Por algun motivo, siempre que hay que trabajar con ordenadores Deborah llama a su hermano, Dexter el Mago de los Teclados. Y es cierto que soy muy bueno en ciertas parcelas del saber popular arcano para encontrar cosas con un ordenador, puesto que ha demostrado ser muy necesario para mi pequeno e inofensivo pasatiempo de seguir la pista a los chicos malos que se escapan por las grietas del sistema judicial, con el fin de convertirlos en bonitas y pulcras bolsas de basura llenas de partes sobrantes.

Pero tambien es cierto que nuestro poderoso departamento de policia cuenta con varios expertos en informatica capaces de hacer el trabajo con la misma facilidad, sin necesidad de suscitar en el departamento la pregunta de por que un experto en salpicaduras de sangre era un hacker tan bueno. Estas preguntas, a la larga, pueden dar como resultado que gente suspicaz se ponga a pensar, cosa que prefiero evitar en el trabajo, ya que los policias son gente tremendamente suspicaz.

De todos modos, quejarse no es bueno. Llama demasiado la atencion, y en cualquier caso todo el cuerpo de policia estaba acostumbrado a vernos a los dos juntos y, al fin y al cabo, ?como podia decir que no a mi pobre hermanita sin recibir algunos de sus famosos golpes en el brazo? Ademas, en los ultimos tiempos se mostraba bastante distante y malhumorada, y reforzar mi CSL, o Cociente Servicial-Leal, no me haria ningun dano.

De modo que me puse en la piel de Dexter el Servicial y me sente con Noel, quien se habia echado demasiada colonia, y hablamos de lo que ibamos a buscar.

—Escucha —dijo Noel con su fuerte acento criollo—, te dare una lista de todos los que han sido despedidos durante los ultimos… Que te parece, ?dos anos?

—Dos anos esta bien —conteste—. Si no son muchos.

Se encogio de hombros, una tarea que parecia particularmente dolorosa con sus hombros huesudos.

—Menos de una docena. —Puntualizo. Sonrio—. Con Jo Anne, se largaron muchos mas.

—Imprime la lista —le urgi—. Despues, miraremos nuestros archivos por si encontramos quejas o amenazas inusuales.

—Pero tambien tenemos cierto numero de contratistas independientes que disenan proyectos, ?no? A veces no consiguen el contrato, y quien sabe si eso les disgusta demasiado.

—Pero un contratista siempre podria presentarse al siguiente proyecto, ?verdad?

Noel volvio a encogerse de hombros, y dio la impresion de que el movimiento iba a poner en peligro sus orejas debido a tenerlos demasiado puntiagudos.

—Tal vez.

—De modo que, a menos que se produjera un desacuerdo definitivo, en que la oficina dijera que nunca mas volveria a utilizar sus servicios, no es probable.

—En ese caso, nos ceniremos a los despedidos —preciso, y en cuestion de unos momentos habia impreso una lista con, tal como habia dicho, menos de una docena de nombres y las Ultimas Direcciones Conocidas, nueve para ser exactos.

Deborah habia estado mirando por la ventana, pero cuando oyo el zumbido de la impresora se acerco y se inclino sobre el respaldo de mi silla.

—?Que tenemos? —me pregunto.

Saque la hoja de papel de la impresora y la levante.

—Puede que no sea nada. Nueve personas que fueron despedidas. —Me arrebato la lista de la mano y la miro como si le estuviera ocultando pruebas—. La vamos a comparar con sus archivos, para saber si lanzaron alguna amenaza.

Deborah apreto los dientes, y adivine que tenia ganas de salir corriendo por la puerta y recorrer la avenida hasta llegar a la primera direccion, pero al fin y al cabo ahorraria tiempo priorizarlos y poner a los autenticos sospechosos encabezandola.

—Bien —dijo por fin—. Pero date prisa, ?eh?

Nos dimos prisa. Pude eliminar a dos trabajadores que habian sido «despedidos» cuando Inmigracion les habia obligado a abandonar el pais. Pero solo un nombre ascendio al numero uno de la lista: Hernando Meza, que habia empezado a desmandarse (esa era la palabra que constaba en el expediente) y habia tenido que ser expulsado del edificio por la fuerza.

?Y lo mas bonito? Hernando habia disenado exposiciones en aeropuertos y terminales de cruceros.

Exposiciones, como las que habiamos visto en South Beach y en los Jardines Fairchild.

—Maldita sea —rugio Deborah cuando se lo conte—. Tenemos un buen sospechoso, asi, sin mas.

Admiti que merecia la pena pasar a charlar con Meza, pero una voz tenue y persistente me estaba diciendo que las cosas nunca son tan faciles, que cuando tienes a un buen sospechoso asi, sin mas, por lo general te llevas un chasco o te sale el tiro por la culata.

Y como ya deberiamos saber a esas alturas, cada vez que predices un fracaso tienes excelentes posibilidades de estar en lo cierto.

9

Hernando Meza vivia en un barrio de Coral Gables que era bonito, pero no demasiado bonito, y de esta forma, protegido por su propia mediocridad, no habia cambiado mucho durante los ultimos veinte anos, al contrario que el resto de Miami. De hecho, su casa se encontraba a poco mas de kilometro y medio de donde Deborah vivia, lo cual les convertia practicamente en vecinos. Por desgracia, eso no parecio influir a ninguno de los dos para que se comportaran como tales.

Empezo justo despues de que Deborah llamara con los nudillos a su puerta. Adivine por la forma en que agitaba el pie que estaba alborozada y convencida de que ibamos por el buen camino. Y entonces, cuando la puerta se abrio con una especie de zumbido mecanico y revelo la presencia de Meza, el pie de Deborah dejo de agitarse y ella exclamo, «?Mierda!». Por lo bajo, naturalmente, pero bastante audible.

Meza la oyo y contesto: «Bien, que te den por el culo», y la miro con una cantidad de hostilidad impresionante, considerando que iba en una silla de ruedas motorizada y con las extremidades, al parecer, inutilizadas, salvo tal vez algunos dedos de cada mano.

El hombre empleo un dedo para manipular un joystick que descansaba sobre una bandeja metalica sujeta a la parte delantera de su silla, y avanzo algunos centimetros.

—?Que cono quieren? —pregunto—. No parecen lo bastante listos para ser Testigos, de modo que deben vender algo. Me irian de cona unos esquies nuevos.

Deborah me miro, pero no tenia nada que ofrecerle, ni siquiera consejos, de modo que me limite a sonreir. Por algun motivo, eso la irrito. Fruncio el entrecejo y apreto mucho los labios. Se volvio hacia Meza y, con un perfecto acento de Poli Frio, le pregunto:

—?Es usted Hernando Meza?

—Lo que queda de el —replico este—. Habla como si fuera de la policia. ?Es porque corri desnudo en el partido de los Marlins?[3]

—Nos gustaria hacerle un par de preguntas —prosiguio Deborah—. ?Podemos entrar?

—No —respondio el hombre.

Deborah ya habia levantado un pie, con el peso inclinado hacia delante, dando por sentado que Meza, como todo el mundo, la dejaria entrar de manera automatica. Se detuvo y retrocedio medio paso.

—?Perdon?

—Nooooooo —repitio el invalido, pronunciando la palabra como si estuviera hablando a un idiota que no entendiera la idea—. Noooooo, no pueden entrar.

El hombre movio un dedo sobre los controles de la silla y esta se precipito sobre nosotros con mucha agresividad.

Deborah salto a un lado, y despues recupero su dignidad profesional y se planto delante de el, aunque a una distancia prudencial.

—De acuerdo. Lo haremos aqui.

—Oh, si —se burlo Meza—, hagamoslo aqui. —Empezo a mover el dedo sobre el joystick, y la silla avanzo y retrocedio varias veces—. Si, nena, si, nena, si, nena — canturreo.

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