consentida de un hombre rico, y estas mujeres no sonrien a sus inferiores. Ni sonrien a mujeres mas jovenes que ellas y, menos aun, estando en compania de un hombre.

Ellos se sentaron, la joven volvio a su mesa y se puso a operar con su ordenador, cuya pantalla Brunetti no podia ver. Miro las revistas que estaban debajo de las flores: AD, Vogue, Focus. Nada tan vulgar como Gente, Oggi o Chi, la clase de revistas que uno espera poder hojear en la sala de espera del medico.

Brunetti tomo Architectural Digest pero la dejo sin abrirla, al recordar que el papel que interpretaba exigia que estuviera pendiente de su companera. Inclinandose hacia ella pregunto:

– ?Estas bien?

– Lo estare en cuanto termine todo esto -dijo ella sonriendole con esfuerzo.

Estuvieron un rato en silencio y, nuevamente, Brunetti dejo caer la mirada en las portadas de las revistas. Oyo abrirse una puerta y, al levantar la cabeza, vio a otra mujer, mayor y menos atractiva que la recepcionista, que se acercaba a ellos. Tenia el pelo castano, que llevaba peinado con raya en medio y cortado a ras de los lobulos de las orejas, tapandole las mejillas y, por el borde de la falda de lana gris que llevaba debajo de la bata blanca, asomaban unas piernas largas y musculosas, de mujer que juega al tenis o corre, pero no menos bonitas por ello.

Brunetti se puso en pie. Ella le tendio la mano diciendo:

– Buenas tardes, signor Brunini.

Brunetti manifesto el placer que le producia conocerla. Entonces observo el motivo de aquel peinado: una gruesa capa de maquillaje pretendia -sin conseguirlo- cubrir unas senales de acne o de otra afeccion cutanea. Las marcas, concentradas en la parte posterior de las mejillas, quedaban casi cubiertas por el pelo.

– Soy la dottoressa Fontana, ayudante del dottor Calamandri. Les acompanare a su despacho.

La signorina Elettra, mas segura frente a una competencia no tan potente como la que representaba la recepcionista, se permitio una sonrisa benevola. Se asio del brazo de Brunetti, dando a entender que podia necesitar su apoyo para recorrer la distancia que pudiera haber hasta el despacho del dottor Calamandri.

La dottoressa Fontana los llevo por un pasillo en el que la elegancia del vestibulo habia dado paso a la funcionalidad de una institucion medica: el suelo era de mosaico gris y los cuadros de las paredes, vistas de la ciudad, en blanco y negro. Las piernas de la doctora estaban tan buenas por detras como por delante.

La dottoressa Fontana se paro frente a una puerta a mano derecha, llamo con los nudillos y abrio. Hizo pasar a Brunetti y a la signorina Elettra, entro detras de ellos y cerro la puerta.

Un hombre algo mayor que Brunetti estaba sentado detras de una mesa cuya superficie no pretendia optar a otro calificativo que el de caotica. Por todas partes, montones de carpetas, papeles, catalogos, revistas, cajas de medicamentos, lapices, boligrafos, una navaja del ejercito suizo y boletines medicos abandonados como si el lector hubiera tenido que marcharse precipitadamente.

El mismo desorden se observaba en la persona del medico: por el cuello de la bata se le veia un flojo nudo de corbata y del bolsillo del pecho, que tenia bordadas sus iniciales, asomaban varios lapices y un termometro.

Tenia un aire de perplejidad, como si no pudiera explicarse semejante desbarajuste. Aquel hombre de cara redonda que los miraba sonriendo recordo a Brunetti los medicos de su infancia, que acudian a visitar a un enfermo a cualquier hora del dia o de la noche, sin escatimar tiempo ni esfuerzo a sus pacientes.

Brunetti lanzo una rapida mirada al despacho y vio los obligados titulos colgados de las paredes, vitrinas con cajas de medicamentos y el pie de una camilla de reconocimiento cubierta con una banda de papel, que asomaba por detras de un biombo.

Calamandri se levanto e, inclinandose sobre la mesa, tendio la mano primero a la signorina Elettra y despues a Brunetti, les dio las buenas tardes y senalo dos de las sillas situadas delante de la mesa. La dottoressa Fontana se sento a la derecha, en la tercera silla.

– Aqui tengo su expediente -dijo Calamandri en tono profesional y, con un certero movimiento, extrajo una carpeta marron de uno de los rimeros de encima de la mesa. Aparto papeles para hacer un hueco a la carpeta y la abrio. Apoyo la palma de la mano derecha, con los dedos extendidos, en el contenido y miro a sus visitantes.

– He visto los resultados de todas las exploraciones y pruebas, y creo que vale mas que les diga toda la verdad. -La signorina Elettra levanto una mano y la dejo en suspenso, a medio camino de la boca-. Comprendo que no es lo que desean oir, pero es la informacion mas objetiva que puedo darles.

La signorina Elettra exhalo un pequeno suspiro y dejo caer la mano en el regazo, junto a la otra, que apretaba el bolso. Brunetti la miro y le oprimio el antebrazo con gesto de consuelo.

Calamandri esperaba que ella dijera algo, o Brunetti, pero, en vista de que ninguno de los dos hablaba, prosiguio:

– Podria sugerirles que volvieran a hacerse las pruebas…

La signorina Elettra lo interrumpio con un violento movimiento de la cabeza.

– No. Ya basta de pruebas -dijo secamente. Miro a Brunetti y anadio, suavizando el tono-: No puedo pasar otra vez por todo eso, Guido.

Calamandri alzo una mano apaciguadora y dijo, dirigiendose a Brunetti:

– Estoy de acuerdo con su, hmm… -al no encontrar la palabra que describiera la relacion, rectifico, dirigiendose a la signorina Elettra-: Estoy de acuerdo con usted, signora.

Ella respondio con una media sonrisa entristecida.

Mirando de Brunetti a la signorina Elettra, para dar a entender que lo que iba a decir estaba dirigido a los dos, Calamandri prosiguio:

– Los resultados de las pruebas no dejan lugar a dudas. Se las han hecho dos veces, por lo que, desde luego, de nada serviria repetirlas. -Miro los papeles que tenia delante y luego a Brunetti-. En la segunda prueba el numero de espermatozoides aun es mas bajo.

Brunetti penso en bajar la cabeza avergonzado ante ese golpe a su virilidad, pero resistio la tentacion y sostuvo la mirada del doctor, aunque con nerviosismo.

Calamandri dijo entonces a la signorina Elettra:

– No se lo que le habran dicho los otros medicos, signora, pero por lo que veo aqui yo diria que no hay posibilidad de fecundacion. -Paso una hoja, miro un momento lo que Rizzardi y su amigo del laboratorio habian inventado y pregunto-: ?Cuantos anos tenia cuando ocurrio esto?

– Dieciocho -respondio ella mirandole a los ojos.

– Si me permite la pregunta, ?por que espero tanto para hacerse tratar esa infeccion? -dijo el medico, procurando hablar sin reproche.

– Yo era muy joven entonces -respondio ella encogiendose de hombros ligeramente, como para distanciarse de aquella jovencita.

Calamandri no dijo nada, y al fin su silencio la obligo a justificarse:

– Crei que era otra cosa, una infeccion de la vejiga o algo por el estilo, uno de esos hongos que pilla una. -Se volvio hacia Brunetti y le oprimio la mano-. Cuando fui al medico, la infeccion se habia extendido.

Brunetti procuraba mirarla a la cara como si ella estuviera recitando un soneto o cantando una nana al hijo que no podria tener, en lugar de referirse a un episodio de enfermedad venerea. Esperaba que Calamandri hubiera acumulado experiencia suficiente para reconocer a un hombre idiotizado por el amor. O la libido. Brunetti habia visto bastantes casos de unos y de otros para saber que las senales eran identicas.

– ?Le dijeron entonces que consecuencias podia tener la infeccion, signora? -pregunto Calamandri-. ?Que probablemente no podria tener hijos?

– Ya se lo he dicho -respondio ella, incomoda e impaciente-. Yo era mas joven. -Meneo la cabeza varias veces y retiro la mano que asia la de Brunetti, para enjugarse los ojos. Luego miro a Brunetti y dijo con vehemencia, como si en el despacho no hubiera nadie mas que ellos dos-: Eso fue antes de conocerte, caro, antes de desear un hijo. Un hijo nuestro.

– Comprendo -dijo el doctor cerrando la carpeta. Junto las manos con gesto lugubre y las puso encima del expediente. Mirando a su colega, pregunto-: ?Tiene algo que anadir a lo dicho, dottoressa?

La mujer inclino el cuerpo para hablar a Brunetti, que estaba al otro lado de la signorina Elettra.

– Antes de ver el expediente, habia pensado en la posibilidad de la fecundacion asistida, pero despues de examinar las radiografias y leer el dictamen de los medicos del Ospedale Civile, no me parece viable.

La signorina Elettra salto:

– Yo no tengo la culpa.

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