habiamos perdido el norte, el buen camino. ?En que nos habiamos convertido? Y es por eso que os trato bien…
Y dicho esto, sin dar mas explicaciones, se giro y se fue cuesta arriba hacia su casa sin siquiera despedirse. Tornell sintio que se le ponian los pelos de punta y opto por ir a dormir un poco.
Capitulo 11. Tabaco
Despues de los acontecimientos de aquella noche Tornell paso casi todo el domingo durmiendo. Fue a misa, eso si, por el ticket. Comio bien y volvio a descansar. Estaba mas tranquilo. Cuando quedo a solas en el barracon, aprovecho para hacer anotaciones en su diario. Colas aparecio por alli a eso de las ocho de la noche. Tornell dio las gracias de nuevo al senor Liceran y al Poli bueno, Fermin. Nada mas verle, le dijo a Colas que se mereceria trabajar no cinco sino mil domingos, por idiota. No le habian pegado. Entonces, tras sermonearle como si siguiera siendo su subordinado, se abrazo a el y rompio a llorar. No sabia muy bien que le pasaba pero no pudo evitarlo. Se sintio como un nino, invadido por la emocion, y se deshizo en un mar de lagrimas. Le molesto mucho que, casualidades de la vida, en aquel momento pasara por alli Roberto Aleman, el Loco, el del incidente de las piedras. Aquel desequilibrado se quedo mirandole con curiosidad, con ojos escrutadores. Luego siguio su camino. Estaba chiflado. Tornell sabia como las gastaban aquel tipo de fanfarrones que no perdonaban la debilidad. Y mientras tanto el, alli, llorando como una colegiala. No quiso pensar mas en aquello. Lo importante era que Colas estaba bien. Entonces, sin poder evitarlo, su mente volvio a Aleman. ?Que le ocurrio tras escapar de la checa?
Roberto Aleman continuo con sus pesquisas pero, de momento, no avanzaba demasiado. Comenzaba a sospechar que aquellos que distraian las mercancias conocian de la naturaleza de su mision alli. Desde su llegada habia acudido un par de veces a la oficina a comprobar discretamente los estadillos: primero soborno a un administrativo del campo, Paco Lopez Mengual, un buen tipo. Gracias a el pudo comprobar -siempre eligiendo una o dos mercancias al azar- las cantidades entrantes y luego las que quedaban en el almacen y estas coincidian plenamente.
Ademas, su ordenanza, Venancio, le ayudo encargandose de vigilar, discretamente, la llegada de los camiones y su descarga. Por extrano que pareciera no habia visto nada raro. Aleman habia hecho averiguaciones telefoneando a la ICCP. Logro hablar con un viejo companero de la Academia de Alfereces Provisionales, Jose Antonio Jamalar, que le habia contado que era practica habitual distraer las mercancias cuando llegaban a los campos. De manera que el estadillo que se llevaba a modo de inventario y el menu diario que se registraba en la oficina no coincidian con lo que de verdad se servia a los presos en los campos. Siendo practica habitual el desvio de alimentos para el mercado negro resultaba muy extrano que el menu coincidiera con el de la oficina. Ademas, Venancio habia hablado con unos presos que decian que el rancho habia mejorado ostensiblemente en los ultimos dias. Todo aquello apuntaba en una direccion: los implicados en el estraperlo sabian de la naturaleza de su mision, estaban sobre aviso y le seria muy dificil descubrirles. No estaban robando ni un gramo de harina y asi seguirian mientras el se hallara en el campo.
A Aleman, por otra parte, le llamo la atencion encontrarse una manana por alli a Millan Astray que, siguiendo su linea de comportamiento habitual, solto una soflama insufrible a los penados. Roberto sabia que estaba totalmente ido y aquello le animo, la verdad, pues era agradable comprobar que habia alguien peor que el. Las mutilaciones asustaban a la gente y Millan Astray sabia jugar con aquel detalle y sacarle partido. Cuando lo vio le saludo muy afectuosamente porque sabia que la gente creia a Aleman tan loco como el. Los presos aguantaron estoicamente su arenga patriotica porque sabian que, al acabar, siempre tenia el detalle de repartir tabaco a espuertas. Charlo con aquel loco durante algo mas de diez minutos y se alegro al saberse fuera del acceso a los circulos de poder. Todos aquellos tipos estaban para encerrarlos en un manicomio y tirar la llave. El director del campo era otra cosa. A Aleman no le gustaba y era su maximo sospechoso. Pudo averiguar en administracion que tenia deudas -quiza era su hombre-. Su mujer era una mandona, una bruja horrible a la que odiaban los presos. Habia convencido al marido, un pusilanime, para que los penados llevaran unos botones o chapas de identificacion: blancos si cumplian treinta anos de pena y dorados si habian tenido condena a muerte. A los capataces -que eran quienes manejaban aquello de verdad- no les agradaba la medida y habian llegado a enfrentarse al marido. En cualquier caso, aquella mujer antipatica y mal encarada se creia una replica de la mujer de Franco y eran frecuentes sus viajes a Madrid para malgastar en ropa y collares. Los capataces, fieles a sus respectivas empresas, no eran partidarios de que se maltratara a los presos. Sabian que un obrero contento rinde mas; ademas, los penados convivian con obreros libres que eran quienes tenian acceso a los explosivos y a las tareas de mas responsabilidad. Crispula se llamaba aquella beata a la que Roberto decidio no perder de vista. Otro posible sospechoso para Aleman era el capitan de la Guardia Civil. Nadie comprendia para que era necesaria la presencia de un oficial alli para tan poco destacamento por lo que se rumoreaba que era un enchufado. Otros decian que estaba alli castigado, para purgar un asunto de faldas con la hija de un general a la que habia arrastrado al mal camino. Se decia que era un hombre vicioso, de origen aristocratico, un tipo decadente que nunca subia al destacamento donde un sargento se hacia cargo de todo. Aleman averiguo que el capitan era morfinomano. Se llamaba Trujillo, capitan Trujillo, y al parecer se habia aficionado a aquella droga durante la guerra, como tantos otros. Eso le hacia vulnerable y un posible sospechoso pero apenas acudia al destacamento desde su casa en El Escorial por lo que no debia estar al tanto de los tejemanejes del campo. ?Como podria controlar el desvio de alimentos desde el pueblo? Aleman llego a la conclusion de que debia entrevistarse con el.
El sabueso que Falange habia colocado tras sus pasos continuaba siguiendole. Aquel Baldomero Saez era un tipo brutal que disfrutaba propasandose con los presos. Aleman reparo en que a el, sorprendentemente, aquellos pobres prisioneros comenzaban a darle pena. Igual se estaba haciendo blando. ?Por que le seguia Saez? Necesitaba informacion sobre el falangista, pero ?donde podria obtenerla?
A mitad de semana ocurrio algo que vino a preocupar sobremanera a Juan Antonio Tornell. Algunos hombres jugaban a los bolos al acabar la jornada. Lo hacian junto a los barracones, pese al frio, y los demas pululaban por los alrededores echando un cigarro o charlando antes de que llegara la hora de la cena. Fermin, el Poli bueno, les vigilaba siguiendo las incidencias del juego mientras dejaba pasar los minutos hasta que llegara la hora de retirarse a su pequena vivienda. Entonces aparecio por alli Aleman. A Tornell le daba grima. Todos le tenian miedo y el temia que algun dia supiera que una vez, aquel despojo humano que tenia delante, un prisionero, habia sido el encargado de esclarecer los detalles de su fuga. Curiosamente, el militar se dirigio hacia el y le arrojo, sin mas, un carton de tabaco.
– Toma -dijo por toda presentacion.
Tornell y Colas, que charlaban tranquilamente, se levantaron de golpe para cuadrarse.
– Sentaos, sentaos -dijo Aleman-. Descansad.
Hubo un silencio embarazoso. Todos los presos miraron hacia el lugar donde se encontraban. Incluso los que jugaban a bolos interrumpieron la partida.
– Perdone, senor, no entiendo -repuso Tornell timidamente.
– Son para ti. Te lo mereces -dijo el capitan.
– Pero esto… senor, esto es mucho. Es un tesoro -farfullo el preso totalmente avergonzado.
– Bah, una naderia, tengo un monton. Estuve en aduanas.
Tornell no sabia que hacer. Todos le miraban como acusandole pero no podia rechazar aquello. Hubiera sido considerado como una afrenta por aquel loco y no queria agraviarle. Su reaccion podia ser imprevisible al tratarse de un demente. Colas, discretamente, se hizo a un lado. Tornell, con el carton de tabaco en la mano, hizo un aparte con el oficial.
– Senor, usted disculpe -le dije-. Le agradezco mucho este detalle, pero no se por que merezco esto.
– El otro dia te vi. Llorabas.
Juan Antonio sintio una punzada de rabia. No le agradaba que uno de sus carceleros le hubiera visto llorar. Habia jurado no darles el gusto de verle vencido, humillado. Ademas, aquel tipo era un chalado. ?A que venia aquello?
– No, no te preocupes -continuo diciendo el Loco-. Se lo que paso con tu companero, me han contado que violaste el toque de queda para intentar socorrerle. Ese Colas y tu teneis valor. Os apoyais en la desdicha, en los