apestaba el aliento, y miraba fijamente con una terrible expresion de dolor.

—No tengo poder para maldecir —dijo ella—. Ningun poder. —Imito el gesto de Gavilan—. ?Todavia se hace esto alli de donde venis?

Gavilan asintio. La observaba con tranquilidad, y ella le sostenia la mirada. De pronto, el rostro se le crispo, se transformo, y dijo: —?Donde esta tu vara?

—No la muestro aqui, hermana.

—No, mejor no. Eso te dejaria fuera de la vida. Lo mismo que mi poder, me dejaba fuera de la vida. Por eso lo perdi. Perdi todas las cosas que sabia, todas las palabras y todos los nombres. Me salieron en pequenas sartas por los ojos y la boca, como telas de arana. Hay un agujero en el mundo, y la luz huye por el. Y las palabras huyen con la luz. ?Sabias eso? Mi hijo se pasa el dia sentado mirando la oscuridad, buscando el agujero del mundo. Dice que si fuese ciego veria mejor. Ha perdido la mano en su oficio de tintorero. Nosotros eramos los Tintoreros de Lorbaneria. ?Mira! —Sacudio los brazos delgados, musculosos, manchados hasta el hombro por una mezcla palida y veteada de tinturas indelebles—. Nunca se borra —dijo—, pero la mente se lava, queda limpia. No retiene los colores. ?Quien eres?

Gavilan no dijo nada. De nuevo miro a la mujer a los ojos; y Arren, a unos pasos de distancia, los observaba con inquietud.

De pronto la mujer se echo a temblar y dijo en un susurro: —Yo a ti te conozco…

—Si. Los iguales se conocen, hermana.

Fue extrano ver como se apartaba de Gavilan, aterrorizada, huyendo de el, y al mismo tiempo queriendo acercarse, como si fuera a caer de rodillas delante del mago.

Gavilan le tomo la mano y la retuvo. —?Desearias recobrar tu poder, tu arte, los nombres? Yo puedo devolvertelos.

—Tu eres el Gran Hombre —murmuro ella—. Tu eres el Rey de las Sombras, el Senor de las Tinieblas…

—No. No soy un rey. Soy un hombre, un mortal, tu hermano y tu semejante.

—Pero ?no moriras?

—Morire, si.

—Pero volveras, y viviras eternamente.

—No. Ni yo, ni ningun hombre.

—Entonces, tu no eres… no eres el Grande de la Oscuridad —dijo ella frunciendo el entrecejo y mirandolo un poco de soslayo, con menos temor—. Pero eres un Grande. ?Hay dos, entonces? ?Como te llamas?

El rostro grave de Gavilan cambio por un momento. —Eso no te lo puedo decir —dijo con dulzura.

—Te contare un secreto —dijo la mujer. Estaba mas erguida ahora, enfrentandolo, con el eco de una antigua dignidad en el porte y la voz—. Yo no quiero vivir, y vivir y vivir, eternamente. Preferiria recuperar los nombres de las cosas. Pero han desaparecido, todos. Los nombres no importan mas. No hay mas secretos. ?Quieres tu saber mi nombre? —Con los ojos llenos de luz, los punos cerrados, se inclino hacia adelante y murmuro:— Mi nombre es Akaren. —Y en seguida grito:— ?Akaren! ?Akaren! ?Mi nombre es Akaren! ?Ahora todos conocen mi nombre secreto, mi nombre verdadero, y no hay mas secretos, y no hay verdad, y no hay muerte- muerte-muerte! —Gritaba la palabra entre sollozos, escupiendo saliva.

—?Calmate, Akaren!

La mujer se calmo. Las lagrimas le resbalaban por las mejillas, por la cara sucia, estriada de grenas de pelo gris.

Gavilan tomo entre sus manos aquella cara arrugada, banada en llanto, y muy ligeramente, muy tiernamente, le beso los ojos. Ella permanecia inmovil, con los ojos cerrados. Despues, acercando los labios al oido de la mujer, le hablo un momento en la Lengua Arcana, la volvio a besar y la solto.

La mujer abrio grandes los ojos y lo miro un momento, con una mirada maravillada, pensativa. Asi mira a su madre un nino pequeno; asi una madre mira a su nino. Lentamente, dio media vuelta y fue hacia la casa, y entro, y cerro la puerta: todo en silencio, con la misma expresion serena, maravillada.

En silencio, el mago se volvio y echo a andar hacia la carretera. Arren lo siguio. No se atrevia a hacer preguntas. A los pocos pasos el mago se detuvo, alli, en el huerto abandonado, y dijo: —Le he quitado el nombre que tenia y le he dado uno nuevo. Y en cierto sentido esto entrana un renacimiento. No habia nada mas que se pudiera hacer por ella, ninguna otra esperanza.

El mago hablaba con una voz ahogada, tensa.

—Ha sido una mujer de poder —prosiguio—. No una bruja vulgar ni una mezcladora de filtros, sino una mujer de talento y sabiduria, capaz de crear cosas hermosas, una mujer orgullosa y honorable. Asi era su vida. Y todo eso se ha perdido. —Se volvio bruscamente, e internandose por los senderos del huerto, se detuvo junto al tronco de un arbol, de espaldas al muchacho.

Arren lo espero a la claridad radiante del sol moteada por la sombra del follaje. Sabia que a Gavilan le avergonzaba mostrar sus propias emociones; y en verdad, no habia nada que el joven pudiera hacer o decir; pero por inclinacion del corazon se habia dado sin reservas a Gavilan, no ya con aquel fervor primero, aquella adoracion romantica, sino con dolor, como si entre ellos se hubiese forjado un vinculo que ya nada podria romper, nacido de lo mas profundo de ese amor. Porque en ese amor que ahora sentia habia compasion, que da temple al amor, y plenitud, y durabilidad.

Al fin, Gavilan volvio a reunirse con Arren acercandose entre las sombras verdes del huerto. Ninguno de los dos hablo, y juntos reanudaron la marcha. Ya hacia calor; la lluvia de la noche anterior se habia secado y el polvo se levantaba en el camino. El comienzo de la jornada le habia parecido a Arren insipido y tedioso, como contaminado por sus propios suenos; ahora disfrutaba de la mordedura del sol y del solaz de la sombra, y sentia el placer de caminar sin preocuparse por lo que esperaba delante.

De todos modos, nada consiguieron averiguar. Pasaron la tarde en conversaciones con los hombres que extraian los minerales colorantes, y en regateos por algunos pedazos de lo que segun ellos era piedra emel. Cuando a paso cansino regresaban a Sosara, con el sol del atardecer martillandoles la cabeza y la nuca, Gavilan comento: —Es malaquita azul; pero dudo que en Sosara noten la diferencia.

—Es rara la gente de aqui —dijo Arren—. Asi es en todo, no notan la diferencia. Como lo que uno de ellos le dijo anoche al jefe: «No distinguirias el azur verdadero del azul barroso…». Se quejan de que los tiempos son malos, pero no saben cuando empezaron los tiempos malos; dicen que el trabajo es de mala calidad, pero no hacen nada para mejorarlo; no saben ni siquiera cual es la diferencia entre un artesano y un hechicero, entre la artesania y la magia. Es como si no tuvieran una idea clara de las formas, las diferencias y los colores. Todo es igual para ellos, todo es gris.

—Si —dijo el mago, pensativo. Camino un trecho a grandes zancadas, la cabeza hundida entre los hombros, como un halcon; aunque de corta estatura, caminaba a pasos largos—. ?Que es lo que les falta?

Arren respondio sin vacilar: —Alegria de vivir.

—Si —dijo otra vez Gavilan, aceptando el juicio de Arren y considerandolo un momento—. Me alegra —dijo al fin— que puedas pensar por mi, hijo… Me siento cansado y estupido. Me duele el corazon desde esta manana, desde que hablamos con la que fue Akaren. No me gusta la desolacion, la ruina. No quiero tener enemigos. Y si he de tener uno, no deseo ir a buscarlo, ni encontrarlo, ni enfrentarlo… Si la caceria es inevitable, que la presa sea un tesoro, no una criatura vil.

—Un enemigo, mi senor —dijo Arren. Gavilan asintio.

—?Cuando ella hablaba del Gran Hombre, del Rey de las Sombras…?

Gavilan asintio otra vez. —Eso mismo creo yo —dijo—. Creo que hemos de llegar no solo a un sitio, sino a una persona. Es el mal, el mal, lo que pesa sobre esta isla, esta perdida de la habilidad manual y del orgullo, esta falta de alegria, esta desolacion. Esto es obra de una voluntad maligna. Pero no una voluntad que se ensana con este lugar, ni tampoco con Akaren ni con Lorbaneria. El rastro que seguimos es un rastro de destruccion, como si corriesemos detras de un carruaje que se precipita por la ladera de una montana, desencadenando un alud.

—?Podria ella, Akaren, deciros algo mas acerca de ese enemigo, quien es y donde esta, o que es?

—No ahora, muchacho —dijo el mago, con una voz tranquila pero desanimada—. Hubiera podido hacerlo, sin duda. En su locura habia aun algo de magia. En realidad la locura era su magia. Pero yo no podia obligarla a que me respondiese. Sufria demasiado.

Y siguio andando, con la cabeza un poco hundida entre los hombros, como si el mismo soportara y quisiera evitar algun dolor.

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