»Asi hablo la Vieja Sabia -dijo la enana-, y mi madre, aprendida la leccion, regreso a casa. Y esa misma noche salio al patio y, a la oscura luz de las estrellas, me comunico que yo debia escoger entre el sufrir y el don. Y yo me rebele, y patalee dentro del vientre de mi madre, y llore; porque me parecia injusto tener que asumir la responsabilidad de una decision semejante aun antes de haber nacido. Pero al final elegi, y preferi la gracia; porque prefiero el conocimiento, aun con desdichas, a una felicidad tonta y sin conciencia.
»Ahora bien, estuve tan preocupada durante los ultimos meses de mi gestacion, y emplee tantas energias en decidir la mejor opcion, que descuide el acabado final de mi anatomia; y asi sucedio que, cuando naci, lo hice muy pequenita, y pronto se vio que me debia de faltar una pieza fundamental en el mecanismo del crecimiento, porque pasaba el tiempo y yo seguia igual de menguada, hasta que mi condicion de liliputiense se hizo evidente. Luego descubri que este tipo de percance es bastante comun. Quiero decir que muchas de las embarazadas tocadas por el don hablan de mas; y los hijos, turbados por tener que vivir ya en el vientre materno conflictos tan tremendos, suelen descuidar su propia formacion o confundir de pura zozobra y aturullamiento, las piezas de ensamblaje. Y asi, muchos nacen con seis dedos en cada mano, con los pies torcidos o labio leporino. De modo que cuando os encontreis por el mundo a esos seres singulares de triste apariencia, hombres y mujeres jorobados, o ciegos, o zambos; o bien feos como un demonio, y tullidos, y bizcos, no os creais por ello que son inferiores y dignos de lastima, porque probablemente estan asi porque poseen la gracia.
»En cuanto a mi, nunca me he arrepentido de mi eleccion, aunque mi vida ha sido dificil y siempre he tenido que convivir con alguna desdicha. Pero tambien, y gracias al don, mi existencia es intensa. Y se ademas que algun dia volvera mi Estrella, que es una estrella errante, lo que los hombres de ciencia llaman un cometa. Vosotros habeis visto la foto de mi cometa, de mi Estrella, porque la tengo cosida a la tapa del baul: esa masa de luz, ese hermoso chisporroteo, esa potencia. Una noche ya no muy lejana volvera a cruzar el cielo sobre mi, y esa noche, lo se, se habran acabado mis sufrimientos y todos mis deseos se haran realidad. Se que sera asi: sucedera.» De este modo hablo Airelai cuando nos conto lo de la Estrella, dejandonos boquiabiertos a Chico, a Amanda y a mi. Habia atardecido sobre sus palabras y nos quedamos unos minutos callados en el crepusculo, digiriendo la historia. Luego Amanda pregunto:
– Y si dices que siempre tienes que sobrellevar alguna pena, ?que desgracia te sucede ahora?
Porque la enana nos parecia fuerte, libre y feliz. Airelai suspiro:
– Pues ahora… Yo ahora sufro mucho -dijo, ruborizandose. Aunque no lo advirtais, sufro mucho de amor.
Desde que el tipo con sonrisa de tiburon empezo a vigilar la casa, Segundo habia desaparecido. No dijo a donde iba, y ni tan siquiera que se fuera a marchar; simplemente salio de la pension un atardecer y ya no regreso. Al principio, Amanda estaba mas palida que nunca y se pasaba las noches en vela esperando el regreso de su marido.
– Es que no quiero que me pille dormida -le comentaba a veces a la abuela.
– Siempre fue un perfecto inutil -contestaba dona Barbara.
Pero a medida que pasaban los dias Amanda parecia serenarse; y a veces hasta se le podia escuchar tarareando algo mientras preparaba la comida o arreglaba la casa. Aunque de pronto detenia con brusquedad sus suaves canturreos y levantaba sobrecogida la mano hacia la cara, en ese gesto tan suyo y tan indefinido, como si fuera a cubrirse la boca y a medio camino se arrepintiera, como si fuera a morderse las unas y se le hubieran perdido los dedos en el trayecto. Y en esa mano que colgaba blandamente en el aire estaba retratada toda su vida.
– No me puedo creer que se haya ido -musitaba acongojada en esas ocasiones-. Volvera. Lo se. Nunca me dejara.
– Siempre fue un perfecto inutil -decia la abuela. Viviamos con las orejas estiradas, esperando oir sus pasos en cualquier momento. Hablabamos, jugabamos, comiamos y dormiamos con esa presencia inminente; y todo lo haciamos deprisa, para acabar antes de que el volviera, aunque se tratara de una actividad totalmente inocente. Pero el regreso de Segundo era una linea, una frontera; y cuanto mas tardaba, mas imponente nos parecia el momento de su vuelta, mas cargado de significado y de amenaza.
– Es posible que ya no venga nunca mas -dijo la enana mientras se abanicaba con un carton.
Era la hora de la siesta y el aire estaba quieto y bochornoso.
– No me lo puedo creer -contesto Amanda. -?Por que? -No es mi suerte. Quiero decir, tengo muy mala suerte.
– Pero imaginate que eso ha cambiado -dijo Airela-. Ahora tienes mi fuerza. Ahora vosotros tres teneis mi fortuna. Cuando llegue mi Estrella se cumpliran todos mis deseos. Y yo deseo que los tres seais felices: tu, Amanda; y tu; y Chico tambien. Asi es que vuestra suerte es ahora mi suerte.
Amanda suspiro: -Tu es que eres muy buena, Airelai. Pero el volvera.
Me tumbe boca arriba en el suelo, disfrutando del momentaneo frescor de las baldosas. Por encima de mi estaba el aire estancado y caliente de la habitacion; y mas arriba, el tejado calcinado; y mas arriba, un cielo casi blanco abrasado por un sol insufrible; y mas arriba, el firmamento siempre negro que nos rodea, como yo habia visto en un programa de television. Y por alli, en la inmensidad de esa noche eterna, avanzaba hacia nosotros nuestra Estrella, firme y ciega, dispuesta a concedernos todo.
– ?Por que no te has ido? ?Por que no les has dejado? -pregunto la enana.
Amanda tardo mucho en contestar. Estaba sentada en una silla, vestida con una camiseta y unos pantalones vaqueros viejos cortados a tijeretazos a la mitad del muslo. Metia de cuando en cuando una servilleta en la jarra de agua que habia sobre la mesa (habiamos acabado de comer hacia muy poco), y se humedecia con ella el escote y la nuca. La jarra habia tenido hielo, pero ya se habia derretido. Todos nos moviamos lentamente, y hablabamos lentamente, y pensabamos lentamente, como si moverse, hablar, pensar o respirar fuera un peligro, esto es, como si el calor nos estuviera matando. Y quiza fuera asi. Chico quiso acurrucarse en los brazos de Amanda, pero ella le rechazo sofocada y suave. Entonces el nino se tumbo en el suelo, sobre las baldosas, como yo; y se puso a dormitar mientras agarraba con una mano un tobillo de su madre. La abuela tambien debia de estar durmiendo la siesta en la asfixiante penumbra de sus habitaciones: tomaba somniferos. Y a nuestro alrededor ardia la tierra.
– Pero, ?como querias que me fuera? Es imposible -contesto al fin Amanda.
– Cuando viniste aqui, tu sola, a recoger a la chi-
– Ellos se habian quedado con el nino, para que yo no me marchara. Ademas, ?adonde voy a ir? Segundo me encontraria. Y me mataria.
– Venga, venga: no eres la unica mal casada en el mundo. Otras lo han conseguido.
– Yo no. Lo se. Yo no.
– Ademas tu eres una chica preparada, has trabajado como secretaria, sabes escribir a maquina… No les necesitas para nada. Busca un empleo. Coge al nino y vete.
De nuevo Amanda tardo en contestar. La mirada se le perdio en el aire; se veia que estaba esforzandose en imaginar como podia ser la vida sin Segundo, sin su brutalidad y sus manos tan duras. Gotas de agua y de sudor brillaban en su escote y el pelo, mojado, se le pegaba a sus mejillas suaves y redondas. Un moscardon agujereaba la penumbra por encima de mi cabeza: embestia una y otra vez el aire denso y pesado y casi parecia oirse el ruido de las sombras al desgarrarse. Si se fuera Amanda, se llevaria al nino. Solo al nino. Baba.
Amanda suspiro y sacudio la cabeza desesperanzadamente, dandose por vencida:
– No es mi suerte. Mi madre no queria que me casara con Segundo. Pero era muy guapo. Me case y se acabo. Yo antes era otra cosa, pero me equivoque y ya no hay remedio. No me puedo escapar de el. La vida es asi. Se acabo, Airelai.
Hablaba Amanda con la mirada baja y un extrano temblor le ablandaba la boca y la barbilla, como si se le estuvieran rebelando, e incluso escapando de la cara, y ella careciera de fuerzas suficientes para sujetar barbilla y boca en su lugar. Recorde entonces otra barbilla asi, agitada y contrita, desesperada en sus deseos de escapar de debajo de la nariz del propietario. La habiamos visto Chico y yo la tarde anterior enfrente de casa, a la puerta del club en donde, antes de que Segundo desapareciera, este y Airelai solian actuar como magos. Era la barbilla del Buga, el chulito pandillero. Pero en esta ocasion, cuando le vimos Chico y yo, parecia considerablemente humilde y estaba solo.