pidieron esperar o seleccionar, y despues resucito con un chillido agudo. A mi lado, Deborah pego un bote involuntario.
La pantalla se ilumino y aparecio una imagen: desde una posicion elevada inmovil, vimos un cadaver tumbado sobre un fondo de porcelana blanca. Los ojos estaban abiertos y, para alguien de mi modesta experiencia, muertos sin la menor duda. Despues, aparecio una figura que oculto en parte el cuerpo. Vimos solo la espalda, y despues el brazo levantado que sujetaba una sierra electrica. El brazo bajo y oimos el chirrido de la hoja al cortar carne.
—Hostia puta —exclamo Deborah.
—Es peor todavia —dijo la mujer menuda.
La hoja chirrio y gimio, y vimos la figura en primer plano trabajando con ahinco. Despues, la sierra paro, la figura la dejo caer sobre la porcelana, extendio la mano, cogio un horroroso monton de intestinos relucientes y los tiro donde la camara pudiera filmarlos mejor. Y entonces, aparecieron en la pantalla unas letras mayusculas blancas, superpuestas sobre triperio:
La nueva Miami:
Le dejara con las tripas al aire
La imagen continuo un momento mas, y despues la pantalla quedo en blanco.
—Esperen —nos indico la mujer, la pantalla parpadeo de nuevo y nuevas letras cobraron vida.
La nueva miami: Espacio publicitario n.° 2
Estabamos viendo un amanecer en la playa. Sonaba musica latina dulzona. Una ola mojaba la arena. Un corredor madrugador entraba en plano, tropezaba y paraba en seco. La camara enfocaba el rostro del hombre, que pasaba del estupor al terror. Entonces, el corredor se alejaba del agua como alma que lleva el diablo en direccion a la calle distante. La camara retrocedia para mostrar a mis viejos amigos, la pareja feliz que habiamos encontrado destripada en la arena de South Beach.
Despues en pantalla aparecio el primer agente que habia llegado a la escena del crimen. Se le descompuso la cara y se volvio para vomitar. Otro salto a los rostros de los curiosos que torcian el cuello y se quedaban petrificados, y varios rostros mas, cada vez mas rapidos, cada expresion diferente, cada uno expresando horror a su manera.
Entonces, la pantalla giro y empezo a mostrar un plano congelado de cada cara que habiamos visto, ordenadas en pequenas ventanas hasta que se lleno y adopto del todo la apariencia de una pagina de un anuario de instituto, con una docena de estupefactas fotos de identificacion alineadas en tres pulcras hileras.
Nuevas letras cobraron vida:
La nueva Miami: Le robara el corazon
Y entonces, se oscurecio.
No se me ocurrio casi nada que decir, y una mirada de soslayo a mis acompanantes me revelo que yo no era el unico. Pense en criticar la tecnica cinematografica solo para romper el embarazoso silencio. Al fin y al cabo, al publico de hoy le gusta un poco mas de movimiento en el plano. Pero el estado de animo de la sala no parecia propicio para hablar de tecnicas cinematograficas, de modo que segui callado. Deborah estaba sentada con los dientes apretados. La mujer menuda no decia nada, se limitaba a mirar la hermosa panoramica por la ventana.
—Suponemos que hay mas —dijo por fin—. O sea, las noticias dijeron que habia cuatro cadaveres, asi que…
Se encogio de hombros. Intente ver que le interesaba tanto del paisaje, pero solo vi una lancha motora que subia por Government Cup.
—?Esto llego ayer? —pregunto Deborah—. ?Por correo normal?
—Llego en un sobre sencillo con matasellos de Miami —contesto la mujer—. En un disco sencillo, como los que tenemos en la oficina. Se pueden comprar en cualquier sitio, Office Depot, Wal-Mart, donde quiera.
Lo dijo con tal desden, y con una expresion tan encantadora de verdadera humanidad en su rostro (algo a mitad de camino entre el desprecio y la indiferencia), que me senti obligado a preguntarme como lograba conseguir que a alguien le gustara algo, y no digamos ya a los millones de personas que llegaban a una ciudad habitada en parte por gente como ella.
Y mientras ese pensamiento caia sobre el suelo de mi cerebro y resonaba en el marmol, un pequeno tren salio a las vias desde la Estacion Dexter. Por un momento mire el humo que surgia de la chimenea, cerre los ojos y subi a bordo.
—?Que? —pregunto Deborah—. ?Que tienes?
Sacudi la cabeza y pense de nuevo. Oi que los dedos de Deborah tamborileaban sobre la mesa, y despues el ruido del mando a distancia cuando la mujer menuda lo dejo sobre la mesa, y el tren alcanzo por fin la velocidad de crucero y yo abri los ojos.
—?Y si alguien desea publicidad negativa para Miami? —pregunte.
—Ya lo habias dicho —rugio Deborah—, y continua siendo una estupidez. ?Quien podria estar resentido contra todo el puto estado?
—Pero ?y si no es contra el estado? —dije—. ?Y si es solo contra la gente que promociona el estado?
Mire de manera intencionada a la mujer menuda.
—?Yo? —pregunto—. ?Alguien ha hecho esto para vengarse de mi?
Su modestia me conmovio, y le dedique una de mis sonrisas falsas mas calidas.
—Usted, o su oficina.
La mujer fruncio el ceno, como si la idea de atacar a su oficina en lugar de a ella fuera ridicula.
—Bien… —dijo vacilante.
Pero Deborah dio una palmada sobre la mesa y asintio:
—Eso es. Ahora si que tiene sentido. Si despidieron a alguien y se cabreo.
—Sobre todo si ya estaba un poco ido, para empezar —tercie.
—Como lo estan todos estos tipos extravagantes —corroboro Deborah—. Alguien pierde el empleo, le va dando vueltas a su mal rollo y se venga asi. —Se volvio hacia la mujer menuda—. Tendre que examinar sus archivos personales.
La mujer abrio y cerro la boca varias veces, y despues empezo a negar con la cabeza.
—No puedo permitir que mire los archivos.
Deborah la fulmino con la mirada durante un largo instante, y despues, cuando yo esperaba que se pusiera a discutir, de repente se levanto.
—Entendido. Vamos, Dex.
Se encamino hacia la puerta y yo me puse en pie para seguirla.
—?Que…? ?Adonde va? —grito la mujer.
—A conseguir una orden judicial. Y otra de registro —le espeto, y se volvio sin esperar la respuesta.
Vi que la mujer pensaba si se estaba echando un farol durante uno o dos segundos, y despues se puso en pie de un brinco y corrio tras ella.
—?Espere un momento! —aullo.
Y asi fue como, tan solo unos minutos despues, yo estaba sentado en la habitacion del fondo delante de un ordenador. A mi lado, ante el teclado, se encontraba Noel, un hombre de origen haitiano esqueletico, con gafas gruesas y varias cicatrices faciales.