—Quiza seria mejor hacer que el hermano Corbinian pese la dosis, maestro.

Corbinian era nuestro boticario; me aterrorizaba que el maestro Gurloes fuera a tragarse una cucharada ante mis ojos.

—No me hace falta pedirselo. —Despectivamente puso de nuevo la tapadera sobre la jarra y de un golpe volvio a colocarla en la estanteria del armario. —Eso esta bien, maestro.

—Ademas —dijo guinandome un ojo—, contare con esto. —Del bolsillo del cinturon saco un falo de hierro; media palmo y medio y en el extremo opuesto a la punta tenia una correa de cuero. Aunque te parezca idiota, lector, por un instante no se me ocurrio para que podria ser aquello, a pesar del realismo algo exagerado del diseno. Tenia la idea confusa de que el vino lo habia vuelto infantil, pues un nino es quien supone que no hay una diferencia esencial entre una montura de madera y un verdadero animal. Me dieron ganas de reir.

—«Abusar», esa es la palabra. Ahi, ya ves, es donde nos dejan una salida. —Y se golpeaba con el falo de hierro la palma de la mano, el mismo gesto, ahora que lo pienso, que habia hecho el hombre mono que me habia amenazado con el mazo. Entonces lo comprendi y senti un asco irreprimible.

Pero ahora ya no sentiria ese sentimiento de asco en una situacion parecida. Yo no sentia compasion por la cliente, porque no pensaba en absoluto en ella. Era solo una especie de repugnancia por el maestro Gurloes, que a pesar de toda su voluminosidad y enorme fortaleza tenia que recurrir al polvillo marron, y lo que es peor, al falo de hierro, un objeto que quizas habian quitado de una estatua. Sin embargo, en otra ocasion en que el acto tenia que cumplirse inmediatamente por temor a que la orden no pudiera ser ejecutada antes de que la cliente muriera, lo vi actuar en seguida, sin polvillo ni falo ni dificultad alguna.

Asi pues, el maestro Gurloes era un cobarde. Y, sin embargo, quiza su cobardia era mejor que el valor que yo hubiera tenido en su lugar, pues el coraje no siempre es una virtud. Yo habia actuado con valentia (segun se cuentan esas cosas) cuando pelee contra los hombres mono, pero esa valentia no fue mas que una mezcla de osadia, sorpresa y desesperacion; cuando ya en el tunel no habia motivo para tener miedo, yo lo tenia, y casi me revente los sesos contra el techo bajo; pero no me detuve, ni siquiera aminore la marcha hasta que no vi enfrente de mi la apertura, que el bendito resplandor de la luz de la luna hacia visible. Entonces fue cuando realmente me detuve; y sintiendome a salvo, limpie mi espada lo mejor que pude con el borde rasgado de mi capa, y la enfunde.

Hecho esto, me la eche al hombro, y con un balanceo me deje caer hacia fuera, tanteando con la punta de mis empapadas botas los rebordes que me habian ayudado a subir. Acababa de llegar al tercero de los rebordes, cuando dos dardos inflamados golpearon la roca cerca de mi cabeza. Uno debio quedarse can la punta incrustada en alguna irregularidad de la antigua obra, pues permanecio alli abrasandose en blanco fuego. Me acuerdo de mi sorpresa, y de como espere, en los pocos momentos que mediaron antes de que el siguiente golpeara mas cerca todavia y casi me cegara, que los arbalestos no fueran de esos que ponen en la cuerda un nuevo proyectil cuando se aprieta el gatillo y que son tan rapidos en volver a disparar.

Cuando el tercero estallo contra la piedra, supe que era en verdad un arbalesto de ese tipo, y me deje caer antes de que los tiradores, que ya habian fallado, pudieran volver a disparar.

Habia, como tenia que haberlo sabido, un profundo remanso donde caia el agua que salia de la boca de la mina. Me di una nueva zambullida, pero como ya estaba mojado no me sento mal e incluso apago las manchas de fuego que se me habian pegado a la cara y a los brazos.

Ahora ni se planteaba la cuestion de permanecer debajo del agua, que me cogio como si fuera un palo y me hizo subir por donde quiso. Por la mas feliz de las casualidades, fui a emerger a cierta distancia de la cara de la roca, y pude contemplar a mis atacantes desde atras mientras trepaba a la orilla. Ellos y la mujer que los acompanaba, estaban mirando al lugar donde la cascada caia. Desenvaine Terminus Est por ultima vez en la noche mientras gritaba:

—Por aqui, Agia.

Ya habia adivinado que se trataba de ella, pero al volverse (mas rapida que ninguno de los hombres que estaban con ella) le vi la cara a la luz de la luna. Para mi era una cara terrible (si bien adorable a pesar de toda su modestia), porque contemplarla significaba que Thecla seguramente habia muerto.

El hombre mas cercano a mi fue bastante estupido como para tratar de llevarse el arbalesto al hombro antes de apretar el gatillo. Me agache cercenandole las piernas, mientras el dardo del otro silbaba sobre mi cabeza como un meteoro.

Cuando de nuevo me ergui, el segundo hombre habia dejado caer su arbalesto y se estaba llevando la mano al cinto. Agia fue mas veloz, hiriendome en el cuello con un athame antes de que el arma de el estuviera fuera de la vaina. Esquive el primer golpe de ella y le pare el segundo, aunque la hoja de Terminus Est no estaba hecha para la esgrima. Cuando la ataque tuvo que retroceder de un salto.

—Ponte detras —le dijo al segundo arbalestero—. Yo puedo enfrentarme con el.

El hombre no respondio, y la boca se le abrio en una amplia mueca. Antes de darme cuenta de que no era a mi a quien miraba, algo con un resplandor febril salto a mi lado. Oi el repugnante sonido de un craneo que se rompe. Agia se volvio con la agilidad de un gato, y hubiera atravesado al hombre mono si de un golpe en la mano yo no le hubiera quitado el cuchillo; el arma envenenada cayo rebotando hasta el remanso del rio. Entonces trato de huir, pero la agarre por el cabello y la hice caer.

El hombre mono farfullaba algo sobre el cuerpo del arbalestero que habia matado, y nunca he sabido si trataba de quitarle alguna cosa o si simplemente sentia curiosidad por su aspecto. Aprete con el pie el cuello de Agia y el hombre mono se incorporo, volvio la cara hacia mi, y a continuacion cayo de hinojos en la postura que yo le habla visto en la mina, y levanto los brazos. Le faltaba una mano. Reconoci el tajo limpio de Terminus Est. El hombre mono farfullo algo que no pude entender. Trate de contestar: —Si, yo lo hice, lo siento. Ahora estamos en paz.

Me miro con ojos suplicantes y hablo de nuevo. Todavia le caia un hilo de sangre del munon, aunque las gentes de su especie han de tener un mecanismo para cerrar las venas, como el que tienen los tilacodontes, segun se dice; sin los cuidados de un cirujano, con esa herida cualquier hombre se hubiera desangrado hasta morir.

—Yo te la hice, pero fue mientras aun peleabamos, antes de que vierais la Garra del Conciliador.

Entonces se me ocurrio que quiza me habia seguido para volver a contemplar la gema, dominando el temor a aquella cosa que habiamos despertado debajo de la colina. Me lleve la mano al borde de la bota y saque la Garra, y en ese momento me di cuenta de lo estupido que habia sido en poner la bota y su preciosa carga tan cerca del alcance de Agia, pues los ojos se le agrandaron de codicia en el momento en que el hombre mono se agacho aun mas y alargo el munon lastimoso.

Por un momento permanecimos los tres en esa postura, y eramos sin duda un extrano grupo en aquella luz irreal. Desde los picos de mas arriba, una voz sorprendida grito mi nombre. Como el sonido de una trompeta que en una representacion fantasmagorica disuelve todo lo fingido, ese grito puso fin a nuestra escena. Baje la Garra y la escondi en la palma de mi mano. De un salto, el hombre mono se lanzo a la cara de la roca, y Agia comenzo a debatirse y a maldecir bajo mi pie.

La calme golpeandola de plano con mi espada, pero mantuve la bota encima de ella hasta que Jonas me hubo alcanzado y ya fuimos dos para impedir que escapase.

—Pense que podrias necesitar ayuda. Ya veo que me equivocaba —dijo mientras miraba los cadaveres de los hombres que habian estado con Agia.

Le dije: —No fue esta la verdadera pelea.

Agia se incorporo sentandose y se sacudio el cuello y los hombros.

—Eramos cuatro, y hubieramos dado buena cuenta de ti, pero los cuerpos de esas cosas, esos hombres- tigre luciernagas, comenzaron a asomar por el agujero y dos de los mios tuvieron miedo y escaparon.

Jonas se rasco la cabeza con su mano de acero: el sonido de un corcel almohazado.

—Asi que vi lo que crei ver. Habia empezado a preguntarmelo.

Le pregunte que creia haber visto.

—Un ser que resplandecia en un ropaje de piel y que te hacia una reverencia. Y tu sostenias una copa de conac ardiente, creo. ?O era incienso? ?Que es esto? —Se inclino y cogio algo del borde de la orilla donde el hombre mono se habia puesto de hinojos.

—Una cachiporra.

—Si, ya lo veo. —En el extremo de la empunadura de hueso habia una tira de cuero y Jonas se la paso por

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