La luz verdosa se hizo mas intensa, y mientras yo miraba, todavia mas que medio paralizado por el dolor, y destrozado por un miedo enorme, que no recuerdo haber experimentado nunca, tomo la forma de una cara monstruosa que clavaba en mi unos ojos de plato, para despues apagarse en seguida en la oscuridad.

Todo esto fue mas terrible de lo que jamas pudiera dar a entender con mi pluma, aunque desde ahora no hiciese otra cosa que contar esta parte de mi historia. Era el miedo de la ceguera y del dolor, aunque para lo que importaba todos estabamos ya ciegos. No habia ninguna luz, y no habia nadie de nosotros que pudiera encender una vela, ni siquiera obtener fuego de un pedernal. En toda la estancia cavernosa habia voces que gritaban, lloraban y rogaban. Sobre el terrible estrepito oi la risa clara de una joven, que en seguida se apago.

XVI — Jonas

Desee la luz entonces como un hombre hambriento desea un trozo de carne, y por fin arriesgue la Garra. O quiza deberia decir que ella me arriesgo a mi; pues yo no parecia ser dueno de mi mano, que se metio en el hueco de la bota y la cogio.

En seguida cedio el dolor, y broto una cascada de luz celeste. El alboroto se redoblo cuando los desgraciados habitantes del lugar, viendo el resplandor, temieron que un nuevo terror iba a caer sobre ellos. Volvi a meter la gema en la bota y cuando la luz dejo de ser visible comence a tantear en busca de Jonas.

No estaba inconsciente en contra de lo que yo habia supuesto; yacia retorciendose a unos veinte pasos de donde habiamos descansado. Lo traje de nuevo a cuestas (encontrandolo sorprendentemente ligero) y cubriendo a ambos con mi capa le puse la Garra en la frente.

En poco tiempo se incorporo sentandose. Le dije que descansara, que lo que habia estado con nosotros en la camara de la prision ya se habia ido.

El se movio y murmuro: —Tenemos que activar los compresores antes de que el aire se vicie.

—Esta bien —le dije—. Todo esta bien, Jonas. —Me despreciaba a mi mismo por hablarle como si fuera el mas pequeno de los aprendices, como anos antes el maestro Malrubius me habia hablado a mi.

Algo duro y frio me toco la muneca, moviendose como si estuviera vivo. Lo toque, y era la mano de acero de Jonas; despues de un momento, me di cuenta de que habia estado tratando de agarrarme la mano.

—?Siento peso! —La voz se le elevaba mas y mas.— Han de ser solo las luces. —Se volvio. Oi el sonido metalico y la mano que rascaba la pared. Jonas comenzo a hablar consigo mismo en un lenguaje nasal y monosilabico que yo no entendia.

Me atrevi entonces a sacar la Garra otra vez y volvi a tocarlo. Estaba medio apagada, como cuando la habiamos examinado esa misma tarde, y Jonas no mejoro. Pero con el tiempo pude calmarlo. Al fin, mucho despues de que el resto de la estancia quedara en silencio, nos echamos a dormir.

Cuando desperte, las debiles lamparas estaban ardiendo de nuevo, aunque de alguna manera yo me daba cuenta de que afuera todavia era de noche, o como mucho la primera hora de la manana.

Jonas yacia junto a mi, todavia dormido. Tenia un corte largo en la tunica, y vi el lugar donde el fuego azul lo habia quemado. Recordando la mano cercenada del hombre mono, me cerciore de que nadie nos observaba y empece a pasar la Garra por la quemadura.

A la luz centelleaba mas vividamente que la tarde anterior; y aunque la cicatriz negra no desaparecia, parecio hacerse mas estrecha, y la carne de los lados menos inflamada. Para llegar hasta el extremo inferior de la herida, levante un poco la ropa. Cuando meti la mano, oi una nota leve: la gema habia chocado contra metal. Retirando mas la ropa, vi que la piel de mi amigo terminaba tan abruptamente como la hierba en donde asoma una piedra grande, dando paso a una plata reluciente.

Al principio pense que era una armadura, pero pronto vi que no. Se trataba mas bien de metal que sustituia a la carne, como el metal que hacia las veces de mano derecha. Hasta donde llegaba no lo vi, y no quise tocarle las piernas para no despertarlo.

Volvi a esconder la Garra y me levante. Y como queria estar solo y pensar durante unos momentos, me separe de Jonas y camine hacia el centro de la estancia. El lugar ya habia sido bastante extrano el dia anterior, cuando todo el mundo estaba despierto y activo. Ahora parecia mas extrano aun, una sala fea y desigual, salpicada de irregulares rincones y aplastada por un techo bajo. Con la esperanza de que el ejercicio animara mis pensamientos (como hace a menudo), decidi pasear a lo largo y a lo ancho de la estancia, sin hacer ruido para no despertar a quienes dormian.

No habia recorrido cuarenta pasos cuando vi un objeto que me parecio completamente fuera de lugar en medio de tanta gente andrajosa y de tanto jergon de lona sucia. Era un panuelo de mujer de buena tela y de color de albaricoque. El perfume era indescriptible. No reconoci ninguna fruta ni flor de las que crecen en Urth, pero me parecio delicioso.

Estaba doblando esta hermosura para meterla en mi esquero, cuando oi una voz infantil que decia: —Trae mala suerte, muy mala suerte, ?no lo sabes?

Me volvi, y vi una ninita de cara palida y chispeantes ojos de medianoche, demasiado grandes para ella, y le pregunte: —?Que trae mala suerte, senorita?

—Guardar lo que se encuentra. Despues vienen a buscarlo. ?Por que llevas esas ropas negras?

—Son fuliginas, que es un color mas oscuro que el negro. Estira la mano y te lo ensenare. ?Ves como desaparece cuando paso sobre ella el borde de mi capa?

Movio solemnemente la cabeza, que aunque pequena parecia demasiado grande para los hombros que la sostenian.

—Los enterradores visten de negro. ?Eres enterrador? Cuando enterraron al navegante hubo carros negros y gente vestida de negro que paseaba. ?Has visto alguna vez un entierro como ese?

Me puse en cuclillas para mirarle de mas cerca la cara solemne.

—Nadie viste de fuligino en los funerales, senorita, para no ser confundido con gente de mi gremio, lo que seria una infamia para el muerto en la mayoria de los casos. Bueno, aqui esta el panuelo. ?No te parece bonito? ?A esto le llamas una cosa encontrada?

Asintio con un gesto.

—Ellos se dejan los latigos, y lo que hay que hacer es sacarlos fuera empujandolos por debajo de las puertas. Porque despues vendran a llevarse sus cosas. —Sus ojos ya no se fijaban en los mios. Estaban mirando la cicatriz que me cruzaba la mejilla derecha.

Yo la toque.

—?Estos son los latigos? ?Quienes hacen esto? Vi una cara verde.

—Y yo tambien. —Reia con notas de campanilla.— Pense que iba a comerme.

—Ahora no pareces muy asustada.

—Mama dice que las cosas que se ven en la oscuridad no quieren decir nada. Son diferentes casi todas las veces. Lo que hacen dano son los latigos, pero ella me tuvo detras, entre ella y la pared. Tu amigo se esta despertando. ?Por que pones esa cara rara?

(Recorde haber estado riendo con otras personas. Tres eran hombres jovenes; dos, mujeres de mi propia edad. Guiberto me paso un latigo de pesada empunadura y tralla de cobre trenzado. Lollian estaba preparando la oropendola, que daria vueltas sobre una cuerda larga.)

—?Severian! —Era Jonas, y fui de prisa hacia el. Me alegro de que estes aqui —dijo, cuando me agache a su lado—. Yo… pense que te habrias ido.

—Era casi imposible hacerlo, ?recuerdas?

—Si —dijo—, ahora lo recuerdo. ?Sabes como le llaman a este lugar, Severian? Me lo dijeron ayer. Es la antesala. Veo que ya lo sabias.

—No.

—Hiciste un gesto con la cabeza.

—Me acorde del nombre cuando tu lo pronunciaste, y supe que asi se llamaba. Yo… creo que Thecla estuvo aqui. A ella no le parecio un lugar raro como prision, tal vez porque fue la unica que habia visto, antes de conocer nuestra torre, pero a mi si me lo parece. Creo que son mas practicas las celdas individuales, o por lo menos

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