los techos y paredes tenian encima montones de tierra cultivada y organizada en paisajes, de modo que todo este tiempo habiamos venido caminando sobre la sede del poder del Autarca, que yo creia aun a cierta distancia.

No descendimos a la gruta, que sin duda se abria hacia camaras completamente inadecuadas para la detencion de prisioneros, ni tampoco a ninguna de las otras veinte por las que pasamos. Sin embargo, al final llegamos a una mucho mas sordida, aunque no menos bella. La escalera por la que entramos habia sido tallada de modo que pareciese una formacion natural de roca oscura, irregular y en ocasiones traicionera. El agua goteaba desde arriba, y en las partes altas de esta caverna artificial crecian helechos y yedra oscura, por donde aun lograba pasar un poco de luz. En las regiones inferiores, mil escalones mas abajo, las paredes se encontraban tachonadas de hongos; algunos eran luminosos, otros esparcian por el aire aromas extranos y mohosos, y otros sugerian fantasticos fetiches falicos.

En el centro de este oscuro jardin, apoyado en un andamiaje, colgaba, verde con verdigris, un conjunto de gongs. Me parecio que se los habia dispuesto con la idea de que el viento los hiciera sonar; sin embargo, parecia imposible que pudiera tocarlos alguna vez.

Asi al menos lo pense hasta que uno de los pretorianos abrio una pesada puerta de bronce y de madera carcomida en uno de los oscuros muros de piedra. Entonces una corriente de aire frio y seco soplo por la puerta y los gongs comenzaron a mecerse y a chocar, produciendo un ruido tan armonioso que parecia en verdad la composicion programatica de algun musico, cuyos pensamientos se encontraban aqui en el exilio.

Al alzar la vista hacia los gongs (lo que los pretorianos no me impidieron hacer) vi a las estatuas, cuarenta al menos, que nos habian seguido todo el camino a traves de los jardines. Ahora bordeaban el foso, inmoviles al fin, y miraban hacia nosotros como si fueran un friso de cenotafios.

Yo habia previsto ser el unico ocupante de una pequena celda, supongo que porque inconscientemente trasplantaba las practicas de nuestras propias mazmorras a este lugar desconocido. No era posible imaginar nada mas distinto. La entrada no se abria sobre ningun corredor de puertas estrechas, sino hacia uno espacioso y alfombrado con una segunda entrada en el lado opuesto. Delante de este segundo conjunto de puertas habia unos hastarii con lanzas llameantes, apostados como centinelas. A una palabra de uno de los pretorianos, las abrieron inmediatamente; mas alla se extendia una estancia vasta, oscura y despejada con un techo muy bajo. Esparcidas por la estancia habia varias docenas de personas, hombres y mujeres y unos pocos ninos; la mayoria solos, pero algunos en parejas o en grupos. Las familias ocupaban nichos y en algunos sitios se habian levantado cortinas de harapos para proporcionar cierto aislamiento.

Se nos empujo al interior de esta estancia. O mas bien yo fui empujado y el infortunado Jonas fue arrojado. Trate de sostenerlo mientras caia, y al menos consegui que no golpeara con la cabeza contra el suelo; mientras, oi como detras de mi las puertas se cerraban de golpe.

XV — Fuego fatuo

Me encontre rodeado de caras. Dos mujeres apartaron a Jonas, y prometiendo cuidarlo, se lo llevaron. El resto empezo a martillearme a preguntas: como me llamaba, que clase de ropas llevaba, de donde habia venido, si conocia a este o a tal otro, si habia estado en esta o en aquella ciudad, si era de la Casa Absoluta o de Nessus o de la ribera oriental u occidental del Gyoll, si era de este barrio o de aquel, si el Autarca vivia aun, si sabia algo del Padre Inire, quien era arconte en la ciudad, como iba la guerra, si tenia noticias del comandante Fulano o del soldado Mengano o del quiliarca Zutano, si sabia cantar o recitar o tocar un instrumento…

Como puede imaginarse, ante tal lluvia de preguntas no pude contestar a casi ninguna. Cuando paso el chaparron inicial, un hombre viejo y de barba canosa y una mujer que parecia casi de la misma edad hicieron callara los demas y los alejaron. El metodo, que posiblemente no habria triunfado en ningun otro lugar, era dar una palmada a cada cual en la espalda, apuntar a la parte mas remota de la estancia y decirle claramente: «Hay tiempo de sobra». Gradualmente, los demas se fueron callando y retirando hasta el sitio mas alejado desde donde aun podian oir, y por fin la baja estancia quedo tan silenciosa como cuando se abrieron las puertas.

—Soy Lomer —dijo el viejo. Carraspeo ruidosamente—. Esta es Nicarete.

Le dije cual era mi nombre y el de Jonas.

La vieja debio de haber notado preocupacion en mi voz.

—Esta en buenas manos, no te preocupes. Esas muchachas lo trataran lo mejor que puedan, esperando que el pronto pueda hablarles. —Solto una risa, y algo en el modo de echar atras la bien conformada cabeza me dijo que habia sido hermosa en otro tiempo.

Comence a interrogarlos a mi vez, pero el viejo me interrumpio.

—Ven con nosotros —dijo—, a nuestro rincon. Alli podemos sentarnos con tranquilidad y te ofrecere un vaso de agua.

En cuanto pronuncio esa palabra, me di cuenta de cuanta sed tenia. Nos llevo detras de la cortina de harapos mas proxima a las puertas y me echo agua de una jarra de barro a un delicado vaso de porcelana. Alli habia cojines y una mesa pequena de no mas de un palmo de altura.

—Pregunta por pregunta, esa es la vieja regla. Te hemos dicho nuestros nombres y tu nos has dicho el tuyo, asi que volvamos a empezar. ?Donde te apresaron?

Les explique que no lo sabia, a menos que hubiera sido por violar los terrenos.

Lomer hizo un gesto de asentimiento. Tenia esa piel palida de quienes nunca ven el sol; la barba rebelde y los dientes irregulares hubieran parecido repugnantes en cualquier otro entorno; aqui encajaban tan bien como las losas medio desgastadas del suelo.

—Me encuentro aqui por una mala pasada de la chatelaine Leocadia. Yo era senescal de la rival de Leocadia, la chatelaine Nympha, y cuando ella me trajo aqui, a la Casa Absoluta, para que pudieramos examinar las cuentas de las fincas mientras que ella asistia a los ritos del filomata Phocas, la chatelaine Leocadia me tendio una trampa con ayuda de Sancha, que…

La vieja Nicarete lo interrumpio.

—?Mira! —exclamo—. La conoce.

Si, la conocia. Una camara en rosa y marfil habia brotado en mi mente, una estancia con dos paredes de cristal y marcos exquisitos. Alli ardian fuegos en chimeneas de marmol, empalidecidos por los rayos de sol que atravesaban los cristales, pero que llenaban la habitacion de calor seco y de olor a sandalo. Una anciana envuelta en chales estaba sentada en una silla que parecia un trono; junto a ella, sobre una mesa de taracea, habia un decantador de cristal tallado y varios frascos de color marron.

—Es una anciana de nariz aguilena —dije—. La viuda de Fors.

—?Asi que la conoces? —La cabeza de Lomer asintio lentamente, como si estuviera respondiendo a la pregunta que el mismo habia planteado.— Eres el primero en muchos anos.

—Digamos que la recuerdo.

—Si. —El viejo asintio.— Dicen que ya ha muerto. Pero en mis tiempos era una joven bonita y sana. La chatelaine Leocadia la convencio, y despues hizo que nos descubrieran, como Sancha sabia que lo haria. Ella no tenia mas que catorce anos y no fue inculpada. En todo caso, no habiamos hecho nada; solo habia empezado a desvestirme.

—Entonces tenias que ser un jovenzuelo —dije. El no respondio, Nicarete dijo entonces: —Tenia veintiocho anos.

—?Y tu? —pregunte—. ?Quien eres? —Soy una voluntaria.

La mire algo sorprendido.

—Alguien debe expiar las faltas de Urth, o el Sol Nuevo nunca llegaria. Y alguien debe despertar la atencion sobre este lugar y otros como el. Soy de una familia armigera que quiza todavia me recuerde, asi que los guardias han de tener cuidado conmigo y con todos los demas mientras yo siga aqui.

—?Quieres decir que puedes irte y no quieres?

—No —dijo, y meneo la cabeza. Tenia cabellos blancos, pero los llevaba sueltos sobre los hombros como las jovenes—. Me ire, pero solo bajo mis propias condiciones, que son que todos los que llevan aqui tanto tiempo que ya han olvidado sus delitos tambien queden libres.

Me acorde del cuchillo de cocina que habia robado para Thecla y del hilo carmesi que fluyo bajo la puerta

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