angulos contra las estrellas, esas estrellas que brillaban eternamente en el mismo sitio. Despues de las ciudades, reaparecian las tierras yermas, donde nada crecia, las tierras tenebrosas. Nada era visible, adelante o atras, excepto las montanas cada vez mas cercanas, gigantescas. A la derecha la pendiente informe se hundia en la oscuridad como desde que traspusieran, ?cuanto tiempo hacia?, el muro de piedras. —?Que hay de este lado? —murmuro Arren porque deseaba oir el sonido de una voz, pero el mago meneo la cabeza:
—No se. Puede que sea un camino sin fin.
En la direccion que seguian, el declive parecia cada vez menos pronunciado. El suelo rechinaba bajo los pies, aspero como polvo de lava. Y ellos avanzaban, avanzaban, y Arren ya no pensaba en el regreso, ni en como podrian volver atras. Ni se le habia ocurrido detenerse, pese a que se sentia muy cansado. Por un momento pretendio aclarar la yerta oscuridad, el cansancio y el horror que pesaban dentro de el, evocando la tierra natal; pero no pudo recordar como era la luz del sol, ni el rostro de su madre. No habia mas alternativa que seguir andando.
De pronto sintio el suelo llano bajo los pies; y a su lado Ged vacilo. Entonces el tambien se detuvo. Aquel largo descenso habia terminado: ese era el fin; no habia forma de seguir adelante, era inutil continuar.
Estaban en el valle directamente al pie de las Montanas del Dolor. Habia rocas en el suelo, y penascos alrededor, asperos al tacto como la escoria, como si ese angosto valle pudiera ser el seco lecho de un antiguo rio, o el curso de un rio de fuego enfriado hacia mucho tiempo, nacido de los volcanes cuyos picos descollaban en las alturas, negros e inmisericordes.
Alli se detuvo, inmovil, en el angosto valle de oscuridad, y Ged estaba inmovil junto a el. Inmoviles los dos y sin rumbo, como los muertos, mirando hacia la nada, silenciosos. Arren penso con un cierto temor: «Hemos venido demasiado lejos».
No parecia tener mucha importancia.
Ged repitio en voz alta el pensamiento de Arren: —Hemos venido demasiado lejos para volver atras. —La voz era queda, pero tenia una resonancia que la lobrega e inmensa oquedad de alrededor no apago del todo, y Arren se reanimo un poco al oirla. ?No habian ido hasta alli para encontrar a aquel a quien buscaban?
Una voz dijo en la oscuridad: —Habeis venido demasiado lejos.
Arren le respondio: —Solo demasiado lejos es suficientemente lejos.
—Habeis venido hasta el Rio Seco —dijo la voz—. Ya no podreis volver al muro de piedras. Ya no podreis volver a la vida.
—No por este camino —dijo Ged hablando a las tinieblas. Arren apenas alcanzaba a verlo, aunque estaban cerca uno del otro, pues la mole de las montanas ocultaba la mitad de la luz de las estrellas, y era como si la corriente del Rio Seco fuese la oscuridad misma—. Pero nos ensenaras tu camino.
Ninguna respuesta.
—Aqui nos encontramos de igual a igual. Si tu estas ciego, Arana, nosotros estamos en la oscuridad.
Ninguna respuesta.
—Aqui ningun dano podemos hacerte. No podemos matarte. ?Que puedes temer?
—No tengo miedo —dijo la voz en la oscuridad. Luego lentamente, centelleando un poco como con esa luz que irradiaba a veces la cara de Ged, el hombre aparecio a cierta distancia rio arriba de Ged y Arren, entre las moles indistintas de las piedras. Era alto, ancho de hombros y de brazos largos, como la figura que se les habia aparecido en la cresta de la duna y en la playa de Selidor, pero mas viejo; el pelo blanco le caia en una espesa marana sobre la frente alta. Asi aparecia en espiritu, en el reino de la muerte, no mutilado, no consumido por el fuego del dragon; pero no intacto. Las cuencas de los ojos estaban vacias.
—No tengo miedo —dijo—. ?Que puede temer un hombre muerto? —Se rio. La carcajada sono tan falsa y siniestra, alli en aquel angosto valle pedregoso bajo las montanas, que Arren se quedo un instante sin aliento. Pero empuno la espada y escucho.
—No se que podria temer un hombre muerto —respondio Ged—. No la muerte, por cierto. Sin embargo, parece que tu la temes. Has encontrado la forma de esquivarla.
.—Es verdad. Estoy vivo: mi cuerpo vive.
—No muy bien —dijo secamente el mago—. La ilusion puede ocultar la edad; pero Orm Embar no ha sido piadoso con ese cuerpo.
—Yo puedo repararlo. Conozco secretos para curar y rejuvenecer que no son meras ilusiones. ?Por quien me tomas? ?Porque a ti te llaman Archimago, me tomas a mi por un hechicero de aldea? ?A mi, el unico entre todos los magos que haya encontrado el Camino de la Inmortalidad, que ningun otro ha encontrado nunca!
—Tal vez no lo buscamos —dijo Ged.
—Lo buscasteis, si. Todos vosotros. Lo buscasteis y no pudisteis encontrarlo, y entonces inventasteis sabios discursos sobre la aceptacion y el equilibrio, el equilibrio de la vida y de la muerte. Pero eran palabras, mentiras para ocultar vuestro fracaso… ?vuestro miedo a la muerte! ?Que hombre no querria vivir eternamente, si pudiera? Y yo puedo. Yo soy inmortal. He hecho lo que tu no pudiste hacer, y por tanto soy tu amo; y tu lo sabes. ?Te gustaria saber como lo hice, Archimago?
—Me gustaria.
Arana se acerco un paso. Arren observo que aunque no tenia ojos, no se movia como un hombre totalmente ciego; parecia saber con exactitud donde estaban Ged v Arren, aunque en ningun momento volviera la cabeza hacia Arren. Tenia sin duda una segunda vista magica, semejante al oido y la vista que tienen los espectros y las apariciones: algo capaz de percibir, aunque podia no ser un verdadero sentido de la vista.
—Fui a Paln —le dijo a Ged—, despues de que tu, en tu orgullo, creiste que me habias humillado y ensenado una leccion. ?Oh, una leccion me ensenaste, en verdad, pero no la que tu te proponias! Entonces me dije: He visto la muerte ahora, y no la aceptare. Que toda la estupida naturaleza siga su estupido curso, pero yo soy un hombre, mejor que la naturaleza, superior a la naturaleza. ?Yo no seguire ese camino! ?No dejare de ser yo! Y asi resuelto, me dedique otra vez al estudio del Saber Pelniano, pero ahi solo encontre alusiones e ideas fragmentarias de lo que yo necesitaba. Entonces reteji todo, lo recree, y urdi un sortilegio… el mas prodigioso de todos los sortilegios que jamas se inventaron. ?El mas prodigioso y el ultimo!
—Y al obrar ese sortilegio, moriste.
—?Si! Mori. Tuve el coraje de morir, para descubrir lo que vosotros, cobardes, nunca pudisteis descubrir: el camino de regreso a la muerte. Abri la puerta que habia estado cerrada desde el comienzo del tiempo. Y ahora vengo libremente a este lugar, y libremente regreso al mundo de los vivos. Solo yo, entre todos los hombres de todos los tiempos, soy el Senor de los dos Reinos. Y la puerta que he abierto, no esta abierta solo aqui, sino tambien en la mente de los vivos, en los abismos y lugares secretos de ellos mismos, alli donde en las tinieblas todos somos uno. Ellos lo saben, y vienen a mi. Y tambien los muertos han de acudir a mi, todos, porque yo no he perdido el poder magico de los vivos: tienen que saltar por encima del muro de piedras cuando yo lo ordeno, todas las almas, los senores, los magos, las altivas mujeres; ir y venir, de la vida a la muerte, a mi orden. Todos tienen que venir a mi, los vivos y los muertos, ?a mi, que he muerto y estoy vivo!
—?Adonde vienen, Arana? ?Donde estas tu?
—Entre los mundos.
—Pero eso no es ni vida ni muerte. ?Que es la vida, Arana?
—Poder.
—?Que es el amor?
—Poder —repitio pesadamente el ciego, encorvando los hombros.
—?Que es la luz?
—?Oscuridad!
—?Como te llamas?
—No tengo nombre.
—Todos en este reino llevan un nombre verdadero.
—?Dime el tuyo, entonces!
—Yo me llamo Ged. ?Y tu?
El ciego titubeo, y dijo: —Arana.
—Ese era tu nombre comun, no tu nombre verdadero. ?Donde esta tu nombre? ?Donde esta tu verdad? ?La dejaste en Paln, donde moriste? ?De muchas cosas te has olvidado, oh Senor de los dos Reinos! Te has olvidado de la luz, y del amor, y de tu propio nombre.
—Ahora conozco el tuyo, y tengo poder sobre ti, Ged el Archimago… ?Ged que fue Archimago mientras