas y brillantes de su envoltura y Hank las acaricio como podria haber acariciado a Hilla, en la soledad del lejano valle: amoroso, con los ojos brillantes de un deseo en el que el amor y la muerte se confundian de un modo extrano e incomprensible en una amalgama de deseos oscuros. Vio; como los mecanismos engrasados cedian suavemente a la presion de sus dedos desgarrados, igual que cede la carne a la caricia amorosa.
Miro las maquinas por todos lados, despacio, conteniendo el aliento, mientras procuraba mantener lejos de su cuerpo el extremo del tubo, por el que sabia que salia la muerte. Claro que ignoraba que habia que hacer para que esto sucediera, pero sabia que el lograria hacer funcionar aquello y que conseguiria que la maquina se plegase a sus deseos. Si, lo aprenderia.
Primero, con girones de su ropa, limpio cuidadosamente la grasa que cubria la maquina y el interior del tubo. Uno de los mecanismos cedio de pronto, con un chasquido seco y dejo al descubierto una recamara vacia. Debajo de esa recamara descubrio una lengueta que, al ser oprimida, hacia saltar un resorte y aparecia sobre la recamara un punzon corto. Entonces, Hank se dio cuenta de que alli faltaba algo, que la maquina de matar - aquella, al menos -no estaba completa. Tomo una de las otras dos y despues la otra y repitio lentamente la operacion que habia efectuado antes con la primera, pero el resultado fue el mismo. Faltaba algo para que las maquinas cumplieran su deber.
Entonces miro de nuevo hacia el saco que habia dejado abandonado entre los cascotes. Habia aun algo dentro. Rebusco y saco de el una caja metalica. La abrio. Dentro de la caja habia unas capsulas. Cien, tal vez doscientas capsulas doradas, largas, no mas grandes que su dedo menique, puntiagudas en uno de sus extremos y chatas por el lado contrario. Con manos temblonas por una emocion creciente, sabiendo que estaba ya cerca de conseguirlo, metio una de las capsulas en el interior del tubo y apreto la lengueta que habia descubierto debajo de la recamara. Cerro los ojos, creyendo que iba a sonar el estallido, pero no sucedio nada tampoco esta vez.
Siguio intentandolo nervioso. Tres, cuatro veces mas, colocando las capsulas de distintos modos y en diferentes lugares de la maquina. Y por fin, al apretar nuevamente la lengueta, un estallido seco y horrendo poblo de ecos el aire silencioso de la ciudad muerta, y dos muros cercanos se derrumbaron con la explosion y el impacto del proyectil arranco un trozo de viga oxidada del techo derruido, con un seco golpe metalico.
? Lo habia conseguido!… La maquina de matar funcionaba. Y era suya. ?Suya!… Una maquina, dos, tres maquinas de matar. Hank olvido la fiebre, el dolor de los mordiscos purulentos, olvido a sus companeros que le estarian seguramente esperando y que, sin duda, habrian oido el estallido de la maquina. Lo olvido todo para saber unicamente que tenia entre sus dedos temblones la maquina de matar. Lloro de alegria sobre el reluciente tubo de acero pavonado.
Luego, despacio, se levanto de entre los cascotes, tomo las tres maquinas y se las echo sobre el hombro. Solo entonces se dio cuenta de lo que pesaban: demasiado para su cuerpo debilitado y herido. Pero Hank era poderoso y se sentia todavia mas fuerte con aquella posesion. Vacio todas las capsulas en la bolsa que le servia para almacenar la comida y volvio sobre sus pasos, inseguro del camino que tendria que seguir para encontrar de nuevo la salida de la ciudad, donde Wil y Rad tendrian que estar esperandole.
– ?Hank!… ?Hank! -oyo que le gritaban, desde muy lejos, desde mas alla de las ruinas.
Hank no respondio. Sabia que eran ellos, sus amigos. Probablemente habian oido el estallido de la maquina y temerian que hubiera surgido otro asesino para matarle a el. Hank sonrio: ?a el!… Ya no temia a ningun asesino, incluso deseaba poderle encontrar pronto, porque ahora el tenia tambien una de aquellas maquinas de matar.
Desde lo alto de la colina que debio albergar en otros tiempos la plaza de la catedral -aun se veian los inmensos pilares de piedra rojiza y el arranque truncado de una voluta- Hank contemplo a sus pies la extension de las ruinas y vio a sus amigos alla abajo. Oyo tambien nuevamente su voz, llamandole. Y tuvo una idea que le hizo reir para si mismo. Se oculto detras de un muro de cemento y marmol, cargo una de las maquinas y la hizo estallar al aire. Oculto como estaba, mientras los ecos del disparo se extendian por la extension muerta, les vio correr como locos y ocultarse, muertos de miedo, mientras buscaban afanosos con la mirada, tratando de localizar el sitio de donde habia salido la explosion de muerte.
Hank se quedo quieto y su rostro, poco a poco, se volvio serio. Miro una y otra vez las otras dos maquinas que estaban a sus pies. Sentia muy adentro que algo no estaba conforme en los planes que se habia trazado y ahora comenzaba a darse cuenta de que se trataba. Antes de dejarse ver de sus companeros, comenzo a escarbar un agujero en la arena para enterrarlas. Ya estaba. Ya no habia mas maquina de matar que la suya, la que el tenia. Ahora ya podia salir.
Y salio, con un grito salvaje que hizo que a sus companeros se les helara la sangre, hasta que le reconocieron mientras bajaba alocado por la pendiente sin dejar de chillar:
– ?La tenemos!… ?La tenemos!… ?Mirad! Rad y Wil se acercaron temerosos. Observaron la maquina a distancia, sin atreverse a tocarla, como si les fuera a estallar en las manos si se acercaban demasiado. Ademas, en manos de Hank, era aun mas temible, porque se leia la furia en los ojos del hombre, una furia que no cesaria mas que con la muerte para la que la habia destinado.
– Es mia… -dijo lentamente Hank. Y sus ojos se encontraron alternativamente con los de Rad y Wil-.Y matare con ella al hombre que mato a Phil… y a todos sus companeros.
Wil tuvo un estremecimiento, consciente de pronto de lo que aquello estaba significando.
– ?Sabes ya como manejarla?
– Se como hacerla estallar. Y voy a aprender el modo de dirigir el disparo para que mate donde yo quiera. Y…
– ?Hank! -exclamo de pronto Rad, mirando las piernas de su companero-. ?Que es eso?