tenia. Y, anos despues, cuando los tuvo, las hizo.
Mientras tanto, mientras Morrie criaba a sus hijos, Charlie seguia viviendo en el Bronx. Seguia dandose su paseo. Seguia leyendo el periodico. Una noche, salio a la calle despues de cenar. A pocas manzanas de su casa, lo asaltaron dos atracadores.
– Danos el dinero -dijo uno, sacando una pistola.
Charlie, asustado, tiro la cartera y echo a correr. Corrio por las calles, y no dejo de correr hasta que llego a la escalera de acceso a la casa de un pariente suyo, en cuyo porche se derrumbo.
Tenia un ataque al corazon.
Murio aquella noche.
Llamaron a Morrie para que identificara el cadaver. Viajo a Nueva York en avion y fue al deposito de cadaveres. Lo llevaron al sotano, a la sala refrigerada donde se guardaban los cadaveres.
– ?Es este su padre? -le pregunto el empleado.
Morrie contemplo el cadaver que estaba tras el vidrio, el cuerpo del hombre que le habia renido, lo habia moldeado y le habia ensenado a trabajar, que habia guardado silencio cuando Morrie queria que hablase, que habia dicho a Morrie que se tragase los recuerdos de su madre cuando el queria compartirlos con el mundo.
Asintio con la cabeza y se marcho. Como contaria mas tarde, el horror de la sala le absorbio todas sus demas funciones. No lloro hasta varios dias mas tarde.
Con todo, la muerte de su padre ayudo a Morrie a prepararse para la suya propia. Sabia una cosa: habria muchos abrazos, besos, conversaciones y risas, y no quedaria ningun adios por decir; tendria todas las cosas que habia echado de menos con su padre y con su madre.
Morrie queria estar rodeado de sus seres queridos, conscientes de lo que le estaba pasando, cuando llegase el ultimo momento. Nadie se enteraria por una llamada de telefono, ni por un telegrama, ni tendria que asomarse a una ventanilla de vidrio en un sotano frio y desconocido.
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El decimo martes
Lleve a un visitante para que conociera a Morrie. Mi mujer.
El me lo habia pedido desde mi primera visita. «?Cuando voy a conocer a Janine?» «?Cuando vas a traerla?» Yo siempre le habia dado excusas, hasta que, hacia unos dias, habia llamado por telefono a su casa para preguntar como estaba.
Morrie tardo cierto tiempo en ponerse al aparato. Y cuando se puso, oi los manejos torpes mientras alguien le sujetaba el auricular al oido. Ya no era capaz de sujetar por si mismo un auricular.
– Holaaaaaa -dijo, jadeante.
– ?Te va bien, Entrenador?
Le oi suspirar.
– Mitch… tu entrenador… no esta pasando un dia muy bueno…
Dormia cada vez peor. Ya necesitaba oxigeno casi todas las noches, y sus ataques de tos estaban siendo temibles. La tos podia llegar a durarle una hora, y no sabia nunca si seria capaz de dejar de toser. Siempre decia que se moriria cuando la enfermedad le llegase a los pulmones. Me estremeci al darme cuenta de lo cerca que estaba la muerte.
– Te vere el martes -le dije-. Ese dia lo pasaras mejor.
– Mitch.
– ?Si?
– ?Esta tu mujer contigo?
Estaba sentada a mi lado.
»Dile que se ponga. Quiero oir su voz.»
Ahora bien, estoy casado con una mujer que esta dotada de una amabilidad intuitiva muy superior a la mia. Aunque no habia conocido nunca a Morrie, tomo el telefono (yo en su lugar habria sacudido la cabeza y habria susurrado: «?No estoy! ?No estoy!»), y al cabo de un momento estaba conectando con mi viejo profesor como si se conocieran desde la universidad. Yo lo percibia a pesar de que lo unico que oia era:
– Aja… Mitch me lo dijo… ay, gracias…
Cuando colgo, me dijo:
– Voy contigo a la proxima visita.
Y no hubo mas que hablar.
Ahora estabamos sentados en su despacho, alrededor de su sillon reclinable. El propio Morrie reconocia que era un ligon inofensivo, y aunque tenia que interrumpirse frecuentemente para toser, o para utilizar el inodoro, parecia que encontraba nuevas reservas de energia ahora que Janine estaba en la habitacion. Contemplo fotos de nuestra boda que habia traido Janine.
– ?Eres de Detroit? -le pregunto Morrie.
– Si -dijo Janine.
– Yo di clases en Detroit durante un ano, a finales de los cuarenta. Recuerdo una anecdota graciosa al respecto.
Hizo una pausa para sonarse la nariz. Cuando vi que manejaba el panuelo de papel con dificultad, yo lo sujete en su sitio y el se sono debilmente con el. Lo aprete ligeramente contra sus fosas nasales y despues se lo retire, como hace una madre con un nino que va en un asiento infantil en el coche.
– Gracias, Mitch. Este es mi ayudante -dijo, mirando a Janine.
Janine sonrio.
»A lo que ibamos. Mi anecdota. En la universidad eramos varios sociologos, y soliamos jugar al poquer con otros miembros del claustro, entre los cuales habia un tipo que era cirujano. Una noche, despues de la partida, me dijo: «Morrie, quiero verte trabajar». Le dije que de acuerdo. Asi que vino a una de mis clases y me vio dar clase.
«Cuando termino la clase, me dijo: «Muy bien. Ahora, ?que te pareceria verme trabajar a mi? Esta noche tengo una operacion.» Yo queria devolverle el favor, de modo que dije que bueno.
»Me llevo al hospital. Me dijo: «Lavate las manos, ponte una mascarilla y una