repecho, ese paisaje desconcertante, cuando de repente adverti a mis pies una sombra que no era la mia. Quise volverme, pero no me dio tiempo: una manaza cayo sobre mi cuello y alguien me agarro como se agarra a un gato. Un oscuro perfil de hombre que apenas si pude ver se acerco a mi oreja derecha:

– Vaya, vaya… Mira quien esta aqui…

La voz me resultaba familiar, pero estaba tan aterrada que habia perdido la memoria.

– Ya que has venido, tendre que hacerte los honores. Vamos para casa.

Sin soltar mi cuello, el hombre me empujo y me hizo bajar el desmonte por delante de el. En la hondonada el calor era insoportable y el sol parecia abrasar mas; el polvo te subia tobillos arriba y se pegaba a las piernas sudorosas. Caminamos un rato entre las chabolas y apenas si nos miraba nadie, hasta que, con una torsion de su muneca, el hombre me hizo entrar por una pequena puerta en una de las casas. El interior estaba tan oscuro que al principio no pude ver nada. Poco a poco empezo a materializarse el mundo a mi alrededor: las paredes, formadas por decenas de envases de leche desnatada; el suelo, de tierra apisonada, limpio y bien barrido; una mesa de formica; una cama grande de patas de madera; un armario de cocina; un hornillo de butano; un televisor y un video. En un rincon, tan quieta que fue lo ultimo que vi, habia una mujer extremadamente delgada y de edad indefinida, con un bebe en los brazos. No me miraba a mi, sino al hombre que habia venido conmigo, y lo hacia con ojos despavoridos, como el perro que espera que le castiguen. Adverti que mi cuello habia quedado libre y me volvi. A mi espalda, sonriendo torvamente con su boca triangular, estaba el Portugues.

– Bueno, querras tomar algo, ?no? Eres mi invitada -dijo sardonicamente.

Y se volvio hacia la mujer y le ladro algo en un idioma que yo no entendi. Sin soltar al nino, la mujer se afano en obedecer. Saco una coca-cola, un vaso, sirvio el refresco, me lo dio. Sorbi un poco. Estaba caliente como una sopa.

– Bien. Ya has bebido. Ya conoces mi casa. Ya nos hemos hecho amigos. Asi que ahora me vas a contestar todo lo que yo te pregunte -dijo el Portugues.

Yo me apresure a asentir con la cabeza. -Bien. ?Donde esta el dinero? Me quede horrorizada. ?La primera pregunta y no la sabia!

– ? Que… que dinero, senor? -balbuci. El diente del Portugues relampagueo en su boca herida. Me agarro por los brazos y me levanto en vilo:

– El dinero del Tigre… El que tenia Segundo. ?Donde esta? -bramo aterradoramente.

– No se, no se nada -casi llore-. Cuando se fue Segundo nos quedamos sin dinero… Y ahora Airelai nos trae billetes por las noches…

El hombre me dejo en el suelo con gesto despectivo.

– Ya, ya se de donde saca la enana los billetes… Pero a mi no me enganais, ni tu, ni ella, ni tu abuela. Se que Segundo no se lo llevo, porque, cuando le advirtieron, huyo sin poder pasar por casa. Y no ha vuelto. Asi que, de ahora en adelante, vas a buscar por mi, ?has entendido?

Asenti de nuevo con la cabeza, aunque no entendia nada. El Portugues se inclino sobre mi:

– Vas a ser mis ojos, mis manos y mis pies. Vas a registrar toda la casa, ?comprendes? Sin que te vea nadie. Los cajones, los armarios, debajo de las camas, en las baldosas sueltas, en la habitacion de tu abuela, en la cocina, ?toda la casa!, ?entiendes?

Volvi a asentir y mi docilidad parecio calmarle un poco. Al fondo de la habitacion, pegada a la pared, la mujer esqueletica seguia muy quieta y con el nino en brazos. El crio, que debia de tener entre uno y dos anos, jugueteaba con el pelo lacio y sucio de la madre y en un momento determinado se lo retiro de la cara; y aunque la mujer se apresuro a cubrirse de nuevo con la melena, pude advertir que le faltaba la oreja derecha y que en su lugar habia tan solo una cicatriz desgarrada y rosa.

– Quiero ese dinero. Mucho dinero. Una maleta llena. Buscalo. Y buscalo bien. Te doy una semana. Dentro de siete dias nos veremos -dijo el Portugues con suavidad, mientras jugueteaba con mi vaso de coca-cola medio vacio-. Y no creas que puedes escaparte de mi, porque no puedes.

Cerro la manaza en torno al vaso y, sin mover un solo musculo de la cara ni hacer aparentemente esfuerzo alguno, hizo estallar el vidrio en mil fragmentos. Sacudio luego la mano y cayeron al suelo dos gotas de sangre.

– La proxima vez -advirtio- no sera sangre mia.

La abuela estaba inquieta. Se hacia y se deshacia el lazo de su blusa morada. Y se arreglaba una y otra vez los almohadones del sillon: porque ahora, en el verano, no permanecia en la cama, en donde hacia demasiado calor, sino en una butaca estrategicamente situada entre la puerta y el balcon, para aranar una chispa de brisa a esa atmosfera tan densa y agotadora. Suspiraba de cuando en cuando dona Barbara y era como el barritar de un elefante: una demostracion de fuerza.

– ?No te extrana que no existan los cumplemuertes? -dijo de repente-. Celebramos con mucho empeno el dia de nuestro nacimiento, pero la otra fecha mas importante de nuestras vidas, que es la de nuestra muerte, la ignoramos por completo. Y, sin embargo, pasamos por ella cada ano, atravesamos ese dia critico completamente ciegos e ignorantes, y a lo peor incluso nos aburrimos, y nos irritamos, y perdemos el tiempo, sin saber que ese mismo dia, veinte anos despues, o cinco, o uno, dariamos cualquier cosa solo por alcanzar la madrugada…

Me calle: yo ya sabia que no esperaba mi respuesta. Las manos de la abuela, grandes y manchadas, se movian de aca para alla en el aire como pajaros cansados que han perdido el rumbo. Estaba de mal humor, aspera e irritable, pero en esta ocasion, cosa extraordinaria, no me senti amedrentada. Fue la primera vez que la vi vieja, en vez de simplemente descomunal y sobrehumana.

– ?Por que me haces esto? -exclamo, doliente y quejosa.

– ?El que? -me asuste.

Pero enseguida vi que esta pregunta tampoco iba dirigida a mi. Muchas veces dona Barbara hacia eso: hablaba a los rincones y a las sombras. Asi que me tranquilice y segui dibujando. Estaba pintando en un papel un mar verde claro, y un barco, y una gaviota. Entonces la abuela se volvio hacia mi y me cogio la mano.

– Fijate que mano. Fijate que piel -dijo en tono sonador y admirativo-. Suave como la seda de mi blusa. Firme y fresca. Es un placer tocarte la mano. Y contemplarte. Toda tu tan nuevecita. Tan llena de vida que la derramas por todas partes. Mientras que nosotros los viejos estamos tan comidos por la muerte que manchamos de oscuridad a quien se nos acerca. ?Acaso tu no lo notas? No, tu no. Eres todavia demasiado nina.

Se callo y solto otro de sus furiosos suspiros. -Oleis a vainilla, los ninos. Incluso esa calamidad que es el pobre Chico debe de oler asi. Es un olorcito caliente y dulce. Lo recuerdo muy bien de cuando abrazaba a mis hijos, de bebes. A Segundo; y a Maximo. Hundias la nariz en ellos y respirabas el perfume de la vida. Es curioso, pero no recuerdo cuando fue la ultima vez que les oli asi. Esas son otras fechas cruciales que tambien se nos pasan inadvertidas. Es extrano que vivas estupidamente esas ocasiones tan importantes sin apreciar su trascendencia. La ultima vez que oli al ultimo de mis bebes. La ultima vez que corri por la calle sin ninguna razon, solo por el placer de la carrera. La ultima vez que fui nadando en el mar hasta las rocas. La ultima vez que me beso un hombre.

Abandone el dibujo, porque la conversacion empezaba a ponerse interesante.

– Jue… el abuelo? -aventure, senalando al hombre de la foto.

La abuela le miro y se encogio de hombros. -No. No. Pero eso no importa. Eran las once de la manana, pero la habitacion se estaba poniendo tan oscura como si estuviera anocheciendo. Y un aire irrespirable, un sofoco densisimo, entraba en el cuarto con las sombras. Dona Barbara volvio a deshacerse el lazo de la blusa y luego dejo caer sus manos sobre las rodillas, agotada por el bochorno.

– Prometeme que te acordaras de mi. Y que diras mi nombre en voz alta de vez en cuando, como yo digo los de mis gatos, los de todas esas personas que un dia vivieron y que hoy solo me tienen a mi para nombrarlos. Prometemelo.

– Si, pero ?cuando he de hacer eso? -Cuando yo me muera. -Pero cuando usted se muera, abuela, ?no se va a acabar el mundo?

– Claro que se acabara. Pero tu te inventaras un mundo nuevo.

Fue un alivio saberlo. justo en ese momento el cielo revento sobre nuestras cabezas; primero crei que era un avion, pero luego comprendi que se trataba de un trueno.

– ?Al fin! Este calor era imposible -gimio dona Barbara, poniendose en pie y dirigiendose hacia el balcon.

La segui y durante unos minutos no hicimos otra cosa que contemplar el cielo, que estaba negro e hinchado, y

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