mucho mas puro que el Gyoll, en el que podia sumergirme… aunque entonces estaria, de alguna manera incomprensible, sumergiendome hacia araba. Era a la vez reconfortante e inquietante, asi que guarde otra vez la Garra, y segui caminando.

El amanecer me sorprendio en un estrecho sendero que se perdia en un bosque mas suntuoso en su descomposicion que incluso el de las afueras de la Muralla de Nessus. Los frescos arcos de helechos faltaban aqui, pero unas enredaderas de dedos carnosos se aferraban como hetairas a las enormes caobas y los arboles de lluvia, convirtiendo las largas ramas en nubes de verde flotante y haciendo caer ricas cortinas salpicadas de flores. Arriba cantaban aves desconocidas para mi, y un mono que, a no ser por sus cuatro manos, podia haber pasado por un hombre de barba roja y cara arrugada, llego a espiarme desde una horcadura tan alta como la aguja de una torre. Cuando ya no podia seguir caminando, encontre un lugar seco y sombrio entre raices gruesas como pilares, y me envolvi en mi capa.

Con frecuencia he tenido que perseguir el sueno, como si fuese la mas esquiva de las quimeras, mitad leyenda y mitad aire. Ahora el saltaba sobre mi. No bien cerre los ojos, volvi a encararme con el gigante enloquecido. Esta vez tenia conmigo Terminus Est, pero no parecia mas que una varilla. No estabamos en un escenario, sino sobre un estrecho parapeto. A un lado ardian las antorchas de un ejercito. Al otro, un abismo se abria sobre un lago extenso que a la vez era y no era el estanque azul de la Garra. Calveros levanto la antorcha terrible y yo, de algun modo, me habia convertido en la figura infantil que habia visto debajo del mar. Presentia que las mujeres gigantes no podian estar lejos. El mazo descendio golpeando.

Era la mitad de la tarde, y una caravana de hormigas rojas como llamas avanzaba por mi pecho. Despues de caminar durante dos o tres guardias entre el palido follaje de ese bosque noble pero sentenciado, desemboque en un sendero mas ancho, y una guardia mas tarde (cuando las sombras se prolongaban) me detuve, husmee el aire, y descubri que el olor que habia detectado era sin duda de humo. Para entonces estaba muerto de hambre y me adelante corriendo.

XXVI — La separacion

En el lugar donde el sendero se cruzaba con otro habia cuatro personas sentadas en el suelo alrededor de una pequena hoguera. A la primera que reconoci fue a Jolenta, cuya aura de belleza hacia que el claro pareciese un paraiso. Casi en el mismo momento Dorcas me reconocio y vino corriendo a besarme, y columbre la cara de zorro del doctor Talos detras del voluminoso hombro de Calveros.

El gigante, al que tenia que haber reconocido casi en seguida, habia cambiado y estaba casi irreconocible. Llevaba la cabeza envuelta en sucios vendajes, y en lugar de la chaqueta amplia y negra de siempre, tenia las espaldas cubiertas por un pegajoso unguento que parecia barro y olia a agua estancada.

—Feliz encuentro, feliz encuentro —dijo el doctor Talos—. Nos hemos estado preguntando que habria sido de ti. —Calveros indico con una leve inclinacion de la cabeza que en realidad era Dorcas quien se lo habia estado preguntando; creo que yo hubiera podido adivinarlo sin esa insinuacion.

—Estuve corriendo —les dije—. Y se que Dorcas tambien. Me sorprende que no os mataran a todos vosotros.

—Casi lo hicieron —admitio el doctor asintiendo con un movimiento de cabeza.

Jolenta se encogio de hombros, de modo que este sencillo movimiento parecio una exquisita ceremonia.

—Yo tambien corri. —Se sostuvo los pechos con las manos.— Pero mi constitucion no es para eso, ?verdad? En fin, que en la oscuridad choque contra un exultante que me dijo que no siguiera corriendo, que el me protegeria. Pero despues llegaron unos spahis (como me gustaria atar esos animales a mi carruaje algun dia, eran tan hermosos), y con ellos venia un alto oficial de esos que no estan interesados en las mujeres. Tuve entonces la esperanza de que me llevaran ante el Autarca, cuyos poros apagan el brillo de las mismisimas estrellas, como casi sucede en la obra. Pero obligaron a irse a mi exultante y de nuevo volvi al teatro donde estaban el —hizo un gesto hacia Calveros— y el doctor. El doctor estaba poniendole una pomada y los soldados iban a matarnos, aunque yo veia que en realidad no querian matarme a mi. Despues nos dejaron ir, y aqui estamos.

El doctor Talos anadio: —Encontramos a Dorcas al amanecer. Mejor dicho, ella nos encontro, y desde entonces hemos estado viajando lentamente hacia las montanas. Lentamente, pues a pesar de encontrarse mal, Calveros es el unico capaz de cargar con nuestros accesorios, y aunque nos hemos deshecho de muchas cosas, quedan algunas otras que debemos guardar.

Dije que me sorprendia oir que Calveros solo se encontraba mal, pues estaba convencido de que habia muerto.

—El doctor Talos lo detuvo —dijo Dorcas—. ?No es cierto, doctor? Y asi fue como lo capturaron. Es sorprendente que no los mataran a los dos.

—Pues ya veis —dijo sonriendo el doctor Talos que todavia estamos entre los vivos. Y, aunque algo desmejorados, somos gente rica. Ensenale a Severian el dinero, Calveros.

Con gesto doloroso, el gigante cambio de postura y alzo una abultada bolsa de cuero. Miro al doctor como si esperara nuevas instrucciones y despues desato las cuerdas y vertio sobre su mano enorme una lluvia de crisos recien acunados.

El doctor Talos cogio una de las monedas y la alzo a la luz.

—Imagina un hombre de una villa pesquera junto al Lago Diuturna, ?cuanto tiempo dedicaria a levantar paredes, por esta moneda?

Dije: —Supongo que al menos un ano.

—?Dos! Dia a dia, invierno y verano, llueva o haga sol, siempre que la cambiemos por piezas de cobre, como haremos un dia. Tendremos cincuenta de esos hombres para reconstruir nuestra casa. ?Espera hasta que la veas!

Calveros anadio con su voz pesada: —Si es que quieren trabajar.

El doctor pelirrojo giro hacia el: —?Trabajaran! He aprendido algo desde la ultima vez, tenlo por seguro.

Me interpuse.

—Supongo que parte del dinero es mio, y que otra parte corresponde a estas mujeres, ?no es asi?

El doctor Talos se distendio.

—Claro, lo habia olvidado. Las mujeres ya han tenido su parte. La mitad de esto es tuyo. Despues de todo, sin ti no lo hubieramos ganado. —Saco las monedas de la mano del gigante y comenzo a hacer dos pilas en el suelo.

Supuse que solo queria decir que yo habia contribuido al exito de la obra, que no fue mucho. Pero Dorcas, que noto sin duda que habia algo mas detras de ese elogio, pregunto: —?Por que lo dice, doctor?

La cara de zorro sonrio.

—Severian tiene amigos bien situados. Admito que llevaba tiempo presintiendolo, pues eso de que un torturador ande vagando por los caminos era un bocado demasiado grande. Ni siquiera Calveros se lo habia tragado, y en cuanto a mi, mi garganta es demasiado estrecha.

—Si tengo esos amigos —dije—, no los conozco.

Las pilas tenian ya la misma altura, y el doctor empujo una hacia mi y la otra hacia el gigante.

—Al principio, cuando te encontre en la cama con Calveros pense que quiza te enviaban para advertirnos que no representaramos mi obra, pues en algunos aspectos, habras observado, es una critica de la autarquia, al menos en apariencia.

—Un poco —susurro Jolenta sarcasticamente.

—Pero ciertamente, enviar desde la Ciudadela a un torturador para meter miedo a un par de saltimbanquis era una reaccion absurda y desproporcionada. Entonces me di cuenta de que nosotros, por el hecho mismo de que estabamos escenificando la obra, serviamos para ocultarte. Pocos sospecharian que un servidor del Autarca se uniria a tal empresa. Anadi la parte del Familiar para esconderte mejor, justificando asi tu atuendo.

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