– Yo no. Pero ella si. -Por la cara de Vianello cruzo una expresion extrana: Brunetti habia visto algo parecido en los rostros de los hombres que habian matado por celos-. Y no quiere decirme quien es. -Suspiro-. Supongo que querra darselo personalmente.
– Dire a Bocchese que se lo lleve -dijo Brunetti, con el pensamiento puesto en el disco duro, haciendo cabalas sobre su contenido. No sin cierta desolacion, advirtio lo poco que daba de si su imaginacion-. Si ella lo lleva a ese tecnico, ?crees que el podra sacar lo que haya en el disco? -pregunto finalmente a Vianello.
– Depende de lo danado que este -respondio el inspector. Y, hablando muy despacio, agrego-: La signorina Elettra dice que es muy bueno y que ha aprendido mucho de el.
– ?Y no hay algun indicio de quien puede ser?
– Por lo que yo se, podria ser el ex gobernador de la Banca d'Italia -respondio Vianello. Y anadio con una sonrisa-: Ahora tiene mucho tiempo libre, ?no?
Brunetti hizo como si no le hubiera oido.
Bocchese y los tecnicos llegaron al cabo de unos veinte minutos, y Vianello y Brunetti estuvieron observandolos durante una hora mientras fotografiaban y espolvoreaban la puerta, los mostradores y los ordenadores en busca de huellas dactilares. Brunetti hablo a los hombres de Bocchese de las manchas de sangre y del disco duro y les pidio que lo llevaran todo a la questura.
La signora Invernizzi volvio poco despues de las doce y, de pie delante del mostrador, dejo que uno de los tecnicos le tomara las huellas. El dottor Franchi llego en aquel momento y, de mala gana, se sometio al proceso. Les pregunto cuando iban a terminar, porque el queria limpiar y, a ser posible, abrir la farmacia al dia siguiente. El ayudante de Bocchese le respondio que tenian para una hora, y Franchi dijo que traeria a un fabbro para que cambiara la cerradura de la puerta lateral. Brunetti estaba atento a la conversacion, por si la signora Invernizzi hablaba de la porta blindata, pero ella no dijo nada.
Cuando ambos se fueron, Brunetti volvio al despacho, en el que Bocchese estaba raspando una gota de sangre de la parte baja de la pared. A su lado, en el suelo, tenia una bolsa de pruebas, cerrada, que ya contenia el libro manchado.
– ?Ha examinado toda la habitacion? -pregunto Brunetti cuando Bocchese levanto la mirada.
– Si.
– ?Y?
– Hay alguien a quien no le cae bien este farmaceutico -fue la respuesta de Bocchese. Y, despues de un momento-: O no le caen bien los farmaceuticos en general, o los ordenadores, o los medicamentos o, que se yo, las cajas registradoras.
– Siempre haciendo deducciones y procurando hacer encajar los indicios en un esquema general, ?eh, Bocchese? -pregunto Brunetti riendo. Para el tecnico, un cigarro era siempre un cigarro y una serie de hechos, una serie de hechos y no un motivo de especulacion-. ?Que me dice de la sangre?
– Hay algo que parece un trozo de piel y una pizca de cuero debajo de este reborde de la parte trasera -dijo Bocchese senalando con las pinzas el punto de la caja de la unidad central en el que Brunetti habia visto el rastro de sangre.
– ?Y eso significa? -Antes de que Bocchese pudiera responder, Brunetti dijo-: Si va a decirme que significa que hay un trozo de piel y un trozo de cuero, no dejare que vuelva a afilar los cuchillos de cocina de Paola.
– Y a ella le dira que yo me he negado, ?no? -pregunto Bocchese.
– Si.
– En tal caso -empezo Bocchese-, yo diria que, al no poder abrir del todo la caja con la palanqueta o con lo que fuera, trato de levantar el borde, se le rompio el guante y se hizo un corte en la mano.
– ?Grave?
Bocchese tardo en contestar a eso.
– Yo diria que no. Probablemente, fue un corte superficial. -Intuyendo el pensamiento de Brunetti, dijo-: No; yo no me molestaria en preguntar al hospital si hoy han cosido alguna mano. -Despues de un momento, con audible desgana, Bocchese anadio-: Y diria que se trata de un individuo muy impaciente, ademas de muy enfadado.
– Gracias -dijo Brunetti-. Cuando haya tomado una muestra de la sangre de ahi -dijo senalando a la unidad central-, ?me hara el favor de enviar el aparato a la signorina Elettra?
Como si esto le pareciera lo mas natural del mundo, Bocchese asintio y volvio a concentrar la atencion en la mancha de sangre.
Vianello estaba en la tienda, hablando con uno do los fotografos.
– ?Nos vamos ya? -pregunto.
Brunetti explico al tecnico que el dueno no tardaria en volver con un cerrajero. Al pasar con Vianello por delante de la puerta del despacho, el comisario saludo a Bocchese, que seguia de rodillas, inspeccionando una base de enchufe.
Ya en la calle, Vianello pregunto:
– ?Vamos andando? -y a Brunetti le parecio una magnifica idea.
El dia, que habia empezado brumoso, humedo y desapacible, habia decidido obsequiarse con una racion de sol. Sin deliberar, Brunetti y Vianello torcieron hacia la derecha y cruzaron el puente en direccion a campo San Fantin. Pasaron por delante del teatro sin verlo, ambos con prisa por llegar a Via XXII Marzo y a la Piazza, donde sin duda podrian gozar a sus anchas del calor que se barruntaba en el aire.
Cuando se acercaban a la Piazza, Brunetti iba mirando a la gente, mientras escuchaba a medias la disertacion de Vianello sobre como se preserva la informacion en el disco duro de un ordenador y como puede recuperarse incluso mucho despues de que el usuario crea que ha sido borrada.
Brunetti vio venir hacia ellos a un grupo de turistas a los que, instintivamente, identifico como del Este de Europa. Los observo mientras se cruzaba con ellos: cara descolorida; pelo rubio, natural o estimulado; calzado barato, poco mas que de carton; y chaqueta de plastico tenido y tratado infructuosamente para que pareciera piel. Brunetti siempre habia sentido simpatia por esos turistas, porque ellos contemplaban realmente las cosas. Probablemente, no podian permitirse hacer grandes compras, pero miraban en derredor con respeto, veneracion y visible deleite. Ropa barata, pelo mal cortado y bolsas de picnic, pero ?quien sabia los sacrificios que habian tenido que hacer para venir? Al comisario le constaba que muchos de ellos pasaban dos noches durmiendo en el autocar, para poder estar aqui un solo dia, paseando y mirando sin comprar. Que distintos de los norteamericanos a los que nada impresiona porque, naturalmente, ellos han visto cosas mas grandes y mejores, y de los europeos del Oeste, que tambien estan de vuelta de todo, pero son muy sofisticados para dartelo a entender.
Cuando salieron a la Piazza, el inspector, que parecia no haber reparado en los turistas, dijo:
– Todo el mundo esta asustado por lo de la gripe aviar, y nosotros tenemos mas palomas que personas.
– ?Decias? -pregunto Brunetti, que aun pensaba en los turistas.
– Lo lei hace dos dias en el periodico -dijo Vianello-. Nosotros somos unos sesenta mil, y la poblacion de palomas, por lo menos, segun el periodico, es de mas de cien mil.
– No puede ser -protesto Brunetti con repugnancia. Y, mas objetivamente-: ?Quien va a poder contarlas? ?Y como?
Vianello se encogio de hombros.
– Vete a saber como se calculan las cifras oficiales. -De pronto, se animo visiblemente, ya porque hubiera empezado a sentir el calor de la Piazza o porque se diera cuenta de lo absurdo del tema, y pregunto-: ?Crees que el municipio tiene a gente trabajando a la que paga un sueldo para que vaya por ahi contando palomas?
Brunetti reflexiono un momento y respondio:
– Pero las palomas no se estan quietas en el mismo sitio, ?verdad? O sea que a algunas las habran contado dos veces.
– O ninguna -sugirio Vianello y exclamo con subito encono-: ?Dios, como las detesto!
– Yo tambien -convino Brunetti-. Y la mayoria de la gente, me parece. Son asquerosas.
– Pero cuidado con tocar una sola -prosiguio Vianello, ahora con vehemencia-, o tendras a todos los animalisti gritando que si la crueldad para con los animales y que si nuestra responsabilidad hacia todas las criaturas de Dios. -Levanto las manos con gesto de indignacion o perplejidad. Brunetti iba a manifestar su sorpresa porque esas palabras salieran de boca del que en la questura se habia erigido en defensor de las causas medioambientales, cuando su mirada se poso en la fachada de la Basilica y en sus cupulas, absurdamente asimetricas, con toda su gloriosa imperfeccion.