«Nos sentamos en unos bancos colocados a lo largo de las paredes, rodeados de maletas que contenian nuestros efectos personales. Debiamos parecer emigrantes esperando el barco. El ambiente era bastante tetrico. Uno a uno ibamos pasando a una habitacion contigua donde se efectuaba el registro. Los prisioneros salian, segun fuera su caracter, malhumorados, deprimidos u ofendidos. Cuando me llego el turno, tambien en mi se alzo la repugnancia de aquel examen tan desagradable al que fui sometido.»

A continuacion, nueva espera en un patio. Una fotografia testimonia aquel final vulgar, tan distante de la parafernalia wagneriana del nazismo: bajo la amenaza de varias armas, tres hombres cabizbajos esperan su destino. Son Doenitz, Speer y Jodl.

HASTA EL ULTIMO CONFIN DE LA TIERRA

Seis meses despues, a las 10.15 de la manana del 20 de noviembre de 1945 se abrio la gran sala de audiencias del Palacio de Justicia de Nuremberg. En el amplio recinto en forma de T penetro el jurado internacional encargado de juzgar los crimenes de guerra nazis. Veintiun personajes que habian gozado de grandes poderes en Alemania y cuyos nombres habian causado pavor en Europa entera se alineaban en la grada de los acusados. Aquellos jerifaltes ya no gozaban en el otono de 1945 de las orgullosas figuras que habian tenido en los dias fastos del nazismo. En general estaban flacos, demacrados, ojerosos, desconfiados, temerosos… Vestian con pulcritud, incluso con afectacion, como en el caso de Goering, pero habian perdido su arrogancia al enfrentarse con la inmensidad de las responsabilidades que se les iba a venir encima.

Sin embargo, no era algo nuevo para ellos. Todos habian considerado en los dos ultimos anos, desde que la derrota comenzo a parecer ineluctable, que sus decisiones serian juzgadas con toda severidad. Era de dominio publico que, en 1942, se habia reunido en Londres una conferencia de los paises invadidos por Alemania para tratar del tema de las responsabilidades. Alli habian estado los representantes de Belgica, Checoslovaquia, Dinamarca, Francia, Grecia, Holanda, Luxemburgo, Noruega, Polonia y Yugoslavia. De la reunion salio este comunicado:

«Despues del final de la guerra, los gobiernos aliados castigaran a los responsables de los crimenes cometidos o a quienes hubieran participado en ellos. Los gobiernos signatarios estan firmemente decididos a: 1) que los criminales, cualquiera que fuere su nacionalidad, sean buscados y conducidos ante el Tribunal para ser juzgados, y 2) que las sentencias sean cumplidas.»

Un ano despues, a comienzos del otono de 1943, el primer ministro britanico, Winston Churchill, escribia: «Las potencias aliadas perseguiran a los culpables hasta el ultimo confin de la tierra y los entregaran a la acusacion para que se haga justicia.» Esa declaracion sobre la suerte que aguardaba a los responsables nazis si perdian la guerra se habia filtrado entre la cupula dirigente alemana, que, sin embargo, no estaba enterada de lo sucedido en noviembre de 1943, durante la cumbre de Teheran. En la capital irani, en el transcurso de una de las cenas celebradas con la asistencia de los «tres grandes» -el presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt; el primer ministro britanico, Winston Churchill, y el secretario del PCUS, Josef Stalin-, este elevo por enesima vez su copa de vodka: «Bebo por nuestra comun decision de fusilar a los criminales de guerra alemanes apenas sean capturados. Debemos hacerlo con todos, sin ninguna excepcion. Seran aproximadamente cincuenta mil.» El lider sovietico apuro la copa de un solo trago ante la mirada turbia y divertida del presidente Roosevelt y ante la visible irritacion de Churchill, cuya adrenalina se elevaba por encima de los efectos del alcohol: «?Prefiero morir antes de ensuciar el honor de mi pais y el mio propio con una abominacion semejante!»

Cesaron las voces y el tintineo de vasos y botellas. Un espeso silencio se poso sobre la sala. Lo rompio la lengua estropajosa del presidente norteamericano y su broma grosera: «Hara falta llegar a un compromiso. Podremos renunciar a la cifra de 50.000 y ponernos de acuerdo, por ejemplo, en 49.500.»

Todos rieron la ocurrencia, menos Churchill, que abandono el salon con gesto airado. Tuvieron que irle a buscar el propio Stalin y su ministro de Exteriores, Molotov, para que regresara al salon. La dignidad del primer ministro britanico impidio que volviera a hablarse de una venganza genocida, pero todos, y tambien el, recordaron siempre que al final de la guerra deberian ser juzgados los responsables del conflicto y de las atrocidades cometidas en su curso.

Por eso, una de las primeras medidas adoptadas por el presidente de Estados Unidos, Harry S. Truman, que llego a la Casa Blanca el 12 de abril de 1945 a causa del fallecimiento de Roosevelt, fue encargar a Robert H. Jackson, juez del Tribunal Supremo norteamericano, que organizara con toda diligencia un gran proceso internacional contra los dirigentes nazis. Tres semanas despues del encargo se rendia Alemania. Para entonces Jackson -mas tarde denominado «padre del proceso de Nuremberg»- habia contactado con los departamentos de Justicia de los paises aliados para que designasen a sus jueces. Jackson tambien ordeno – lo mismo que la Justicia de todos los demas paises combatientes- que fuesen capturados todos los responsables nazis, tanto politicos como militares.

Fue un trabajo relativamente sencillo, pese a la inmensa confusion que reinaba en Alemania tras el final de las hostilidades y a que en el pais habia mas de 6.000.000 de desplazados. En un principio habian calculado los aliados que deberian ser juzgados un millon de alemanes entre miembros del partido, de la Gestapo, las SS, las SA y la Administracion. Mas tarde, en una de sus primeras deliberaciones durante el verano de 1945, las Naciones Unidas elevaron ridiculamente la cifra hasta ?6.000.000! La realidad fue que los juzgados en los diversos juicios no llegaron a 100.000.

Para organizar el proceso, la urgencia prioritaria de los aliados en aquel mes de mayo, recien concluida la guerra, era la captura de las grandes figuras del nazismo: los grandes jerarcas del partido, del Gobierno, el ejercito y la industria, menos de medio centenar de personajes. Parte de ellos estaba ya en sus manos o bajo su control. En Flensburg tenian ya detenidos a Doenitz, Speer, Jodl y Keitel. Tambien estaban a buen recaudo Hess, que llevaba cuatro anos encarcelado, justo desde que en 1941 volo a Gran Bretana como lunatico profeta de la paz, y Goering, mariscal del Aire y el hombre mas poderoso de Alemania despues de Hitler. Se entrego a los norteamericanos con un suspiro de alivio pues habia estado en manos de las SS, que tenian la orden de fusilarle.

Von Papen, el ex canciller, fue detenido a comienzos de mayo en un pabellon de caza de Westfalia, donde le tenia vigilado la Gestapo. Recibio a los norteamericanos como a sus libertadores. Hjalmar Schacht, que fuera presidente del Reichsbank, era un preso politico desde el atentado de julio de 1944 y hubiese sido ejecutado por los nazis en el campo de concentracion de Flossenburg si no hubieran llegado las tropas norteamericanas antes de lo previsto. Los norteamericanos no le pusieron en libertad, pero dejo de temer por su vida.

Otros dirigentes nazis fueron mas escurridizos y su localizacion resulto mas costosa. El 6 de mayo, en los Alpes bavaros, sorprendieron a Hans Frank, «el verdugo de Polonia», que intento suicidarse cortandose las venas de la muneca izquierda con una cuchilla de afeitar; en uno de los diarios que se hallaron en su poder podia leerse: «… todos nosotros figuramos en la lista de criminales de guerra del senor Roosevelt; tengo el honor de ser el primero.» El mismo dia 6 fue detenido por los franceses Konstantin von Neurath, protector del Reich para Bohemia y Moravia. Al dia siguiente los canadienses apresaban a Arthur Seyss-Inquart, el nazi austriaco que habia contribuido decisivamente al Anschluss y que aun era el proconsul del III Reich en los Paises Bajos. El 11 de mayo los rusos capturaron en Berlin al ministro de Economia del Reich, Walter Funk. Cuatro dias mas tarde los norteamericanos hicieron lo propio con Ernst Kaltenbrunner, oculto en los Alpes austriacos. Por aquellos dias tambien detuvieron al ministro de Trabajo, Fritz Sauckel, y al rey de la industria pesada y de guerra de Alemania, Gustav Krupp.

Robert Ley, jefe del Servicio de Trabajo, pretendia pasar por medico rural en los montes de Baviera; no llego a ser condenado, pues se suicido el 25 de octubre de 1945, cinco semanas antes de que comenzase el proceso de Nuremberg. Alfred Rosenberg, ideologo nazi y ministro del Reich para los territorios ocupados, fue capturado en un hospital de Holstein, con un tobillo roto, cuando los ingleses buscaban a Himmler. Julius Streicher, el gran antisemita, se hacia pasar por pintor cerca de Munich: fue detenido por un sargento judeo-norteamericano.

Los aliados comenzaban a mostrarse nerviosos porque mayo se estaba terminando y les faltaban algunos personajes fundamentales, como Martin Bormann, el secretario de Hitler y su sombra durante los tres ultimos anos, y Himmler, el jefe de las SS y de todo el sistema concentracionario aleman. A aquel no le encontrarian

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