hablaba por telefono llevaba gafas. El apartamento de enfrente, donde se habia alojado la embarazada, resulto ser propiedad de un hombre de Turin que lo alquilaba por semanas o por meses. Cuando fue interrogado, el administrador solo encontro la indicacion de que un tal signor Giulio D'Alessio, que no dio direccion y pago en efectivo, habia alquilado el apartamento durante el periodo en que la joven habia estado alli. No; el administrador no recordaba al signor Rossi. La pista, si realmente era una pista, acababa alli.

Marvilli no devolvia las llamadas que Brunetti hacia a su despacho, y los otros contactos que el comisario tenia entre los carabinieri no le habian dado mas informacion que la facilitada a la prensa: los ninos estaban bajo la tutela de los servicios sociales y la investigacion seguia su curso. Brunetti averiguo, si, que la vispera de la redada los carabinieri habian enviado un fax a la questura, informando a la policia de Venecia de la operacion y dando el nombre y direccion de Pedrolli. La falta de respuesta fue interpretada como conformidad. A peticion de Brunetti, los carabinieri le enviaron copia del fax y de la confirmacion de su transmision al numero de la questura.

Todo ello se hacia constar en los informes de Brunetti al vicequestore con la indicacion de que los intentos de localizar el fax extraviado habian resultado infructuosos. En respuesta, Patta sugirio que Brunetti volviera a sus otros casos y que dejara el del dottor Pedrolli para los carabinieri.

Brunetti no comprendia el aparente desinteres de los medios por el tema: le parecia natural que se tendiera el velo del silencio oficial o burocratico por lo que respectaba a los ninos, y no se revelaran sus nombres ni su paradero, pero los padres y los esfuerzos que habian hecho para adoptarlos, forzosamente tenian que interesar a lectores y telespectadores. En un pais en el que la presencia de un nino en un caso criminal, como victima de asesinato, como superviviente de un intento o, mejor aun, como autor, le aseguraba la permanencia en los medios durante dias y hasta semanas, era curioso que aquellas personas hubieran desaparecido tan pronto de la actualidad.

Anos despues de su arresto por el asesinato de su hijo, bastaba una entrevista con «la madre de Cogne» -o, incluso un simple articulo sobre ella- para hacer subir el numero de telespectadores o de lectores. * Hasta una ucraniana que arrojo a su hijo recien nacido a un contenedor genero titulares durante tres dias. Pero la prensa local se desentendio de Pedrolli a los dos dias, y solo La Repubblica siguio informando durante tres dias mas, hasta que se produjo la muerte de un joven carabiniere, contra el que disparo un asesino convicto que habia salido con un permiso de fin de semana. Pero era precisamente la rapidez con que el caso Pedrolli desaparecio de Il Gazzettino y La Nuova lo que excitaba la curiosidad de Brunetti, por lo que, a la segunda manana en la que no se mencionaba el caso en los periodicos, el comisario llamo a su amigo Pelusso al despacho. El periodista le explico que en Il Gazzettino corria el rumor de que la historia no habia sido del agrado de cierta persona y se habia retirado.

Brunetti, asiduo lector de este periodico, sabia quienes eran sus principales anunciantes, y la signorina Elettra habia averiguado que la signora Marcolini llevaba la rama de sanitarios de la industria familiar, por lo que Brunetti observo:

– Decir bano es decir Marcolini.

– Exacto -convino Pelusso, pero agrego rapidamente, como impulsado por un resto de respeto por la precision que habia sobrevivido a decadas de oficio periodistico-: El seria el primer interesado, a causa de la hija, pero aqui nadie ha mencionado su nombre explicitamente.

– ?Y crees que es necesario mencionarlo? -pregunto Brunetti-. Despues de todo, como tu dices, ella es su hija, y esta clase de publicidad no hace bien a nadie.

– No estes tan seguro, Guido -respondio el periodista-. Los carabinieri asaltaron la casa, el marido quiza aun este en el hospital, y les han quitado al nino: esto les valdra a ambos la simpatia del publico, sin que importe como consiguieran al nino.

Esto ofrecia a Brunetti una posibilidad interesante.

– Entonces, ?los carabinieri? -pregunto.

– ?Por que iban ellos a tapar el caso?

– Pues, en primer lugar, porque los presenta con un aspecto poco agradable o, quiza, para hacer creer a quienes sospechan que esten detras de todo esto, que ha pasado el peligro y pueden salir del agujero -sugirio Brunetti. Como Pelusso no decia nada, el comisario prosiguio, hilvanando ideas mientras hablaba-: Si hay una trama, el que mueve los hilos ha de conocer a personas que deseen ninos aunque sea a cambio de dinero y a futuras madres que esten dispuestas a renunciar a sus hijos al dar a luz.

– Evidente.

– Pero la transaccion no puede programarse a voluntad, ?verdad? -pregunto Brunetti-. La que va a tener un hijo, tendra el hijo cuando le toque, no cuando el intermediario se lo diga.

– Y si en esto hay tanto dinero como he oido decir que hay -continuo Pelusso lentamente, agregando su razonamiento al de Brunetti-, llegado el momento, tendra que ponerse en contacto con los compradores.

Brunetti, subitamente alerta, pregunto:

– ?Oyes hablar mucho de eso?

– Yo creo que hay en ello buena parte de leyenda urbana -respondio Pelusso-. Como en eso de los chinos, que dice la gente que no se mueren porque nunca hay entierros. Pero si, mucha gente habla del negocio de la compraventa de ninos.

– ?Has oido mencionar un precio? -pregunto Brunetti, confiando en que Pelusso no le preguntara a el por que la policia no tenia ya esta informacion.

Siguio una pausa mas bien larga, como si Pelusso estuviera pensando lo mismo, pero cuando hablo fue solo para responder a la pregunta de Brunetti.

– No, nada concreto. He oido rumores, pero, como te he dicho, Guido, la gente habla de eso como de tantas otras cosas: «Lo se de buena tinta.» «Tengo un amigo que esta enterado.» «Mi vecina tiene una prima que tiene una amiga que…» No hay manera de saber si nos dicen la verdad.

Brunetti estuvo a punto de decir que esta incertidumbre era un fenomeno universal y que no se limitaba a la experiencia periodistica de Pelusso. Brunetti no sabia si los italianos eran mas credulos que otros pueblos o si, simplemente, estaban peor informados. Habia oido hablar de paises en los que existia una prensa independiente que informaba con exactitud y en los que la television no estaba controlada por un solo hombre: su misma esposa estaba convencida de la existencia de tales portentos.

La voz de Pelusso le hizo volver de sus divagaciones.

– ?Alguna cosa mas? -pregunto el periodista.

– Si; si consigues enterarte de quien podria querer que dejara de hablarse del caso, te agradecere que me llames -dijo Brunetti.

– Te tendre al corriente -respondio Pelusso, y colgo.

Al colgar el telefono, Brunetti se puso a pensar, sin saber por que oscuras asociaciones de ideas, en unas poesias que Paola le habia leido anos atras. Las habia escrito un poeta isabelino con motivo de la muerte de sus dos hijos, un nino y una nina. Brunetti recordaba la indignacion de su esposa porque el poeta estaba mucho mas afligido por la muerte del hijo que por la de la hija, pero en este momento Brunetti solo recordaba el deseo de aquel hombre destrozado que ansiaba «perder ahora todo el padre que habia en mi». ?Cuan hondo habia de ser el sufrimiento de un hombre, para hacerle desear no haber sido padre? El tenia dos amigos que habian visto morir a un hijo, y ninguno de ellos habia conseguido superar el dolor. Haciendo un esfuerzo, desvio la atencion hacia las personas que podian facilitarle informacion acerca de este negocio de recien nacidos, y recordo su infructuosa visita al Ufficio Anagrafe.

Brunetti decidio llamarles y, en cuestion de minutos, tuvo la informacion que deseaba: un hombre y una mujer se personaban en la oficina, firmaban la declaracion de que el hombre era el padre, y aqui se acababan los tramites. Desde luego, tenian que presentar los documentos de identidad y el certificado de nacimiento. Incluso, si lo deseaban, podian cumplimentar la diligencia en el mismo hospital, donde existia una delegacion de la oficina del Registro.

Brunetti acababa de susurrar las palabras «Licencia para robar», cuando Vianello entro en el despacho sin llamar.

– Abajo se ha recibido una llamada -dijo sin preambulos el inspector-. Han forzado la puerta de una farmacia de campo Sant'Angelo.

– ?Es uno de tus farmaceuticos? -pregunto Brunetti con franco interes.

Vianello asintio y, antes de que el comisario pudiera hacer otra pregunta, dijo:

– Aun estamos repasando sus cuentas bancarias.

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