Ella parecio sorprendida por la pregunta.

– Lo mismo que a ustedes: que habian forzado la puerta.

– ?Le ha hablado de esto? -pregunto Brunetti abarcando con un ademan la devastacion que les rodeaba.

– No, senor. No lo habia visto -le recordo ella. La mujer bajo el bolso y busco con la mirada un sitio donde dejarlo. Al no encontrar una superficie libre, volvio a colgarselo del hombro-. Supongo que no queria ser yo quien se lo dijera, ni tan solo lo que habia visto desde la puerta. -De pronto, como si hubiera recordado algo, dejo el bolso en el revuelto mostrador y se fue rapidamente sin pronunciar palabra.

Brunetti con una sena indico a Vianello que se quedara en la tienda y el siguio a la signora Invernizzi, que iba por el pasillo y se paro delante de una puerta que Brunetti y Vianello no habian abierto todavia. La mujer la abrio y alargo el brazo para encender la luz. Lo que alli vio le hizo taparse la cara con las manos y menear la cabeza. A Brunetti le parecio que murmuraba algo y temio que aquella violencia hubiera encontrado una victima humana.

El comisario se acerco a la mujer, la tomo del brazo y la aparto de la puerta y de lo que fuera que la habia horrorizado. Cuando ella echo a andar hacia la tienda, el volvio a la habitacion. Era pequena, cuadrada, de apenas tres metros de lado. Debia de haber servido de almacen o de trastero. Dos de las paredes estaban cubiertas por librerias, pero todos los libros estaban en el suelo. La robusta mesa debia de haber sostenido un ordenador, pero tanto el ordenador como la mesa estaban tumbados. La mesa, probablemente gracias a su solida construccion, no habia sufrido mas dano que un par de aranazos, pero el ordenador no se habia salvado. Bajo las suelas de los zapatos de Brunetti crujieron trozos de pantalla. De la eviscerada carcasa del monitor asomaban cables. El teclado estaba partido en dos, aunque la funda de plastico mantenia juntas las mitades. La columna rectangular de la unidad central habia sido golpeada varias veces con lo que Brunetti supuso que era la palanqueta utilizada para reventar la puerta. El metal tenia varias muescas y algun que otro boquete. Una de las esquinas estaba hundida, como si hubieran intentado apalancar la caja, pero el asaltante solo habia conseguido desprender una parte de la cubierta posterior. Por la rendija, Brunetti distinguio una placa metalica con motitas de colores soldadas a la superficie. Si el resto de la destruccion era vandalismo, esto era intento de asesinato.

Brunetti oyo pasos a su espalda y supuso que eran de Vianello. Vio una raya roja en un trozo de metal arrancado del panel posterior y se agacho para ver mejor. Si, era sangre, de una mancha que habia sido enjugada precipitadamente y que habia dejado una estria y una pequena incrustacion en el intersticio que quedaba entre el panel posterior y el marco. Cerca, en la tapa blanca de un libro, habia lo que parecia una gota redonda, rodeada de pequenas salpicaduras.

– ?Quien es usted? ?Que hace aqui? -pregunto airadamente una voz de hombre detras de el.

Brunetti se puso en pie rapidamente y se volvio. El recien llegado era mas bajo que el comisario, pero mas ancho, sobre todo, de hombros y torax, como si hiciera un duro trabajo fisico o hubiera pasado mucho tiempo nadando. El pelo, de color albaricoque, le clareaba ensanchandole la frente. Tenia los ojos claros, quiza verde palido, la nariz afilada y los labios finos, comprimidos en un gesto de irritacion ante el persistente mutismo de Brunetti.

– Soy el comisario Guido Brunetti -dijo este al fin.

El hombre no pudo disimular la sorpresa. Con un esfuerzo evidente, sustituyo la agresividad de su cara por una expresion mas suave.

– ?Es usted el dueno? -pregunto Brunetti afablemente.

– Si -respondio el hombre y, suavizando mas aun la actitud, tendio la mano-. Mauro Franchi.

Brunetti estrecho la mano del hombre con deliberada energia.

– La signora Invernizzi ha llamado a la questura para denunciar el hecho, y como mi colega y yo nos encontrabamos casualmente en la zona, nos han avisado -dijo Brunetti con una leve irritacion en la voz, dando a entender que un comisario tenia cosas mas importantes que hacer con su tiempo que acudir corriendo al escenario de algo tan vulgar como un atraco. Brunetti no se explicaba que le impulsaba a justificar la presencia de un funcionario con rango de comisario, pero no queria que el dottor Franchi empezara a hacer especulaciones.

– ?Cuanto hace que estan aqui? -dijo Franchi. Otra pregunta, penso Brunetti, que le correspondia a el haber hecho.

– Unos minutos -respondio-. Pero tiempo suficiente para apreciar los danos.

– Es la tercera vez -dijo Franchi, para sorpresa del comisario-. Ya no se puede llevar un negocio en esta ciudad.

– ?La tercera vez de que? -pregunto Brunetti, pasando por alto el comentario de Franchi. Antes de que este pudiera responder, oyeron acercarse pasos procedentes de la tienda.

Franchi dio media vuelta rapidamente y, cuando Vianello aparecio en la puerta, seguido de la signora Invernizzi, Brunetti dijo:

– Mi companero, el inspector Vianello.

Franchi saludo con un movimiento de la cabeza, pero no tendio la mano. Salio al pasillo y fue hacia la signora Invernizzi. A una senal de Brunetti, Vianello se reunio con el en el pequeno despacho, y el comisario senalo el rastro de sangre de la carcasa metalica y las salpicaduras del libro.

Vianello doblo una rodilla. Brunetti vio que giraba lentamente la cabeza de izquierda a derecha y que, de pronto, extendia el brazo apuntando con el dedo.

– Ahi tenemos otra.

Entonces Brunetti vio la mancha en la baldosa oscura.

– Si pillamos a alguien, podremos hacer la prueba del ADN, supongo -dijo Vianello sin conviccion, porque dudaba de que se utilizara la prueba para un caso tan simple, y tambien de que se llegara a arrestar a alguien.

Al cabo de un momento, oyeron como los otros dos se alejaban hacia la tienda, hablando en voz baja. A Brunetti le parecio que Franchi decia: «Mi madre no querra…»

– ?Invernizzi ha dicho algo? -pregunto Brunetti.

– Solo se ha quejado del trabajo que tendran para limpiar y poner las cosas en orden -respondio Vianello-. Tambien ha hablado del seguro y de que es imposible conseguir que paguen. Ha empezado a contarme el caso de la hija de una amiga a la que derribaron de la bicicleta hace diez anos, y aun no ha cobrado la indemnizacion.

– ?Y por eso volvias? -pregunto Brunetti con una sonrisa.

Vianello se encogio de hombros.

– Ha estado insistiendo en si podia llamar a los otros empleados para pedirles que vengan a ayudar.

– ?Cuantos son?

– Dos farmaceuticos y la encargada de la limpieza. Ademas del dueno.

– Veamos que dice el. -Brunetti dio unos pasos y, al llegar a la puerta, se detuvo-. Llama a Bocchese, haz el favor. Que mande a un equipo del laboratorio.

– ?El ordenador? -pregunto Vianello.

– Si se usaba para programar las visitas, tendremos que llevarnoslo -respondio Brunetti.

Franchi y la mujer estaban en la tienda, a un extremo del mostrador, del lado del publico. El farmaceutico senalaba un mueble del que habian sido arrancados todos los cajones.

– ?Puedo llamar a Donatella? ?O a Gianmaria, dottore? -oyo Brunetti que decia ella.

– Si, supongo. Habra que ver que hacemos con las cajas.

– ?Intentamos recuperar algunas?

– Si, si se puede. Todo lo que no este roto ni pisoteado. Y del resto empiece a hacer una lista, para el seguro. -Hablaba con fatiga: Sisifo mirando la roca.

– ?Cree que han sido los mismos? -pregunto ella.

Franchi miro a Brunetti y a Vianello y dijo:

– Espero que eso lo averigue la policia, Eleonora. -Y, como si advirtiera que su tono rozaba el sarcasmo, anadio-: Los designios del Senor son inescrutables.

– Ha dicho usted «tres veces», dottore -dijo Brunetti, insensible a la piedad-. ?Esto habia ocurrido ya otras dos?

– Esto no -respondio Franchi agitando las manos hacia la escena que los rodeaba-. Pero nos han robado dos veces. Una noche entraron y se llevaron todo lo que quisieron. La segunda vez vinieron de dia. Drogadictos. Uno

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