Pasaban de sudar a tener frio en unos segundos y habia que andarse con tiento para no caer enfermo. Por las noches, tras la cena y si no se encontraba demasiado agotado, solia charlar un rato con los companeros del barracon: con uno que llamaban «el tio rojo» -no por comunista sino porque su pelo, rojo fuego, parecia el de un ingles-, con Colas, con David el Rata -conocido asi porque adoraba a su mascota, un roedor que guardaba en una caja y al que sacaba por las noches- y con Arturito el Mecha, que fue torero antes de la guerra. El Rata le resultaba familiar y asi se lo habia preguntado al conocerle, pero este habia negado haber visto antes a Tornell. Juan Antonio no insistio, eran muchos los presos que mentian sobre su pasado y que habian logrado borrar el rastro de una militancia demasiado activa en el Frente Popular. Mejor no remover el asunto, no fuera a perjudicar a un companero. Supuso que debia de sonarle de Madrid, de cuando estuvo en las Milicias de Vigilancia de la Retaguardia. Igual el Rata habia sido comisario politico e intentaba ocultarlo. Mencion especial le merecia el amigo intimo del Rata, el Julian, un caso como tantos de un tipo que fue delincuente comun antes de la guerra y que se habia refugiado con los anarquistas. Parecia que le faltara un hervor y es que habia estado prisionero en San Pedro de Cardena, donde un psiquiatra, un tal Vallejo-Najera intentaba demostrar «el biopsiquismo del fanatismo marxista». «Ahi es nada», decia el pobre Julian entre risas. Aunque aquello no debio haber sido, para nada, divertido. De hecho, cambiaba de tema cuando salia a colacion aquel asunto. No sabian que experimentos se habian realizado alli con los presos, sobre todo con los de las Brigadas Internacionales que, sin pasaporte, no existian oficialmente; pero ni se atrevian a preguntar por ello. El Julian no hablaba nunca del asunto pero era obvio que lo habian dejado tarado, medio ido de la cabeza. Se ponia nervioso cuando se hablaba de aquel lugar y decia no recordar siquiera el porque. Formaban un grupo variopinto y charlaban con nostalgia sobre los buenos tiempos, de antes incluso de la guerra. Resultaba curioso pero no solian hablar mucho de batallas y hazanas belicas. Era como si la Republica no hubiera existido. Algo que querian borrar de su mente pues les hacia dano pensar que habian perdido la guerra, que estaban atrapados alli, sin remision y que nadie vendria a salvarlos. No estaban los animos como para hablar de aquello.

El jueves de aquella misma semana tuvieron un pequeno incidente que bien pudo haber acabado mal: habia llegado un oficial nuevo, del Ejercito de Tierra, un capitan muy estirado con aires de superioridad, Aleman. Los presos decian que era inspector de la ICCP y todo el mundo se le cuadraba como si le tuvieran miedo, desde los vigilantes hasta los guardias civiles. No se sabia muy bien que hacia alli aunque los guardianes habian insinuado que la ICCP habia decidido colocar un inspector en cada campo de concentracion para evitar que se cometieran tropelias con los presos. Los penados se tomaban aquello a risa, evidentemente. Lo peor de los fascistas era que decian aquel tipo de idioteces y acababan por creerselas. Les importaba un bledo el estado fisico de los presos, para que mentir. En cualquier caso, la presencia de aquel tipo dandose infulas no parecia agradar a nadie: ni al director, ni a los carceleros, ni mucho menos a los presos. Pronto, Tornell y sus amigos tuvieron ocasion de conocer personalmente a aquel excentrico. Los presos del destacamento Carretera trabajaban en tres sectores: a lo largo de cinco kilometros se habian abierto tres tajos conocidos como Los Tejos, Puente del Viaducto y Puente del Boqueron. En cualquiera de los tres el trabajo era muy penoso. Solo superaba la dureza de aquel destacamento el trabajo que se realizaba intentando excavar la cripta en el granito de Guadarrama. Alli, en Carretera, picaban piedra a todas horas. Tenian que romper rocas de gran tamano con un mazo para obtener piedras mas pequenas. Las grandes se obtenian de la roca viva de la montana, tras hacerla explosionar a mediodia con dinamita. Luego habia que subir a por ellas y bajarlas ladera abajo. Aquellas rocas tenian aristas muy afiladas, como cristales, por lo que los presos acababan la jornada con las manos ensangrentadas. La mecanizacion no existia, asi que se desmontaban los terraplenes con el esfuerzo, el sudor y la sangre de los penados. Los tajos mas cercanos al comedor subian al destacamento a comer, pero el mas alejado gozaba del pequeno privilegio de que les llevaran el rancho. Al menos podian tumbarse un poco y descansar antes de retomar la faena. Asi fue como conocieron a aquel loco. Estaban descansando a mediodia, tras la comida, junto a una zona en la que habian conseguido aplanar bastante el terreno, cuando el nuevo capitan paso por alli vagabundeando. Tornell no se dio cuenta y se levanto a por el botijo; al girarse, de pocas choca con el oficial que bajaba por el sendero a paso vivo. Aquel tipo lo miro como si fuera a fulminarle y Tornell -acostumbrado a recibir sopapos por tantos y tantos campos- se aparto y bajo la vista para evitar que aquel le atizara con una vara de mando que llevaba. El capitan lo miro muy serio y le pregunto:

– ?Como te llamas?

– Tornell -contesto.

Aleman quedo entonces parado, pensativo, por un instante.

– Vaya, un listillo. Mira, Tornell -ordeno senalando un monticulo de piedras enormes que quedaban a la derecha del camino-. Ahora, me coges todas esas piedras y las cambias de lado del camino.

– ?Por que? -contesto inconscientemente Colas levantando la voz y con un tono demasiado altivo.

El capitan se giro y dio un grito:

– ?Firmes!

Todos se cuadraron.

– Vaya… otro espabilado -dijo acercandose a Berruezo-. Pues porque me sale a mi de los cojones. Cuando pasa un oficial de la infanteria espanola tiembla el suelo. ?Cago'n Dios! Ahora, en lugar de aqui, Tornell solo, le vas a ayudar tu…

– Berruezo, Colas Berruezo.

– Berruezo. Me quedo con tu nombre. Pero claro… a mas manos, mas trabajo, asi que cuando hayais cambiado las piedras de sitio os vais a paso ligero al Risco de la Nava, os estare esperando mientras me fumo un cigarro. Una vez alli os dare las instrucciones pertinentes para que volvais a colocar las piedras en su posicion inicial.

Tornell miro al suelo, aquello aparte de ser un trabajo excesivo, habria de llevarles buena parte de la tarde y era obvio que no podrian hacer horas extraordinarias. Iban a perder un dia de sueldo extra y de reduccion de pena por aquel incidente. El capitan se giraba para irse cuando se escucho una voz que decia:

– ?Senor!

Era Tornell. Todos bajaron la vista o miraron a otro lado, aquello no podia terminar bien de ninguna manera.

– ?Si? -dijo volviendose con aire despectivo.

– Pido permiso para hablar. Si no es molestia, claro.

El capitan se le acerco dando dos pasos. Era un tipo alto, como Tornell, pero mejor nutrido y por tanto, mas corpulento.

– Procede, Tornell.

El preso, notando que se le hacia un nudo la garganta, acerto a decir con el tono mas apacible que pudo:

– Perdone, senor, pero usted es hombre de armas. Nosotros perdimos una guerra, si, pero fuimos soldados un dia. Yo, teniente, y Colas Berruezo, sargento. Creo, conociendolo como lo conozco, que le ha hecho esa pregunta, impertinente, sin ninguna duda, para que usted le castigara tambien a el y asi ayudarme con ese trabajo, porque el sabe que estoy mas debil y queria ayudarme, seguro. Lo conozco como si lo hubiera parido, senor. Pienso que es muy destacable que un hombre se sacrifique por otro, que intente ayudar a un companero y por eso le ruego le exima del castigo y me deje a mi cumplirlo a solas. Me lo merezco y si usted le castiga no estara sino haciendo lo que el queria en un principio.

El capitan quedo entonces mirando a Tornell de arriba abajo mientras jugueteaba con su baston de mando. Comenzo a golpearse con el la mano derecha que mantenia abierta, como con impaciencia. Parecia fuera de si. Iba a estallar. Sus ojos destilaban un odio atroz. Los presos se miraron, asustados, esperando una previsible reaccion violenta de aquel fanfarron. Entonces, como si tal cosa, esbozo una amplia y placida sonrisa. Por un momento dio la sensacion de que se transformaba en otra persona muy distinta de la que fuera apenas hacia unos segundos.

– Eres muy listo Tornell, muy listo. Y le has echado un par de cojones, hay que reconocerlo… y tu amigo este, Berruezo, tambien los tiene bien puestos. Juntos en la adversidad. ?Asi son los soldados valientes, cono! Olvidad lo de las piedras y seguid a lo vuestro. Esta noche pasad por la cantina, alli tendreis pagados dos vasos de aguardiente.

Entonces solto una carcajada, totalmente ido, y se fue caminando por un risco mirando las plantas, aqui y alla, como si fuera un cientifico. Todos suspiraron de alivio sin saber muy bien que decir. Aquel tipo estaba como una cabra. Fue entonces cuando David el Rata aclaro a Tornell que habia jugado con fuego. Un guardia civil le

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