– Si, Tornell, te pregunto que buscamos exactamente…

– No se, una piedra, un objeto romo. Algo que este manchado de sangre.

Se repartieron el terreno y fueron ojeando con minuciosidad palmo a palmo. Apenas habrian pasado unos diez minutos cuando Aleman le llamo:

– Tornell.

Este levanto la vista y comprobo que el oficial tenia una piedra en la mano. Estaba manchada de sangre. Se la dio y la inspecciono en detalle. Era el arma. Tenia pequenos fragmentos de piel, minusculos coagulos e incluso algo de pelo.

– ?Alguna duda? -dijo el policia muy ufano.

– Lo mataron, esta claro. Ahora si que esta clarisimo. ?Hace un pito?

– Hace.

Ambos se sentaron sobre una inmensa piedra, en la ladera. Al fondo, la vaguada les mostraba unos pinos centenarios que se movian bajo una tenue brisa.

– ?Quien lo haria? -pregunto de sopeton Aleman.

– Sinceramente, mi capitan…

– Aleman, ?cono!, o si lo prefieres Roberto, ?somos oficiales, hostias!

– … no Roberto, usted es un oficial y yo soy una mierda, un preso.

– ?Paparruchas! Eres un policia cojonudo, Tornell, ?cojonudo!

– Eso era antes.

Se hizo el silencio de nuevo. El viento de la montana comenzo a hacer sentir su aullido.

– Creo, Roberto, que con esto no vamos a ninguna parte. Es evidente que lo mataron. O eso creemos nosotros. Pero ?y si fue un guardia? ?Que ibamos a hacer?

Quedaron en silencio otra vez. Era obvio que ambos pensaban al unisono en el asunto.

– Pues no lo se, la verdad. Pero eso es dar por sentado que el verdugo es de los nuestros. ?No podria ser un preso?

– No creo.

– Ya se vera, Tornell. Primero habra que averiguar quien lo mato. ?Estas seguro de que no querria escapar?

– No, eso es seguro. No necesitaba escapar, tenia poca pena, estaba en oficinas… solo hay una cosa que…

– ?Si?

– … que me hace dudar.

– ?Que?

– El rigor mortis. Debia de llevar muerto lo menos ocho o diez horas. Mas quiza. ?Hablo con el encargado del recuento?

– No. Es un comunista. Un tal Higinio.

– Lo conozco, si.

– Ahora, al bajar, charlaremos con el -apunto Aleman.

– No me cuadra. Debia de llevar muerto mas de ocho horas, y el recuento es a las doce de la noche. Si se presento al recuento confieso que no me salen las cuentas.

Volvieron a quedar en silencio. Un buen rato.

Aleman encendio otro cigarro.

– Tornell.

– ?Si?

Aleman se tomo su tiempo, aspirando el humo del cigarrillo con fruicion.

– Tu… lloras.

– ?Como? -El preso no entendia que queria decir.

– Si, te he visto un par de veces, llorando, ya sabes.

Decididamente aquel tipo se habia vuelto loco, penso Tornell.

– No entiendo, Roberto, ?podria usted aclararme…?

– Si, cojones, y tuteame. -El capitan comenzaba a enfadarse, a perder la paciencia-. Te he visto llorando un par de veces, como una criatura.

Al preso le vino a la cabeza el incidente de su buen amigo Berruezo. El dia en que habia estado detenido en el cuartelillo y como el senor Liceran le habia ayudado a sacarlo de alli. Cuando su amigo volvio se habian abrazado llorando.

Recordo tambien el dia en que Aleman le habia visto llorando tras despedirse de Tote. Cuando el autobus le dejaba solo. Sonrio. Aquel cabestro debia de considerarlo una muestra de debilidad. No en vano era un fascista.

– Si -dijo-.Ahora recuerdo, si.

Un nuevo silencio. Tornell no sabia que decir.

– Y… ?como lo haces?

Loco. Estaba loco. Debia andarse con tiento. ?Que significaba aquella pregunta?

– Roberto, no te entiendo.

– Si, habras visto muchas cosas.

– Como todos.

– Y padecido lo indecible.

– En efecto, llegue aqui pareciendo un cadaver. Dos veces me dieron por muerto en los campos.

– ?Y aun puedes llorar?

Tornell se callo al momento y Aleman intuyo que el preso no se atrevia a decir algo.

– Tornell, se sincero, dime lo que piensas.

– ?De veras?

– Pues claro.

– ?No te enfadaras?

– Tienes mi palabra.

Alargo la mano haciendo ver al oficial que queria fumar otro cigarrillo. Los suyos eran de los buenos. Tomo la palabra con aire resuelto:

– Como dices tu, Aleman, he pasado mucho, si. Desde que cai prisionero no hay enfermedad infecciosa que no haya sufrido, ya sabes, por el hacinamiento, la desnutricion… -El militar asentia-…Varias veces intente dejarme morir. No se ni como estoy aqui. Un buen dia, el senor Liceran me saco del infierno y me trajo a trabajar con el. Comienzo a ver la salida de un largo tunel. Como si hubiera estado muerto durante seis anos que recuerdo asi, como en una pesadilla.

»Puedo llorar, si. Hasta que llegue aqui no lo habia hecho. Desde el dia en que cai prisionero. Supongo que mi cuerpo, mi mente, no podian permitirselo.

– Curioso eso que dices.

– Pero cierto. Pensaba que ya no podria hacerlo, llorar, pero he comprobado que tras perderlo todo, la dignidad, despues de pelearme a muerte con companeros famelicos por un chusco de pan duro como la piedra, de comportarme como un animal humillado, una bestia, hay algo que al menos, no me lograron quitar…

– ?Si?

– …soy una persona, un ser humano, siento. A veces alegria, pocas, la verdad; otras… pena, tristeza, miedo. Pero soy alguien, estoy vivo y recuerdo, aun tengo sentimientos, no soy un animal.

Aleman asintio, su rostro habia adoptado un rictus de seriedad, entre afectado y grave.

– Lo eres, Tornell, eres un hombre, un gran hombre. No como yo.

El policia lo miro como asombrado.

– ?Tu no eres un hombre?

– No, soy un monstruo.

Se miraron a los ojos y Tornell le sonrio. Era ridiculo, el era un prisionero, nadie, un paria. Aquel tipo era un matarrojos, ?un capitan fascista! Un hombre bien comido, bien servido, con un futuro. Recio, alto robusto y sano, y Tornell… una especie de piltrafa humana. Y pese a todo aquello parecia que el, el preso, fuera el afortunado. Aquello era de locos. ?Hasta donde pretendian llegar sus torturadores? Aleman tomo la palabra de nuevo.

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