rompian su alianza con Hitler y, poco despues, solicitaban el armisticio; los aliados se apoderaban de toda Francia y penetraban en Alemania y en los Paises Bajos, donde sufrieron el descalabro de Arnhem, que freno el avance en el oeste, concediendo un respiro a Hitler. Un respiro muy leve, porque las tropas alemanas perdian los Balcanes y Grecia, mientras los sovieticos penetraban en Checoslovaquia y Hungria y los aliados franqueaban las defensas alemanas de la «Linea Sigfrido». En el Pacifico, los norteamericanos desembarcaban en las Filipinas y los britanicos ganaban terreno en Birmania… pero Hitler ya no prestaba atencion al frente del Pacifico: consideraba que los japoneses eran unos aliados egoistas y desleales, cuya politica hacia la Union Sovietica habia perjudicado sensiblemente a Alemania.

El clima derrotista llegaba al propio cuartel general de Hitler, una de cuyas secretarias anoto en su diario:

«Era enervante contemplar como el hombre, que de un plumazo podia terminar con tantos sufrimientos y miserias, yacia postrado en su lecho, observandonos cansinamente mientras todo se hundia a nuestro alrededor.»

Pero Hitler, enfermo y envejecido, seguia fantaseando con sus victorias y ordenaba reclutar a cuantos pudieran empunar las armas, incluidos hombres de mas de cincuenta anos y ninos de quince y dieciseis, alistados en la Volkssturm y en las Juventudes Hitlerianas. De esta manera, a comienzos de diciembre de 1944, contaba con un ejercito de mas de cuatro millones de soldados, aunque de calidad muy inferior a los que tuvo entre 1941-1943, con adiestramiento superficial y peor armados, pues su cobertura aerea era insignificante en esta epoca.

Con estas nuevas tropas y gracias al descenso de la actividad aliada en todos los frentes, Hitler volvio a reunir fuerzas importantes y decidio jugarse su ultima carta. Sus generales veian en aquellas reservas el instrumento ideal para asestar un mazazo a alguno de los ejercitos sovieticos que se habian situado en peligrosos salientes ya en tierras alemanas o, quiza, el martillo con el que castigar a los aliados occidentales cuando tratasen de cruzar el Rin. Hitler no creia en una cosa ni en otra, pues sabia que aquellas fuerzas se desgastarian con suma rapidez en uno u otro frente, logrando, en el mejor de los casos, retrasar un mes la derrota definitiva. Su propuesta era mucho mas osada e imaginativa: volveria a intentar su suerte en las Ardenas; romperia el debil frente aliado protegido por el frio invernal y las habituales nieblas que cubren esa region en diciembre, y luego giraria hacia el mar, copando a un millon de soldados aliados en los Paises Bajos. Tamana victoria quiza le permitiera negociar una paz por separado con los anglo-norteamericanos y, luego, volcar todos sus efectivos sobre las tropas sovieticas, cuyos excesos contra la poblacion civil eran consonantes con los cometidos por los alemanes en sus ofensivas de los anos anteriores. Hitler sonaba despierto, pero en algo si tenia razon: su victoria en las Ardenas, como minimo, dejaria fuera de combate a los aliados durante un semestre.

El ataque aleman comenzo en la madrugada del 16 de diciembre y constituyo una completa sorpresa para los norteamericanos que, acometidos por fuerzas muy superiores, cedieron en casi todos los sectores; pero pronto quedaron al descubierto los muchos puntos debiles que tenia aquel «todo o nada» que se habia jugado Hitler: faltaba combustible, municiones, reservas y adiestramiento y se habia supuesto que las tropas norteamericanas resistirian menos, que huirian presas del panico. Como ello no ocurrio, la ofensiva fue embotandose poco a poco hasta paralizarse casi por completo el 23 de diciembre, fecha en que se despejaron las nieblas y se levantaron las nubes, permitiendo la actuacion de los aviones aliados. En ese momento se terminaron las pequenas posibilidades de exito que habian tenido los alemanes. A medio camino de sus objetivos, recibieron tan tremendo castigo desde el aire que les obligo a replegarse al concluir el ano. Los aliados hubieron de lamentar 77.000 bajas y la perdida de 733 carros de combate y 592 aviones; los alemanes, por su parte, sufrieron 82.000 bajas y perdieron 324 carros de combate y 320 aviones. La tremenda diferencia radicaba en que los aliados repondrian sus perdidas en un mes; para la Wehrmacht, era el «canto del cisne».

AL FRENTE EN TRANVIA

El agotamiento aleman quedo claro en pocos dias. El 12 de enero de 1945 comenzo el gran ataque sovietico en el puente de Varanov, Polonia, dando la senal de avance a cinco grupos de ejercito, con unos tres millones de hombres desplegados a lo largo de 1.200 km, desde Lituania hasta Hungria. La Wehrmacht hubo de combatir en una inferioridad de 1 a 2 en infanteria, de 1 a 3 en carros de combate, de 1 a 5 en artilleria y de 1 a 12 en aviacion. El resultado podia preverse: el 6 de febrero los sovieticos habian ocupado toda Polonia, Prusia Oriental, parte de Pomerania y se hallaban a 50 km de Berlin. Aquel veloz avance origino uno de los exodos civiles mas terribles de la Historia. Ocho millones de personas, segun el historiador militar Eddy Bauer, se lanzaron a las carreteras, con temperaturas que incluso alcanzaron los 25° bajo cero, causando un formidable atasco que termino por atrapar al ejercito en retirada. Millon y medio de personas nunca alcanzaron la ribera oeste del rio Oder-Neisse, quedando tiradas en las heladas cunetas, victimas del frio, de la metralla sovietica o arrollados por la inmensa marea humana que huia presa del panico. Mas de 300.000 soldados alemanes perecieron en aquellos dias, librando desesperados combates defensivos y mas de 500.000 fueron hechos prisioneros y deportados a Siberia, de donde apenas retornaria la decima parte. El responsable de aquella catastrofe fue Hitler. Guderian, que habia sustituido a Zeitzler al frente del Estado Mayor, pidio al Fuhrer que ordenase la retirada de los efectivos alemanes en Curlandia y Noruega, cerca de 800.000 hombres bien armados, para defender las fronteras de Alemania. Hitler enloquecio ante tal propuesta, asegurando que las cifras de los efectivos sovieticos eran sencillamente una falsedad inventada por el servicio de informacion aleman y que la demanda de Guderian era un disparate, pues se perderian las armas pesadas de aquellos ejercitos. De nada valieron las argumentaciones del general; sencillamente, Hitler se obstinaba en mantener sus esperanzas de victoria y aquellas retiradas eran la renuncia a su loco sueno.

Nadie podia explicarse en que se fundaban sus ilusiones salvo, quiza, la demencia. Regreso a Berlin desde el «Nido del Aguila» uno de sus multiples cuarteles generales durante la guerra, el 16 de enero. Su tren cruzo docenas de estaciones ferroviarias en ruinas y sufrio demoras que le parecieron intolerables, debidas a la formidable destruccion sembrada en Alemania por los bombardeos aliados. Uno de los coroneles de aquel Estado Mayor que le acompanaba permanentemente pronuncio la frase que resumia el momento: «Berlin sera el mas practico de nuestros cuarteles generales, pues pronto podremos ir en tranvia al frente del este y al frente del oeste.» Hitler encontro Berlin irreconocible; ni los servicios municipales movilizados por su llegada lograron despejar los escombros que cortaban algunas calles. Se calculaba que habia en la ciudad 1.800.000 viviendas y que la mitad de ellas habian sido alcanzadas por las bombas, resultando inhabitable un tercio. Un ala de la Cancilleria se habia derrumbado, el jardin era un paisaje lunar a causa de los crateres de la bombas, no habia ni un cristal entero en todo el edificio e, incluso, las habitaciones privadas de Hitler eran la imagen de la desolacion: fueron limpiadas apresuradamente, pero los muebles estaban rayados y deteriorados por los desprendimientos de yeso y las paredes tenian multiples grietas. Pese a eso, Hitler se quedo alli a vivir los ultimos dias de aquel infierno que el habia desatado, hasta que nuevos bombardeos le obligaron a internarse en el bunker.

En aquel comienzo de 1945, nefasto para los nazis, se estaba produciendo una conferencia interaliada cuyas repercusiones han alcanzado el siglo XXI: Yalta. En la estacion balnearia de Crimea se dieron cita los tres grandes, Stalin, Roosevelt -que para entonces era poco mas que un cadaver ambulante- y Churchill. Alli decidieron las fronteras de la posguerra, el nacimiento de la ONU, las zonas de influencia de las ideologias sovietica y capitalista, la division de Alemania, etc. Un montaje que se ha ido desplomando a lo largo de medio siglo, pero del que todavia quedan retazos.

Las noticias difusas de Yalta impresionaban poco a Hitler, que enloquecio de furia, sin embargo, cuando se entero el 7 de marzo de que un pequeno grupo de combate norteamericano habia logrado tomar el puente de Remagen sobre el Rin. En aquel caos, Remagen era poco mas que una anecdota que, incluso, fue mal aprovechada por los norteamericanos, pero basto para que Hitler volviera a mostrar una de sus coleras asesinas y uno de sus empecinamientos absurdos. Por un lado, ordeno el fusilamiento de cuatro de los responsables de unidades proximas al puente y, por otro, mientras Alemania se hundia en el caos, aquel puente fue objeto de todo tipo de ataques, empleando incluso cohetes V-2. El puente se caeria solo, mientras los aliados, en su formidable ofensiva del 23 y 24 de marzo, cruzarian el Rin por otros puntos y avanzarian impetuosos hasta el Elba. Medio millon de soldados alemanes resultaron muertos, heridos, capturados o dispersados en estas operaciones. La marcha hacia Berlin seria un paseo militar y, sin embargo, los anglo-norteamericanos se detuvieron en la margen

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