brillante hoja de servicios antes de la guerra. El capitan Aleman le miro con mala cara y dijo al director que necesitaba hablar con el a solas «urgentemente». El director, don Adolfo, echo un vistazo a Saez y dijo que alli todos estaban en el mismo barco y que se le escapaba que asunto no podia ser expuesto en presencia de un representante de Falange Espanola pero si delante de un simple preso, por ende, un rojo. Ante esta tesitura, al capitan solo le cabian dos opciones: retirarse por donde habia venido o bien exponer el asunto en presencia del falangista. Pese a que no le agradaba -evidentemente- que Saez fuera participe de aquello, actuo como cabia esperar, como un lunatico al que obsesiona una naderia y que no se arredra ante nada y ante nadie para sacar a colacion el objeto de su neurosis.
– Se ha producido un asesinato en este campo -dijo de pronto.
El director quedo, como Saez, con la boca abierta.
– ?Como? -repuso don Adolfo.
– Si, Carlos Abenza, el preso que creiamos murio en un intento de fuga, fue asesinado.
Tanto el director como el orondo falangista soltaron una carcajada al unisono.
– Aleman, se despeno -dijo el rector del establecimiento con aire de resignacion ante aquella nueva ocurrencia de aquel excentrico, que insistio:
– Aqui, Tornell, es un policia de relumbron y cree que fue asesinado. Tenemos el arma del crimen. -Y dicho esto saco una piedra manchada de sangre que mostro euforico.
Saez no lo podia creer, era un regalo del cielo que aquel enemigo que le habia afrentado publicamente por defender a un preso rojo se le pusiera tan en bandeja. El director ladeo la cabeza:
– Querido Roberto, me temia muy mucho que esto podia ocurrirle, no es la primera vez que da usted muestras de inestabilidad. He leido su expediente y en el consta que usted, durante una crisis…
– ?Me cago yo en la puta crisis! -grito el capitan totalmente fuera de si.
– Usted, salga -ordeno don Adolfo al preso de inmediato.
Tornell hizo lo que se le decia mansamente. Una vez a solas, el director intento reconducir la actitud de Aleman.
– Mire, Roberto, calmese, no quiero tener que informar de esto, estos desplantes no pueden sino crearle…
– Abenza no se presento al recuento de la noche.
Saez comenzaba a disfrutar con aquello, el muy lunatico de Aleman insistia interrumpiendo al director. Queria ver como acababa aquello. La cosa se ponia interesante por momentos. Don Adolfo se levanto con mucha parsimonia y, tras dirigirse al archivador, extrajo una carpeta. Volvio a su mesa y, tomo asiento.
Aleman no habia consentido en hacerlo desde su entrada. Saez permanecia expectante, sentado en el comodo sofa de las visitas y presto a disfrutar de aquel magnifico espectaculo que se le brindaba.
– Da la casualidad, Aleman, de que soy hombre metodico, mi esposa me dice que minucioso en exceso y que tomo nota de todo. El expediente relativo al intento de fuga de Abenza ha sido debidamente cumplimentado y sepa usted que, como siempre hacemos, repasamos el ultimo recuento antes de la fuga. A medianoche el preso estaba, fue en el de la manana cuando se noto su ausencia. Es por eso que los «civiles» echaron un vistazo al monte.
– Ese tipo miente. Me refiero a Higinio, el responsable -dijo Aleman-.Ademas, es un simple preso.
– ?Como su policia, quiza?
«En el blanco», penso Saez. Habia que reconocer que don Adolfo se estaba mostrando como un funcionario diligente. Tomo nota de que podia ser un tipo interesante para la causa de cara al futuro.
– Solo necesito una cosa, don Adolfo -dijo aquel loco-.
Llame usted a Higinio e insinue que si no dice la verdad, se le retiraran sus privilegios. Solo eso. Le aseguro que miente. Como un bellaco.
El director puso cara de pensarselo.
– ?Y que mas da? -dijo.
– ?Como?
– Si, hombre de Dios. ?Que mas da si alguien despacho al preso?
– Es un asesinato.
El director puso los ojos en blanco y comenzo a reirse.
– ?Un asesinato! ?Ay que me parto! ?Se hace usted una idea de la de presos que mueren a diario en los campos? ?Un asesinato, dice!
– Solo le pido eso, don Adolfo. No es mucho. Llamelo y digale que si no colabora le retirara sus privilegios. Solo eso. No le molestare mas, palabra. No pierde usted nada. Aunque fuera una locura mia, ?que pierde usted por hacerme el favor?
Don Adolfo cerro la carpeta.
– Hecho -dijo, seguramente para quitarse de encima a aquel desequilibrado-.Ahora tengo que ausentarme. Me voy con mi senora al pueblo. Pero cuente usted con que el lunes le hare la gestion, ?de acuerdo?
– Gracias, senor.
– Pero… una cosa.
– ?Si?
– Solo hare lo que usted me ha pedido. Le insinuare la posibilidad de que puede perder sus privilegios si no dice lo que «usted dice que sabe». Es un buen preso y no voy a defenestrarlo por una tonteria.
– Sera suficiente, vera usted como canta. Hasta luego, que tengan ustedes buenos dias.
Y una vez dicho esto salio de alli a toda prisa. Don Adolfo miro al falangista e hizo un gesto inequivoco acercandose el dedo indice a la sien para, a continuacion, hacerlo girar.
– ?Que es eso de «la crisis»? -pregunto Saez.
– No me sea cotilla, hombre. Todos tenemos nuestros fantasmas y este hombre es un heroe de guerra. Y ahora, si me permite, tengo que redactar un informe referente a esta entrevista para la superioridad. Este hombre se merece un retiro. Y definitivo.
Despues de tan esclarecedora entrevista, Saez decidio callar discretamente y dejar solo al funcionario. No le interesaba que pensara que era un pesado o, a lo peor, un correveidile. Salio de alli y se fue directo a ver al preso en cuestion.
Cuando le conto al tal Higinio que Aleman habia solicitado que se le retiraran sus privilegios si no decia «lo que supuestamente sabia» el pobre hombre se puso blanco. Higinio le dijo que aquel tipo estaba loco y que la habia tomado con el. Aquello reafirmaba que Aleman habia hecho crisis y que no estaba alli para investigar nada relativo al negocio que llevaba entre manos con Redondo y otros camaradas. La operacion seguiria su curso. Antes de despedirse del preso le confeso que el director no tenia intencion alguna de quitarle sus privilegios. Para que estuviera tranquilo.
El domingo por la manana, a eso de la una, Roberto Aleman se presento en el domicilio de su general con el anhelado proposito de que le invitaran a comer y poder ver a Pacita. La habia echado de menos y estaba deseando charlar con ella.
?No serian todo imaginaciones suyas? En el fondo se sentia como un viejo verde, pero penso que se merecia olvidar las penas y pasar un rato agradable. ?Que habia de malo en que pudiera verla un rato, oler su perfume y escuchar su risa?
Aunque solo fuera eso. Ya tendria tiempo de afrontar la semana que le esperaba, investigacion incluida. Tuvo suerte porque, aunque era previsible que su anfitrion tuviera algun compromiso u acto oficial, se hallaba en casa. La famula, nada mas abrirle la puerta, le acompano a su despacho diligentemente. Enriquez se levanto al verle entrar y se dirigio hacia el con los brazos abiertos.
– ?Que casualidad! Precisamente iba a mandarte llamar. Sientate, sientate. Milagros, trae un par de vermuts y el sifon. Roberto, te quedas a comer.
Aleman sonrio. Su jefe estaba acostumbrado a mandar y ser obedecido.
– Pacita y Delfina estan en misa. Ahora llegan. Los domingos, paella.
– ?No vas a misa, mi general?
– Papeleo.
– ?Por que ibas a mandarme llamar?
Entro la criada con las bebidas. Hubo un receso. Una vez a solas, el general, dijo:
– Brindemos.