en sus manos.

Si habia levantado un pie, y al hacerlo su mente habia abandonado los rieles gastados y bien engrasados por los que se habla estado encarrilando con tanta fidelidad durante tanto tiempo; si tres meses mas tarde, en otono, o un ano y tres meses despues o diez anos y tres meses despues habia bajado el pie en aquel lugar desconocido en el preciso instante en el que su mente volvia a… Si, claro, le habria parecido que se trataba del mismo paso, y entonces todo aquello… ?Donde habia estado y que habia hecho durante aquel intervalo de tiempo?

—?No! —exclamo.

El monosilabo broto en forma de grito estridente. ?Era imposible! Schwartz se miro la camisa. Era la misma que se habia puesto aquella manana —o lo que debia de haber sido esa manana—, y estaba recien lavada. Recapacito, metio la mano en el bolsillo de su chaqueta y saco una manzana.

Le dio un mordisco casi desesperado. La manzana estaba madura, y aun conservaba un poco del frescor de la nevera en cuyo interior habia estado guardada hasta dos horas antes…, o lo que deberian haber sido dos horas.

?Y que pensar de la munequita de trapo?

Schwartz empezo a sentirse vagamente furioso. O se trataba de un sueno o se habia vuelto realmente loco.

Noto que la hora del dia habia cambiado. La tarde ya estaba avanzada o, por lo menos, las sombras se estaban empezando a alargar. La silenciosa desolacion de aquel lugar inundo de repente a Schwartz produciendole un extrano efecto paralizante.

Se puso en pie. Estaba claro que tendria que buscar a alguien —a cualquier persona—, y resultaba no menos obvio que tendria que buscar una casa, y la mejor forma de encontrarla seria buscar un camino.

Se volvio automaticamente en direccion al lugar donde los arboles raleaban un poco y empezo a caminar.

Cuando llego a la recta e impersonal cinta de asfalto el frescor del crepusculo ya se estaba infiltrando por debajo de su chaqueta, y las copas de los arboles se habian vuelto indefinidas y un poco amenazadoras. Schwartz corrio hacia la carretera lanzando sollozos de alegria, y le complacio sentir la dureza del pavimento bajo los pies.

Pero cuando miro en ambas direcciones vio que solo habia una desolacion total, y por un momento volvio a experimentar un escalofrio. Habia esperado encontrar automoviles. Lo mas sencillo habria sido hacerles senas para que se detuviesen y preguntar «Oiga, ?va por casualidad a Chicago?» (Schwartz estaba tan nervioso que pronuncio las palabras en voz alta).

?Y si no estaba cerca de Chicago? Bueno, iria a cualquier ciudad Importante, a cualquier lugar donde pudiese encontrar un telefono. Solo tenia cuatro dolares con veintisiete centavos en el bolsillo, pero siempre se podia recurrir a la policia.

Schwartz empezo a caminar por el centro de la carretera escrutandola continuamente en ambas direcciones. No presto ninguna atencion a la puesta del sol, y cuando salieron las primeras estrellas tampoco se fijo en ellas.

Ningun coche. ?Nada! Y estaba empezando a ponerse verdaderamente oscuro…

De repente vio un resplandor en el horizonte, hacia su izquierda, y lo primero que penso fue que quiza estuviera sufriendo una repeticion del mareo anterior; pero el gelido fulgor azulado visible entre los claros de la arboleda era real. No se trataba del rojo llameante que Schwartz imaginaba podia corresponder a un incendio forestal, sino de una debil fosforescencia que parecia deslizarse entre las tinieblas; y el pavimento que tenia debajo de los pies tambien parecia emitir una debil claridad. Schwartz se agacho para tocarlo, pero le parecio normal al tacto. Aun asi, seguia viendo aquel tenue resplandor con el rabillo del ojo.

Echo a correr desesperadamente por la carretera. Las suelas de sus zapatos chocaban con el asfalto en un ritmo veloz e irregular haciendo mucho ruido. De repente, Schwartz se dio cuenta de que su mano seguia sosteniendo la muneca de trapo que habia sufrido aquel extrano rebanamiento, y la arrojo por encima de su cabeza impulsandola con todas sus fuerzas.

Aquella parodia de vida con su sonrisa burlona…

Y entonces el terror surgio de la nada e hizo que Schwartz se detuviera de repente. Fuera lo que fuese, la muneca de trapo era una prueba de su cordura. ?La necesitaba! Se puso de rodillas y empezo a arrastrarse moviendo las manos a tientas en la oscuridad hasta que encontro la muneca, una mancha oscura recortada contra aquella fosforescencia casi imperceptible. El relleno habia empezado a salirse, y Schwartz volvio a meterlo distraidamente.

Un instante despues volvia a caminar. «Estoy demasiado aturdido para correr», se dijo.

Empezaba a sentir hambre y a estar realmente asustado cuando vio aquel resplandor hacia la derecha.

?Era una casa, naturalmente!

Grito y no obtuvo respuesta, pero era una casa, una chispa de realidad que le hacia guinos a traves de la horrible desolacion sin nombre de las ultimas horas. Schwartz salio de la carretera y empezo a correr campo a traves. Salto zanjas, esquivo arboles, cruzo matorrales y vadeo un arroyo.

?Que extrano! Las aguas del arroyo tambien emitian un tenue resplandor fosforescente, pero aquel hecho inexplicable solo fue captado por una parte minuscula del cerebro de Schwartz.

Y de repente estuvo junto a la casa, y estiro las manos para tocar la dureza de la estructura blanca. No era ladrillo ni piedra ni madera, pero no se preocupo por eso. La casa parecia estar hecha de una porcelana mate y muy resistente, pero a Schwartz le daba absolutamente igual con que estuviese construida. Estaba buscando una puerta, y cuando llego a ella y no vio ningun timbre la ataco a puntapies y empezo a gritar como si se hubiera vuelto loco.

Oyo un movimiento en el interior, y despues oyo el maravilloso sonido de una voz humana que no era la suya.

—?Eh, los de dentro! —volvio a gritar.

Hubo un debil zumbido de engranajes bien engrasados, y la puerta se abrio. Una mujer aparecio en el umbral y contemplo a Schwartz con un brillo de alarma en los ojos. Era alta y nervuda, y detras de ella habia un hombre alto y de rasgos bastante marcados y toscos vestido con ropa de trabajo… No, no era ropa de trabajo. En realidad Schwartz nunca habia visto unas prendas parecidas, pero por algun motivo indefinible le recordaron a la clase de ropa que un hombre se pone para trabajar.

Pero en aquellos momentos no se sentia demasiado inclinado al analisis. Las dos personas y sus ropas le parecieron increiblemente hermosas, tanto como solo puede serlo la presencia de rostros amigos para un hombre que esta totalmente solo.

La mujer hablo con voz liquida y suave, pero en un tono perentorio, y Schwartz tuvo que agarrarse a la puerta para mantenerse erguido. Sus labios se movieron sin lograr emitir ningun sonido, y todos sus temores mas descabellados volvieron de repente para agarrotarle la garganta y oprimirle el corazon.

Porque la mujer acababa de hablar en un idioma que Schwartz no habia oido jamas.

2. ALOJAMIENTO PARA UN DESCONOCIDO

Loa Maren y Arbin, su estolido esposo, estaban jugando a las cartas y disfrutando del frescor de la noche cuando el anciano sentado en la silla de ruedas a motor arrugo colericamente el periodico entre sus manos haciendolo crujir.

—?Arbin! —grito.

Arbin Maren no respondio enseguida. Acaricio delicadamente los suaves rectangulos de finos bordes que sostenia en las manos, y penso en cual seria su proxima jugada.

—?Que quiere, Grew? —pregunto por fin mientras tomaba una decision sin apresurarse.

El anciano de cabellos canosos llamado Grew lanzo una mirada airada a su yerno por encima del periodico y volvio a hacerlo crujir. Producir aquella clase de ruidos era uno de sus desahogos preferidos. Cuando un hombre desborda energia y se encuentra confinado en una silla de ruedas con dos estacas muertas por piernas, tiene que

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