cuando entre en el establo ya me habia convertido en un verdadero lunatico. Busque el petigallo de Jonas, pero en su lugar, ante mi, descubri un gran corcel, la altura de cuyo lomo rebasaba la de mis ojos. No tenia ni idea de quien podia haberlo montado en esta villa pacifica, y no lo pense. Sin dudarlo un momento, lo monte de un brinco, desenvaine Terminus Est, y de un tajo cercene las riendas que lo ataban.

Jamas he visto una montura mejor. En un salto estuvo fuera del establo, y en dos, arremetiendo hacia la calle de la villa. Durante el espacio de un aliento temi que tropezara en la cuerda de alguna tienda, pero en su galope tenia la seguridad de una bailarina. La calle corria hacia el este, hacia el rio. Tan pronto como hubimos dejado atras las casas, le hice ir hacia la izquierda. Salto un muro como si nada, y me encontre atravesando a todo galope un prado donde los toros levantaban los cuernos a la verde luz de la luna.

Ahora no soy un gran jinete y entonces lo era menos. A pesar de lo elevado de la silla de montar, creo que me hubiera caido de un animal mas bajo antes de recorrer media legua, pero mi corcel robado se movia, a pesar de toda su velocidad, con la levedad de una sombra. Y, en verdad, una sombra debiamos parecer, el, con su piel negra, yo, con mi capa fuligina. No freno su carrera hasta que atravesamos chapoteando el arroyo a que se referia la carta. Alli me detuve, en parte agarrando el ronzal, pero mas con palabras, a las que el atendia como un hermano. No habia sendero ni a uno ni a otro lado del rio, y no lo seguimos mucho trecho cuando los arboles ocuparon las riberas. Entonces lleve al animal por el arroyo (aunque el se resistia), donde avanzamos por entre aguas agitadas y espumosas como si subieramos por peldanos, y nadaramos en remansos profundos.

Durante mas de una guardia de tiempo, vadeamos este arroyo pasando por un bosque muy parecido al que Jonas y yo habiamos atravesado cuando nos separamos de Dorcas, el doctor Talos y los demas en la Puerta de la Piedad. Despues, las riberas se hicieron mas anchas y accidentadas, los arboles mas pequenos y retorcidos. En la corriente habian guijarros, de bordes rectos, y supe que habian sido hechos por manos humanas y que nos encontrabamos en la region de las minas, sobre las ruinas de una gran ciudad. Nuestro camino se hizo mas empinado, y a pesar de todo su brio, el animal resbalo varias veces sobre las piedras, de modo que me vi obligado a desmontar. Atravesamos asi una serie de pequenas y extranas oquedades, todas oscuras en los costados sombrios, pero tambien moteadas aqui y alla de luz verde de luna, todas sonoras con el sonido del agua, pero solo con el, y por lo demas envueltas en silencio.

Por ultimo, entramos en un valle mas pequeno y estrecho que los otros, y en el extremo del valle, a una cadena de donde la luz de la luna rebosaba sobre una pronunciada elevacion, vi la oscuridad de una abertura. Alli nacia el arroyo, de alli manaba como saliva de los labios de un titan petrificado. Junto al agua encontre una superficie de terreno bastante nivelada como para que mi montura se mantuviera erguida, y consegui atarla alli, anudando lo que quedaba de las riendas a un arbol achaparrado.

No cabe duda que tiempo atras se accedio a la mina con ayuda de un caballete de madera, que hacia ya tiempo se habia podrido. Aunque a la luz de la luna la escalada parecia imposible, consegui encontrar unos cuantos puntos de apoyo para los pies en el antiguo muro, y lo escale por uno de los lados de la cascada de agua.

Ya tenia las manos dentro de la abertura cuando oi, o crei oir, un ruido que venia del arroyo, detras de mi. Me detuve y volvi la cabeza. La tromba de agua habria ahogado cualquier ruido menos perentorio que un toque de corneta o que una explosion; pero sin embargo yo habia notado algo, la nota de una piedra que cae sobre otra, quizas, o el ruido de una zambullida.

El arroyo parecia tranquilo y silencioso. Entonces vi que mi corcel cambiaba de posicion, y por un momento la orgullosa cabeza y las orejas empinadas hacia delante se irguieron a la luz. Imagine que lo que habia oido no era mas que el golpe de las herraduras contra la piedra, y que el animal coceaba descontento por haber sido atado con una rienda corta. Me escurri dentro del tunel, y mas tarde supe que de este modo habia salvado mi vida.

Por poco seso que tenga, cualquier hombre que, como yo, sabe que ha de internarse en un lugar semejante, habria llevado una linterna y una cierta cantidad de velas. Pero el pensamiento de que Thecla aun vivia me habia arrebatado de tal manera que no disponia de ninguna, asi que avance arrastrandome en la oscuridad, y no hube dado aun doce pasos cuando la luz de la luna del valle desaparecio detras de mi. Mis botas estaban en el agua, asi que camine como cuando habia conducido a mi diestrero por la corriente. Llevaba a Terminus Est colgada al hombro izquierdo, y no temia que la punta de la vaina pudiera mojarse en la corriente, ya que el techo del tunel era tan bajo que yo avanzaba inclinado hacia delante. Asi continue durante largo rato, siempre temiendo haberme equivocado de camino y que Thecla me esperara en otro lugar, y que me siguiera esperando en vano.

VI — Resplandor azul

Llegue a acostumbrarme tanto al sonido del agua helada que si me lo hubieras preguntado hubiera dicho que caminaba en silencio; pero no era asi y cuando, de pronto, el incomodo tunel desemboco en una enorme sala igualmente oscura, lo supe en seguida por el cambio en la musica de la corriente. Di un paso mas, y otro, y levante la cabeza. Ya no habia piedras escabrosas en que chocar. Levante los brazos. Nada. Agarre a Terminus Est por la empunadura de onice y movi por el aire la hoja, aun envainada. Nada todavia.

Entonces hice algo que tu, que lees esta cronica, encontraras ciertamente estupido, aunque has de recordar que a los guardias que pudiera haber en la mina se les habia advertido de mi llegada y se les habia dicho que no me hicieran dano. Grite el nombre de Thecla.

Y el eco respondio:

—Thecla… Thecla… Thecla…

Y otra vez el silencio.

Me acorde de que tenia que seguir el curso del agua hasta donde brotaba de una roca, y que no lo habia hecho. Posiblemente goteaba por tantas galerias en este lugar debajo de la colina como fuera de ella a traves de los valles. De nuevo volvia avanzar por el agua, tanteando el camino a cada paso por temor a caer de cabeza al paso siguiente.

No habia avanzado cinco zancadas cuando oi algo, lejano pero nitido, por encima del susurro del agua, que ahora fluia mansamente. No habia avanzado cinco pasos mas cuando vi una luz.

No era el reflejo esmeralda de los fabulados bosques de la luna, ni una luz como la que llevan los guardias, esto es, la llama escarlata de una antorcha, el dorado resplandor de un cirio, o incluso el penetrante rayo blanco que algunas veces habia vislumbrado de noche cuando las bengalas del Autarca rasgaban el cielo de la Ciudadela. Mas bien se trataba de una niebla luminosa que en ocasiones parecia no tener color y a veces parecia de un impuro verde amarillento. Era imposible saber la distancia a que se encontraba y parecia no tener forma. Por unos instantes tremolo antes mis ojos; y yo, que todavia seguia el curso de la corriente, avance chapoteando hacia ella. Entonces se le unio otra luz.

Me es dificil concentrarme en lo que ocurrio en los minutos siguientes. Quiza todo el mundo guarda en secreto algunos momentos de horror, como nuestras mazmorras, en sus niveles mas bajos y deshabitados, guardaban a aquellos clientes cuyas mentes habian sido destruidas o transformadas tiempo atras en conciencias que ya no eran humanas. Como ellas, estos recuerdos gritan y golpean las paredes con sus cadenas, pero raramente llegan a emerger a la luz.

Lo que experimente bajo la colina aun me acompana, como nos acompanaban aquellos clientes, y es algo que me esfuerzo por arrinconar en lo mas recondito, pero que de cuando en cuando aflora a mi conciencia. (No hace mucho, cuando el Samru aun se encontraba cerca de la desembocadura del Gyoll, mire de noche por la barandilla de popa; cada movimiento de los remos me parecia una mancha de fuego fosforescente, y por un momento imagine que los de debajo de la colina habian venido por fina buscarme. Ahora soy yo el comandante, pero eso poco me tranquiliza.)

Una segunda luz se unio a la primera, como ya he descrito, y despues aparecio una tercera, y una cuarta, y yo seguia avanzando. De pronto hubo demasiadas luces para contarlas, pero como yo no sabia que eran en realidad, me confortaban y estimulaban, imaginando que cada una de ellas era quizas una chispa perteneciente a

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