que en Rusia. Entonces, Torrico pronuncio una frase que le hizo caer en la mas profunda de las desilusiones y que le llevo a la certeza de que perderian la guerra.

– No hace falta que vayas por alli, Juan Antonio, no te conviene.

Tomo nota de lo ocurrido, se conjuro para nunca, nunca, bajar la guardia y decidio presentar la renuncia y volver al frente, a luchar. En su mente quedo flotando una pregunta, en el fondo se habia sentido aliviado porque Aleman escapara pero ?por que? Al principio habia experimentado cierta frustracion por no haber podido cazar al fugitivo pero ahora habia llegado a la conclusion de que no era asunto suyo. ?Que mas daba que hubiera logrado huir? Era un tipo con coraje, merecia salir de alli. Ademas, lo mas probable era que estuviera muerto. ?Por que sentia lastima por aquel hombre que habia perdido a su familia? ?Estaria vivo? ?Habria sobrevivido a sus heridas?

Ahora, en Cuelgamuros, Juan Antonio habia hallado la respuesta a aquellas preguntas. ?Como habia podido sobrevivir, pasarse? Que mas daba, era un hecho, Aleman estaba vivo. El otrora pacifico ciudadano que habia sido torturado en la checa de Fomento era ahora un despiadado asesino. Asi era la guerra: sacaba lo peor de las personas. De inmediato sintio miedo. No debia permitir que nadie supiera que habia investigado la fuga de Aleman. Si Aleman se enteraba pensaria que el era un chequista mas y estaria perdido. Debia ser cauto. Sintio miedo de aquel demente.

El Rata, mientras tanto, seguia con su discurso: se rumoreaba que Aleman habia huido despachando el solo a media docena de milicianos. Contaban que habia sido capaz de matar a varios con una pluma y que habia ahogado a otro con el cordon de los zapatos. En la guerra daba miedo a sus propios hombres y se pirraba por participar en los fusilamientos. Le llamaban «el puntillero» por la de tiros en la nuca que habia disparado. Aquello no hizo sino intranquilizar mas a Tornell. Mas tarde, parece ser que habia terminado por perder la cabeza estropeando su carrera militar. A Tornell le quedo una sensacion rara, muy rara. Intento calmarse. Aquello no era tan malo. No. El solo habia cumplido con su trabajo de policia, le habian mandado investigar una fuga y eso habia hecho. Nada mas. No habia tenido participacion alguna en lo que habia ocurrido en la checa aunque si se supiera que habia pertenecido a las Milicias de Vigilancia de la Retaguardia quiza podria tener problemas. Habia conseguido ocultarlo hasta el momento y asi debia seguir. No pasaria nada y ademas, aunque se supiera, el no habia «paseado» a nadie. Si, si, claro. Debia calmarse. Pero no, un momento. Aquel tipo estaba loco. ?Acaso no habia oido lo que contaba el Rata? Acababan de verlo actuar. Uno de tantos fanfarrones con la sensibilidad abotargada por la guerra; uno de aquellos individuos fanaticos, bronquistas y violentos que abundaban tras el conflicto en el bando vencedor. Muchos de ellos alcoholizados, juguetes rotos de la guerra pero muy, muy peligrosos. Lo sabia por experiencia. Los habia conocido a cientos en su cautiverio: falangistas, ex legionarios y militares que habian quedado absolutamente idos tras tres anos de guerra, de pillaje, de violaciones y muerte. Y Aleman era peor. Lo vivido en la checa de Fomento le habia empujado a aquello.

Comprendieron, entre todos, que en el futuro deberian evitar a aquel capitan. El Rata llevaba alli bastante tiempo y se las sabia todas. Habia que hacerle caso. Era una gran fuente de informacion y todos se tomaban muy en serio las cosas que contaba. Algo mas alto que Tornell y flaco, muy flaco. Tenia una gran obsesion por raparse el pelo al cero e ir muy afeitado, aunque los piojos y las chinches le atacaban igual. Juan Antonio seguia pensando que su cara le sonaba, y pese a que podia ser asunto delicado, llego a repetirle en varias ocasiones: «Juraria que te conozco de algo». Quiza hasta insistio demasiado. El Rata le contestaba que no, que no lo habia visto en su vida y que el nunca olvidaba una cara. Era natural de Don Benito y solo le quedaban dos anos para salir de alli. Se notaba que su cuerpo habia vivido tiempos mejores, los pliegues de la piel testimoniaban que habia sido amante de la buena mesa. «Un sibarita», decia el entre risas. Un sibarita que, ahora, se conformaba con las almortas y el puchero que les servian a diario. Decia que, muy probablemente al acabar la condena, se quedaria alli trabajando como Ubre. Eran muchos los que optaban por hacerlo porque al conseguir la libertad condicional era obligatorio presentarse en El Escorial al menos una vez por semana a no ser que el penado tuviera alguien que le fiara en algun punto de Espana. ?Alguien que les diera un aval? ?Quien?'Ellos eran lo mas tirado de aquella nueva Espana del dictador, ?quien les iba a fiar? ?Quien iba a jugarsela por un antiguo rojo? Imposible. Por eso los mas se quedaban alli a trabajar cuando cumplian la pena, aunque, eso si, al ser hombres libres cobraban ya el sueldo integro.

Capitulo 10. Gente

Roberto Aleman, al que los presos habian bautizado con el sobre nombre del Loco, aprovecho sus primeros dias de estancia en Cuelgamuros para irse haciendo una idea de como funcionaba aquello. Estaba de vuelta de todo y, tras «su crisis», le importaban un bledo el Movimiento, Franco, o Falange. En realidad nunca le habian importado, nunca le intereso la politica y si habia terminado por convertirse en militar de carrera era solo por matar enemigos, rojos, aquellos seres a los que habia terminado por odiar tras lo de la checa de Fomento y a los que habia jurado exterminar para vengar a su familia. Nunca le habian interesado las luchas politicas. Habia participado en la guerra, como tantos, empujado por las circunstancias, mas para vengar los desmanes del enemigo con los suyos que por otra cosa. Le constaba que habia muchos asi tambien en el otro bando. Personas que, sin ser socialistas, comunistas o anarquistas, habian acabado pegando tiros porque les habian fusilado al padre o a los hermanos. Hubo dos guerras, o mejor, tres. Lo habia pensado muchas veces: primero la de los convencidos, fanaticos de uno y otro bando que mataban friamente y que consideraban algo licito la eliminacion del enemigo. La segunda la de gente como el, pobres desgraciados que habian tomado parte por uno u otro bando tras perder a familiares o amigos que habian sufrido la represion de cualquiera que fuera el enemigo. Y la tercera la de la mayoria, gente de la calle que por su quinta, sin comerlo ni beberlo, habian tenido que luchar, padecer y morir por lo que otros les ordenaban. Todo aquello habia pasado y queria olvidar, pero era como si su vida se hubiera detenido aquel desgraciado dia en que se presento en la checa de Fomento a preguntar por sus padres y su hermana. Le costaba seguir adelante.

Estaba alli, en Cuelgamuros, por Paco Enriquez, que le habia encargado una mision que el queria cumplir, solo por eso. Pese a que pensaba que el y su general eran soldados y no terminaba de ver claro que Enriquez se hubiera metido en aquel asunto de la ICCP. Explotar a hombres de aquella forma no le parecia honesto. Matarlos en el frente, de tu a tu, era otra cosa… pero abusar asi de los soldados enemigos le parecia inmoral. Seguia odiando a los rojos, si, no cabia duda, pero no tanto como en los primeros dias de la guerra. Ahora le parecian inofensivos. Habian perdido y no tenian futuro alguno en aquella sociedad. Los elementos con mando estaban muertos o fugados al extranjero. Aquellos que penaban en Cuelgamuros no eran mala gente. Ademas, habian pagado con creces cualquier exceso cometido durante la contienda. Eran el enemigo, pero una cosa era matar a un hombre en el frente y otra torturar a un soldado derrotado de aquella manera. Despojar a un combatiente de cualquier atisbo de dignidad de aquella forma era algo miserable y ruin. Anoraba la guerra porque seguia enfermo de odio pero, pese a lo que se contaba de el por ahi, nunca habia matado a un hombre desarmado. Miraba a aquellos hombres hundidos, vencidos, acarreando piedras y trabajando como esclavos y sentia algo parecido a la pena. Siempre habia temido caer prisionero, sabia lo que era eso. Nadie merecia un trato como aquel, si acaso una muerte en combate, digna, heroica, y. una carta a la madre de su sargento contando como el soldado habia caido por su pais, pero aquello no… No era digno. Sabia que los japoneses se quitaban la vida antes de rendirse y que trataban con una dureza extrema a los prisioneros, pues para ellos un soldado que claudicaba ante el enemigo no era ni siquiera un hombre. El sabia que las cosas en la guerra no eran, ni mucho menos, tan sencillas. Caer prisionero o ser herido y que te dejaran atras eran contingencias que muchas vences dependian del destino y que no podian ser evitadas. No tenia nada que ver con el valor sino con las circunstancias, la suerte. Al menos el, durante la contienda, habia tenido suerte.

Ahora deambulaba arriba y abajo y observaba. Al principio le seguian un par de guardianes pero enseguida dejaron de hacerlo. No ocurria lo mismo con un delegado de Falange en las obras, un tal Baldomero Saez. Un tipo orondo con un ridiculo bigotillo que unas veces se le hacia el encontradizo y otras se adivinaba en el horizonte, observandole. Le encargo a Venancio que se informara y este averiguo que era hombre bien relacionado con el secretario general de Madrid, el camarada Redondo. ?Por que le seguiria como un sabueso? Le resultaba dificil moverse en ese nuevo mundo que era la victoria. Aquella red de intrigas, influencias y camarillas no era de su agrado. Cuando acabara aquel trabajo debia replantearse que hacer. A veces, al relajarse, pensaba en la comida de Madrid y en Pacita. A fin de cuentas, aunque se sabia loco, ido, era un hombre, y aunque solo deseaba que

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