cereza y fuego por la esperanza misteriosa y eterna de la aurora. Al fin dijo: —Tuvo que haberte deseado mucho.

—?Para salir del agua de esa manera? Creo que vivio en tierra antes de haberse hecho tan enorme, y por un momento al menos olvido que ya no podia hacerlo.

—Pero antes remonto las sucias aguas del Gyoll y subio nadando por este pequeno y estrecho riachuelo. Sin duda espero alcanzarte mientras cruzabamos, pero vio que no podia llegar mas arriba del banco de arena, y entonces te llamo. En resumidas cuentas, no puede haber sido un viaje agradable para quien acostumbra a nadar entre los astros.

—?Asi pues, crees en ella?

—Cuando estuve con el doctor Talos y tu faltabas, el y Jolenta solian decirme lo inocente que yo era creyendo a aquellos con quienes tropezabamos, y las cosas que decia Calveros, y tambien lo que decian ellos mismos. Es igual, creo que aun las gentes que llamamos mentirosas dicen muchas mas verdades que mentiras. ?Es mucho mas facil! Si esa historia de salvarte no fuera verdad, ?por que contarla? Te asustaria cuando la recordases. Y si ella no nada entre los astros, de nada vale decirlo. Pero veo que hay algo que te preocupa. ?Que es?

No queria describir en detalle mi encuentro con el Autarca, de manera que dije: —No hace mucho vi en un libro el dibujo de una criatura que habita en el abismo. Tenia alas. Pero no alas como las de las aves, sino planos, enormes y continuos, de material delgado, pigmentado. Alas que podia batir contra la luz de las estrellas.

Dorcas se mostro interesada.

—?Esta en tu libro marron?

—No, en otro libro. No lo tengo aqui.

—Es lo mismo, eso me recuerda que ibamos a ver lo que dice del Conciliador tu libro marron. ?Lo tienes todavia?

—Si. —Lo saque. Se habia mojado, de manera que lo abri y lo puse donde el sol pudiera dar en las paginas, y las brisas que surgieron cuando la cara de Urth volvio a mirar la cara del sol, quisieron jugar con ellas. Luego, las paginas pasaron suavemente mientras hablabamos, de manera que los dibujos de hombres, mujeres y monstruos atrajeron mi mirada, y asi quedaron grabados en mi mente, de modo que aun siguen alli. Y a veces tambien frases e incluso pasajes breves, que brillaban y se apagaban segun la luz atrapada, y liberaba luego el brillo de la tinta metalica: «?Guerreros sin alma!», «amarillo lucido», «por ahogamiento». Mas tarde: «Estos tiempos son los tiempos antiguos, cuando el mundo es antiguo». Y: «El infierno no tiene limites ni esta circunscrito; pues donde nosotros estamos esta el Infierno, y donde el Infierno esta, alli hemos de estar nosotros».

—?Quieres leerlo ya? —pregunto Dorcas.

—No. Quiero oir lo que le paso a Jolenta.

—No lo se. Yo estaba durmiendo y sonando con… con lo de siempre. Entraba en una tienda de juguetes. Habia estantes con munecas a lo largo de la pared, y un pozo en el centro del piso, con munecas sentadas en el borde. Recuerdo haber pensado que mi bebe era demasiado pequeno para munecas; pero como eran muy bonitas y yo no habia tenido ninguna desde nina, decidi que compraria una y la guardaria para el bebe, y mientras tanto podria sacarla algunas veces para mirarla y quiza ponerla de pie delante del espejo de mi cuarto. Senale la mas hermosa. Estaba sentada en el borde del pozo, y cuando el tendero la agarro para darmela, vi que era Jolenta, y se le escurrio de las manos. La vi caer muy abajo, hacia el agua negra. Entonces desperte. Naturalmente, mire para ver si ella estaba bien…

—?Y viste que sangraba?

Dorcas asintio, y el pelo dorado le relucio a la luz.

—Asi que te llame dos veces, y entonces te vi abajo en el banco de arena, y a esa cosa que salia del agua hacia ti.

—No hay motivo para que te pongas tan palida. Jolenta fue mordida por un animal. No tengo idea de que clase, pero a juzgar por la mordedura era uno muy pequeno, y no mas temible que cualquier otro animalito de disposicion hostil y dientes afilados.

—Severian, recuerdo haber oido que mas al norte habia murcielagos de sangre. Cuando era nina, alguien se entretenia en asustarme hablandome de ellos. Y cuando fui mayor, una vez un murcielago entro en la casa. Alguien lo mato, y yo le pregunte a mi padre si era un murcielago de sangre, y si realmente existian esas cosas. Dijo que existian, pero que vivian en el norte, en los bosques vaporosos del centro del mundo. Mordian por la noche a la gente dormida y a los animales que estaban paciendo, y tenian una saliva tan venenosa que las heridas de las mordeduras nunca dejaban de sangrar.

Dorcas hizo una pausa, levantando la mirada hacia los arboles.

—Mi padre dijo que la ciudad habia ido extendiendose hacia el norte a lo largo del rio, y que habia comenzado como villa autoctona donde el Gyoll se une con el mar, y que seria terrible cuando llegara a la region donde los murcielagos de sangre vuelan y anidan en los edificios abandonados. Ya tiene que ser terrible para los habitantes de la Casa Absoluta. No me parece que nos hayamos alejado mucho.

—Me da lastima el Autarca —dije—. Pero pienso que nunca me habias hablado tanto de tu pasado. ?Recuerdas ya a tu padre y la casa donde mataron al murcielago?

Se puso de pie. Aunque trato de parecer valiente, observe que temblaba.

—Recuerdo mas cosas cada manana, despues de mis suenos. Pero, Severian, ahora tenemos que irnos. Jolenta estara debil. Necesita comer y beber agua limpia. No podemos quedamos.

Yo mismo tenia un hambre de lobo. Volvi a meter en el esquero el libro marron y envaine la hoja recien engrasada de Terminus Est. Dorcas empaco las pocas cosas que tenia.

Despues partimos, vadeando el rio mucho mas arriba del banco de arena. Jolenta no podia caminar sola; teniamos que sostenerla entre los dos. Tenia la cara arrugada, y aunque cuando la levantamos habia recobrado la conciencia, apenas hablo. De cuando en cuando decia una o dos palabras. Por primera vez, me di cuenta de lo delgados que eran sus labios; el inferior ya habia perdido su firmeza y le colgaba descubriendo las lividas encias. Me parecio que todo su cuerpo, tan opulento ayer, se habia reblandecido como la cera, de manera que en lugar de ser, como otrora, la mujer frente a la cual Dorcas era una nina, parecia una flor expuesta al viento demasiado tiempo, el final mismo del verano comparado con la primavera de Dorcas.

Mientras asi caminabamos por una estrecha y polvorienta vereda bordeada a ambos lados con canas de azucar, mas altas que mi cabeza, me puse a pensar una y otra vez como la habia deseado desde el dia que la conoci, no hacia mucho tiempo. La memoria, perfecta y vivida, mas persuasiva que cualquier opiaceo, me mostraba a la mujer como creia haberla visto primero, cuando Dorcas y yo llegamos de noche por una arboleda y encontramos el escenario del doctor Talos, brillante de luces en un pastizal. Que extrano habia parecido verla a la luz del dia, tan perfecta como habia sido al brillo adulador de las antorchas la noche antes, cuando partimos hacia el norte en la manana mas radiante que yo recuerde.

Se dice que el amor y el deseo no son mas que primos hermanos, y asi me lo habia parecido hasta que camine con el brazo flaccido de Jolenta alrededor de mi cuello. Pero no es realmente cierto. En realidad, el amor de las mujeres era el lado oscuro de un ideal femenino que yo habia acariciado sonando con Valeria y Thecla y Agia, Dorcas y Jolenta y la amante de Vodalus, de rostro acorazonado y voz seductora, la mujer que era Thea, como sabia ahora, la hermanastra de Thecla. De modo que mientras avanzabamos entre las cortinas del canaveral, cuando el deseo ya no estaba y yo miraba a Jolenta solo con compasion, descubri que aunque yo habia creido que lo unico que me importaba de ella era su carne importuna y de color rosado y la torpe gracia de sus movimientos, yo la amaba.

XXIX — Los vaqueros

Durante la mayor parte de la manana estuvimos atravesando el canaveral sin encontrar a nadie. Por lo que yo podia ver, Jolenta ni ganaba ni perdia fuerzas; pero me parecio que el hambre, la fatiga de sostenerla y el resplandor despiadado del sol me estaban afectando, pues dos o tres veces, cuando la atisbe por el rabillo del ojo, me parecio como si no estuviera viendo en absoluto a jolenta sino a otra persona, una mujer a quien recordaba pero no podia identificar. Si volvia la cabeza para mirarla, esta impresion (que siempre era muy ligera) se

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