habia contado que habia estado en el frente con aquel capitan, se llamaba Aleman y se decia que era una autentica bestia. Tornell reparo en que el nombre le era conocido de algo. Aleman, si, pero ?de que? El Rata siguio desgranando detalles sobre aquel desequilibrado: al parecer le habian matado a la familia al empezar la guerra y el, un tipo con agallas, se habia fugado de la mismisima checa de Fomento, pese a no poder casi andar por efecto de la tortura. ?La checa de Fomento! Era eso, penso Tornell para si. De eso conocia el nombre. Roberto Aleman, el tipo que habia escapado de alli por las bravas. Estaba vivo, ?habia sobrevivido!

Capitulo 9. La checa de Fomento

En ese momento, su mente le llevo de nuevo al comienzo de la guerra, en el Madrid del 36. Cuando una manana de primeros de noviembre un miliciano de aspecto aninado le habia despertado a eso de las diez de la manana porque, al parecer, su presencia era requerida de inmediato en la Consejeria de Orden Publico de la Junta de Defensa de Madrid. Lo recordaba todo perfectamente. En apenas unos meses de guerra, Tornell, que habia alcanzado el grado de capitan y realizado un curso de explosivos impartido por los mejores especialistas llegados de la Union Sovietica, habia sido llamado a Madrid ya que su fama de buen policia le precedia. Segun le habian comentado, altos mandos del ejercito y del gobierno de filiacion comunista insistian en la necesidad apremiante de «poner orden en la retaguardia» pues el asunto de la rebelion de los militares de Africa se estaba complicando por momentos. En verdad, mas que complicarse parecia que aquello se perdia, que iban a la debacle sin remision. A pesar de que el punto de partida del conflicto habia favorecido a la Republica con gran parte del territorio, las areas industriales, la Marina y la aviacion de su lado, la mayoria de los militares profesionales se habia decantado por los insurgentes, por lo que aquello, de ser una simple rebelion contra la legalidad establecida, habia terminado por convertirse en una autentica guerra. Las cosas comenzaban a marchar realmente mal y se hacia necesario ofrecer un frente unico al enemigo, comenzando por asegurar que se cumpliera la ley lejos de los campos de batalla. Tornell, junto con algunos ex policias afectos y militares con experiencia en el asunto, tenia que conseguir que las Milicias de Vigilancia de la Retaguardia pasaran a ser un cuerpo militarizado, ordenado y controlado por quien debia mandar: el legitimo gobierno de la Republica. Hasta aquel momento cada partido, cada sindicato, poseia su propia milicia. En muchos casos, simples matones que atravesaban Madrid a toda velocidad en sus «balillas» deteniendo a quien querian y dando «paseos» de madrugada a aquellos que consideraban peligrosos. Un desastre, un caos. La seguridad en la retaguardia comenzaba a ser una obsesion y se sabia que el enemigo habia organizado en Madrid una «quinta columna» con el objeto de sabotear, asesinar, crear la maxima confusion y pasar toda la informacion posible a los nacionales que estaban a las mismas puertas de la capital de la Republica. Desde el primer momento, Tornell se sintio incomodo en su nuevo puesto tras comprobar que estaba mejor en el frente. Era mas expuesto, si, pero al menos alli se sabia donde estaba el enemigo. Sus nuevos mandos querian que «hiciera de policia», que ayudara a «poner orden» pero no era, ni mucho menos, tan sencillo. Ahora en aquel puesto, no corria riesgo alguno pero habia determinados sucesos, ciertos rumores, que le hacian dudar; pensar en si debia volver a su puesto de capitan junto a sus zapadores. Por desgracia, no era asunto sencillo quitarse de en medio y renunciar a aquel nombramiento; ademas, pensaba que algo podria ayudar a evitar desmanes y a que la causa de la libertad se defendiera con justicia. Tornell opinaba que aquello podia hacerse bien, cambiar aquella sociedad era posible sin incurrir en crimenes innecesarios que, a fin de cuentas, acabarian perjudicando a la Republica mas que otra cosa. Quiza era un idealista.

El recuerdo del dia en que le encargaron el caso de Aleman pervivia en su mente de forma nitida, indeleble. Recordaba como se habia puesto el uniforme a reganadientes -apenas hacia dos horas que acababa de llegar de Valencia- y como, tras tomar un cafe bien cargado, se habia encaminado hacia el despacho de su jefe, el teniente coronel Torrico. Su mente volvio a revivir aquello como si estuviera ocurriendo de nuevo. Parecia que habia pasado una vida, tanto tiempo, tanto… Pero no. Todo estaba en su memoria. Recordaba que pese a que en aquel momento necesitaba dormir, el ordenanza que habia acudido a buscarle insistio en que el asunto -algo referente a una fuga de la checa de Fomento- era importante. Apenas acababa de llegar a Madrid tras arreglar varios desaguisados relacionados con excesos revolucionarios en Levante y ya le encargaban otro trabajo. De locos. En los ultimos dos dias apenas habia pegado ojo y estaba cansado de las exigencias de aquel puesto en las Milicias de Vigilancia de la Retaguardia. Aunque al menos alli se hallaba lejos de los tiros, de las explosiones y de aquella macabra loteria de muertes que es la primera linea de combate. Cuando llego donde Torrico este le encargo que se acercara al Comite Provincial de Investigacion Publica, [1] sito en el n.° 9 de la calle de Fomento, para depurar responsabilidades por la fuga de un preso fascista. No le hizo mucha gracia la idea, ya que todo el mundo sabia -aunque no oficialmente- lo que se cocia en lugares como aquel. No le agradaban aquellas barbaridades, aunque se hicieran por la causa de la revolucion.

Ademas, los fascistas tampoco se andaban con chiquitas: habia podido leer en la prensa internacional lo ocurrido en la plaza de toros de Badajoz: una masacre. Aquellos desgraciados habian ejecutado a mas de dos mil hombres y luego habian quemado los cuerpos, pues tenian prisa para continuar su avance a Madrid y no podian comprometer tantas tropas en la retaguardia para vigilar a los prisioneros.

En Madrid se rumoreaba que el general Yague, tras aquella barbarie perpetrada con ametralladoras emplazadas en el tendido, habia declarado que aquello no era sino un ensayo de lo que iba a hacer en la Monumental de Madrid. Tornell sabia que la Republica tenia la razon y por eso lamentaba mas que nadie los excesos que, como respuesta a incidentes como aquel, se estaban comenzando a dar en la Republica. Al menos el Partido Comunista lo tenia claro: habia que hacer primero la guerra y luego, la revolucion. Desgraciadamente, los anarquistas y algun que otro descontrolado no compartian aquella opinion. Desde el principio habian luchado contra la propia Republica a la que consideraban burguesa e insistian en hacer primero la revolucion en la retaguardia, provocando tal desorden que aquello comenzaba a preocupar a las mentes mas preclaras del Gobierno. Por eso, y pese al cansancio que arrastraba tras recorrer media Espana deshaciendo entuertos, cazando traidores y poniendo orden entre milicianos avispados en exceso y con las manos demasiado largas, Tornell llego a la muy temida checa de Fomento con la sola idea de aclarar el asunto y depurar responsabilidades con la maxima celeridad posible. No le agradaban los pistoleros que ni siquiera se acercaban al frente y que disfrutaban haciendo aquel trabajo sucio. Queria salir cuanto antes de alli.

A pesar de que apenas habian transcurrido cuarenta y ocho horas desde el suceso, en cuanto repaso la declaracion del preso y hablo con los testigos, llego a una pronta conclusion: los culpables de negligencia, si esta existia, habian muerto y el fugado no apareceria. Tras entrevistarse con los escasos milicianos y transeuntes que habian visto algo, Tornell comenzo a pensar que, muy probablemente, el huido debia de yacer muerto a aquellas horas en tierra de nadie. El suceso no dejaba lugar a dudas: un preso, Roberto Aleman Olmos, habia sido detenido para proceder a su interrogatorio y posterior depuracion. Segun se desprendia de los informes previos, tenia un hermano falangista, Jose Aleman, que estaba oculto en algun lugar de Madrid. Jose era un pistolero, un maton de la Falange que en los meses previos a la guerra habia reventado la cabeza de un culatazo a un pobre chaval de catorce anos que vendia El Socialista en una esquina. Desde entonces habia permanecido oculto, se sospechaba que en la capital, por lo que sus padres y su hermana fueron detenidos, interrogados y fusilados dos semanas antes sin que hubieran suministrado informacion alguna sobre el paradero del huido. Roberto Aleman, el unico miembro de la familia que quedaba en libertad, habia sido detenido tras acercarse a la checa a preguntar por sus familiares y podia ser el ultimo en proporcionar informacion sobre el posible paradero de su hermano. Tras ser interrogado por los camaradas Ferez y Canales, ambos llegaron a la conclusion -asi constaba en los informes- de que el detenido no sabia nada sobre el lugar donde se escondia su hermano. Para estar mas seguros se lo entregaron al temido doctor Muniz que continuo con el interrogatorio hasta donde fue posible. El detenido habia insistido en que su otro hermano, Fulgencio, habia militado en la UGT y fallecido en accidente de coche dos semanas antes de la rebelion fascista. Segun confeso bajo tortura, el nunca se habia metido en politica y solo una vez asistio a un baile de Accion Catolica porque una chica que le gustaba era asidua a los eventos que organizaban en dicha asociacion. Preguntaba constantemente por sus padres y su hermana pues perseveraba en que, como el, nunca habian entrado en asuntos politicos. Decia estar harto de aquello, de las peleas entre sus dos hermanos mayores, uno de izquierdas y otro de derechas, y aseguraba odiar la politica. Al comprobar que no podian sacar nada mas en claro, los camaradas a cargo del Comite dieron orden de que se le

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