nombre. Pero nadie puede llevar su nombre todo el tiempo. La senda es demasiado estrecha.

—?Tu la has visto?

—En la oscuridad, en la mente. Pero eso no basta. Yo quiero llegar alli, quiero verla. En el mundo, con mis ojos. ?Y si… y si me muriera y no pudiese encontrar el camino, el lugar? La mayoria de la gente no puede encontrarlo, ni siquiera saben que esta ahi; solo algunos de nosotros tenemos el poder magico. Pero es duro, porque alla tienes que abandonar ese poder… No mas palabras. No mas sombras. Es demasiado duro para la mente. Y cuando… mueres, tu mente… muere. —Se atascaba cada vez en la palabra—. Yo necesito saber que puedo regresar. Quiero estar alli. Del lado de la vida. Yo quiero vivir, salvarme. Odio… odio esta agua…

El Tintorero encogio los brazos y las piernas como hace una arana cuando cae, y hundio la hirsuta cabeza rojiza entre los hombros para no ver el mar.

Pero desde entonces Arren no volvio a evitar a Sopli. Sabia que no solo compartia una vision, sino tambien un miedo; y que, si sucedia lo peor, Sopli podria ayudarlo contra Gavilan.

Mientras tanto seguian navegando, lentamente, en las calmas chichas y las brisas caprichosas, siempre rumbo al oeste, hacia donde Sopli los guiaba, segun Gavilan. Pero no era Sopli quien los guiaba, el, que nada sabia del mar, que nunca habia visto un mapa, que nunca habia estado en una embarcacion, y que le tenia un terror panico al agua. Era el mago quien los guiaba y los extraviaba con toda deliberacion. Arren lo veia ahora claramente, y comprendia el motivo. El Archimago sabia que ellos, y otros como ellos, buscaban la vida eterna, porque les habia sido prometida o porque habian sentido que los llamaba y porque tal vez la encontrarian. En su orgullo, en su desmedido orgullo de Archimago, temia que pudiesen alcanzarla; envidia les tenia, envidia y miedo, y jamas admitiria que hombre alguno pudiese ser superior a el. Lo que ahora pretendia era internarse en la Mar Abierta mas alla de todas las tierras hasta que se extraviaran para siempre, y nunca mas pudieran regresar al mundo, y perecieran de sed. Porque preferia morir, morir el mismo, para que ellos no conocieran la vida eterna.

Habia a veces ciertos momentos, cuando Gavilan le hablaba a Arren de algun problema menudo relacionado con la conduccion de la barca, o nadaba con el en el mar calido, o le daba las buenas noches bajo las prodigiosas estrellas, en que todas esas ideas le parecian descabelladas al muchacho. Miraba entonces a Gavilan y lo veia, veia el rostro duro, aspero, paciente, y pensaba: «Este es mi senor y mi amigo». Y le parecia increible que hubiera podido dudar de el. Pero un momento despues volvia a dudar, y Sopli y el intercambiaban miradas complices, poniendose mutuamente en guardia contra el peligro del enemigo comun.

El sol derramaba calor, todos los dias, pero era un sol sin brillo. La claridad se esparcia como un barniz sobre el lento oleaje del mar. El agua era azul, el cielo azul, sin cambios ni matices. Las brisas soplaban y morian, y ellos viraban la vela, y se deslizaban lentamente hacia ninguna parte.

Una tarde se levanto al fin un suave viento de popa; y Gavilan senalo con el dedo el cielo, cerca del poniente. —Mirad —dijo. Muy alto, por encima del mastil, una fila de ansares marinos surcaba el espacio como una runa negra trazada a traves del cielo. Los ansares volaban hacia el oeste, y siguiendolos, Miralejos llego al otro dia a la vista de una gran isla.

—Es ella —dijo Sopli—. Esa isla. Alli tenemos que ir.

—?El lugar que buscas esta alli?

—Si. Alli tenemos que desembarcar. No podemos ir mas lejos.

—Esta isla ha de ser Obehol. Mas alla, en el Confin Septentrional, hay otra isla, Wellogy. Y en el Confin del Poniente, hay otras islas mas occidentales. ?Estas seguro, Sopli?

El Tintorero de Lorbaneria se encolerizo, y la mirada se le ensombrecio otra vez; sin embargo, penso Arren, no hablaba sin ton ni son, como la primera vez que conversaran con el muchos dias atras, en Lorbaneria. —Si. Aqui tenemos que desembarcar. Ya hemos llegado bastante lejos. El lugar que buscamos es aqui. ?Quieres que te jure que lo reconozco? ?Quieres que jure por mi nombre?

—No puedes —dijo Gavilan, la voz dura, alzando los ojos hacia Sopli, mas alto que el; Sopli se habia levantado y se aferraba con fuerza al mastil, para mirar la tierra que tenian delante—. No lo intentes, Sopli.

El Tintorero hizo una mueca, como de rabia o dolor. Miro las montanas que parecian azules por la distancia, delante de la embarcacion, por encima del tembloroso y ondulante pielago del agua, y dijo: —Tu me tomaste como guia. Este es el sitio. Aqui tenemos que desembarcar.

—De todos modos desembarcaremos, necesitamos agua —dijo Gavilan, y se encamino al timon. Sopli se sento en su sitio junto al mastil, farfullando. Arren le oyo decir:

—Juro por mi nombre. Por mi nombre. —Muchas veces, y cada vez que lo decia torcia la cara como si tuviera algun dolor.

Llegaron a las cercanias de la isla con un viento norte, y la bordearon buscando una bahia o un embarcadero, pero las rompientes estallaban atronadoras bajo el sol abrasador en toda la costa septentrional. Tierra adentro, las montanas verdes se caldeaban a la luz, ataviadas de arboles hasta la cima. Contorneando un cabo, llegaron por fin a una profunda bahia en medialuna. Alli las olas, contenidas por el cabo, banaban en calma las playas de arena blanca, y una embarcacion podia atracar. Ninguna senal de vida humana era visible en la playa, ni en las colinas boscosas de mas arriba; no habian visto una sola barca, un techo, una voluta de humo. La leve brisa ceso tan pronto como Miralejos entro en la bahia. Todo era quietud, silencio, calor. Arren tomo los remos, Gavilan el timon. El chirriar de los remos en los toletes era el unico ruido. Los picos verdes se perfilaban por encima de la bahia, cercandola. El sol tendia sobre las aguas sabanas de luz incandescente. Arren sentia que la sangre le latia en los oidos. Sopli habia abandonado la proteccion del mastil y estaba acurrucado en la proa, sosteniendose contra las regalas, los ojos avizores fijos en la orilla. La cara oscura y cruzada de cicatrices de Gavilan brillaba de sudor como si se la hubiese untado con aceite; su mirada iba y venia sin cesar de las rompientes bajas a los riscos tapizados de follaje.

—Ahora —les dijo a Arren y a la barca. Arren dio tres vigorosos golpes de remo y Miralejos se poso ligeramente sobre la arena. Gavilan salto a la playa para empujar la embarcacion y sacarla fuera de la ultima rompiente. Al extender las manos hacia la barca, trastabillo y se sujeto contra la popa para no caer. De pronto, con un subito y poderoso esfuerzo arrastro la barca otra vez al agua a favor del reflujo, y en el instante en que Miralejos flotaba entre el mar y la arena, paso de un salto torpe por encima de la borda. —?Rema! —jadeo, y se movio a gatas, chorreando agua y tratando de recobrar el aliento. Tenia en la mano una lanza, una lanza arrojadiza con cabeza de bronce de mas de medio metro de largo. ?De donde la habia sacado? Otra lanza aparecio mientras Arren, perplejo, se encorvaba sobre los remos: choco de canto contra una bancada, quebrando en astillas la madera, y reboto de uno a otro extremo. En las escarpas bajas que coronaban la playa, bajo los arboles, habia un movimiento, figuras que pasaban corriendo como flechas, que se agazapaban. Unos sonidos sibilantes, cuchicheantes, vibraban en el aire. Arren encogio la cabeza entre los hombros, encorvo la espalda y remo con golpes poderosos: dos para salir de los bajios, tres para virar la barca, y hacia alta mar.

Sopli, en la proa, detras de la espalda de Arren, se puso a gritar. Los brazos de Arren fueron inmovilizados tan bruscamente que los remos saltaron fuera del agua, y la punta de uno lo golpeo en la boca del estomago, dejandolo por un momento ciego y sin aliento. —?Vuelve! ?Vuelve! —gritaba Sopli. De pronto la barca salto en el agua y se balanceo. Tan pronto como pudo sujetar otra vez los remos, Arren se dio vuelta, furioso. Sopli no estaba a bordo.

Todo alrededor de ellos las aguas profundas de la bahia ondulaban y centelleaban a la luz del sol.

Estupidamente, Arren miro otra vez hacia atras, y luego a Gavilan, acurrucado en la popa. —Alli —dijo Gavilan, apuntando a un lado, pero no habia nada, solo el mar y la claridad deslumbrante del sol. Una jabalina disparada por una cerbatana zumbo a pocos metros de la barca, penetro en el agua sin hacer ruido y desaparecio. Arren dio diez o doce fuertes golpes de remo, retrocedio y miro una vez mas a Gavilan.

El mago tenia las manos y el brazo izquierdo ensangrentados; se apretaba contra el hombro un guinapo de lona. La lanza con cabeza de bronce yacia en el fondo de la barca. No la tenia en la mano la primera vez que Arren la habia visto; la tenia clavada en el hueco del hombro, en donde la punta habia penetrado. Ahora escudrinaba el agua que se extendia entre ellos y la playa blanca, donde algunas figuras diminutas saltaban y se agitaban al calor abrasador. Al cabo dijo: —Sigue.

—Sopli…

—No ha vuelto a subir.

—?Se ha ahogado entonces? —pregunto Arren, incredulo.

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