cuerpo; los pechos protuberantes corrian el constante peligro de que los pezones fueran aplastados entre las maderas o embadurnados con pintura. Tampoco tenia nada de ese animo propio de quienes llevan adelante las intenciones de un grupo. Dorcas habia dicho que yo habia estado solo la noche anterior, y tal vez habia acertado mas de lo que yo suponia, pero Jolenta estaba todavia mas sola. Dorcas y yo nos teniamos a nosotros mismos, Calveros y el doctor arrastraban una tortuosa amistad, y la representacion de la obra nos mantenia juntos. Pero Jolenta solo se tenia a si misma: una actuacion incesante con una unica meta, ganar admiracion.

Me toco el brazo y sin hablar me indico con un movimiento de sus enormes ojos de color esmeralda el borde de nuestro anfiteatro natural, donde un bosquecillo de castanos levantaba unas luminarias blancas entre las palidas hojas.

Vi que ninguno de los otros estaba mirandonos, y asenti. Despues de Dorcas, Jolenta caminando a mi lado me parecia tan alta como Thecla, aunque andaba con pasos cortos en comparacion con las zancadas contoneantes de Thecla. Era por lo menos una cabeza mas alta que Dorcas, y el tocado la hacia parecer todavia mas alta, y llevaba botas de montar con tacones altos.

—Quiero verla —dijo—. Es la unica ocasion que voy a tener.

La mentira era evidente, pero fingiendo que le creia, dije: —La ocasion es simetrica. Hoy, y solamente hoy, tiene la Casa Absoluta la oportunidad de verte.

Ella se mostro de acuerdo; yo habia enunciado una verdad profunda.

—Necesito a alguien, alguien que de miedo a aquellos con quienes no quiero hablar. Me refiero a todos esos artistas y enmascarados. Cuando estuviste ausente, nadie venia conmigo mas que Dorcas, y a ella nadie la teme. ?Podrias sacar esa espada y llevarla sobre el hombro?

Asi lo hice.

—Si no sonrio, haz que se vayan. ?Comprendido? Entre los castanos crecia una hierba mucho mas alta que la del anfiteatro natural, aunque mas blanda que el helecho. El sendero era de guijarros de cuarzo salpicados de oro.

—Si al menos el Autarca me viera, me desearia. ?Crees que vendra a la representacion?

Asenti para complacerla, pero anadi: —He oido decir que recurre poco a las mujeres, por hermosas que sean, a no ser como consejeras o espias o doncellas de escudo.

Ella se detuvo y se volvio, sonriendo.

—De eso se trata precisamente. ?No te das cuenta? Puedo hacer que todo el mundo me desee, de manera que el, el Autarca en persona, cuyos suenos son nuestra realidad, cuyas memorias son nuestra historia, me deseara tambien, aunque sea un afeminado. Tu has deseado a otras mujeres aparte de mi, ?no? ?Las deseaste con fuerza?

Admiti que si.

—Y crees que me deseas a mi como las deseaste a ellas. —Echo a caminar de nuevo, con un poco de torpeza, como siempre, pero por el momento estimulada por sus propios razonamientos.— Pero yo pongo tiesos a los hombres y estremezco a las mujeres. Mujeres que jamas han amado a otras mujeres desean amarme, ?lo sabias? Vienen a nuestras representaciones una y otra vez, y me envian comida y flores, bufandas, chales, panuelos bordados y notas, oh, notas de un caracter tan fraternal, tan materno. Quieren protegerme, protegerme de mi medico, del gigante, de sus maridos e hijos y vecinos. ?Y que decirte de los hombres! Calveros tiene que arrojarlos al rio.

Le pregunte si cojeaba, y cuando salimos de los castanos busque alrededor algo que pudiera ayudarme a transportarla, pero no habia nada.

—Tengo los muslos excoriados y me duelen cuando camino. Me han dado un unguento que me alivia un poco y un hombre me trajo una jaca que no se por donde anda ahora. Solo me encuentro comoda cuando puedo tener las piernas apartadas.

—Yo puedo llevarte.

Volvio a sonreis, mostrando unos dientes perfectos.

—A los dos nos gustaria eso, ?verdad? Pero me temo que no pareceria muy digno. No, caminare. Solo espero no tener que andar mucho. Y de hecho no voy a andar mucho, pase lo que pase. De todos modos, parece que alrededor no hay mas que enmascarados. Tal vez la gente importante se levante tarde para acudir a las festividades de la noche. Yo misma tendre que dormir al menos cuatro guardias antes de continuar.

Oi el sonido del agua lamiendo las piedras, y como no tenia otra cosa que hacer fuimos hacia alli. Pasamos por un seto de espinos cuyas flores, como manchas blancas, parecian a la distancia un obstaculo infranqueable, y vi un rio no mas ancho que una calle y sobre el que se deslizaban unos cisnes como esculturas de hielo. Habia un pabellon en ese lugar, y junto a el tres botes, los tres parecidos a grandes nenufares, y forrados por dentro con un espesisimo brocado, y cuando subi a uno de ellos note que exudaban un olor de especias.

—Maravilloso —dijo Jolenta—. No les importara que tomemos uno, ?verdad? Y si les importa, me llevaran ante alguien poderoso, como sucede en la obra, y cuando este alguien me vea, nunca dejara que me vaya. Hare que el doctor Talos se quede conmigo, y tu, si quieres. Te daran algun empleo.

Le dije que tendria que continuar mi viaje hacia el norte y la levante para subirla al bote, poniendole el brazo alrededor de la cintura, casi tan estrecha como la de Dorcas.

En seguida se tendio sobre los cojines, donde los petalos levantados le ensombrecian la cara. Me hizo pensar en Agia, cuando reia al sol mientras descendiamos por los Peldanos de Adamnian y alardeaba del sombrero de ala ancha que llevaria puesto el ano que viene. No habia nada en Agia que no fuera inferior a jolenta; apenas era mas alta que Dorcas, las caderas eran excesivamente anchas y los pechos hubieran parecido magros al lado de la exuberante plenitud de jolenta; los ojos largos y castanos y los pomulos altos parecian ser muestra de agudeza y determinacion, antes que pasion y abandono. Y sin embargo, Agia me habia dejado en un saludable estado de celo. Cuando reia yo le notaba un deje de desprecio; pero era una risa genuina. La excitacion camal le hacia sudar; el deseo de jolenta no era mas que deseo de ser deseada, de modo que lo que yo queria no era consolar su soledad, como habia querido consolar la de Valeria, ni dar expresion a un amor doliente como el que habia sentido por Thecla, ni protegerla como queria proteger a Dorcas, sino avergonzarla y castigarla, conseguir que perdiera el dominio de si misma, llenarle los ojos de lagrimas y quemarle el cabello, asi como se quema el cabello de los cadaveres para atormentar a los espiritus que los han abandonado. Se habia jactado de convertir a las mujeres en tribadas. Casi llego a hacer de mi un algofilo.

—Se que esta es mi ultima actuacion. Seguro que entre el publico habra alguien… — Bostezo y se estiro. Parecia tan cierto que el tenso corpino no podria contenerla que aparte los ojos. Cuando volvi a mirar, estaba dormida.

El bote arrastraba detras un fino remo. Lo cogi y descubri que a pesar de la circularidad del casco que emergia del agua, debajo habia una quilla. En el centro del rio la corriente era bastante fuerte, y yo no tenia mas que guiar nuestro lento avance por una serie de meandros que se torcian graciosamente. Asi como el encapuchado y yo pasamos sin ser vistos a traves de habitaciones, alcobas y arcadas cuando me acompano por los caminos escondidos de la Segunda Casa, asi ahora la dormida Jolenta y yo, sin ruido ni esfuerzo, casi totalmente inadvertidos, recorriamos leguas de jardines. Habia parejas tendidas sobre el blando cesped debajo de los arboles y en la comodidad mas refinada de los cenadores, y nuestra embarcacion no parecia antojarseles mas que una decoracion que la corriente transportaba ociosamente para deleite de todos ellos. Y si veian mi cabeza por encima de los petalos curvados, nos creian dedicados a nuestros propios asuntos. Filosofos solitarios meditaban sobre rusticos asientos, y en triforios y arboriums continuaban ininterrumpidas reuniones que no eran invariablemente eroticas.

Acabe resentido por el dormir de Jolenta. Deje el remo y me arrodille junto a ella en los cojines. Tenia una pureza en el rostro dormido que yo nunca le habia visto en los momentos en que estaba despierta. La bese, y sus ojos enormes, apenas abiertos, me recordaron los largos ojos de Agia, y su cabello rojo y dorado parecio casi castano. Le desabroche el vestido. Parecia medio drogada, ya fuera por efecto de algun soporifero en los cojines amontonados o meramente por la fatiga acumulada en nuestro camino al aire libre y el peso de semejante volumen de carne voluptuosa. Le libere los pechos, cada uno de los cuales era casi tan grande como su propia cabeza, y los amplios muslos, que parecian contener entre ellos un polluelo de pocos dias.

Cuando regresamos, todos sabian donde habiamos estado, aunque dudo que a Calveros le interesara. Dorcas lloraba a solas, desapareciendo durante un rato para volver a aparecer con los ojos hinchados y una sonrisa de heroina. Creo que el doctor Talos estaba a la vez furioso y divertido. Me dio la impresion (que

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