– Bonjour ca va? Permitidme-dijo la mujer que mecanografiaba datos con los auriculares puestos. Ella le saludo con la cabeza distraidamente y luego la ignoro.

Aimee paso a su lado y abrio las ventanas de doble hoja que daban a la calle. Trepo por la proteccion del balcon de hierro forjado negro agarrandose fuertemente a la barandilla y la inundo la luz del crepusculo sobre el Louvre y mas alla sobre el Sena. Era casi suficiente como para eliminar de golpe el interes por averiguar quien estaba en su despacho.

La luna pendia sobre el distante Arco de Triunfo y el trafico susurraba a sus pies. Con cuidado, metio el pie en una grieta de la fachada de caliza y apoyo el tacon de la bota sobre el soporte de metal del cartel. Cuatro pisos por encima de la rue de Louvre, descendio despacio por la primera “E” del letrero de “Leduc Detectives”, para ver al intruso dentro de su despacho.

Desde una ventana ligeramente abierta le llego el olor a pintura reciente. Muy reciente. Sabia que Rene decidiria buscar un hueco para pintar la oficina y se olvidaria de decirselo. Deslizo la Glock de 9 mm para sacarla de la cinta alrededor de su pierna.

Dudo al amoldar su cuerpo a la curva semicircular de la ventana. Tenia permiso de armas, pero no la licencia para llevar su Glock. Apuntar a alguien con una pistola sin licencia significaba buscarse un lio. Las leyes francesas que regulaban las armas de fuego, impuestas por el codigo napoleonico, no le daban derecho a llevar armas. Ni siquiera en defensa propia o en situaciones de igualdad. Si los que estaban dentro eran los flics, estaria de verdad metida en un problema. Le retirarian inmediatamente su licencia de investigadora privada, si es que Herve Vitold, de la Brigada de Intervencion, no lo habia hecho ya.

No le apetecia entrar como una tromba en su despacho cuando alguien habia dejado la puerta abierta y sin nadie que la cubriera. Saco el telefono movil y pulso el numero de la oficina. El telefono sono justo bajo su punto de apoyo, al otro lado de la ventana.

Cuando salto el contestador, espero y se puso a gritar

– ?Te tengo a tiro, salaud! Estoy en la ventana, justo enfente de ti.

Se escucho el golpe de pesados pasos y el ruido de la puerta de la oficina al cerrarse de golpe. Sera facil. Solo tendre que esperar y ver quien sale del edificio.

Al cabo de cinco largos minutos, no habia salido nadie por el portal. Por supuesto, se dio cuenta de que les habia dicho que los vigilaban desde el otro lado de la calle. Solo un idiota saldria por la parte delantera. Ahora tendria que entrar, sin saber si realmente se habian marchado o no. Sujeto fuertemente la pistola. Los flics no actuarian asi. Por lo menos, ella si lo creia.

Cuando se deslizaba hacia abajo y se encaramaba en el ronoso desague de hierro, escucho un crujido premonitorio a sus pies y se agarro a la gran “D”. Justo a tiempo. El desague se solto y choco contra el suelo cuatro pisos mas abajo. Por suerte, no habia nadie en la acera. Para cuando forzo la ventana para caer al interior de la oficina, esta estaba vacia.

Por todas partes habia papeles y ficheros revueltos. Habian volcado los cajones de su mesa y habian rebuscado en todos y cada uno de los rincones. Penso que parecia ser el trabajo de un profesional. Mantuvo la pistola desenfundada mientras abria despacio el armario. Miles Davis salio dando tumbos, en un estado de extasis, al verla. Registro el despacho con cuidado para asegurarse de que no habia nadie.

Avanzo despacio hacia el pasillo. Desde la ventana abierta que daba a un sombrio callejon, entre apartamentos como cajas de cerillas que databan de antes de la guerra, entraba una brisa gelida. Oyo los crujidos de la ronosa escalera de incendios que se balanceaba a sus pies. Probablemente el intruso ya habria conseguido llegar a la estacion del metro. Se sacudio el polvo, tomo un trago de agua mineral y llamo a Martine.

– ?Han asaltado mi despacho!-dijo-. ?Puedes volver a mandarme por fax las hojas?

– Aimee, ten cuidado. Te lo dijo en serio-dijo Martine de un tiron-. ?Me daras la exclusiva? Con esta historia podre llegar a las editoriales y me quitare de encima a Gilles.

– ?Te acuestas con Gilles para mantener el trabajo?-Aimee no podia evitar que su voz reflejara su sorpresa- Claro que la historia es tuya.-Se detuvo-. Pero no publiques nada todavia, nada. Necesito documentarlo todo sin fisuras. Nos entendemos, ?verdad?

– D’accord.- Martine hablaba despacio-. Lo de Gilles no es algo tan malo. Tenemos un acuerdo. Se que soy buena en lo que hago, pero nunca he sido como tu, Aimee. Tu no necesitas un hombre.

– Yo no lo llamaria una relacion particularmente inteligente a lo de tirarme a un pedazo de neonazi que conoci en una reunion de Les Blancs Nationaux. Pero eso es otra historia.

– Probablemente su actuacion resulta mas picante-se rio Martine-. Todavia estoy comprobando uno de los nombres.

El sonido de un timbre y un chasquido indicaron que llegaba un fax

– ?Es tuyo, Martine?

– Si. Y no te olvides: esta historia es mia-dijo Martine

El olor a pintura era mas fuerte y llegaba a algun lugar cercano al fax. Aimee anduvo alrededor del tabique de la oficina y se dio de bruces con una escena horrenda: habian pintado una esvastica negra en la pared, angulosa, como la de la frente de Lili. Junto a ella habia unas palabras pintadas de rojo que aun goteaban:

? LA SIGUIENTE ERES TU!

MIERCOLES

Miercoles por la manana

Aimee estaba sentada erguida sobre el sofa de mullido terciopelo negro, vestida con un traje rojo, el unico que pudo permitirse rescatar de la tintoreria. Habia dejado caer de mala gana unos cuantos billetes de cien francos en las manos del recepcionista. En los hoteles lujosos cotizaban alto los sobornos: era lo que habia que pagar por hacer negocios.

– ?Mademoiselle Leduc?-dijo una voz que hablaba frances con fuerte acento-. ?Queria usted hablar conmigo??

Hartmuth Grief le dedico una particular reverencia y la miro a la cara expectante. Cuadraba perfectamente en el salon del Pavillon de la Reine, entre el discreto tintineo de la plata y el cristal. Engolado, bronceado y muy atractivo. Dejad paso, Curt Jurgens y Klaus Kinski.

– Herr Griffe, sientese, por favor. Se que le espera un largo dia. ?Le apetece un cafe?- Aimee extendio los brazos en direccion al mullido sofa.

– La verdad es que ya voy tarde-dijo mirando al mismo tiempo su cafe con leche sobre la mesa y su reloj

– Uno rapido. Se que esta usted terriblemente ocupado.- Aimee llamo la atencion del camarero y senalo su taza. Hizo un gesto en direccion a un sillon de cuero color burdeos-. Por favor.

– Solo un momento-dijo-. ?De que quiere que hablemos?

Ella queria retenerlo hasta que tuviera su cafe

– ?Rapido! Para el senor, s?il vous plait!- demando en alta voz

Inmediatamente aparecio un cafe con leche en taza de Limoges y una copiosa bandeja de frutas

– Cortesia del hotel-dijo el director casi rozando la mesa con la barbilla al inclinar la cabeza

– Merci-dijo Hartmuth alcanzando su taza

Ella intento no mirarle las manos. Intento no quedarse mirando fijamente los guantes de piel de cerdo que llevaba puestos. Sobre todo, intento ocultar su desilusion al no poder tomar muestras de sus huellas dactilares. Decidio ir al grano.

– ?Conocia usted a Lili Stein?

– ?Perdone, ?a quien?-Hartmuth Griffe la mirba fijamente

Ella se dio cuenta de que la cremosa espuma de la taza temblaba ligeramente

– A Lili Stein, una mujer judia quiza unos cuantos anos mas joven que usted.-Hizo una pausa

– No-dijo moviendo la cabeza-. Estoy en Paris con motivo de la cumbre de comercio. No conozco a nadie

Вы читаете Asesinato En Paris
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату