vivia!

—De nada te sirve mi nombre —dijo Ged—. Tu no tienes sobre mi ningun poder. Yo estoy vivo; mi cuerpo yace sobre la playa de Selidor, bajo el sol, sobre la tierra que gira. Y cuando ese cuerpo muera, aqui estare: pero solo en nombre, en nombre solo, en sombra. ?No comprendes? ?No has comprendido nunca, tu, que a tantas sombras has llamado de entre los muertos, que has invocado todas las legiones de los difuntos, hasta a mi senor Erreth-Akbe, el mas sabio de todos nosotros? ?No has comprendido que el, si, hasta el, no es nada mas que una sombra y un nombre? Su muerte no ha disminuido la vida. Ni lo ha disminuido a el. El esta alla, ?alla, no aqui! Aqui no hay nada, polvo y sombras. Alla estan la tierra y la luz del sol, las hojas de los arboles, el vuelo del aguila. Alla el esta vivo. Y todos aquellos que un dia murieron, viven aun; han vuelto a nacer y no tienen fin, ni habra jamas un fin. Todos, salvo tu. Porque tu rechazaste la muerte. Has perdido la vida, has perdido la muerte para salvarte tu. ?Tu! ?Tu yo inmortal! ?Que es? ?Quien eres tu?

—Yo soy yo. Mi cuerpo no se pudrira ni morira…

—Un cuerpo vivo sufre, Arana; un cuerpo vivo envejece, muere. La muerte es el precio que pagamos por nuestra vida, y por la vida toda.

—?Yo no lo pago! ?Yo puedo morir y en ese mismo instante vivir otra vez! ?A mi no me pueden matar, soy inmortal, soy yo para siempre!

—?Quien eres tu, entonces?

—El Inmortal.

—Di tu nombre.

—El Rey.

—Di mi nombre. Te lo he dicho hace un minuto apenas. ?Di mi nombre!

—Tu no eres real. Tu no tienes nombre. Solo yo existo.

—Tu existes, sin nombre, sin forma. No puedes ver la luz del dia; no puedes ver la oscuridad. Vendiste la tierra verde y el sol y las estrellas para salvarte tu. Pero tu no eres tu. Todo cuanto vendiste, eso eras tu. Has dado todo por nada. Y ahora quieres atraer el mundo hacia ti, toda esa luz y la vida que perdiste, para llenar tu nada. Pero es imposible. Todos los cantos de la tierra, todas las estrellas del cielo no podrian llenar tu nada.

La voz de Ged resonaba como el hierro, alli en el valle frio al pie de las montanas, y el hombre ciego retrocedio, sobrecogido. Alzo el rostro, y la mortecina claridad de las estrellas lo ilumino; parecia llorar, pero sin una lagrima, pues no tenia ojos. Abria y cerraba la boca, llena de oscuridad, pero de ella no brotaban palabras, solo un gemido ronco. Al fin dijo una palabra, formada a duras penas con los labios contraidos, y esa palabra era «Vida».

—Te daria la vida, Arana, si pudiera. Pero no puedo. Estas muerto. Pero puedo darte la muerte.

—?No! —bramo el ciego, y luego dijo—: No, no… —y se dejo caer en el suelo sollozando, aunque sus mejillas seguian tan secas como el lecho pedregoso del rio por el que solo corria noche, no agua—. Tu no puedes. Nadie podra liberarme, nunca. He abierto la puerta entre los mundos, y no puedo cerrarla. Nadie puede cerrarla. No volvera a cerrarse nunca mas. Me llama, me atrae. Necesito volver a ella, necesito transponerla, y regresar aqui, al polvo y al frio y al silencio. Me aspira, me sorbe. No puedo alejarme de ella. No la puedo cerrar. Acabara por sorber la luz, toda la luz del mundo. Y todos los rios seran semejantes al Rio Seco. ?No hay poder capaz de cerrar la puerta que yo he abierto!

Muy extrana era la mezcla de desesperanza y vindicacion, de terror y vanidad, las palabras y la voz del ciego.

Ged solo dijo: —?Donde esta?

—Por alla. No lejos. Puedes ir. Pero no podras hacer nada. No la podras cerrar. Aunque en ese solo acto empenaras y perdieras todo tu poder, no seria bastante. Nada es bastante.

—Puede ser —respondio Ged—. Pero si tu has elegido la desesperacion, recuerda que nosotros todavia no. Conducenos.

El ciego alzo el rostro, en el que luchaban visiblemente el miedo y el odio. Triunfo el odio.

—No quiero —dijo.

Arren se adelanto entonces, y dijo: —Querras.

El ciego no se movio. El frio silencio y las tinieblas del reino de los muertos los envolvian, envolvian las palabras.

—?Y tu quien eres?

—Mi nombre es Lebannen.

Ged hablo: —Tu, tu que te llamas Rey, ?no sabes quien es este?

Otra vez Arana enmudecio. Luego hablo, jadeando un poco: —Pero el esta muerto… Estais muertos los dos. No podeis volver atras. No hay ninguna salida. ?Estais atrapados! —Y mientras hablaba la debil luz que lo envolvia se extinguio; y lo oyeron dar media vuelta en la oscuridad y echar a andar de prisa, alejandose de ellos, hacia las tinieblas.

—?Dadme luz, mi senor! —grito Arren, y Ged enarbolo la vara por encima de su cabeza, dejando que la luz blanca desgarrase la arcana oscuridad, erizada de rocas y de sombras, por entre las que corria la alta figura encorvada, remontando el lecho pedregoso con un andar extrano, ciego y seguro a la vez. Detras de el partio Arren, espada en mano; y detras de Arren, Ged.

Arren pronto se alejo de su companero, y la luz, ahora muy tenue, se interrumpia una y otra vez a causa de las rocas y las sinuosidades del lecho del rio; pero el ruido de la marcha, la presencia invisible de Arana delante de el, eran guia suficiente. A medida que el camino se hacia mas escabroso, Arren se aproximaba lentamente al hombre ciego. Iban escalando una garganta abrupta, atascada de piedras; proximo ya a su nacimiento, el Rio Seco se estrechaba, serpeando entre riberas escarpadas. Las rocas se despenaban bajo sus pies, y tambien bajo sus manos, porque se veian obligados a gatear. Arren adivino el estrechamiento final de las orillas y abalanzandose de un salto llego hasta Arana y lo aferro por el brazo, inmovilizandolo. Estaban en una especie de hoya rocosa de unos dos metros de ancho, que quiza fuera antano un estanque, si alguna vez habia corrido agua por alli; y encima de la hoya habia un derrumbado penasco de roca y escoria. En ese penasco se abria un boquete negro, la fuente del Rio Seco.

Arana no habia intentado librarse de la mano que lo sujetaba. Se habia quedado inmovil, y la luz que se acercaba con Ged le ilumino el rostro, el rostro sin ojos que ahora se volvia hacia Arren. —Aqui es —dijo al cabo, mientras una especie de sonrisa se le formaba en los labios—. Este es el sitio que buscas. ?Lo ves? Aqui puedes resucitar. Basta con que me sigas. Viviras en la inmortalidad. Seremos reyes juntos.

Arren miro el negro y seco manantial, el boquete polvoriento, el lugar en el que un alma muerta, arrastrandose dentro de la tierra y la oscuridad habia nacido otra vez, muerta, y le parecio un sitio abominable, y dijo con voz aspera, tratando de vencer una nausea mortal: —?Cierrate!

—Se cerrara —dijo Ged, emergiendo junto a ellos: y ahora era el, eran sus manos y su cara las que irradiaban aquella luz blanquisima, como si fuera una estrella caida a la tierra en esa infinita noche. Ante el se abria el manantial, el negro boquete de la puerta. Era ancha y cavernosa, pero si era o no profunda, no habia modo de saberlo. Nada habia alli en que la luz pudiera caer, nada que el ojo pudiese distinguir. Era el vacio. Del otro lado, ni luz ni oscuridad, ni vida ni muerte. La nada. Un camino que no conducia a ninguna parte.

Ged alzo las manos y hablo.

Arren seguia sujetando el brazo de Arana; el ciego habia apoyado la mano libre contra las rocas del acantilado. Los dos estaban mudos, paralizados por el poder del sortilegio.

Con toda la pericia de una larga vida de entrenamiento, y con toda la pujanza de su corazon, Ged se esforzaba por cerrar aquella puerta, por restituir la unidad del mundo. Y al conjuro de su voz, y las ordenes de sus manos, las rocas empezaron a acercarse una a otra penosamente, tratando de volver a unirse. Pero al mismo tiempo la luz se debilitaba, desaparecia de las manos y el rostro del mago, se extinguia en la vara de tejo hasta que solo quedo un pequeno y tenue resplandor. A aquella debil luz Arren vio que la puerta estaba casi cerrada.

Bajo su mano, el ciego sintio el movimiento de la roca, como las piedras se juntaban y sintio tambien que el arte y el poder estaban agotandose en el, consumiendose… Grito, de pronto: —?No! —y de un tiron se desprendio de la mano que lo sujetaba, y se abalanzo sobre Ged y lo inmovilizo en un ciego, poderoso abrazo. Derribandolo bajo su peso, cerro las manos alrededor de la garganta del mago a fin de estrangularlo.

Arren blandio entonces la espada de Serriadh, y la hoja descendio precisa y con fuerza sobre el cuello encorvado bajo la marana de pelo.

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