barca y el mar, mareado y miserable. Ahora hablo, con voz ronca: —?Vamos hacia el oeste?
El sol en el ocaso le encendia la cara; pero Gavilan asintio sin impacientarse.
—?A Obehol?
—Obehol esta al oeste de Lorbaneria.
—Muy lejos al oeste. Quiza el lugar esta alli.
—?Como es el lugar?
—?Como puedo saberlo? ?Como podria haberlo visto? ?No esta en Lorbaneria! Lo he buscado durante anos, cuatro anos, cinco anos, en la oscuridad, de noche, cerrando los ojos, y el siempre llamandome: Ven, ven, pero yo no podia ir. Yo no soy un senor de hechiceros que encuentra el camino en la oscuridad. Pero tambien hay un lugar al que se puede llegar a la luz, bajo el sol. Eso es lo que Mildi y mi madre no querian comprender. Se empenaban en buscar en la oscuridad. Despues el viejo Mildi murio, y mi madre perdio la razon. Olvido los sortilegios que empleabamos para las tinturas, y eso le afecto el juicio. Queria morir, pero yo le he dicho que espere. Que espere hasta que yo encuentre el lugar. Tiene que haber un lugar. Si los muertos pueden volver a la vida en el mundo, ha de haber un lugar en el mundo donde eso ocurre.
—?Vuelven a la vida los muertos?
—Crei que tu sabias esas cosas —dijo Sopli despues de una pausa, mirando con suspicacia a Gavilan.
—Busco la forma de saberlas.
Sopli no dijo nada mas. Subitamente el mago lo miro, una mirada directa, imperiosa, pero le hablo con gentileza: —?Buscas la forma de vivir eternamente, Sopli?
Sopli le sostuvo la mirada un momento; luego escondio entre los brazos la hirsuta cabeza castano-rojiza, cruzo los dedos de las manos sobre los tobillos y se columpio de adelante hacia atras. Al parecer, esa era la posicion que adoptaba cuando sentia miedo, y en esos momentos no hablaba ni tenia en cuenta lo que se decia. Arren desvio la mirada con desesperacion y repugnancia. ?Como podrian seguir asi, con Sopli, durante dias o semanas, en una barca de seis metros de eslora? Era como compartir un cuerpo con un alma enferma…
Gavilan subio a la proa junto a el y apoyando una rodilla en la bancada contemplo el livido anochecer. En seguida dijo: —Es noble de espiritu.
Arren no replico. Pregunto friamente: —?Que es Obehol? Nunca he oido ese nombre.
—Yo conozco el nombre y donde buscarlo en los mapas, nada mas… ?Mira, las companeras de Gobardon!
La gran estrella de color topacio estaba ahora mas alta en el sur, y debajo de ella, iluminando apenas el mar ensombrecido, brillaba una estrella blanca a la izquierda y una blanquiazulada a la derecha, formando un triangulo.
—?Tienen nombres?
—El Maestro de Nombres lo ignoraba. Quiza las gentes de Obehol y Wellogy tengan nombres para ellas. Yo no lo se. Ahora penetramos en mares extranos, Arren, bajo el Signo del Fin.
El muchacho no respondio y se quedo mirando con una especie de repulsion las brillantes estrellas sin nombre que resplandecian en las alturas, sobre el mar infinito.
Mientras navegaban rumbo al oeste dia tras dia, el calor de la primavera meridional reposaba sobre las aguas, y el cielo estaba claro. Sin embargo Arren tenia la impresion de que habia una opacidad en la luz, como si cayera sesgada a traves de un vidrio. El agua de mar estaba tibia y nadar no lo refrescaba. La comida salada no tenia sabor. No habia frescura en las cosas, ni brillo, salvo de noche, cuando las estrellas irradiaban una luminosidad que Arren nunca habia visto en ellas. Entonces se tendia boca arriba y las contemplaba hasta que se dormia. Y cuando dormia, sonaba: siempre el sueno de los paramos, o el pozo, o un valle rodeado de acantilados, o un camino largo que descendia bajo un cielo encapotado; siempre la luz mortecina, y el horror, y el desesperado esfuerzo por escapar.
Nunca le hablaba de esto a Gavilan. No le hablaba de nada que fuese importante para el, solo de los menudos incidentes cotidianos de la travesia; y Gavilan, a quien siempre habia que arrancarle las palabras, ahora estaba casi siempre en silencio.
Arren veia ahora que habia estado loco al confiarse de cuerpo y alma a ese hombre inquieto y taciturno que se dejaba guiar por sus impulsos y que no hacia ningun esfuerzo por gobernar su vida, ni siquiera para salvarla. Porque ahora habia en el un sentimiento de fatalidad; y eso, pensaba Arren, era porque no se atrevia a afrontar su propio fracaso, el fracaso de la magia como un gran poder entre los hombres.
Era evidente ahora. Para quienes conocian los secretos, no habia muchos secretos en esas artes magicas con las que Gavilan y todas las generaciones de magos y hechiceros habian conquistado tanta fama y poder. No eran mucho mas que la manipulacion de las nubes y los vientos, el conocimiento de las hierbas curativas, y una habilidad para crear ilusiones tales como nieblas y luces y cambios de forma, que podian maravillar al ignorante, pero que eran meras supercherias. La realidad no cambiaba. No habia en la magia nada que diese a un hombre verdadero poder sobre los hombres; y era absolutamente inutil contra la muerte. Los magos no vivian mas tiempo que los hombres comunes. Todas sus palabras secretas no les servian para postergar ni un solo instante la hora de la muerte.
Ni siquiera en cuestiones de poca monta merecia la magia que se la tomase en cuenta. Gavilan siempre era tacano en el uso de sus artes; navegaban con el viento del mundo cada vez que podian, pescaban para procurarse alimentos, y economizaban el agua, como cualquier marino. Despues de cuatro dias de luchar contra un caprichoso viento de proa, Arren le pregunto si no convendria que llamase a la vela una brisa favorable, y cuando el mago meneo la cabeza, dijo:
—?Por que no?
—Yo no le pediria a un hombre enfermo que corra una carrera —respondio Gavilan—, ni pondria una piedra sobre una espalda recargada. —Era imposible saber si hablaba de el mismo o del mundo en general. Las respuestas del mago eran siempre ambiguas, de dificil interpretacion. En eso, pensaba Arren, consistia todo el secreto de la magia: en sugerir profundos significados sin decir nada en absoluto, y en dar a entender que no hacer nada era la maxima sabiduria.
Arren habia tratado de ignorar a Sopli, pero eso era imposible; y en todo caso pronto se encontro unido en una especie de alianza con el loco. Sopli no estaba tan loco, o no tan simplemente loco como podia parecer por su cabellera enmaranada y hablar entrecortado. En realidad, su locura mayor era el terror que le tenia al agua. Para subir a la barca habia necesitado el coraje de la desesperacion, y nunca habia logrado librarse de ese miedo; se pasaba las horas con la cabeza baja para no ver el agua que se alzaba y golpeaba alrededor de el y la fragil cascara de la barca. Si se ponia de pie en la barca se mareaba; se abrazaba al mastil. La primera vez que Arren decidio ir a nadar y se zambullo desde la proa, Sopli grito con horror; cuando Arren volvio a la barca, el pobre hombre estaba verde de espanto. —Crei que querias ahogarte —le dijo, y Arren no pudo menos que reirse.
Por la tarde, en un momento en que Gavilan parecia distraido, absorto en algun pensamiento, Sopli, aferrandose con cautela a las bancadas, fue hasta donde estaba Arren. Dijo en voz baja: —Tu no quieres morir, ?no?
—Claro que no.
—El si —dijo Sopli, con un leve movimiento de la mandibula inferior, senalando a Gavilan.
—?Que quieres decir? —pregunto Arren en un tono senorial, que en verdad era natural en el, y que Sopli acepto naturalmente, pese a que era diez o quince anos mayor que el muchacho.
—El quiere… llegar al lugar secreto —respondio con una cortes prontitud, aunque interrumpiendose, como era costumbre en el—. Pero yo no se por que. El no quiere… No cree en… la promesa.
—?Que promesa?
Sopli le clavo una mirada penetrante, con algo de la perdida hombria en los ojos; pero la voluntad de Arren era mas fuerte. Al fin respondio en voz muy baja:
—Tu sabes. La vida. La vida eterna.
Un largo escalofrio sacudio el cuerpo de Arren. Recordo sus suenos, el paramo, el pozo, los acantilados, la luz mortecina. Eso era la muerte, eso era el horror de la muerte. Tenia que escapar, tenia que encontrar el camino. Y en el quicio de la puerta aguardaba la figura nimbada de sombra, sosteniendo en la mano una lucecita no mas grande que una perla, la llama de la vida inmortal. Por primera vez Arren encontro los ojos de Sopli: unos ojos castanos y luminosos, muy claros; y en ellos vio que habia comprendido al fin, y que Sopli compartia ese conocimiento.
—El —dijo el Tintorero con aquel movimiento de la mandibula hacia Gavilan—, el no quiere renunciar a su