Mientras ella tanteaba la cerradura, para abrir la puerta, el dijo: —Me gustaria tener mi vara —y ella respondio, siempre en un susurro—: Esta detras de la puerta. La he traido.

—?Por que la has traido? —pregunto el con curiosidad.

—Pensaba… guiarte hasta la puerta. Dejarte ir.

—Eso no hubiera sido posible. Tenias que retenerme como un esclavo, y ser tu misma una esclava; o dejarme libre e irte conmigo, libre tu tambien. Vamos, pequena, ten valor y abre la puerta.

Tenar metio en la cerradura la llave en forma de dragon y abrio la puerta que daba al corredor bajo y negro… Salio del Tesoro de las Tumbas con el Anillo de Erreth-Akbe en la muneca y el hombre la siguio.

Hubo una vibracion sorda, no un verdadero ruido, en la roca de los muros, el suelo y la boveda. Parecia un trueno remoto, como si algo inmenso se derrumbara en la lejania.

El terror le erizo los cabellos, y sin detenerse a reflexionar, apago de un soplo la vela de la linterna de estano. Oyo al hombre que se movia detras de ella y que le decia en voz baja, desde tan cerca que ella sentia la respiracion de el en los cabellos: —Deja la linterna. Puedo hacer luz, si es necesario. ?Que hora es, afuera?

—Era muy pasada la medianoche cuando vine.

—Entonces tenemos que darnos prisa.

Pero no se movio. Ella comprendio que tenia que guiarlo. Solo ella sabia como salir del Laberinto, y el esperaba para seguirla. Se puso rapidamente en marcha, aunque encorvada porque el tunel era muy bajo. De los cruces invisibles de los pasadizos llegaba un aire frio y penetrante, el olor rancio y sin vida de la inmensa oquedad que habia debajo de ellos. Cuando el pasaje se hizo un poco mas alto y ella pudo enderezarse, avanzo mas despacio, contando los pasos a medida que se acercaban al pozo. Agilmente, y atento a todos sus movimientos, el la seguia de cerca. Al fin ella se detuvo, y el tambien.

—Estamos en el pozo —susurro ella—. No encuentro la cornisa. Si, aqui. Ten cuidado, me parece que las piedras se estan desprendiendo… No, no, espera… estan sueltas… —Retrocedio de un salto en el,momento en que las piedras cedian bajo sus pies. El la tomo por el brazo y la sostuvo.— La cornisa no es segura, las piedras estan desprendiendose.

—Hare un poco de luz y les echaremos un vistazo. Quiza pueda repararlas con la palabra apropiada. Todo va bien, pequena.

Que curioso, penso ella, que la llamase como siempre la habia llamado Manan. Y en el momento que el encendia una luz muy tenue en el extremo de la vara, como la llama palida con que arde la madera podrida, o como una estrella entre la niebla, y se adelantaba al estrecho reborde del abismo negro, ella alcanzo a ver un bulto en la oscuridad, mas alla de el, y reconocio la silueta de Manan. Pero la voz se le quedo en la garganta, como estrangulada, y no pudo gritar.

Y cuando Manan extendia el brazo para empujarlo y lanzarlo al abismo, Ged alzo los ojos y lo vio, y con un grito de sorpresa o de rabia lo golpeo con la vara. Junto con el grito, la luz resplandecio, blanca e intolerable en la cara del eunuco. Manan levanto una de sus manazas para protegerse los ojos, manoteo desesperadamente para agarrarse de Ged, perdio pie, y cayo.

No grito mientras caia. Ni el mas leve sonido subio desde el abismo negro, ni el golpe del cuerpo contra el fondo, ni los estertores de la muerte. Peligrosamente pegados a la cornisa, de rodillas y como petrificados en el reborde, Ged y Tenar no se movieron: escuchaban y no oian nada.

La luz era un halo ceniciento, apenas visible.

—?Ven! —dijo Ged, tendiendole la mano; ella la tomo y con tres audaces pasos el la llevo al otro lado de la cornisa. Apago la luz. Ella se adelanto otra vez. Estaba muy aturdida y no pensaba en nada. Solo al cabo de un rato se pregunto: ?Es a la derecha, o a la izquierda?

Se detuvo.

A pocos pasos detras de ella, el dijo con dulzura:

—?Que pasa?

—Me he perdido. Haz luz.

—?Te has perdido?

—He… he perdido la cuenta de los recodos.

—Yo los he contado —dijo el, acercandose—. Un recodo a la izquierda, despues del pozo; luego a la derecha, y otra vez a la derecha.

—Entonces el proximo sera de nuevo a la derecha —dijo ella automaticamente, pero no se movio—. Haz luz.

—La luz no nos mostrara el camino, Tenar.

—Nada lo mostrara. Lo hemos perdido. Estamos perdidos.

Un silencio de muerte se cerro sobre el susurro de Tenar, lo devoro.

En medio de la fria oscuridad ella sentia cerca el movimiento y el calor del hombre. El le busco a tientas la mano. —Continua, Tenar —dijo—. A la derecha, el proximo recodo.

—Haz un poco de luz —suplico ella—. Estos tuneles son tan retorcidos…

—No puedo. No puedo malgastar mis fuerzas. Tenar, ellos estan… Ellos saben que hemos salido del Tesoro. Saben que hemos cruzado el pozo. Y ahora nos buscan, buscan nuestra voluntad, nuestro espiritu. Para aniquilarlo, para devorarlo. Esa es la llama que he de mantener encendida. Con todas mis fuerzas. He de resistirme a ese poder; contigo. Con tu ayuda. Tenemos que seguir.

—No hay forma de salir —dijo ella, pero dio un paso adelante. Luego otro, vacilando, como si bajo cada pisada se abriera el negro vano del abismo, el vacio subterraneo. Sintio el contacto calido y firme de la mano del hombre. Avanzaron.

Al cabo de un tiempo, que les parecio interminable, llegaron al tramo de escalera. Antes no habia parecido tan empinada; los peldanos eran poco mas que muescas resbaladizas en la roca. Pero subieron, y continuaron un poco mas de prisa, porque ella sabia que el pasaje curvo se alargaba un trecho sin recodos laterales despues de la escalera. Mientras tocaba con los dedos la pared de la izquierda para guiarse, encontro un hueco, una abertura. —Por aqui —musito; pero el vacilo, como si algo en los movimientos de ella le hiciera dudar.

—No —bisbiseo ella, confundida—; no es este, es el recodo siguiente a la izquierda. No se. No recuerdo. No hay modo de salir.

—Vamos hacia la Camara Pintada —dijo la voz serena en la oscuridad—. ?Cual es el camino?

—El recodo siguiente a la izquierda.

Tenar se adelanto. Recorrieron la larga curva, dejando atras un pasadizo falso, hasta la bifurcacion de la derecha que llevaba a la Camara Pintada.

—Todo recto —susurro Tenar, y ahora se desenvolvia mejor en la gran marana a oscuras, pues reconocia los pasadizos que desembocaban en la puerta de hierro, y cuyas vueltas y revueltas habia contado centenares de veces; el extrano peso que le oprimia la cabeza no llegaba a confundirla, siempre y cuando no tratara de pensar. Pero cada vez se acercaba mas a aquella cosa que pesaba sobre ella y la oprimia; y sentia las piernas tan cansadas y torpes que gimio una o dos veces mientras trataba de moverlas. Y junto a ella, el hombre respiraba profundamente y retenia el aliento, una y otra vez, como quien hace un esfuerzo titanico. De cuando en cuando su voz rompia el silencio, brusca o sosegada, con una frase o parte de una frase. Asi llegaron por fin a la puerta de hierro; aterrorizada de pronto, ella alargo la mano. La puerta estaba abierta.

—?De prisa! —dijo, y tiro de Ged haciendolo pasar. Luego, ya al otro lado, se detuvo—. ?Por que estaba abierta? —pregunto.

—Porque tus Amos necesitan de tus manos para cerrarla. —Estamos llegando a… —Le fallo la voz.

—Al centro de la oscuridad. Lo se. Pero estamos fuera del Laberinto. ?Que salidas tiene la Cripta?

—Solo una. La puerta por donde entraste no se abre desde dentro. Hay que atravesar la caverna y subir por los pasadizos hasta una puerta-trampa que da a una recamara del Trono. En el Palacio del Trono.

—Entonces tenemos que tomar ese camino.

—Pero ella esta alli —murmuro la muchacha—. En la Cripta. En la caverna. Cavando en la fosa vacia. No puedo encontrarme otra vez con ella, ?no puedo!

—Ya se habra marchado.

—No puedo ir alli.

—Tenar, en este momento estoy sosteniendo el techo por encima de nuestras cabezas, impidiendo que los muros se cierren sobre nosotros, que el suelo se abra bajo nuestros pies. Lo he estado haciendo desde que pasamos el pozo, donde esperaba el sirviente. Si yo puedo contener el terremoto, ?tienes tu miedo de enfrentarte

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