Las cadenas de Calveros cayeron ruidosamente, y Dorcas grito para que yo supiera que se habia soltado. Me volvi hacia el y di un paso atras, sacando del soporte de la pared la antorcha mas cercana, para que no se acercase. La antorcha goteo y el aceite de su cuenco estuvo a punto de ahoga la llama, que volvio a animarse cuando el azufre y las sales minerales que el doctor Talos habia adherido con goma alrededor empezaron a arder.

El gigante fingia la locura que le exigia el papel. El aspero cabello le caia sobre los ojos, y detras de esa cortina le ardian con tal intensidad que yo llegaba a verlos. La boca le colgaba flaccida, chorreando saliva, y dejaba ver unos dientes amarillos. Unos brazos dos veces mas largos que los mios se extendieron hacia mi.

Lo que me asustaba —y admito que estaba asustado, y que en vez de la antorcha metalica hubiera deseado de corazon tener Terminus Esi en las manos— era lo que solo puedo llamar la expresion debajo de la falta de expresion de la cara, y que estaba alli como el agua negra que a veces vislumbramos moviendose bajo el hielo cuando el rio se congela. Calveros habia descubierto que disfrutaba terriblemente de ser como era ahora, y cuando lo encare adverti por vez primera que no estaba fingiendo locura en el escenario, sino cordura y la apagada humildad que la acompana. Entonces me pregunte cuanto habria influido en la redaccion de la obra, aunque la explicacion era tal vez que el doctor Talos habia comprendido a su paciente mejor que yo.

Por supuesto que no teniamos que aterrorizar a los cortesanos del Autarca como habiamos aterrorizado a los campesinos. Calveros me arrebataria la antorcha, fingiria quebrarme la espalda, y pondria fin a la escena. Pero no lo hizo. No se si estaba tan loco como pretendia o si verdaderamente estaba furioso contra nuestro publico, cada vez mas numeroso. Quiza las dos explicaciones sean correctas.

Sea lo que fuere, me arranco la antorcha y se volvio hacia el publico, blandiendola de modo que el aceite ardiente volo alrededor en una lluvia de fuego. La espada con que poco antes habia amenazado el cuello de Dorcas estaba a mis pies, e instintivamente me agache a cogerla. Cuando volvi a enderezarme, Calveros estaba en medio del publico. La antorcha se habia apagado y la agitaba como un mazo.

Alguien disparo una pistola. Aunque el proyectil le quemo el vestido, parecio que no habia dado en el cuerpo. Varios exultantes habian desenvainado sus espadas y alguno — no veia quien— tenia esa arma que era la mas rara de todas, un sueno. Se movia como el humo de los tirios, pero mucho mas rapido, y en un momento envolvio al gigante. Parecio entonces que todo el pasado y mucho de lo que nunca habia sido se cerraban alrededor de Calveros: una mujer canosa broto junto a el, un bote pesquero quedo flotando justo encima de su cabeza, y un viento frio azoto las llamas que lo envolvian.

Pero esas visiones, que segun se dice dejan a los soldados aturdidos e inermes, una carga para la causa, no parecieron afectar a Calveros, que siguio avanzando y abriendose paso con la antorcha.

Entonces, en el instante siguiente en que estuve mirando (pues pronto me recobre lo suficiente como para huir de esa descabellada refriega) vi que varias figuras echaron a un lado las capas y —segun me parecio— tambien las caras. Debajo de esas caras, que cuando ya no las llevaban puestas parecian de un tejido tan insustancial como los notulos, habia tales monstruosidades que yo nunca hubiera imaginado que pudieran tener existencia: una boca circular bordeada de dientes como agujas, ojos que eran mil ojos, imbricados como las escamas de una pina, mandibulas como tenazas. Estas cosas quedaron en mi memoria como queda todo lo demas, y las he visto otra vez ante mi en las oscuras guardias de la noche. Cuando al fin me levanto y me vuelvo hacia las estrellas y las nubes empapadas de luna, me alegro mucho de haber visto solo aquellas mas proximas a nuestras candilejas.

Ya he dicho que hui. Pero el rato en que me demore recogiendo Terminus Est y observando la descabellada carga de Calveros, estuvo a punto de costarme caro; cuando me volvi para poner a salvo a Dorcas, ella habia desaparecido.

Hui entonces, no tanto de la furia de Calveros, o de los cacogenos que habia entre el publico, o de los pretorianos del Autarca (presentia que acudirian pronto), sino para buscar a Dorcas. Corria y la llamaba, pero no encontraba mas que las arboledas, fuentes y pozos abruptos de aquel interminable jardin; y por ultimo, encorvado y con las piernas doloridas, aminore el paso.

Me resulta imposible reflejar en el papel toda la amargura que senti entonces. Encontrar a Dorcas y perderla tan pronto me parecia mas de lo que podia soportar. Las mujeres creen —o al menos fingen que creen— que toda la ternura que sentimos por ellas viene del deseo; que las amamos cuando llevamos algun tiempo sin gozarlas, y que las despreciamos cuando estamos saciados, o para decirlo con mas precision, exhaustos. Una idea equivocada, aunque se la pueda presentar como verdadera. Cuando el deseo nos vuelve rigidos tendemos a fingir una gran ternura esperando satisfacer ese deseo; pero de hecho en ningun otro momento somos tan proclives a tratar brutalmente a las mujeres, ni es tan improbable que sintamos alguna emocion profunda excepto una. Mientras erre por los jardines anochecidos no senti ninguna necesidad fisica de Dorcas (aunque no la habia gozado desde que durmieramos en la fortaleza de los dimarchi, mas alla del Campo Sanguinario), porque habia vaciado mi virilidad una y otra vez en Jolenta en el bote nenufar. Pero si hubiera encontrado a Dorcas la hubiera cubierto de besos; y por Jolenta, que habia empezado a disgustarme, ya sentia un cierto afecto.

No aparecieron Dorcas ni Jolenta, ni vi soldados apresurados, ni siquiera a quienes habian venido a entretenerse con nosotros. Parecia claro que el tiaso habia sido confinado en alguna parte de los dominios, y yo me encontraba lejos de esa parte. Todavia hoy no estoy seguro de la extension de la Casa Absoluta. Hay planos, pero incompletos y contradictorios. No hay en cambio planos de la Segunda Casa, e incluso el Padre Inire me dice que hace tiempo que ha olvidado muchos de sus misterios. Vagando por esos estrechos pasillos no he encontrado lobos blancos, pero si escaleras que conducen a cupulas bajo el rio y trampas que se abren sobre lo que parecen bosques virgenes. (Algunas de esas trampas estan marcadas sobre la tierra con estelas de marmol ruinosas y medio invadidas de vegetacion y otras, no.) Luego de cerrar esas trampas, y habiendo vuelto de mala gana a una atmosfera artificial, todavia mezclada con olores vegetales y de descomposicion, me he preguntado a menudo si no habra algun pasadizo que llegue a la Ciudadela. El viejo Ultan insinuo en cierta ocasion que los estantes de la biblioteca se extendian hasta la Casa Absoluta. ?Que es eso sino decir que la Casa Absoluta se extiende hasta los estantes de la biblioteca? Hay partes de la Segunda Casa que no son distintas a los pasillos ciegos en los que busque a Triskele; quiza son los mismos pasillos, aunque en ese caso corri un riesgo mayor del que suponia.

De estas especulaciones que pueden corresponder o no a los hechos, yo no tenia la menor idea en aquella epoca. Suponia, en mi inocencia, que los margenes de la Casa Absoluta, que tanto en el espacio como en el tiempo se extendian mucho mas alla de lo que pudiera adivinar quien no estuviese avisado, eran limites estrictos; y que me acercaba a ellos, o pronto me estaria acercando, o ya los habia dejado atras. Y asi anduve toda esa noche, encaminandome hacia el norte guiado por las estrellas. Y mientras andaba, reexamine mi vida como muy a menudo he evitado hacerlo mientras esperaba el momento de dormir. De nuevo Drotte, Roche y yo nadabamos bajo el Torreon de la Campana en la fria y humeda cisterna; de nuevo sustituia el duende de juguete de Josefina con la rana robada; de nuevo extendia el brazo para agarrar la empunadura del hacha que hubiera acabado con el gran Vodalus y salvado a Thecla, aun no recluida en prision; de nuevo vi correr la cinta carmesi por debajo de la puerta de Thecla, a Malrubius inclinandose sobre mi, a Jonas desvaneciendose por el infinito entre las dimensiones. De nuevo jugaba con guijarros en el patio junto a la derribada muralla, mientras Thecla esquivaba los cascos de la guardia montada de mi padre.

Mucho despues de haber visto la ultima balaustrada, seguia temiendo a los soldados del Autarca; pero despues de algun tiempo en que ni tan siquiera vislumbre una patrulla distante, los fui despreciando, creyendo que su ineficacia era parte de esa desorganizacion general que tan a menudo habia observado en la Comunidad. Presentia que, con mi ayuda o sin ella, Vodalus destruiria seguramente a tales chapuceros, y que incluso podria hacerlo ya, si tan solo se decidiera a golpear.

Y, sin embargo, el androgino de la tunica amarilla, que conocia la contrasena de Vodalus y recibio el mensaje como si lo esperara, era sin duda el Autarca, el senor de esos soldados y de hecho de toda la Comunidad en tanto esta reconocia a un senor. Thecla lo habia visto frecuentemente; esos recuerdos de Thecla eran ya los mios propios, y se trataba de el. Si Vodalus ya habia ganado, ?por que seguia escondido? ?O es que Vodalus no era mas que una criatura del Autarca? (Y si era asi, ?por que se referia Vodalus al Autarca como si el fuera un servidor?) Trate de convencerme de que todo lo que habia pasado en la sala del cuadro y en el resto de la Segunda Casa habia sido un sueno; pero sabia que no, y que ya no tenia el eslabon.

Pensando en Vodalus me acorde de la Garra, que el mismo Autarca me habia instado a devolver a la orden de sacerdotisas llamadas las Peregrinas. La saque de la bota. Ahora la luz era suave; no destellaba como en la mina de los hombres mono, ni estaba apagada como cuando Jonas y yo la examinamos en la antecamara. Aunque la tenia en la palma de la mano, me parecia ahora un gran estanque de aguas azules, mas puro que la cisterna,

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