estan muertos cuando todavia se creen vivos; aunque hay otros que dicen que Uroboros no es mas que el gran rio que alli fluye hacia sus propias fuentes, o el mar mismo, que devora sus propios comienzos.

Dorcas se me arrimo mientras contaba todo esto y yo la rodee con el brazo, sabiendo que queria que le hiciera el amor, aunque no estabamos seguros de que Jolenta durmiera al otro lado de la hoguera. De hecho, de cuando en cuando se movia, y a causa de las caderas amplias, la cintura estrecha y las ondas del cabello, parecia retorcerse como una serpiente. Dorcas levanto la cara, pequena y tragicamente limpia; yo la bese y la senti apretarse contra mi, temblando de deseo.

—Tengo frio —susurro.

Estaba desnuda, aunque yo no habia notado que se desvistiera. Cuando le eche mi capa alrededor, le senti la piel acalorada —como lo estaba la mia— por la irradiacion del fuego. Deslizo las manitas bajo mi ropa, acariciandome.

—Que bueno —dijo—. Que suave. —Y en seguida (aunque ya habiamos copulado en otra ocasion). ?No sere demasiado pequena? —como una chiquilla.

Cuando desperte, la luna (apenas podia creer que fuera la misma luna que me habia guiado por los jardines de la Casa Absoluta) casi habia sido sobrepasada por el horizonte ascendente. La luz de berilo corria rio abajo, dando a cada rizo de agua la sombra negra de una ola.

Me senti inquieto sin saber por que. El miedo de Jolenta por las fieras ya no me parecia tan estupido. Me levante, y despues de comprobar que Dorcas y ella dormian en paz, busque mas lena para nuestro fuego moribundo. Me acorde de los notulos, que segun Jonas eran enviados fuera por la noche, y de la cosa de la antecamara. Sobre nosotros planeaban aves nocturnas, no solo buhos como los muchos que anidaban en las ruinosas torres de la Ciudadela, aves de cabezas redondas y alas cortas, anchas y silenciosas, sino aves de otras clases, con colas de dos y tres horquillas, aves que descendian para peinar el agua y gorjeaban durante el vuelo. De vez en cuando unas mariposas nocturnas mucho mas grandes que cualquiera de las que yo hubiese visto, pasaban de tres en tres. Las alas con figuras eran tan largas como los brazos de un hombre, y hablaban entre ellas como los hombres, pero con voces casi inaudibles, demasiado altas.

Removi el fuego, comprobe que mi espada estaba alli, y durante un rato estuve mirando el rostro inocente de Dorcas con sus grandes y tiernas pestanas cerradas por el sueno; despues me volvi a tumbar para observar las aves que viajaban entre constelaciones y penetrar en ese mundo de la memoria que, por dulce o amargo que pueda ser, nunca me esta completamente cerrado.

Trate de recordar aquella celebracion del dia de la Sacra Katharine, al ano siguiente de convertirme en capitan de aprendices; pero los preparativos de la fiesta acababan de comenzar apenas cuando otras memorias irrumpieron de rondon. Me encontraba en nuestra cocina llevandome a los labios una copa de vino robado, y descubri que se habia convertido en un pecho del que brotaba una leche calida. Asi pues, era el pecho de mi madre, y apenas pude contener el regocijo (que podia haber borrado esa memoria) de haber conseguido al fin remontarme hasta ella, despues de tantos intentos infructuosos. Trate de abrazarla, y si hubiera podido, habria levantado mis ojos para mirarla a la cara. Sin duda era mi madre, pues los ninos que recogen los torturadores no conocen ningun pecho. Y entonces, la mancha gris en el limite de mi campo de vision era el metal del muro de su celda. Pronto se la llevarian y ella gritaria en el Aparato o en el Collar Permisivo. Trate de retenerla, de marcar el momento de manera que yo pudiera regresar a el cuando quisiera; ella se desvanecio mientras yo intentaba sujetarla, disolviendose como la niebla cuando se levanta el viento.

De nuevo era nino… nina… Thecla. Estaba en una magnifica sala cuyas ventanas eran espejos, espejos que a la vez iluminaban y reflejaban. A mi alrededor habia hermosas mujeres, dos veces mas altas que yo, en diversos grados de desnudez. El aire era de una espesa fragancia. Buscaba a alguien, pero al mirar los rostros pintados de las altas mujeres, hermosos y realmente perfectos, empece a dudar si la reconoceria. Las lagrimas me resbalaron por la cara. Tres mujeres corrieron hacia mi y mire a una y despues otra. Los ojos de ellas se encogieron entonces hasta convertirse en puntos de luz, y una mancha en forma de corazon junto a los labios de la mas proxima extendio unas alas de quiroptero.

—Severian.

Me incorpore sentandome, desconociendo en que punto la memoria habia dado paso al sueno. La voz era dulce, pero muy profunda, y aunque yo estaba seguro de haberla oido antes, no recorde en seguida donde. La luna ya casi estaba detras del horizonte occidental, y nuestra hoguera moria por segunda vez. Dorcas habia echado a un lado las mantas raidas y dormia exponiendo un cuerpo de hada al aire de la noche. Viendola asi, con la piel aun mas palida a la menguante luz de la luna, excepto donde enrojecia al relumbre de las ascuas, senti un deseo como jamas habia conocido, ni cuando habia apretado a Agia contra mi en los Peldanos de Adamnian, ni cuando viera a Jolenta por primera vez en el escenario del doctor Talos, y ni siquiera en las innumerables ocasiones en que me apresuraba a visitar a Thecla. Pero no era Dorcas a quien yo deseaba; hacia poco que la habia gozado, y aunque creia plenamente que ella me queria, no estaba seguro de que se me hubiera entregado tan prestamente de no haber tenido sospechas mas que fundadas de que yo habia penetrado a Jolenta la tarde antes de la representacion, y de no haber creido que Jolenta nos observaba al otro lado de la hoguera.

Ni tampoco deseaba a Jolenta, que estaba echada de costado y roncaba. Deseaba a las dos, y a Thecla, y a la meretriz sin nombre que habia fingido ser Thecla en la Casa Azur, y a su amiga que habia hecho de Thea y a quien habia visto en la escalera de la Casa Absoluta. Y Agia, Valeria, Morwenna y mil mas. Me acorde de las brujas, de su locura y de su danza frenetica en el Patio Viejo las noches de lluvia; de la belleza fria y virginal de las Peregrinas de tunica roja.

—Severian.

No era un sueno. Unas aves adormiladas, posadas en las ramas de los arboles a orillas del bosque, se estremecieron con la voz. Desenvaine Terminus Est y deje que la hoja reflejara la fria luz del amanecer, de modo que aquel que habia pronunciado mi nombre supiera que yo estaba armado.

Todo volvio a quedar en silencio, un silencio que ahora era mas profundo que en todo el resto de la noche. Espere, volviendo la cabeza lentamente para tratar de localizar a quien me habia llamado, aunque sin duda habria sido mejor mostrar que yo ya sabia de donde venia la voz. Dorcas se movio y gimio, pero ni ella ni Jolenta despertaron; no habia otro sonido que el crepitar del fuego, el viento del amanecer entre las hojas, y el chapoteo del agua.

—?Donde estas? —musite, pero nadie respondio. Brinco un pez con un chapoteo plateado, y el silencio volvio otra vez.

—Severian.

Aunque profunda, era una voz de mujer, palpitando de pasion, humeda de necesidad; me acorde de Agia y no enfunde la espada.

—En el banco de arena…

Aunque temia que no era mas que una treta para que volviera la espalda a los arboles, recorri el rio con la mirada hasta que la vi, a unos doscientos pasos de nuestra hoguera.

—Ven a mi.

No era una treta, o al menos no la que temiera al principio. La voz venia de rio abajo.

—Ven. Por favor. No te oigo donde estas.

—No he hablado —dije, pero no hubo respuesta. Espere, pues me resistia a abandonar a Jolenta y Dorcas.

—Por favor. Cuando el sol llegue a estas aguas, tendre que irme. Tal vez no haya otra ocasion.

El riachuelo era mas ancho en el banco de arena que aguas abajo o aguas arriba, y yo podia caminar sobre la arena, a pie enjuto, casi hasta el centro. A mi izquierda el agua verdosa se estrechaba y se hacia gradualmente mas profunda. A mi derecha habia una laguna profunda de unos veinte pasos de ancho, desde el que el agua fluia rapida pero suavemente. Me quede de pie en la arena blandiendo Terminus Esi con ambas manos y la punta cuadrada enterrada entre mis pies.

—Aqui estoy —dije—. ?Donde estas tu? ?Me oyes ahora?

Como si el mismo rio respondiera, tres peces saltaron a la vez, despues volvieron a saltar en una sucesion de blandas explosiones sobre la superficie del agua. Un mocasin de dorso marron marcado con dibujos dorados y negros de anillos eslabonados, se deslizo casi hasta mi bota, se volvio como para amenazar a los peces que

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