luego, como si ella misma hubiera recordado que solo era una imagen tomada de los recuerdos muertos de Thecla, se desvanecio como el pez de Domnina.

—?Algo va mal? —pregunto Jonas. Parecia encontrarse un poco mas fuerte.

—Los pensamientos me inquietan.

—Mala cosa para un torturador, pero me alegro de tu compania.

Le puse los dulces en el regazo y le alcance la taza.

—Cafe de la ciudad, y sin pimienta. ?Es asi como te gusta?

Asintio, cogio la taza y sorbio.

—?Tu no bebes? —Ya tome el mio alli. Comete el pan. Es muy bueno.

Saco un pedazo de una de las hogazas.

—Tengo que hablarle a alguien, de manera que tienes que ser tu, aunque pensaras que soy un monstruo cuando haya acabado. Tu tambien eres un monstruo, ?lo sabes, amigo Severian? Eres un monstruo porque tienes por profesion lo que casi todos hacen solo por entretenimiento.

—Estas cubierto de metal, y no solo tu mano. Lo se desde hace tiempo, monstruoso amigo Jonas. Ahora comete el pan y bebete el cafe. Creo que hasta dentro de unas ocho guardias no volveran a traernos comida.

—Chocamos. Habia pasado tanto tiempo, alli en Urth, que ya no habia puerto cuando regresamos, ni muelle. Despues perdi la mano, y la cara. Mis companeros de a bordo me repararon todo lo bien que pudieron, pero ya no quedaban partes, solo material biologico. —Con la mano de hierro, que yo habia tenido por poco mas que un garfio, levanto la de carne y hueso como si fuera un trozo de porqueria.

—Tienes fiebre. El latigo te hizo dano, pero te recuperaras y saldremos y encontraremos a Jolenta.

Jonas asintio.

—Cuando nos acercabamos al final de la Puerta de la Piedad, ?recuerdas como, en medio de aquella confusion, ella volvio la cabeza y el sol le dio en la mejilla?

Le dije que si.

—Nunca antes he amado, nunca, desde que nuestra tripulacion se disperso.

—Si no tienes ganas de comer, tendrias que descansar.

—Severian —me agarro el hombro como lo habia hecho antes, pero esta vez con la mano de hierro, fuerte como un torno—, tienes que hablarme, no puedo soportar la confusion de mis propios pensamientos.

Por algun tiempo le hable de cuanto se me ocurria, sin que el me interrumpiese. Despues me acorde de Thecla, que a menudo habia soportado la misma opresion, y de como yo le leia algo. Sacando el libro marron, lo abri al azar.

XVII — El cuento del estudiante y de su hijo

I — El reducto de los magos

Una vez, a orillas del indomito mar, existio una ciudad de palidas torres. En ella habitaban los sabios. Y esa ciudad estaba marcada por una ley y una maldicion. La ley era esta: que todos los que moraban alli, tenian dos caminos en la vida: crecer entre los sabios y pasear con capuchas de mil colores, o dejar la ciudad e internarse en el mundo hostil.

Ahora bien, habia un hombre que durante mucho tiempo habia estudiado toda la magia conocida en la ciudad, que era la mayor parte de la conocida en el mundo. Y se acerco la hora en que debia elegir su camino. En mitad del verano, cuando las flores de amarillas y despreocupadas corolas brotan incluso de las paredes oscuras que se alzan sobre el mar, fue a uno de los sabios que se cubria la cara de mil colores desde tiempos inmemoriales, y que durante muchos anos habia ensenado al estudiante al que le habia llegado la hora, y le dijo: —?Como puedo yo, ignorante de mi, conseguir un lugar entre los sabios de la ciudad? Pues deseo pasar todos mis dias estudiando los conjuros que no son sagrados, y no salir al mundo hostil y bregar para ganarme el sustento. Entonces el anciano rio y dijo: —?Te acuerdas que, cuando eras poco mas que un nino, te ensene el arte de engendrar hijos con materia de suenos? ?Cuan habil eras en esos dias! Sobrepasabas a todos los demas. Ve ahora y engendra ese hijo, y lo mostrare a los encapuchados y seras como nosotros.

Pero el estudiante dijo: —Deja que pase otra estacion y hare cuanto me aconsejas.

Vino el otono, y los sicomoros de la ciudad de palidas torres, cuyas altas murallas los protegian de los vientos marinos, dejaron caer unas hojas que eran como el oro que hacian sus propietarios. Y los ansares surcaron los aires entre las palidas torres, y tras ellos los pigargos y los quebrantahuesos. Entonces el anciano hizo llamar de nuevo al que habia estudiado con el, y le dijo: —Ahora ciertamente has de engendrar por ti mismo una creacion de sueno, como te he ensenado. Pues los otros encapuchados se ponen impacientes. Salvo nosotros, eres el mas viejo de la ciudad, y puede ocurrir que si no actuas ahora te echen para el invierno.

Pero el estudiante respondio: —He de seguir estudiando para conseguir lo que busco. ?No me puedes proteger una estacion mas? —Y el anciano que le habia ensenado penso en la belleza de los arboles que durante tantos anos habian deleitado sus ojos como blancos miembros de mujeres.

El dorado otono fue extinguiendose, y llego el invierno amenazador desde su helada capital, donde el sol rueda a lo largo del borde del mundo como enganosa bola de oro y donde los fuegos que fluyen entre las estrellas y Urth encienden el cielo. Llego y transformo las olas en acero y la ciudad de los magos lo saludo colgando de los balcones estandartes de hielo y amontonando nieve escarchada en los tejados. El anciano volvio a llamar a su alumno, y el estudiante respondio como antes.

Vino la primavera y con ella la alegria de la naturaleza, pero la negrura continuaba pesando sobre la ciudad; y el odio, y el aborrecimiento de los propios poderes —que como un gusano corroe el corazon cayo sobre los magos. Pues la ciudad no tenia mas que una ley y una maldicion, y aunque la ley regia durante todo el ano, la maldicion gobernaba la primavera. En primavera, las mas bellas doncellas de la ciudad, las hijas de los magos, se vestian de verde; y mientras los suaves vientos primaverales jugueteaban con sus cabellos dorados, salian descalzas por el portal de la ciudad y bajaban por el sendero que conducia al muelle y abordaban el barco de velas negras. Y como sus cabellos eran de oro y sus trajes de verde faya, y como a los magos les parecia que se las llevaban cual si fuera cosecha de trigo, las llamaban las doncellas trigueras.

Cuando el hombre que tanto tiempo habia sido alumno del anciano pero que aun seguia descapuchado oyo los cantos de dolor y los lamentos, y asomandose a la ventana vio como se alejaban las doncellas, dejo de lado todos los libros y comenzo a dibujar unas figuras que ningun hombre habia visto jamas, y a escribir en muchas lenguas, como su maestro le habia ensenado en otro tiempo.

II — El despellejamiento del heroe

Trabajo dia tras dia. Cuando la primera luz llegaba por la ventana, su pluma habia estado activa durante muchas horas; y cuando el encorvado lomo de la luna asomaba por entre las palidas torres, la lampara del cuarto brillaba con fuerza. Al principio le parecio que todas las artes que el maestro le ensenara lo habian abandonado, pues desde la primera luz hasta la aparicion de la luna se encontraba solo en el cuarto, y solo una polilla rompia de vez en cuando esa soledad, aleteando como si mostrara la insignia de la muerte en la impavida llama de la vela.

Entonces, cuando a veces cabeceaba sobre la mesa, en el sueno se le deslizaba otro hombre, y el, que sabia quien era ese otro, le daba la bienvenida, aunque los suenos eran fugaces y pronto se olvidaban.

Continuo trabajando, y aquello que se esforzaba por crear se fue concentrando a su alrededor asi como el humo se acumula sobre el combustible que se anade a una hoguera casi apagada. En ocasiones (y sobre todo cuando trabajaba temprano o tarde, y cuando despues de dejar de lado todos los instrumentos de su arte, se tendia sobre la cama estrecha destinada a quienes todavia no habian ganado la capucha de muchos colores) el oia

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