pequena lengua de fuego.

No estaba lejos, pero nos lo parecio, porque cabalgabamos sobre unas piedras oscuras y quebradas, y cuando alcanzamos el edificio la hoguera se alzo en una llamarada y vimos tres figuras agachadas alrededor.

—Necesitamos vuestra ayuda —grite—. Esta mujer se esta muriendo.

Las tres levantaron la cabeza, y una voz chirriante de arpia pregunto: —?Quien habla? Oigo una voz humana, pero no veo ningun hombre. ?Quien eres?

—Estoy aqui —dije, y me aparte la capa y capucha fuliginas—. A vuestra izquierda. Estoy vestido de oscuro, eso es todo.

—Ya veo… ya veo. ?Quien se esta muriendo? No es una pequena cabellera palida… Es grande, dorada y rojiza. Aqui no tenemos mas que vino y un poco de fuego. Dad la vuelta y encontrareis la escalera.

Hice que nuestros animales doblaran la esquina del edificio, como ella me habia indicado. Los muros de piedra ocultaron la luna baja y nos dejaron en una oscuridad de ciegos, pero tropece con unos toscos peldanos que se habian hecho sin duda apilando piedras de estructuras derruidas contra el lado del edificio. Despues de trabar a los dos diestreros, subi llevando a Jolenta, yendo Dorcas delante para tantear el camino y avisar de los peligros.

Cuando llegamos al techo, no era plano, sino inclinado, tanto que yo pensaba que iba a resbalar en cualquier momento. La superficie dura e irregular parecia estar hecha de tejas; una llego a soltarse y la oi raspar y chocar con estrepito contra las otras hasta que cayo por el borde y se estrello en las losas irregulares de abajo.

Siendo yo aprendiz y tan pequeno que solo me confiaban las tareas mas elementales, me dieron una carta para llevarla a la torre de las brujas, en el lado opuesto del Patio Viejo. (Mucho despues supe que habia una buena razon para que solo ninos muy por debajo de la pubertad llevaran los mensajes que nuestra proximidad a las brujas requeria.) Ahora que se que nuestra torre inspiraba horror no solo a la gente del barrio sino tambien, en el mismo o en mayor grado, a los demas residentes de la propia Ciudadela, siento un regusto de extrana candidez recordando mi propio miedo. Sin embargo, le parecia muy real al ninito poco atractivo que yo era. Habia oido terribles historias de los aprendices mas antiguos, y habia observado que otros ninos, sin duda mas valientes que yo, tenian miedo. En esa torre, la mas lugubre de las miriadas de torres de la Ciudadela, de noche ardian luces de extranos colores. Los gritos que oiamos por las portillas de nuestro dormitorio no procedian de ninguna sala de examenes como las nuestras, sino de los niveles mas altos; y sabiamos que eran las propias brujas quienes chillaban asi y no sus clientes, pues en el sentido en que utilizabamos esa palabra, ellas no tenian ninguno. Tampoco eran esos gritos los aullidos lunaticos y los penetrantes alaridos de agonia que se oian en nuestra torre.

Hicieron que me lavara las manos para no ensuciar el sobre, y fui muy consciente de que estaban humedas y rojas cuando me puse en camino entre los charcos de agua helada que salpicaban el patio. Mi mente conjuro una bruja inmensamente enaltecida y humilladora, que no retrocederia a la hora de castigarme de algun modo repelente por atreverme a llevarle una carta con las manos coloradas y que tambien me enviaria de vuelta al maestro. Malrubius con un informe despreciativo.

Tenia que ser realmente pequeno: di un salto para alcanzar el aldabon. Todavia siento el ruido apagado de las finas suelas de mis zapatos en el desgastadisimo umbral de las brujas.

—?Quien es? —La cara que me miraba apenas estaba mas alta que la mia. Era de esas (notables en su clase entre los cientos de miles de caras que he visto) que sugieren a la vez belleza y enfermedad. La bruja a la que pertenecia me parecio vieja y en realidad tenia unos veinte anos o un poco menos; pero no era alta, y se movia en la postura encorvada de la edad extrema. Era una cara tan adorable y tan descolorida que podia haber sido una mascara tallada en marfil por algun maestro escultor.

En silencio, le alargue la carta.

—Ven conmigo —dijo. Estas eran las palabras que yo habia temido, y ahora que habian sido pronunciadas parecian tan inevitables como la sucesion de las estaciones.

Entre en una torre muy diferente de la nuestra. La nuestra era solida hasta la opresion, de placas de metal tan bien encajadas que se habian amalgamado hacia siglos unas con otras en una sola masa, y los pisos inferiores de nuestra torre eran calidos y humedos. En la torre de las brujas nada parecia solido, y pocas cosas lo eran. Tiempo despues, el maestro Palaemon me explico que tenia muchos mas anos que la mayoria de las demas partes de la Ciudadela, y que habia sido construida cuando el diseno de las torres era apenas algo mas que la imitacion inanimada de la fisiologia humana, de manera que se utilizaron esqueletos de acero para soportar una estructura de sustancias mas endebles. Con el paso de los siglos, ese esqueleto se habia corroido en gran parte, y al final la estructura se mantenia en pie solo gracias a las ocasionales reparaciones llevadas a cabo por generaciones pasadas. Habitaciones demasiado grandes estaban separadas por muros no mas gruesos que cortinas; ningun piso estaba nivelado, ni ninguna escalera derecha; los balaustres y barandillas que tocaba parecian ir a deshacerse en mi mano. En las paredes habia dibujos en tiza de figuras gnosticas en blanco, verde y purpura, pero el mobiliario era escaso, y el aire parecia mas frio que en el exterior.

Despues de subir por varias escaleras y una escala de ramas de corteza fragante, me llevaron delante de una anciana que estaba sentada en la unica silla que yo habia visto alli hasta entonces; la mujer miraba a traves de una plancha de vidrio lo que parecia ser un paisaje artificial habitado por animales derrengados y sin pelo. Le di la carta y me dejo ir; pero por un momento me miro y su cara, como la cara de la mujer joven-vieja que me habia llevado hasta ella, quedo por supuesto grabada en mi mente.

Menciono todo esto ahora porque me parecio, al dejar a Jolenta sobre las tejas junto a la hoguera, que las mujeres alli agachadas eran las mismas. Era imposible; la anciana a la que habia entregado la carta habria muerto casi seguramente, y la joven (si todavia vivia) habria cambiado, como yo, y ya no la reconoceria. Sin embargo, las caras que se volvieron hacia mi eran las que recordaba. Quizas en el mundo no hay mas que dos brujas, que nacen una y otra vez.

—?Que le pasa? —pregunto la mujer mas joven, y Dorcas y yo se lo explicamos como mejor pudimos.

Mucho antes de que terminaramos, la mas vieja tenia en el regazo la cabeza de Jolenta y estaba introduciendole en la garganta el vino de una botella de barro.

—Le haria dano si el vino fuera fuerte —dijo—. Pero tres partes son agua pura. Puesto que no quereis verla morir, sois afortunados, posiblemente, por haber dado con nosotras. Pero no puedo decir si ella tambien lo es.

Le di las gracias y pregunte adonde habia ido la tercera persona que se sentaba al fuego.

La anciana suspiro y me miro por un momento antes de volverse otra vez hacia Jolenta.

—Solo estabamos nosotras dos —dijo la mas joven—. ?Viste a tres?

—Con mucha claridad; a la luz de la hoguera. Tu abuela (si lo es) me miro y me hablo. Tu y quienquiera que se encontrara contigo levantasteis la cabeza y despues volvisteis a agacharla.

—Ella es la Cumana.

Ya habia oido esa palabra antes; por un momento no recorde donde, y el rostro de la mujer, inmovil como la oreade de un cuadro, no me dio ninguna pista.

—La vidente —aclaro Dorcas—. ?Y quien eres tu?

—Su acolita. Me llamo Merryn. Tal vez sea significativo que vosotros, que sois tres, vierais a tres de nosotras al fuego, mientras que nosotras, que somos dos, no vimos al principio mas que a dos de vosotros.

—Se volvio hacia la Cumana como para que ella lo confirmase, y despues, como si hubiera recibido esa confirmacion, nos enfrento otra vez, aunque no vi que entre ellas hubieran intercambiado mirada alguna.

—Estoy completamente seguro de que vi una tercera persona, mas grande que cualquiera de vosotras — dije.

—Esta es una noche extrana y hay quienes cabalgan por el aire de la noche y en ocasiones toman apariencia humana. Lo que me pregunto es por que semejante poder desearia mostrarse a vosotros.

El efecto de sus ojos oscuros y su rostro sereno fue tan grande que pienso que la hubiera creido si no hubiera sido por Dorcas, que sugirio con un movimiento de cabeza casi imperceptible que el tercer miembro del grupo junto al fuego podria haber escapado a nuestra observacion cruzando el tejado y escondiendose en lo mas alejado del caballete.

—Quiza viva esta mujer —dijo la Cumana sin levantar la mirada de la cara de Jolenta— , aunque no lo

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