conmigo a un ser humano? ?Ten confianza en mi, como yo he confiado en ti! Ven conmigo ahora.

Avanzaron.

El tunel interminable se ensanchaba. Sintieron que entraban en un espacio mas abierto, que la oscuridad se ahondaba. Estaban en la gran caverna bajo las Piedras Sepulcrales.

Empezaron a circundarla, sin apartarse del muro de la derecha. Tenar solo habia avanzado unos pocos pasos, cuando se detuvo.

—?Que es eso? —susurro con una voz apenas perceptible. En la inmensa burbuja de aire negro e inerte habia un ruido: una vibracion o un temblor, un sonido que se oia en la sangre y se sentia en los huesos. Bajo los dedos de Tenar, los muros cincelados por el tiempo trepidaban, trepidaban.

—Adelante —dijo, seca y tensa, la voz del hombre—. De prisa, Tenar.

Ella avanzo tropezando mientras su mente clamaba a gritos, una mente tan a oscuras y tan sacudida como aquella boveda subterranea: «?Perdonadme, oh mis Amos, vosotros los Sin Nombre, los arcaicos, perdonadme, perdonadme!».

Ninguna respuesta. Jamas habia habido una respuesta.

Llegaron al pasadizo bajo el Palacio, treparon por la escalera, hasta los ultimos peldanos, con la puerta trampa sobre ellos. Estaba cerrada, como ella la dejaba siempre. Apreto el resorte que la abria. No se abrio.

—El resorte se ha roto —dijo—. Esta trabado. El subio hasta el final y empujo la trampa con la espalda. No se movio.

—No —dijo—, tiene un peso encima que impide levantarla.

—?Podras abrirla?

—Tal vez. Creo que ella nos esta esperando arriba. ?Hay hombres con ella?

—Duby y Uahto, y quizas otros guardianes; los hombres no entran ahi…

—No puedo echar un sortilegio de apertura, in^-movilizar a los que acechan arriba y resistir la voluntad de las tinieblas, todo ai mismo tiempo —dijo la voz tranquila y reflexiva—. Asi que tendremos que probar la otra puerta, la de las piedras, la que abri para entrar. ?Ella sabe que no se abre desde dentro?

—Lo sabe, si. Hizo que yo lo intentara una vez.

—Entonces, quiza no la tenga en cuenta. ?Vamos! ?Vamos, Tenar!

Ella se habia dejado caer sobre los peldanos de piedra, que zumbaban y se estremecian como si debajo de ellos, en los abismos, estuviera vibrando la cuerda de un enorme arco.

—?Que es… ese temblor?

—Ven —dijo el, con tanta decision y seguridad que ella obedecio, y casi arrastrandose recorrio otra vez los pasadizos y escaleras hasta la temible caverna.

A la entrada cayo sobre ella un peso tan grande de odio ciego y extremo, como el peso de la Tierra misma, que ella se encogio de terror y sin darse cuenta grito en voz alta: —?Estan aqui! ?Estan aqui!

—Pues que sepan que nosotros tambien estamos aqui —dijo el hombre, y su vara y sus manos irradiaron una luz blanquisima que se quebro, como las olas del mar que se quiebran al sol, contra los mil diamantes de los muros y la boveda del techo: un esplendor luminoso por el que los dos echaron a correr, cruzando en linea recta la gran caverna, mientras sus propias sombras se precipitaban hacia las tracerias blancas, las grietas centelleantes y la fosa abierta y vacia. Y corrieron hacia la puerta baja, por el tunel, encorvados, ella adelante y el siguiendola. Alli, en el tunel, las rocas retumbaban y se movian bajo sus pies. Pero la luz continuaba acompanandolos, deslumbradora. Y cuando ella vio delante la superficie inanimada de la roca, oyo por encima del trueno de la tierra la voz de el que pronunciaba una palabra, y cuando cayo de rodillas la vara golpeo por encima de ella la piedra roja de la puerta cerrada. La piedra se encendio con una luz blanca y estallo en pedazos.

Afuera estaba el cielo, palideciendo hacia el amanecer, con algunas estrellas blancas, altas y frias.

Tenar vio las estrellas y sintio la brisa en la cara, pero no se puso de pie. Estaba agazapada, sobre., las manos y las rodillas, entre la tierra y el cielo.

El hombre, una figura extrana y sombria en la media luz que precede a la aurora, se volvio y la tomo por el brazo para levantarla. Tenia la cara negra y retorcida como la de un demonio. Ella retrocedio espantada, chillando con una voz ronca que no era la suya, como si tuviese la lengua muerta dentro de la boca: —?No! ?No! No me toques… Dejame… ?Vete! —Y se alejo de el, arrastrandose hacia la boca desmoronada y sin labios de las Tumbas.

Ged aflojo la mano que la sujetaba y dijo si alzar la voz: —Por el anillo de que eres portadora, te ordeno que vengas, Tenar.

Ella vio la luz de las estrellas en la plata del anillo que llevaba en el brazo. Con los ojos clavados en aquella luz, se levanto tambaleandose. Puso su mano en la del hombre y fue con el. No podia caminar de prisa. Bajaron la colina. Detras de ellos, la boca negra de las rocas dejo escapar un larguisimo quejido, un grunido de odio y de dolor. Unas piedras cayeron alrededor de ellos. El suelo temblaba continuamente. Se alejaron, ella con los ojos fijos en la luz de las estrellas que centelleaban en su muneca.

Estaban en el valle sombrio al oeste del Lugar.

Ahora comenzaban a subir, y de pronto el le indico que se volviera: —Mira…

Ella se volvio y miro. Estaban del otro lado del valle, a la altura de las Piedras Sepulcrales, los nueve grandes monolitos que se alzaban o yacian sobre la caverna de los diamantes y las tumbas. Las piedras que aun estaban en pie se balanceaban. Se sacudian y se inclinaban lentamente como mastiles de navios… Una de ellas parecio retorcerse y crecer, luego se estremecio de arriba abajo y cayo al suelo. Otra se derrumbo sobre los escombros de la primera. Mas alla de las piedras, la cupula baja del Palacio del Trono, negra contra la claridad dorada del levante, temblo un momento. Los muros se abombaron. La gran mole ruinosa de piedra y argamasa cambio de forma como barro en el agua, se hundio sobre si misma, y con un gran estruendo y un subito estallido de esquirlas y polvo, se inclino hacia un costado y se desplomo. La tierra del valle ondulo y trepido; una especie de ola subio por la colina y una grieta enorme se abrio entre las Piedras Sepulcrales, y del hueco negro de alla abajo broto una humareda de polvo gris. Las piedras que aun quedaban en pie cayeron dentro y desaparecieron. En seguida, con un estruendo que parecio reverberar en el mismo cielo, los bordes negros de la grieta volvieron a cerrarse, y las colinas temblaron todavia una vez, y se calmaron.

Ella aparto la mirada del horror del terremoto y la poso en el hombre que tenia al lado, cuya cara aun no habia visto a la luz del sol.

—Tu lo has contenido —dijo, y su voz sonaba como el viento en los canaverales despues del atronador aullido y el lamento de la tierra—. Tu has contenido el terremoto, la colera de la oscuridad.

—Tenemos que seguir —dijo el, volviendo la espalda al sol naciente y a las Tumbas en ruinas—. Estoy cansado, tengo frio… —Se tambaleaba al andar y ella lo tomo del brazo. Casi arrastrandose, agotados, reanudaron la marcha. Despacio, como dos aranas diminutas en una pared enorme, escalaron trabajosamente la inmensa ladera, hasta pisar el suelo seco de la cumbre, amarillento a la luz del nuevo dia y rayado por las sombras largas y dispersas de la salvia. Ante ellos se alzaban las montanas de poniente, purpuras abajo y doradas en las vertientes superiores. Los dos se detuvieron un momento; luego cruzaron la cresta de la colina, donde ya no podian verlos desde el Lugar de las Tumbas, y desaparecieron.

11. Las montanas de poniente

Tenar desperto debatiendose entre pesadillas, tratando de escapar de unos parajes por donde habia caminado durante tanto tiempo que la carne se le habia desprendido y ella podia verse los dobles huesos blancos de los brazos, que brillaban debilmente en la oscuridad. Abrio los ojos a una luz dorada y aspiro el olor picante de la salvia. Un dulce bienestar fue colmandola poco a poco, hasta que al fin desbordo; se sento en el suelo, estiro los brazos fuera de las negras mangas del manto y miro en torno con evidente complacencia.

Estaba anocheciendo. El sol se habia puesto detras de las montanas que asomaban altas y proximas en el oeste; pero el resplandor del crepusculo inundaba la tierra y el cielo: un vasto y despejado cielo invernal, una vasta tierra arida y dorada, de montanas y valles anchos. El viento habia amainado. Hacia frio y el silencio era total. Nada se movia. Las hojas de las matas de salvia cercanas estaban secas y grises; los tallos resecos de las minusculas hierbas del desierto le pinchaban las manos. El inmenso y silencioso prodigio de la luz ardia en cada rama y blanqueaba tallos y hojas, sobre las colinas, en el aire.

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