expresado una abierta hostilidad hacia mi persona, dirigiendome epitetos claramente insultantes en cuanto a mi masa y mi talla.

—Bueno —dijo el encargado, ruborizandose—, lo siento pero usted… bueno, usted es bastante… quiero decir, bastante grande, y en S’uthlam no entra dentro de lo socialmente aceptable el… bueno, el exceso de peso.

—Caballero, el peso no es sino una funcion de la gravedad y, por lo tanto, resulta extremadamente ductil. Lo que es mas, no me siento dispuesto a concederle la mas minima autoridad para que emita juicios sobre mi peso, tanto si es para calificarlo de excesivo como de adecuado a la media o inferior a ella, dado que siempre estamos tratando con criterios subjetivos. La estetica varia de un mundo a otro, al igual que los genotipos y la predisposicion hereditaria. Caballero, me encuentro perfectamente satisfecho con mi masa actual y para volver al asunto que nos ocupa, deseo terminar mi estancia aqui mismo.

—Muy bien —dijo el encargado—. Le reservare un pasaje en el primer tubotren de manana por la manana.

—No me parece satisfactorio. Desearia marcharme de inmediato. He examinado los horarios y he descubierto que dentro de tres horas sale un tren.

—Esta completo —le replico con cierta sequedad el encargado—. En ese solo quedan plazas de segunda y tercera clase.

—Lo soportare tan bien como pueda —dijo Haviland Tuf—. No tengo la menor duda de que un contacto tan apretado, con tales cantidades de projimo, me dejara altamente tonificado y revigorizado cuando abandone mi tren.

Tolly Mune flotaba, en el centro de su oficina, en la posicion del loto, contemplando desde lo alto a Haviland Tuf.

Tenia una silla especial para las moscas y los gusanos de tierra que no estaban acostumbrados a la carencia de gravedad. No resultaba una silla demasiado comoda, a decir verdad, pero estaba clavada en el suelo y poseia un arnes de red que mantenia a su ocupante en el sitio. Tuf habia logrado instalarse en ella con una algo torpe dignidad y se habia colocado el arnes, abrochandolo con el maximo cuidado, en tanto que ella se habia puesto comoda, aproximadamente a la altura de su cabeza. Un hombre del tamano y estatura de Tuf no debia estar nada acostumbrado a tener que mirar hacia arriba en una conversacion y Tolly Mune pensaba que con eso podia obtener cierta ventaja psicologica.

—Maestre de Puerto Mune —dijo Tuf, que no parecia en lo mas minimo incomodado por su posicion respecto a ella—, debo protestar. Comprendo que las repetidas referencias que se han hecho de mi persona, calificandome de mosca, son meramente un efecto del pintoresco argot local y que no contienen ningun tipo de oprobio. Sin embargo, no puedo sino sentirme un tanto molesto ante lo que es un intento muy claro de… digamos de arrancarme las alas.

Tolly Mune sonrio. —Lo siento, Tuf —dijo—. Nuestro precio no sufrira ninguna variacion.

—Ciertamente —dijo Haviland Tuf—. Variacion, una palabra de lo mas interesante. Si no me encontrara algo impresionado ante la presencia de un personaje de su categoria y no me inquietara la posibilidad de resultar ofensivo, podria llegar incluso al extremo de sugerir que esa falta de variacion se aproxima a la rigidez. La cortesia me prohibe hablar de codicia, avaricia o pirateria espacial, para definir la opinion que me estan mereciendo estas negociaciones un tanto espinosas. Sin embargo, me permito senalar que la suma de cincuenta millones de unidades basicas es varias veces mayor que el producto planetario bruto de una buena cantidad de mundos.

—Son mundos pequenos —dijo Tolly Mune—, y este ha de ser un trabajo muy grande. Ahi fuera hay una nave absolutamente enorme.

Tuf permanecio impasible. —Concedo que el Arca es realmente una gran nave, pero me temo que ello no tiene relacion con el asunto que nos ocupa. A no ser que sea costumbre suya el utilizar tarifas por metro cuadrado y no por hora de trabajo.

Tolly Mune se rio. —Oh, no estamos hablando de equipar a un viejo carguero con unos cuantos anillos de pulsacion nuevos o de reprogramar su navegador de vuelo. Estamos hablando de miles de horas de trabajo, incluso contando con tres cuadrillas completas trabajando un turno triple; estamos hablando de un enorme trabajo de sistemas, realizado por los mejores cibertecs que poseemos, y de fabricar repuestos y piezas de maquinaria que no se han utilizado desde hace cientos de anos. Yeso solo para empezar. Tendremos que examinar esa condenada pieza de museo suya, antes de empezar a ponerla patas arriba o puede que de lo contrario nunca seamos capaces de volver a montarla… Tendremos que traer a unos cuantos especialistas del planeta para que vengan por el ascensor. Puede que incluso tengamos que acudir a gente de fuera del sistema. Piense en la energia, el tiempo y las calorias necesarias. Para empezar, calcule solamente las tasas de puerto, Tuf. Esa cosa tiene treinta kilometros de largo. No puede entrar en la telarana. Tendremos que construir un muelle especial a su alrededor e incluso entonces ocupara, por si sola, los diques que habriamos podido utilizar para trescientas naves normales. Tuf, no tenga ningun deseo de saber lo que puede costar eso… —Hizo algunos rapidos calculos en su ordenador de pulsera y meneo la cabeza. Si esta aqui durante un mes local, lo que es una hipotesis realmente optimista, solo las tasas de puerto son ya un millon de calorias, aproximadamente; mas de trescientas mil unidades basicas en su moneda.

—Ciertamente —dijo Haviland Tuf. Tolly Mune extendio las manos en un gesto de impotencia.

—Si no le gusta nuestro precio, naturalmente siempre puede acudir a algun otro sitio.

—La sugerencia me parece poco practica —dijo Haviland Tuf—. Por desgracia, y por sencillas que sean mis demandas, al parecer tan solo un punado de mundos poseen la capacidad necesaria para darles satisfaccion, lo cual no me parece un comentario muy halagueno sobre el estado actual de las proezas tecnologicas de la raza humana.

—?Solo un punado? —Tolly Mune alzo levemente una de las comisuras de su boca—. Quiza hemos puesto un precio demasiado bajo a nuestros servicios.

—Senora —dijo Haviland Tuf—, tengo la seguridad de que no sera usted capaz de aprovecharse groseramente de mi ingenua franqueza.

—No —replico ella—. Tal y como ya dije, nuestro precio no va a sufrir variacion alguna.

—Al parecer hemos llegado a un callejon sin salida, tan incomodo como espinoso. Usted tiene su precio pero yo, desgraciadamente, no tengo la suma de dinero precisa para satisfacerlo.

—Jamas lo habria imaginado. Con una nave como la suya, pensaba que tendria calorias para quemar, si asi lo deseaba.

—Sin duda pronto emprendere una lucrativa carrera en el campo de la ingenieria ecologica —dijo Haviland Tuf—. Por desgracia, aun no he empezado a practicarla y, en mis anteriores actividades comerciales, sufri recientemente ciertos inexplicables reveses financieros. Quiza le interesen algunas excelentes reproducciones plasticas de las mascaras para orgia de Cooglish. Colgadas en una pared representan una decoracion tan estimulante como inhabitual y se dice tambien que poseen ciertas propiedades misticas y afrodisiacas.

—Me temo que no me interesan —dijo Tolly Mune—, pero, Tuf, ?sabe una cosa? Hoy es su dia de suerte.

—Temo que se me este haciendo objeto de una broma —dijo Haviland Tuf—. Aun en el caso de que me vaya a decir que existe un precio especial reducido a la mitad o una oferta del tipo dos por uno en cuanto a los servicios ofrecidos, no me encuentro en la posicion mas optima para aprovecharla. Voy a ser brutal y amargamente sincero, Maestre de Puerto Mune, y admitire que en estos momentos sufro una disfuncion temporal de fondos.

—Tengo una solucion —dijo Tolly Mune. —?De veras? —dijo Tuf.

—Tuf, usted es un comerciante. No le hace falta realmente una nave tan grande como el Arca, ?verdad que no? y no sabe nada sobre ingenieria ecologica. Ese pecio que ha encontrado no puede servirle de nada, pero posee un considerable valor tasado como salvamento —sonrio con calida amabilidad—. He hablado con la gente de ahi abajo y el Gran Consejo tiene la impresion de que su mejor opcion consiste en vendernos la nave.

—Su preocupacion por mi es conmovedora —dijo Haviland Tuf.

—Le pagaremos una tarifa de salvamento muy generosa —dijo ella—. El treinta por ciento del valor estimado de la nave.

—Dicha estimacion sera hecha por ustedes —dijo Tuf con voz atona.

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