que me embriagan y me ahogan. Eso fue lo que acababa de ocurrir. Los pasos que oi en la caverna de los hombres monos todavia resonaban en mi mente. Buscando alguna explicacion volvi a mi sueno, seguro ahora de que sabia de donde procedia y esperando que hubiera revelado mas de lo que yo mismo habia aprehendido.

De nuevo me encuentro subido sobre la mitrada montura de alas de piel. Los pelicanos vuelan bajo nosotros batiendo las alas rigidas y formalmente, y las gaviotas se lamentan volando en circulos.

De nuevo vuelvo a caer por el abismo del aire, avanzo silbando hacia el mar, pero permanezco suspendido por unos momentos entre olas y nubes. Me doblo para ponerme de cabeza, dejo que las piernas me sigan detras como bandera al viento y de esta manera atravieso el agua y veo flotando en el claro azul la cabeza con cabellos de serpiente y el animal de multiples cabezas, y despues el jardin de arena, que se mueve en torbellinos mucho mas abajo. La gigantesca figura femenina levanta unos brazos como troncos de sicomoro, y en la punta de los dedos tiene garras de amaranto y entonces, de subito, yo, hasta entonces ciego, comprendi por que Abaia me habia enviado este sueno y habia tratado de reclutarme para la gran guerra final de Urth.

Mas ahora la tirania de la memoria agobiaba mi voluntad. Aunque veia las titanicas odaliscas y su jardin y sabia que no eran mas que trozos recordados de un sueno, no podia escapar a fascinacion de esas mujeres y a la memoria del sueno. Unas manos me agarraron como si fuera un muneco, y mientras era asi zarandeado entre las meretrices de Abaia, fui levantado de mi ancho sillon de la posada de Saltus; y, sin embargo, durante quizas un centenar de latidos mas, no pude librar mi mente del mar y de sus mujeres de cabellos verdes.

—Esta durmiendo.

—Tiene los ojos abiertos.

—?Nos llevamos la espada? —dijo una tercera voz.

—Traela. Quizas haya trabajo para ella.

Las titanes se esfumaron. Hombres con piel de antilope y tosca lana impedian que me moviera, y otro con un corte en la cara apoyaba la punta de un punal contra mi garganta. El hombre de mi derecha blandia Terminus Est con la mano libre. Se trataba del voluntario de barba negra que habia ayudado a tirar el muro de la casa tapiada.

—Alguien viene.

El hombre de la cicatriz en la cara se hizo a un lado. Oi un ruido metalico en la puerta y la exclamacion que lanzo Jonas al ser empujado hacia dentro.

—Este es tu senor, ?no? Bueno, amigo, no te muevas ni grites. Vamos a mataros.

IX — El senor del follaje

Nos obligaron a permanecer de cara a la pared mientras nos maniataban. Despues nos ataron las capas por encima del hombro para ocultar las ataduras y para que pareciera que caminabamos con las manos unidas por detras, y nos condujeron al patio, donde un enorme baluchiterio se mecia de una a otra pata bajo un sencillo howdah de hierro y cuerno. El hombre que me aferraba el brazo izquierdo golpeo por encima de nosotros con un palo la corva del animal para hacer que se arrodillara, tras lo cual nos hicieron subir a lomos de la bestia.

El camino que nos trajo a Saltus a Jonas y a mi discurria entre montones de escombros procedentes de las minas, compuestos en gran parte de piedras y ladrillos rotos. Cuando cabalgue siguiendo las enganosas indicaciones de la carta de Agia, volvi a pasar por mas escombros, aunque el camino me llevo sobre todo a traves del bosque por el lado mas cercano a la villa. Ahora avanzabamos entre montones de escoria por donde no habia ningun sendero. Los mineros habian descargado en este lugar, ademas de mucha basura, todo lo que habian extraido del pasado enterrado que pudiera manchar el buen nombre de la villa y su industria. Todo lo que era asqueroso yacia apilado en inestables montones diez veces mas altos que el elevado lomo de un baluchiterio: estatuas obscenas, inclinadas y desmoronandose, y huesos humanos que aun tenian adherida carne seca y maranas de cabello. Y con ellos, diez mil hombres y mujeres que, buscando una resurreccion privada, eran ahora cadaveres eternamente imperecederos; yacian aqui como borrachos despues de una bacanal, rotos los sarcofagos de cristal y las extremidades relajadas en grotesco desarreglo, las ropas podridas o en trance de pudrirse y los ojos fijamente clavados en el cielo.

Al principio Jonas y yo habiamos tratado de interrogar a nuestros captores, pero nos habian hecho callar a golpes. Ahora que el baluchiterio avanzaba entre esta desolacion, parecian mas relajados y volvi a preguntar adonde nos llevaban. El hombre de la cicatriz en la cara respondio: —A la naturaleza silvestre, la patria de los hombres libres y las mujeres adorables.

Pense en Agia y le pregunte si la servia. El rio y nego con un movimiento de la cabeza.

—Mi senor es Vodalus del Bosque.

—?Vodalus!

—De modo que lo conoces, ?eh? —dijo, y dandole un codazo al hombre de barba negra que venia en el howdah con nosotros anadio—: Sin duda Vodalus te tratara con mucha amabilidad por haberte ofrecido con tanto entusiasmo a martirizar a uno de sus servidores.

—Si, le conozco —dije, y ya iba a contar al hombre de la cicatriz mi relacion con Vodalus, cuya vida habia salvado el ano antes de convertirme en capitan de aprendices. Pero entonces me pregunte si Vodalus lo recordaria, y solo dije que si hubiera sabido que Barnoch servia a Vodalus, de ningun modo me habria prestado a ejecutar el suplicio. Por supuesto que mentia, pues yo lo sabia y acepte el encargo remunerado pensando que podria ahorrar algun sufrimiento a Barnoch. Esa mentira no sirvio; los tres reaccionaron con una risa ahogada, incluso el conductor, que cabalgaba sobre el cuello del baluchiterio.

Cuando al fin callaron, pregunte: —Anoche sali de Saltus cabalgando hacia el nordeste. ?Llevamos el mismo camino ahora?

—?Asi que fue eso? Nuestro senor vino a buscarte y volvio con las manos vacias. —El hombre de la cicatriz en la cara sonrio, y observe que no le desagradaba haber triunfado en la mision en que el propio Vodalus habia fracasado.

Jonas susurro: —Vamos hacia el norte, como puedes comprobar por el sol.

—Si —dijo el hombre de la cicatriz en la cara, que tenia sin duda un oido penetrante—. Hacia el norte, pero no por mucho tiempo. —Y despues, para pasar el rato, me describio los medios con que el senor trataba a los prisioneros, la mayoria de los cuales eran en extremo primitivos y mas propensos a los efectos dramaticos que a una verdadera agonia.

Como si una mano invisible hubiera corrido una cortina sobre nosotros, las sombras de los arboles cayeron sobre el howdah. Atras quedo el destello de millones de trozos de cristal y tambien la fija mirada de los ojos muertos, y penetramos en la frescura y la verde umbria del bosque alto. Al lado de estos troncos poderosos, hasta el baluchiterio, cuya altura era la de tres hombres, no parecia mas que un pequeno y escurridizo animalito; y los que ibamos sobre el lomo podiamos haber sido pigmeos de un cuento infantil que se encaminaban al hormiguero: la fortaleza del duende diminuto que ejercia de monarca.

Y se me ocurrio que estos troncos apenas habian sido mas pequenos cuando todavia yo no habia nacido, y que habian seguido como ahora cuando yo jugaba siendo nino entre los cipreses y las pacificas tumbas de nuestra necropolis y que permanecerian alli, bebiendo de la ultima luz del sol moribundo, igual que ahora, cuando yo estuviera muerto tanto tiempo como los que alli descansaban. Vi cuan poco pesaba en la escala de las cosas que yo viviera o muriera, por preciosa que mi vida fuera para mi. Y de esos dos pensamientos forje una disposicion a aferrarme a la vida en cualquier ocasion, pero sin importarme demasiado si conseguia salvarme o no. Creo que gracias a esa disposicion consegui vivir; para mi ha sido una magia tan fiel que desde entonces la llevo conmigo, no siempre con exito, pero si a menudo.

—Severian, ?estas bien?

Era Jonas quien hablaba. Lo mire, creo, un poco sorprendido.

—Si. ?Te pareci enfermo?

—Por un momento, si.

—Solo estaba reflexionando sobre la familiaridad de este lugar, tratando de comprenderlo. Creo que me recuerda muchos dias de verano en la Ciudadela. Estos arboles son casi tan grandes como las torres de alli.

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