Arren se dio vuelta; habia oido el ruido de unos pasos, detras de ellos, en el camino. Un hombre venia corriendo, a una buena distancia todavia, pero acercandose rapidamente. El polvo de la carretera y los cabellos largos e hirsutos eran unas aureolas rojas alrededor de el a la luz de la tarde, y su sombra alargada daba saltos fantasticos por entre los troncos y los senderos de los huertos junto al camino.

—?Escuchad! —gritaba—. ?Deteneos! ?Lo he encontrado! ?Lo he encontrado!

Pronto les dio alcance. La mano de Arren busco primero en el aire el pomo de la espada que no estaba alli, luego el mango del cuchillo perdido, y se cerro por ultimo en un puno, todo en medio segundo. Fruncio el entrecejo y se adelanto. El hombre le llevaba a Gavilan mas de una cabeza y era ancho de hombros: un loco jadeante, delirante, de mirada frenetica. —?Lo he encontrado! —repetia sin cesar mientras Arren, intentando dominarlo con una voz y una actitud severas y amenazadoras, le preguntaba:

—?Que quieres? —El hombre trato de esquivarlo para aproximarse a Gavilan. Arren se planto de nuevo frente a el.

—Tu eres el Tintorero de Lorbaneria —le dijo Gavilan.

Arren comprendio entonces que se habia conducido como un tonto, tratando de proteger a Gavilan, y se hizo a un lado. El loco, al oir de labios del mago aquellas seis palabras, dejo de jadear y de estrujarse las grandes manos manchadas; los ojos se le tranquilizaron; asintio.

—Yo era el tintorero —dijo—, pero ya no se tenir. —Miro de soslayo a Gavilan, y sonrio; meneo la cabeza orlada por una mata de pelo rojiza y polvorienta—. Tu le quitaste el nombre a mi madre —dijo—. Ahora no la conozco, ni ella me conoce a mi. Todavia me quiere, si, pero me ha abandonado. Esta muerta.

A Arren se le encogio el corazon, pero vio que Gavilan se limitaba a sacudir la cabeza. —No, no —dijo—, no esta muerta.

—Pero lo estara. Morira.

—Si. La muerte es una consecuencia de la vida —dijo el mago. Durante un minuto parecio que el Tintorero trataba de entender el sentido de esa frase; luego fue en linea recta hasta Gavilan, lo agarro por los hombros y se inclino sobre el. Lo hizo con tanta rapidez que Arren no tuvo tiempo de impedirselo, pero se habia acercado a ellos y alcanzo a oir el susurro del hombre—. He encontrado el agujero de la oscuridad. El Rey estaba alli. Lo vigila y reina sobre el. Tenia una pequena llama, un pequeno candil en la mano. Soplo, y la llama se apago. Luego volvio a soplar, ?y la llama se encendio! ?Se encendio!

Gavilan no se resistio al abrazo ni al cuchicheo. Pregunto simplemente: —?Donde estabas cuando viste esas cosas?

—En la cama.

—?Sonando?

—No.

—?Las viste a traves de la pared?

—No —dijo el Tintorero, en un tono repentinamente serio, como si se sintiera incomodo. Solto al mago, y dio un paso atras—. No, yo… yo no se donde esta. Lo he encontrado, si, pero no se donde.

—Pues eso es lo que a mi me gustaria saber —dijo Gavilan.

—Yo puedo ayudarte.

—?Como?

—Tu tienes una barca. Has venido en ella, y en ella seguiras. ?Iras hacia el oeste? Ese es el rumbo. El camino hacia el lugar en que el aparece. Tiene que haber un lugar, un lugar aqui, porque el esta vivo… no como los espiritus, los fantasmas que atraviesan la pared, no es eso… solo las almas atraviesan la pared pero esto es el cuerpo, es la carne inmortal. Yo he visto como soplaba en la oscuridad y encendia la llama, la llama que se habia apagado. Eso he visto. —El rostro del hombre se habia transfigurado; era de una belleza salvaje al oro purpureo del largo atardecer—. Yo se que el ha vencido a la muerte. Lo se. He dado mi magia para saberlo. ?Yo fui mago antes! Y tu lo sabes, y alli es a donde vas. Llevame contigo.

La luz resplandecia tambien sobre el rostro de Gavilan, impasible y duro. —Estoy tratando de ir alli — dijo.

—?Dejame ir contigo!

Gavilan asintio brevemente. —Si estas en el puerto cuando zarpemos —dijo, con la misma frialdad de antes.

El Tintorero retrocedio otro paso, y alli se quedo, contemplandolo, mientras la exaltacion del rostro se le velaba lentamente hasta transformarse en una expresion extrana, pesada; era como si la razon estuviese esforzandose por irrumpir a traves del huracan de palabras, sentimientos y visiones que la confundian. Finalmente, dio media vuelta y sin una palabra echo a correr camino abajo hacia la niebla de polvo que el mismo levantara y no se habia asentado aun en el camino. Arren suspiro, aliviado.

Tambien Gavilan suspiro, pero el suyo no era un suspiro de alivio. —Bueno —dijo—. A caminos extranos, extranos guias. Sigamos andando.

Arren acomodo su paso al de Gavilan. —?No pensareis llevarlo con nosotros? —inquirio.

—Eso depende de el.

Tambien de mi depende, penso Arren en un relampago de colera. Pero no dijo nada, y continuaron la marcha juntos y en silencio.

No fueron bien recibidos de vuelta en Sosara. En una isla pequena como Lorbaneria todo se sabe en seguida, y sin duda los habian visto tomar el camino lateral que llevaba a la Casa de los Tintoreros, y hablar con el loco en la carretera. El posadero los sirvio con malos modos, y su mujer parecia muerta de miedo. Al anochecer, cuando los aldeanos vinieron a sentarse bajo los aleros de la taberna, se empenaron en mostrar que no querian hablarles y conversaron animadamente entre ellos en medio de chanzas y carcajadas. Pero no tenian mucho que decirse, y la alegria se les acabo pronto. Durante un largo rato permanecieron todos sentados, en silencio; al fin, el alcalde le dijo a Gavilan: —?Has encontrado tus rocas azules?

—He encontrado, si, unas pocas piedras azules —respondio Gavilan con cortesia.

—Sopli te ha dicho sin duda donde podias encontrarlas.

—Ja, ja, ja —corearon los otros, ante ese golpe magistral de ironia.

—?Sopli sera el hombre pelirrojo?

—El loco. Tu fuiste a visitar a su madre en la manana.

—Buscaba a un mago —dijo el mago.

El hombre flaco, que era el que estaba sentado mas cerca, escupio hacia la oscuridad. —?Para que?

—Pense que podria decirme algo acerca de lo que busco.

—La gente viene a Lorbaneria a buscar seda —dijo el alcalde—. No viene a buscar piedras. No viene a buscar encantamientos. Ni pantomimas y farfulles y supercherias de brujos. Aqui vive gente honesta, que hace un trabajo honesto.

—Es verdad. Tiene razon —dijeron los otros.

—Y no queremos aqui otra clase de gente, extranjeros que andan huroneando y metiendo la nariz en nuestros asuntos.

—Es verdad. Tiene razon —repitio el coro.

—Si hubiese en los alrededores algun hechicero que no estuviera loco, le dariamos un trabajo honesto en los cobertizos; pero no saben hacer un trabajo honesto.

—Quiza pudieran, si en verdad hubiese algo que hacer —dijo Gavilan—. Vuestros cobertizos estan vacios, los huertos descuidados, la seda almacenada fue tejida hace anos. ?Que haceis vosotros, aqui en Lorbaneria?

—Nos ocupamos de nuestros propios asuntos —replico el alcalde, pero el hombre flaco intervino, excitado:

—?Por que los navios no vienen? ?A ver, dinos eso! ?Que estan haciendo en Hortburgo? ?Acaso nuestro trabajo es de mala calidad?… —Unas protestas furiosas lo interrumpieron. Se gritaban unos a otros, se incorporaban de un salto; el alcalde blandio el puno ante la cara de Gavilan, otro saco un cuchillo. Se habian puesto freneticos. Arren estuvo de pie en un instante y miro a Gavilan, esperando verlo erguirse envuelto en el subito resplandor de la luz magica, y enmudecerlos de golpe con la revelacion de su poder. Pero no lo hizo. Se quedo alli, sentado, mirandolos de hito en hito y escuchando sus amenazas. Y poco a poco se fueron calmando, tan incapaces al parecer de persistir en la colera como en el regocijo. El cuchillo volvio a la vaina, las amenazas se trocaron en burlas. Empezaron a marcharse como perros que abandonan una rina, algunos pavoneandose, otros

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