estrecho hacia el levante. No habian llegado aun tan al norte, pero ahora enfilaban hacia una cala profunda, en el cabo mas meridional de la isla, y alli, mientras el sol estaba todavia bajo, velado por la bruma de la manana, bajaron a tierra.

Asi concluyo la larga travesia desde las Rutas de Balatran hasta la Isla Occidental. La inmovilidad del suelo les parecio extrana, cuando vararon la barca en la arena y despues de tanto tiempo pisaron tierra firme.

Ged escalo una duna baja coronada de hierbas, cuya cresta se inclinaba sobre la pendiente, consolidada en cornisas por las duras raices de los pastos. Cuando llego a la cima se detuvo, atisbando el este y el norte. Arren se habia demorado en la barca para ponerse los zapatos, que no usaba desde hacia muchos dias; saco luego la espada de la caja de herramientas y se la puso al cinto, esta vez sin preguntarse si debia o no debia hacerlo. Luego subio a reunirse con Ged y contemplar el paisaje.

Las dunas, bajas y herbosas, se sucedian tierra adentro en una franja de media milla de ancho; luego habia lagunas, con una espesa vegetacion de juncos y canaverales, y mas alla se extendian las lomas, pardo- amarillentas y desiertas, hasta perderse de vista. Hermosa y desolada era Selidor. Nada indicaba que alli trabajara o habitara algun hombre. No se veia ninguna bestia, y en los lagos tupidos de canaverales no habia bandadas de gaviotas, anades silvestres o algun otro pajaro.

Bajaron la cuesta interior de la duna, y del otro lado, aislado del ruido de las rompientes y el silbido del viento por el inclinado muro de arena, todo estaba en silencio.

Entre esa primera duna, la mas proxima al mar, y la siguiente habia una canada de arena limpida, en cuya cuesta occidental resplandecia el sol calido de la manana.

—Lebannen —dijo el mago, porque ahora usaba el nombre verdadero de Arren—, anoche no he podido dormir, y ahora necesito descansar. Quedate conmigo y vigila. —Se tendio al sol, porque a la sombra hacia frio, se puso un brazo sobre los ojos, suspiro, y se durmio. Arren se sento a su lado. No alcanzaba a ver nada mas que las barrancas blancas de la canada y las hierbas de la cima de la duna que se encorvaban contra el azul brumoso del cielo y el sol amarillo. No se oia otro ruido que el murmullo apagado del oleaje, y de vez en cuando una rafaga de viento desplazaba las particulas de arena con un debil cuchicheo.

Arren vio, volando muy alto, lo que hubiera podido ser un aguila; pero no era un aguila. Describio un amplio circulo, y arqueandose como un halcon, se lanzo en picada con el trueno y el silbido estridente de las doradas alas desplegadas. Se poso sobre las enormes zarpas en la cresta de la duna. Contra el sol, la gran testa era negra, con reflejos de fuego.

El dragon repto un corto trecho cuesta abajo, y hablo: —Agni Lebannen —dijo.

Irguiendose entre el y Ged, Arren respondio: —Orm Embar — y blandio la espada desnuda.

Ahora no la sentia pesada. El pomo brunido parecia ajustarse al hueco de la mano. La hoja habia salido ligera, impaciente, de la vaina. El poder y aun la vejez del arma lo favorecian, porque ahora sabia que uso darle. Era su espada.

El dragon hablo otra vez, pero Arren no pudo comprenderlo. Volviendo la cabeza, echo una mirada a Ged, que no habia despertado a pesar de todo aquel estrepito, y dijo al dragon: —Mi senor esta fatigado: duerme.

Al oir esas palabras Orm Embar se arrastro serpeando hasta el fondo de la canada. Era pesado en tierra, no ligero y libre como en el aire, pero habia una gracia siniestra en la lentitud con que desplazaba las enormes zarpas y enroscaba la espinosa cola. Una vez en el fondo, replego las patas debajo de el, alzo la testa poderosa y se quedo inmovil: como un dragon grabado en el yelmo de un guerrero. Arren sentia el peso de la mirada amarilla y el ligero olor a quemado que flotaba alrededor de la criatura. No era un olor a carrona; seco y metalico, armonizaba con los efluvios del mar y de la arena salina: un olor limpio, salvaje.

El sol en pleno ascenso le banaba los flancos y Orm Embar resplandecia como un dragon esculpido en hierro y oro.

Y Ged aun dormia, distendido, tan poco consciente del dragon como un labriego que duerme sin acordarse de su perro.

Asi paso una hora, y Arren, despertando con un sobresalto, advirtio que el mago estaba sentado junto a el.

—?Tanto te has acostumbrado a los dragones que ya te duermes entre sus zarpas? —dijo Ged, y se rio y bostezo. Luego, levantandose, le hablo a Orm Embar en la lengua de los dragones.

Antes de responder Orm Embar bostezo, tambien el, tal vez de sueno, o acaso desafiando a Ged. Pocos hombres han sobrevivido a este espectaculo: las hileras de dientes blanco-amarillentos largos y afilados como dagas, la lengua bifida, de un rojo igneo y dos veces mas larga que el cuerpo de un hombre, la caverna humeante de las fauces.

Orm Embar hablo, y Ged se disponia a responder cuando los dos se volvieron de pronto para mirar a Arren. Habian oido, claro en el silencio, el murmullo hueco del acero contra la vaina. Arren tenia los ojos fijos en la cresta de la duna, y la espada alerta en la mano.

Alla arriba, clara y radiante a la luz del sol, las ropas agitadas por la brisa, se recortaba la silueta de un hombre. Inmovil como una figura esculpida, excepto aquel suave revuelo de la orla y la capucha del ligero albornoz. Los cabellos, largos y negros, le caian en una masa de bucles relucientes; era ancho de hombros y alto, un hombre vigoroso y bien plantado. Parecia mirar mas alla de ellos, hacia el mar. Sonrio.

—Conozco a Orm Embar —dijo—. Y tambien te reconozco a ti, Gavilan, pese a que has envejecido desde la ultima vez que nos vimos. Me dicen que ahora eres Archimago. Te has hecho famoso, ademas de viejo. Y tienes contigo a un joven servidor: un aprendiz de mago, sin duda, uno de los que aprenden sabiduria en la Isla de los Sabios. ?Que haceis aqui los dos, tan lejos de Roke y de los muros invulnerables que protegen a los Maestros de todo mal?

—Hay una grieta en muros mas grandes que aquellos —dijo Ged, apretando la vara con ambas manos y alzando los ojos hacia el hombre—. Mas ?no vendras a nosotros en carne y hueso, para que podamos saludar a quien tanto tiempo hemos buscado?

—?En carne y hueso? —dijo el hombre, y volvio a sonreir—. ?Acaso cuenta tanto la mera carne, el cuerpo, la carne cruda, entre dos magos? No, encontremonos de mente a mente, Archimago.

—Eso, creo, no podemos hacer. Hijo, baja tu espada. No es mas que un espectro, una apariencia, no un hombre de verdad. Tanto te valdria esgrimir tu acero contra el viento. Alla en Havnor, cuando tus cabellos eran blancos, te llamaban Arana. Pero ese no era mas que un nombre comun. ?Como hemos de llamarte cada vez que te encontremos?

—Me llamareis Senor —dijo la alta figura desde la cresta de la duna.

—Bien. ?Y que mas?

—Rey y Maestro.

Al oir eso Orm Embar silbo, un silbido estridente y horrendo, y los ojos enormes le centellearon; sin embargo volvio la cabeza para evitar la mirada del hombre, y se hundio acurrucado en el mismo sitio, como si no pudiera moverse.

—?Y donde te encontraremos, y cuando?

—En mi dominio, y cuando a mi me plazca.

—Muy bien —dijo Ged, y levantando la vara la agito un momento apuntando a la alta figura, y el hombre desaparecio, como la llama de una bujia apagada de un soplo.

Arren clavaba los ojos en la arena, y el dragon se irguio poderosamente sobre las cuatro patas ganchudas, la coraza de malla tintineando como el acero, los labios contraidos sobre los dientes afilados. Pero el mago se apoyo otra vez sobre la vara.

—Era solo un espectro. Una manifestacion o una imagen del hombre. Puede hablar y oir, pero no hay en el ningun poder, salvo el que nuestro miedo pueda prestarle. Y ni siquiera en apariencia es fiel a la realidad. No lo hemos visto como es ahora, me temo.

—?Suponeis que esta cerca de aqui?

—Los espectros no cruzan las aguas. Esta en Selidor. Pero Selidor es una isla grande: mas ancha que Roke o Gont, y casi tan larga como Enlad. Es posible que tengamos que buscarlo durante un largo tiempo.

Entonces el dragon hablo. Ged escucho, y se volvio a Arren. —Asi ha hablado el Senor de Selidor: «He regresado a mi tierra y no la abandonare. Encontrare al Destructor y os llevare hasta el, para que juntos podamos aniquilarlo». ?Y no he dicho yo que lo que un dragon busca, lo encuentra?

Y Ged hinco una rodilla en tierra ante la enorme criatura, como un vasallo ante su rey, y le dio las gracias en hardico. El aliento del dragon, tan cercano, era como un fuego sobre la cabeza inclinada de Ged.

Вы читаете La costa mas lejana
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату