—No esta actuando —dije—. Tendre que cargar con ella.

—Echatela al hombro o la agarraras por donde,mas le han pegado.

Dorcas llevo Terminus Est, y yo hice lo que me indicaba, encontrando a jolenta casi tan pesada como un hombre. Durante un buen rato avanzamos trabajosamente bajo el palido dosel verde de las hojas hasta que Jolenta abrio los ojos. No obstante, tampoco entonces podia caminar ni tenerse en pie sin ayuda, ni tan siquiera echarse hacia atras ese extraordinario cabello, para que pudieramos verle mejor el rostro ovalado, humedecido por las lagrimas.

—El doctor no quiere que vaya con el —dijo.

Dorcas asintio.

—Eso parece.— Era como si hablara con alguien mucho mas joven que ella.

—Quedare hecha pedazos.

Le pregunte por que lo decia, pero se limito a sacudir la cabeza. Despues de un rato dijo: —?Puedo ir contigo, Severian? No tengo ningun dinero. Calveros me quito lo que el doctor me habia dado. —Miro de soslayo a Dorcas.— Ella tambien tiene dinero, mas del que me dieron a mi. Tanto como te dio el doctor.

—Ya lo sabe —dijo Dorcas—. Y sabe que el dinero que tengo es suyo, si lo necesita.

Cambie de tema.

—Quiza las dos tendriais que saber que no voy a Thrax, o al menos que no voy alli directamente. No, si puedo descubrir el paradero de la orden de las Peregrinas.

Jolenta me miro como si estuviera loco.

—He oido decir que recorren todo el mundo. Ademas, no aceptan mas que a mujeres.

—No quiero unirme a ellas, solo encontrarlas. Las ultimas noticias decian que se encaminaban al norte. Pero si averiguo donde estan, tendre que ir alli, aunque tenga que volver otra vez al sur.

—Ire adonde tu vayas —declaro Dorcas—, y no a Thrax.

—Y yo no voy a ninguna parte —suspiro Jolenta. En cuanto no tuvimos que cargar con Jolenta, Dorcas y yo nos adelantamos un trecho. Al cabo de un rato, me volvi a mirarla. Ya no lloraba, pero era dificil reconocer la belleza que una vez habia acompanado al doctor Tatos. Entonces levantaba la cabeza con orgullo, incluso con arrogancia. Echaba los hombros hacia atras y los magnificos ojos le brillaban como esmeraldas. Pero ahora tenia los hombros caidos de cansancio y miraba al suelo.

—?De que hablaste con el doctor y el gigante? —me pregunto Dorcas mientras caminabamos.

—Ya te lo he dicho —dije.

—Llegaste a alzar tanto la voz que pude oirte. Decias: «?Sabes quien fue el Conciliador?» Pero no entendi si tu no lo sabias o si estabas tratando de averiguar si ellos lo sabian.

—Se muy poco, nada en realidad. He visto supuestos retratos, pero son tan diferentes que es dificil que representen al mismo hombre.

—Hay leyendas.

—La mayoria de las que he oido parecen muy tontas. Ojala Jonas estuviera aqui; pues cuidaria de Jolenta y tal vez sabria cosas del Conciliador. Jonas fue el hombre que encontramos en la Puerta de la Piedad y que iba montado en un petigallo. Durante algun tiempo fuimos buenos amigos.

—?Donde esta ahora?

—Eso es lo que el doctor Talos queria saber. Pero no lo se, y no quiero hablar de eso ahora. Cuentame algo del Conciliador, si tienes ganas de hablar.

Sin duda era una tonteria, pero en cuanto mencione ese nombre senti el silencio del bosque como un peso. En algun lugar entre las ramas mas altas, el susurro de una brisa podia haber sido el suspiro de un enfermo; el verde palido de las hojas hambrientas de luz sugeria las caras palidas de unos ninos hambrientos.

—Nadie sabe mucho de el —comenzo Dorcas—, y probablemente yo se menos que tu. Ahora no recuerdo como llegue a enterarme de lo que se. En todo caso, algunos dicen que era poco mas que un muchacho. Otros dicen que no era en absoluto un ser humano, ni tampoco un cacogeno, sino el pensamiento, tangible para nosotros, de una vasta inteligencia para la que nuestra factualidad no es mas real que los teatros de papel de los vendedores de juguetes. Se dice que una vez tomo a una mujer moribunda de una mano y una estrella con la otra, y desde entonces en adelante tuvo el poder de reconciliar al universo con la humanidad y a la humanidad con el universo, acabando con la antigua ruptura. Le daba por desaparecer, y reaparecer cuando ya todos lo creian muerto; en ocasiones reaparecia despues de haber sido enterrado. Se le podia encontrar como un animal que hablaba la lengua de los hombres, y se aparecia a esta o aquella piadosa mujer en forma de rosas.

Recorde mi enmascaramiento.

—Como a la Sacra Katharine, supongo, en el momento de su ejecucion.

—Tambien hay leyendas mas tenebrosas.

—Cuentamelas.

—Me asustaban —dijo Dorcas—. Ya ni siquiera las recuerdo. ?No habla de el ese libro marron que llevas contigo?

Lo saque y comprobe que si, y entonces, puesto que no podia leer bien mientras caminabamos, lo volvi a meter en el esquero, resuelto a leer esa parte cuando acamparamos, lo que tendriamos que hacer pronto.

XXVII — Hacia Thrax

Nuestro sendero se prolongo por el bosque malherido mientras duro la luz; una guardia despues de oscurecer llegamos a la orilla de un rio mas pequeno y rapido que el Gyoll, donde a la luz de la luna podiamos ver amplios canaverales que al otro lado se mecian al viento de la noche. A cierta distancia, Jolenta habia venido sollozando de cansancio, y Dorcas y yo convinimos en detenernos. Como jamas hubiera puesto en peligro la afilada hoja de Terminus Est cortando las pesadas ramas de los arboles, no disponiamos de mucha lena, pues las ramas muertas que encontrabamos estaban empapadas de humedad y eran de consistencia esponjosa a causa de la descomposicion. En la ribera habia abundancia de palos doblados y resecos, duros y livianos.

Ya habiamos partido un buen numero de lenos, cuando recorde que no llevaba mi hierro acerado, pues se lo habia dejado al Autarca que, estaba seguro, tenia que haber sido tambien el «alto servidor» que habia llenado de crisos las manos del doctor Talos. Pero Dorcas contaba en su escaso equipaje con pedernal, eslabon y yesca, y pronto nos reconforto el calor de una hoguera rugiente. Jolenta tenia miedo de las fieras, aunque me esforce por explicarle que era muy improbable que los soldados permitieran que unas bestias peligrosas vivieran en un bosque que llegaba hasta los jardines de la Casa Absoluta. Para tranquilizarla quemamos tres teas gruesas por uno de sus extremos, para en caso de necesidad sacarlas del fuego y amenazar a las criaturas que ella temia.

No aparecio ningun animal, nuestra hoguera alejo los mosquitos y nos tumbamos de espaldas y miramos las chispas que subian al cielo. Mucho mas arriba, las luces de los objetos voladores pasaban de aqui para alla, llenando el cielo por un momento o dos de una falsa aurora fantasmal mientras los ministros y generales del Autarca volvian a la Casa Absoluta o continuaban su camino hacia la guerra. Dorcas y yo nos preguntabamos que pensarian cuando, por un breve instante mientras se alejaban, miraran hacia abajo y vieran nuestra estrella escarlata; y convinimos en que asi como nosotros nos preguntabamos quienes eran ellos, tambien ellos se preguntarian quienes eramos nosotros, a donde ibamos y por que. Dorcas me canto una cancion, una cancion de una muchacha que camina entre la arboleda en primavera, y echa de menos a sus amigas del ano anterior, las hojas muertas.

Jolenta estaba tendida entre la hoguera y el agua, quiza porque alli se sentia mas segura. Dorcas y yo estabamos al otro lado del fuego, no solo porque queriamos ocultarnos de ella todo lo posible, sino porque Dorcas, segun me dijo, aborrecia la contemplacion y el sonido de la fria y oscura corriente.

—Es como un gusano —dijo—. Una enorme serpiente de ebano que ahora no tiene hambre, pero sabe que estamos aqui y nos comera poco a poco. ?No tienes miedo de las serpientes, Severian?

Thecla si lo tenia; senti la sombra de su temor que se estremecia cuando oi la pregunta y asenti con la cabeza.

—He oido que en los calidos bosques del norte el Autarca de Todas las Serpientes es Uroboros, el hermano de Abaia, y que los cazadores que descubren su guarida creen que han encontrado un tunel bajo el mar, y descendiendo por el entran en la boca de Uroboros, y sin darme cuenta bajan por la garganta, de manera que

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