de hoja; los tomaba con el gesto exhultante de un europeo meridional, pitaba fuerte el humo y lo tiraba insidiosamente contra el cristal de la vidriera. Al pasar por su mesa habia visto en sus manos una mancha amarilla, azafranada, de alquitran de tabaco. ?Y jamas vi manitas sucias de alquitran de tabaco como las de mi muchachita punk! El indice, el mayor y el anular de su derecha, desde las unas hasta los nudillos, estaban embebidos de ese amarillo intenso que solo puede conseguir algun gran fumador para la primer falange del dedo indice, tras anos de fumar y fumar evitando lavados. Me impresiono. Pero era hermosa, tenia algo de Catherine Deneuve y algo de Isabelle Adjani que en aquel momento no pude definir: me estaba confundiendo. Pague la cuenta, eche las remoras de mi botella de Chianti en la copa verde del restaurante, y copa en mano -so british-, como si fuese un parroquiano de algun pub confianzudo, me apersone a la mesa de las muchachas punk asumiendo los riesgos. Antes de partir habia calculado mi chance: una en cinco, una en diez en el peor de los casos; se justificaba. voy a contarlo en espanol: -?Puedo yo sentarme? Las tres punk se miraron. La gorda punk acariciaba su victoria: debio creer que yo bajaba a reclamar explicaciones por sus miradas punk provocativas. Para evitar un rapido rechazo me sente sin esperar respuestas. Para evitar desanimarme eche un trago de vino a mi garguero. Para evitar impresionarme mire hacia arriba, expulsando de mi campo visual al pajarito embalsalmado. La gorda reia. La punk mia miro a la del pelo verde, miro a la gorda, soplo el humo de su cigarro contra la nada, no me miro, y sin mirarme tomo un sorbito de aquella mezcla de Coca Cola y Chianti que estuvo preparando en la pagina anterior, pero que yo, con esta prisa por escribirla, habia olvidado registrar. Hablo la punk con pajaro
– ?Que usted quiere? -Nada, sentarme… Estar aqui como una sustancia de hecho… -dije en cachuzo ingles.
Sin duda mi acento raro acicateo los deseos de saber de la gorda: -?Donde viene usted de…? -ladro.
La pregunta era fuerte, agresiva, despectiva.
– De Sudamerica… Brasil y Argentina -dije, para ahorrarles una agobiante explicacion que llenaria el relato de lugares comunes. Me preguntaba si era ingles: se asombraba '?Como puede venir uno de Brasil y Argentina sin ser britanico?', imagine que habria imaginado ella.
?Seria un ingles? -No. Soy sudamericano, lamentado -dije.
– Gran campo Sudamerica -se ensanaba la gorda.
– Si: lejos. Asi, lejos. Regresare mes proximo -le respondi.
– Oh si… Yo veo dijo la gorda mirando fijo a la cara de sapo que hamaco su cabeza como si confirmase la mas elaborada teoria del universo. Entonces hablo por vez primera y solo para mi mi Muchacha Punk. Tenia voz deliciosa y timbrica en este parrafo: -?Que usted hace aqui? -quiso saber su melodia verbal.
– Nada, paseo -dije, y recorde un modelo que siempre marcho bien con beatniks y con hippys y que pense que podia funcionar con punks. Lo puse a prueba: -Yo disfruto conocer gente y entonces viajo… Conocer gente, ?Me entiende?… Viajar… Conocer… ?Gente!… ?Eh.? ?Ah…! ?Asi…! ?Gente…!
Funciono: la carita de mi Muchacha Punk se iluminaba. -Yo tambien amo viajar -fue desgranando sin mirarme-. Conozco Africa, India y los Estados (se referia a USA). Yo creo que yo conozco casi todo. ?Yo no nunca he ido yo a Portugal! ?Como es Portugal? -me pregunto.
Compuse un Portugal a su medida: -Portugal es lleno de maravilla… Hay alli gente preciosamente interesante y bien buena. Se vive una ola en completo distinta a la nuestra…
' segui asi, y ella se fue envolviendo en mi relato. Lo percibi por la incomodidad que comenzaban a mostrar sus punks amigas. Lo confirme por esa luz que vi crecer en su carita aristocraticamente punk. Susurraba ella: - Una vez mi avion tomo suelo en Lisboa y quise yo bajar, pero no permitieron -dijo-: Encuentro que la gente del aeropuerto de Lisboa son unos cerdos sucios hijos de perra. ?Es no, eso…Lisboa, Portugal?-. La duda tintineaba en su voz.
– Si -adoctrine, pero en todos los aeropuertos son iguales: son todos piojosos malolientes sucios hijos de perra.
– Como los choferes de taxi, asi son -me interrumpio la gorda, sacudiendo el humo de su Players.
– Como los porteros del hotel, sucios hijos de perra -concedio la pajarofora gorda cara de sapo, quieta.
– Como los vendedores de libros -dijo la mia -?Hijos de una perra!-. Y flotaba en el aire, eterea.
– Si, de curso -dije yo, festejando el acuerdo que reinaba entre los cuatro. Entonces ocurrio algo imprevisto; la de pelo verde hablo a la gorda: -Deja nosotros ir, dejemos a estos trabajar en lo suyo, eh… -y desenrollo un billete de cinco libras, lo apoyo en el platillo de la cuenta, se paro y se marcho arrastrando en su estela a la cara de sapo. Bien habia visto yo que ellas habian con sumido diez o quince libras, pero deje que se borraran, eso simplificaba la narracion.
– Bay, Borges -me grito la cara de sapo desde la vereda, amagando sacar de su cintura una inexistente espadita o un punal; entonces yo me alegre de ver tanta fealdad hundiendose en el frio, y me alegre aun mas, pensando que asistia a otra prueba de que el prestigio deportivo de mi patria ya habia franqueado las peores fronteras sociales de Londres. Pregunte a mi muchacha por que no las habia saludado: -Porque son unas ceras sucias hijas de perra.
?Ve? -dijo mostrandome los billetitos de cinco libras que iba sacando de su bolsillo para completar el pago de la cuenta. Asenti.
Como un cernicalo, que a traves de las nubes mas densas de un cielo tormentoso descubre los movimientos de su pequena presa entre las hierbas, atraido por el fluir de las libras, un mozo muy gallego broto a su lado, frente a mi. Guino un ojo, cobro, recibio los pocos penns de propina que mi muchacha dejo caer en su platillo, y yo pedi otra botella de Chianti y dos de Coke y ella me devolvio un hermoso gesto: abrio la boca, fruncio un poquito la nariz, alzo la ceja del mismo lado y movio la cabeza como queriendo devolver la pelota a alguien que se la habria lanzado desde atras.
Conjeture que seria un gesto de acuerdo. Poco despues, su manera golosa de beber la mezcla de vino y Coca Cola, acabo de confirmandome aquella presuncion de momento: todo habia sido un gesto de acuerdo.
Me conto que se llamaba Coreen. Era eterea: al promediar el dialogo sus ojos se extraviaban siguiendo tras la ventana de la pizzeria espanola de Graham Avenue al viento de la calle. Tomamos dos botellas de Chianti, tres de Coke. Ella mezclaba esos colores en mi copa. Yo bebia el vino por placer y la Coke por la sed que habian provocado la pizza, el calor del local y este mismo deseo de averiguar el desenlace de mi relato de la Muchacha Punk. La convide a mi hotel. No quiso. Hablo: -Si yo voy a tu hotel, tendras que a ellos pagar mi permanencia. Es no sentido -afirmo y me invito a su casa. Antes de salir pagamos en alicuotas todo lo bebido; pero yo necesito hablar mas de ella. Ya escribi que tenia rasgos aristocraticos. A esa altura de nuestra relacion (eran las 12.30, no habia un alma en la calle, el frio ingles del relato, calaba, los huesos, argentinos, del narrador), mi deseo de hacerla mia se habia despojado de cualquier snobismo inicial. Mi Muchacha -aristocratica o punk, eso ya no importaba-, me enardecia: yo me extraviaba ya por ese ardor creciente, ya era un ciego, yo. Yo era ya el cuerpo sin huellas digitales de un ahogado que la corriente, delatora, entra boyando al fiord donde todo se vuelve nada. Pero antes, cuando la vi frente a mi vidriera de Selfridges habia notado detalles raros, nitidamente punk, en su tenue carita: su mejilla izquierda estaba muy marcada, no supe entonces como ni por que, y el lado derecho de su cara tenia una peculiaridad, pues sobre el ala derecha de su nariz, se apoyaba -crei- una pieza de metal dorado (crei) que trazando una comba sobre la mejilla derecha ascendia hasta insertarse en la espiga de trigo, que crei dorada, afeando el lobulo de su oreja a la manera de un arete de fantasia. Del tallo de esa espiga, de unos dos centimetros, colgaba otra cadena, mas gruesa, que caia sobre su cuello libremente y acababa en la miniatura de la lata de Coke, de metal dorado y esmalte rojo que siempre iba y venia rozandole los rubios pelos, el hombro, y el pecho, o golpeaba la copa verde provocando una musica parecida a su voz, y algunas veces se instalaba, quieta, sobre su hermosa clavicula blanca, curvada como el alma de una ballesta, armonica como un golpe de tai chi. Durante nuestra charla aprendi que lo que habia creido antes metal dorado era oro dieciocho kilates, y descubri que lo que habia creido un grano de maiz de tamano casi natural aplicado sobre el ala de su nariz era una pieza de oro con forma de grano de maiz y tamano casi natural, sostenido por un mecanismo de cierre delicadisimo, que atravesaba sin pudor y enteramente la alita izquierda de su bella nariz. Ella misma me mostro el orificio, haciendo un poco de palanca con la una azafranada de su indice, entre el maiz y la piel, para lucir mejor su agujerito en forma de estrella, de unos cuatro milimetros de diametro. ?Estaba chocha de su orificio…! Del lado izquierdo, lo que temprano en Oxford Street me habia parecido una marca en su mejilla, era una cicatriz profunda, de unos tres centimetros de largo, que parecia provocada por algo muy cortante. Surcaban ese tajo tres costuras bien desprolijas, trabajo de un aficionado, o de algun practicante de primer ano de medicina mas chapucero que el comun de los practicantes de medicina ingleses y en ausencia de los jefes de guardia. Segunda