juzgara en el turno de noche y se procediera a ponerle en libertad, con el punto junto a la L. [2] Esto no significaba otra cosa que la ejecucion inmediata del reo. Una vez tomada esta decision, el comandante Ferez decidio que llevaran al detenido a su despacho para hacer un ultimo intento antes de dejarlo en manos de sus ejecutores. Aleman fue sacado de la celda del palmo de agua y trasladado a la oficina del comandante. Se hacia evidente que el oficial habia pecado de negligente, pues al ver que el detenido se hallaba en muy mal estado, ordeno que los dejaran a solas. Tornell hizo que le indicaran donde se habia hallado el cuerpo del comandante y, por la disposicion del mismo, dedujo que el detenido, pese a hallarse en un estado deplorable, habia aprovechado que Ferez se giraba mirando por la ventana mientras hablaba, para levantarse subrepticiamente, tomar la pluma del escritorio y clavarla a traicion en el cuello del camarada fallecido. La mala suerte quiso que le atravesara la yugular, por lo que el chorro de sangre llego hasta la pared de la derecha, donde habia una mancha situada casi a dos metros de distancia.

Aprovechando el factor sorpresa parecia que el preso se habia hecho con el arma de Ferez para, tras salir al pasillo, darse de bruces con un miliciano de la CNT al que descerrajo tres tiros en el vientre. Despues de bajar las escaleras a duras penas, huyo de alli sin que ningun paisano se atreviera a detenerle, pues iba armado y, al parecer, su aspecto asustaba al mas templado. Su buena fortuna quiso que no se cruzara con ningun soldado. Segun pudo averiguar Tornell de labios de los propios companeros de los asesinados, aquella misma tarde, una vecina de la calle Abascal delato a una prima del preso que al parecer tenia en casa a un fugitivo. Pensaron que tal vez era el pistolero de Falange o quiza su hermano, el fugitivo de la checa. Los camaradas llegaron al domicilio cuando ya era de noche y se procedio a la detencion de la joven, ya que desgraciadamente el fugitivo habia escapado. Tras ser llevada al Comite y procederse a su interrogatorio confeso que habia dado cobijo a su primo, Roberto Aleman y que este, pese a que apenas podia caminar, pretendia cruzar las lineas por la Ciudad Universitaria que estaba a un paso de alli. Se procedio a juzgarla y se ejecuto la sentencia aquella misma noche. Tornell leyo las declaraciones pero no quiso entrar en detalles con los milicianos sobre aquel interrogatorio ni sobre el realizado a la hermana del fugado. Sabia como se las gastaban y que algunos de los interrogadores que trabajaban en aquella casa no eran sino ex delincuentes comunes. Algunos, conocidos suyos que habian quedado libres aprovechando la apertura de las carceles para vengarse de todo y de todos, sadicos que ahora prestaban un servicio a la revolucion que algunos estimaban valioso, un servicio que a el le repugnaba haciendole perder, en cierta medida, la fe en la causa por la que luchaba. En aquel momento, Tornell hizo lo unico que podia, acudir al area en cuestion para poner sobre aviso a los oficiales a cargo de aquella zona del frente y evitar que este peligroso enemigo del pueblo lograra su objetivo. No creia que pudiera cruzar a las lineas enemigas. La vigilancia era extrema y el fugado apenas si podia valerse, pues los milicianos a cargo de la checa coincidian en senalar que cuando Roberto Aleman habia salido de la celda no podia ni ponerse los zapatos debido a la inflamacion de sus pies. A aquellas horas debia de yacer muerto en alguna alcantarilla o escondrijo. Era lo mas probable. Aun asi, ordeno mantener la vigilancia pero todo fue inutil. No volvio a saberse nada de Roberto Aleman.

La noche en que termino las pesquisas, mientras apuraba una botella de conac en su habitacion, comprendio que aquel suceso le daba motivos mas que suficientes para pensar: en aquella familia, la de Aleman, habia un hermano de la UGT y otro de Falange. Como en tantas y tantas otras. El primero habia muerto de manera fortuita y el segundo habia cometido un crimen execrable, era un fanatico. Tornell sabia de lo que hablaba. Habia presenciado miles de interrogatorios y las declaraciones de la madre, el padre, la hermana, y ahora, de Roberto Aleman, apuntaban a que ninguno de los cuatro sabia nada del paradero de aquel pistolero. Era evidente que ninguno de ellos se habia metido en politica. La gente no suele mentir bajo tortura. Solo los padres y la hermana habian confesado ser catolicos de misa diaria y ocultar un caliz con unas Sagradas Formas en su domicilio. Aquello les costo la vida. El fugado, Roberto, era un tipo aparentemente inofensivo. No parecia tener ideologia alguna ni albergaba ningun tipo de resentimiento hacia nadie. Y a pesar de eso, cuando se habia visto al borde de la muerte, habia sabido comportarse como un asesino implacable. ?Seria un falangista como su hermano? Penso que no, que aquella guerra sacaba lo peor de cada cual. El exceso de confianza habia deparado la muerte al camarada Ferez.

Por otra parte el hermano del fugado, el pistolero, Jose Aleman, seguia oculto en algun lugar escapando a la justicia del pueblo, un miserable sin remordimientos y con cuatro muertes inocentes sobre su conciencia. Las cosas comenzaban a tomar un cariz realmente siniestro. Tornell sabia que para hacer la revolucion se hacia necesario que hubiera muertes, pero nunca penso que se llegara a aquel extremo. Tras aquel suceso de la checa de Fomento decidio tomarse unos dias para reflexionar, pues la decision de volver al frente podia sentar mal a sus superiores. Por desgracia, las cosas no hicieron sino empeorar y acabaron por mostrarle el lado mas oscuro del ser humano y a que no decirlo, de la revolucion. En descargo de las autoridades era justo destacar que en aquellos dias el clima de miedo y de panico invadio Madrid, haciendose dueno de todos y cada uno de los rincones de la ciudad. Los rumores circulaban por doquier, ya no era solo aquel suceso de la plaza de toros de Badajoz que habia provocado como respuesta republicana el incendio de la Modelo y el tiroteo de los militares alli recluidos en agosto, sino que circulaban informaciones que ponian los pelos de punta sobre como se las gastaba el enemigo. Franco, se decia, habia prometido dos dias de saqueo a moros y legionarios si lograban tomar Madrid. Todo el mundo tenia una hija, una hermana, una mujer que defender de aquellos barbaros. Dos dias de pillaje, de robos, de violaciones. Se rumoreaba que los fascistas planeaban fusilar al diez por ciento de la poblacion de Madrid. Se estimaba que la caida de la ciudad a manos del enemigo provocaria nada menos que cien mil fusilamientos. Las arengas de Queipo de Llano, sus amenazas vertidas en su programa de radio diario, eran escuchadas por los ciudadanos de la Espana republicana con autentico terror. Curiosamente, eran muchos los que, en un ejercicio de autentico masoquismo, escuchaban sus algaradas etilicas, mitad por curiosidad, mitad por morbo. En cualquier caso Queipo hacia mucho dano, mucho, desmoralizando a una ciudadania que debia luchar contra el racionamiento y contra el enemigo. Para colmo, a escondidas, como comadrejas, los miembros del gobierno habian huido a Valencia dejando a los madrilenos al amparo de la recien creada Junta de Defensa. Tornell reparo en que aquello habia dado mas influencia al Partido Comunista, los unicos que podian poner orden en aquel caos. En el fondo, aquella mala noticia podia deparar algo bueno, ya que si los nacionales comenzaban el ataque directo de Madrid habria que aplicarse a fondo…

Muchos huyeron como el gobierno y otros, que no tenian adonde ir, se aprestaron a lograr el milagro, salvar Madrid de las «hordas fascistas».

Entonces ocurrio lo peor. Tornell tuvo conocimiento de las sacas de noviembre y diciembre. La situacion era desesperada, el enemigo acechaba y habia miles de presos en las carceles madrilenas. Se dispuso que habia que trasladarlos lejos de la linea del frente. No en vano constituian la elite del bando rival. No podia permitirse que el enemigo, ademas de tomar Madrid, reforzara su potencial con aquellos hombres preclaros del bando nacional: abogados, medicos, politicos y militares de renombre. Tornell se entero de rebote. Por una casualidad. Se lo dijo un tipo extrano: Schlayer. Era un aleman que por azares del destino habia terminado por dirigir la legacion diplomatica noruega. Juan Antonio habia acudido al hotel Gaylord's, el Estado Mayor Amigo, lugar de reunion de los comisarios politicos sovieticos que ya, descaradamente, controlaban el Madrid sitiado. Torrico le habia encargado que se pusiera a las ordenes de un tal Guriev, quien tenia que darle instrucciones sobre un trabajo relacionado con la caza de francotiradores de la Quinta columna, que comenzaban a mostrarse muy activos. Una vez alli, un amigo, miembro del PCE de toda la vida, le presento al aleman que iba de aca para alla molestando a unos y a otros con no se que historia de fusilamientos masivos. Mientras esperaba a Guriev, aquel tipo, un hombre de unos sesenta y cuatro anos que parecia saber de que hablaba, le conto que los presos sacados de las carceles no estaban llegando a su destino lejos del frente, sino que estaban siendo asesinados en masa en varios municipios cercanos a Madrid. Tornell no le creyo, claro, pero aquel loco insistio en que el habia visto las inmensas fosas, que habia pruebas y que vecinos de Paracuellos le habian contado lo que alli estaba ocurriendo. Pretendia hablar con los rusos, que eran los que habian instigado aquello pero nadie le escuchaba. Aquella conversacion le dejo un regusto ciertamente amargo. Desde lo de la checa de Fomento y la investigacion del asunto de Roberto Aleman y su familia, no se encontraba bien. Tenia dudas y comenzaba a necesitar salir de alli y olvidarse de la revolucion. Luchar contra los fascistas en el frente. Eso si era un asunto sencillo, sin dobleces. Cuando hablo con su jefe, Torrico, y le expreso abiertamente sus dudas, aquel le espeto que Schlayer no era sino un nazi, un doble agente de los alemanes que se escudaba en su cargo diplomatico. Todo el mundo lo sabia, dijo muy convencido. Tornell contesto que si, que podia ser, pero le manifesto su intencion de acercarse a Paracuellos a echar un vistazo. Sabia que aquello era falso, un rumor, pero queria hacerlo para quedarse tranquilo. No en vano habia leido a Lenin y no se quitaba de la cabeza aquel asunto del «terror revolucionario». Pero aquello era Espana, no era posible que la Casa [3] empleara alli los mismos metodos

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