hecho de tiempo y de distancia y -?por que no?- hecho tambien de mas frio y de miedo, y era un frio artico y masivo, resultante de la ola polar que venia siendo anunciada y promovida durante dias en infinitos cortes informativos de la radio y la television. En efecto, la radio y la television, los diarios y las revistas y la gente, los empleados y los vendedores, los chicos del hotel y las senoras que uno conoce comprando discos -todos no hablaban sino de la ola de frio y de la asombrosa intensidad que habia alcanzado la promocion de la ola de frio que calaba los huesos.
Yo soy friolento, normalmente friolento, pero jamas he sido tan friolento como para ignorar que la campana sobre el frio nos venia helando tanto, o mas aun, que la propia ola de frio que estaba derramandose sobre la semiobsoleta capital.
Pero yo estaba ya en la calle, no tenia ganas de volver a mi hotel y necesitaba estar en un lugar que no fuese mi cuarto, protegido del frio y protegido cuidadosamente de cualquier referencia al frio. Entonces vi, dos cuadras antes del hotel, un local que dias atras me habia llamado la atencion. Era una pizzeria llamada The Lulu, que no existia en oportunidad de mi ultimo viaje.
Yo recordaba bien aquel lugar porque habia sido la oficina de turismo de Rumania en la que alguna vez hice unos tramites para mis clientes italianos.
Desde el taxi lei el cartel que probaba que el boliche permanecia abierto, vi clientes comiendo, note que la decoracion era mediocre pero honesta, y de las mesas y las sillas de mimbre blanco induje una nocion de limpieza prometedora.
Golpee los vidrios del chofer, pague 60 pence, baje del auto y me meti en la pizzeria.
Era una pizzeria de espanoles, con mozos espanoles, patrones espanoles y clientes espanoles que se conocian entre si, pues se gritaban -en espanol-, de mesa a mesa, opiniones espanolas, y frases espanolas. Me prometi no entrar en ese juego y en mi mejor ingles pedi una pizza de espinaca y una botella chica de vino Chianti. El mozo, si ya habia padecido un plazo razonable de exilio en Londres, me habra supuesto un viajero del continente, o un nativo de una colonia marginal del Commonwealth, tal vez un malvinero.
Yo traia en el bolsillo de la campera la edicion aerea del diario La Nacion, pero evite mostrarla para no delatar mi caracter hispano-parlante. El Chianti -embotellado en Argelera delicioso: entre el y el aire tibio del local se establecio una afinidad que en tres minutos me redimio del frio.
Pero la pizza era mediocre, dura y desabrida. La mastique feliz, igual, leyendo mis recortes del Financial Times y la revista de turismo que dan en el hotel. Tuve mas hambre y pedi otra pizza, reclamando que le echasen mas sal. Esta segunda pizza fue mejor, pero el mozo me habia mirado mal, tal vez porque me descubrio estudiando sus movimientos, perplejo a causa de la semejanza que puede postularse en un relato entre un mozo espanol de pizzeria inglesa, y cualquier otro mozo espanol de pizzeria de Paris, o de Rosario. He elegido Rosario para no citar tanto a Buenos Aires. Querido.
Masque la pizza numero dos analizando la evolucion de los mercados de metales en la ultima quincena; un disparate. Los precios que la URSS y los nuevos ricos petroleros seguian inflando con su descabellada politica de compras no auguraban nada bueno para Europa Occidental. Entonces aparecieron las tres muchachas punk. Eran las mismas tres que habia visto en Selfridges. La mia eligio la peor mesa junto a la ventana; sus amigotas la siguieron. La gorda, con sus pelos tenidos color zanahoria, se ubico mirando hacia mi mesa. La otra, de estatura muy baja y con cara de sapo, tenia pelos tenidos de verde y en la solapa del gaban traia un pajaro embalsamado que pense que debia ser un ruisenor. Me repugno. Por fortuna, la fea con pajaro y cara de sapo se coloco mirando hacia la calle, mostrandome tan solo la superficie opaca de la espalda del grasiento gaban. La mia, la rubia, se poso en su sillita de mimbre mirando un poco hacia la gorda, un poco hacia la calle: yo solo podia ver su perfil mientras comia mi pizza y procuraba imaginar como seria un ruisenor.
Un ruisenor: recorde aquel soneto de Banchs.
El otro tipo tambien decia llamarse Banchs y era teniente de corbeta o fragata. Era diciembre; lo habia cruzado muchas veces durante el ano que estaba terminando. Esa misma manana, mientras tomaba mi cafe, se habia acercado a hablarme de no se que inauguracion de pintores, y yo le mencione al poeta, y el, que se llamaba Banchs juro que oia nombrar al tal Enrique Banchs por primera vez en su vida. Entonces comprendi por que el teniente desconocia la existencia de los polar-suit (al ver mi paquetito con el Helly Hansen, se habia asombrado) y tambien entendi por que recorria Europa derrochando sus dolares, tratando de caerle simpatico a todos los residentes argentinos y buscando colarse en toda fiesta en la que hubiese latinoamericanos. Fumaba Gitanes tambien en esto se parecia al Nono.
Jamas vi un ruisenor. Estaba por terminar la pizza y desde atras me vino un vaho de musk.
Mire. La mas fea de las gallegas de la mesa del fondo estaba sentandose. Vendria del bano; habria rociado todo su horrible cuerpo con un vaporizador de Chanel, de Patou, o de -alguna marquita de esas que ahora le agregan musk a todos sus perfumes. ?Como seria el olor de mi muchacha punk? Yo mismo, como el tal Banchs, me habia condenado a averiguar y averiguar; faltaba bien poco para finiquitar la pizza y el asuntito de las cotizaciones de metales. Pero algo sucedia fuera de mi cabeza.
Los duenos, los mozos y los otros parroquianos, en su totalidad o en su mayoria espanoles, me miraban. Yo era el unico testigo de lo que estaban viendo y eso debio aumentar mi valor para ellos.
Tres punks habian entrado al local, yo era el unico no espanol capaz de atestiguar que eso ocurria, que no las habian llamado, que ellos no eran punk y que no habia alli otro punk salvo las tres muchachas punk y que ningun punk habia pisado ese local desde hacia por lo menos un cuarto de hora. Solo yo estaba para testimoniar que la mala pizza y el excelente vino del local no eran desde ningun punto de vista algo que pudiera considerarse punk. Por eso me miraban, para eso parecian necesitarme aquella vez.
Trabado para mirar a mi muchacha -pues la forma de la de pajaro embalsamado y cara de sapo la tapaba cada vez mas- me concentre sobre mi pizza y mi lectura desatendiendo las miradas complices de tantos espanoles. Al termianar la pizza y la lectura, pedi la cuenta, me fui al bano a pishar y a lavarme las inanes y alli me hice una larga friega con agua calentisima de la canilla. Desde el espejo, nitre contento como subian los tonos rosados de los cachetes y la frente reales. Habian vuelto a nacer mis orejas; fui feliz.
Al volver, un rodeo injustificable me permitio rozar la mesa de las muchachas y contemplar mejor a la mia: tenia hermosos ojos celestes casi transparentes y el ensamble de rasgos que mas irte gusta, esos que se suelen llamar 'aristocraticos', porque los aristocratas buscan incorporarlos a su progenie, tomandolos de miembros de la plebe con la secreta finalidad de mejorar o refinar su capital genetico hereditario. ?Florecillas silvestres! ?Cenicientas de las masas que engulliran los insaciables cromosomas del senor! ?Se inicia en vuestros ovulos un viaje ala porvenir sonado en lo mas intimo del programa genetico del amo). Es sabido, en epocas de cambio, lo mejor del patrimonio fisiognomico heredable (esas pieles delicadas, esos ojos transparentes, esas narices de rasgos exactos 'cinceladas' bajo sedosos parpados y justo encima de labios y de encias y puntitas de lengua cuyo carmin perfecto titila por el inundo proclamando la belleza interior del cuerpo aristocratico) se suele resignar a cambio de un campo en Marruecos, la mayoria accionaria del Nuevo Banco tal, una Accion heroica en la guerra pasada o un Premio Nacional de Medicina, y asi brotan narices chatas, ojos chicos, bocas chirlonas y pieles chagrinadas en los cuerpitos de las recientes crias de la mejor aristocracia, obligando a las familias aristocraticas o recurrir a las malas familias de la plebe en busca de buena sangre piara corregir los rasgos y restablecer el equilibrio estetico de las generaciones que catapultaran sus apellidos y un poco de ellas mismas, a vaya a saber uno donde en algun improbable siglo del porvenir.
La chica me gusto. Vestia un traje de hombre holgado, tres o mas numeros mayor que su talle.
De altura normal, no pesaria mas de 44 kilos. su piel tan suave (algo de ella me recordo a Grace Kelly, algo de ella me recordo a Catherine Deneuve) era mas que atractiva para mi. Calzaba botitas de astrakan perfectas, en contraste con la rasposa confeccion de su traje de lana. Una camisa de cuello Oxford se le abria a la altura del busto mostrando algo que crei su piel y comprobe despues que era tina campera de gimnasta. Ella, a mi, ni me miro.
Pero en cambio, su amiga, la mas gorda, la del pelo tenido color naranja, venia emitiendo una onda asaz provocativa. No quise sugerir sexual: provocativo, como buscando rina, como buscando o planificando un ataque verbal, como buscando tina humillacion, como ella misma habria mirado a un oficial de la policia inglesa. Asi mirabame la gorda de pelo zanahoria. La mia, en cambio no me mira ha. Pero…
Tampoco miraba a sus acompanantes. Miraba hacia la calle vacia de transeuntes, con las pupilas extraviadas en el paso del viento. Asi me dije: 'se pierde su mirada pincelando el frio viento de Oxford Street'. Era eterea. Esa nota, lo etereo, es la que mejor habria definido a mi muchacha para mi, de no mediar aquellas actitudes punk y los detalles punk, que lucia, punk, como al descuido, negligentemente punk, ella. Por ejemplo: fumaba cigarrillos