Tornell, lanzado, siguio a lo suyo.

– … ese tipo golpeo a Carlitos, que cayo desnucado, boca abajo, la sangre se deslizo por su cuero cabelludo y su cara. Murio al instante. El asesino se lo penso. Un asesinato. Bien podian investigar… era mejor simular un accidente, una fuga. Tenia tiempo, asi que volvio varias horas mas tarde, tomo el cuerpo y lo lanzo de espaldas desde las rocas. Asi de sencillo.

– Ya, pero ?como sabes que eso fue asi? ?Donde lo mato?

– Arriba, hay un charco de sangre.

Aleman quedo pensativo. Aquel tipo sabia lo que se hacia. Sirvio mas conac.

– Gracias -dijo el preso paladeandolo con deleite.

– Tiene sentido eso que dices… si, pero… me gustaria verlo.

– La piedra debe de estar arriba. Me refiero a la empleada en el crimen. Si usted quiere subimos manana y la buscamos, le ensenare las colillas.

– ?Se puede saber algo por la marca de tabaco?

– Corriente, lia sus propios cigarrillos.

– Vaya.

– Antes de la comida podre tener un hueco. Si usted quiere, subimos.

– Si -repuso Aleman.

– ?Tiene muchas cosas que hacer por la manana?

– Absolutamente nada -contesto algo descorazonado por el escaso avance de sus pesquisas con respecto al estraperlo.

– Hable usted con los «civiles», averigue en que posicion hallaron el cuerpo y, si puede, revise el recuento. Nos ayudara a hacernos una idea de como ocurrio todo.

– Si, eso hare.

Entonces, el preso se levanto para irse dando aquella conversacion por terminada.

– Manana hay que madrugar -dijo por toda explicacion.

Antes de que saliera, Aleman afirmo:

– Eres bueno, Tornell, en lo tuyo.

El policia sonrio.

Al dia siguiente, a primera hora, Aleman decidio acudir donde el medico. Lo hallo leyendo un antiguo tratado de anatomia sentado a la mesa del consultorio.

– ?Aprendiendo?

– Aqui tiene uno que saber de todo -contesto el doctor con aire resignado a la vez que cerraba el voluminoso ejemplar-. ?Quiere un cafe?

– No le dire que no -repuso el capitan frotandose las manos tras quitarse los guantes-. Hace una manana fria de las de verdad. -Penso que si el, que iba bien pertrechado con botas, amplio capote y varias capas de ropa tenia frio, ?como se sentirian los presos que apenas se cubrian con una camisa y una chaqueta raida? La mayoria se forraba el cuerpo literalmente con papel de periodico a modo de ropa interior. Una pena.

– Usted dira, mi capitan -apunto el medico, don Angel Lausin, tendiendole una taza en la que Aleman noto de inmediato la mezcla de los aromas del cafe y la achicoria. Aun asi sabia bien y era algo caliente que llevarse al cuerpo.

Echo un vistazo alrededor.

– No tiene usted el consultorio mal dotado.

– No -dijo-. No me puedo quejar, don Pedro Muguruza me saco de la carcel y me coloco aqui. Tengo mucho trabajo pero al menos me dedico a lo mio, a mi pasion: la medicina.

– ?Fue usted oficial en el bando rojo?

– Que va. El comienzo de la guerra me pillo en Madrid e hice lo unico que se, trabajar de medico. No crea, que tuve que hacer de todo: traumatologia, pediatria, cirugia de campana… en fin, una carniceria. Al acabar la guerra me metieron preso y aqui me tiene usted, intentando redimir pena.

– Ya.

Quedaron en silencio durante unos segundos.

– Se preguntara usted por el motivo de mi visita.

– Pues si, parece usted sano.

– No se fie de las apariencias -dijo Roberto Aleman senalandose la cabeza.

Don Angel sonrio.

– Si, todos llevamos mucho pasado con esta maldita guerra. ?Es verdad lo que se dice de usted por ahi?

– ?Que se dice? -repuso divertido Aleman, que comenzaba a acostumbrarse a aquello, lo del matahombres, el monstruo que devoraba ninos recien nacidos delante incluso de sus madres.

– Ya sabe usted, mi capitan, lo de la checa de Fomento.

– En parte… si -contesto sonriendo.

– Pero ?escapo usted de alli?

– Si, escape, pero se exagera mucho, no me comi el higado de una miliciana ni mate a treinta hombres. Supongo que, al igual que usted, elegi bando por el destino. Nunca me meti en politica. Yo estudiaba Medicina…

– ?Vaya!

– Si, hice hasta segundo, hasta que la guerra me arrollo como un tren descarrilado… bueno, a mi y a mi familia, claro. Mas que estudiar, digamos que perseguia chicas y me iba de farra. Tenia demasiadas asignaturas pendientes. Pero no estoy aqui para hablar de aquello. Es agua pasada.

– Usted dira -dijo el medico cambiando de tema.

Era hombre de mundo y habia notado que aquella conversacion no era del agrado de su interlocutor.

– El preso de ayer, Abenza.

– El muerto.

– Exacto. ?Vio usted algo raro?

– ?Algo raro? No le entiendo.

– Si, en el cuerpo. ?Hizo usted la autopsia?

– Es un preso, mi capitan…

– ?Y?

– Pues que no es mi cometido. Estuvo aqui, si, en esa camilla, pero no lo mire mucho; tenia trabajo. A mediodia vino el juez y ordeno su traslado al Escorial, donde se les hace la autopsia.

– Entonces tendre que bajar al pueblo.

– Yo no perderia el tiempo.

– ?Como?

– Es un preso, mi capitan, digamos que… no son muy minuciosos con estos asuntos.

– Ya. No habra autopsia.

– Me temo que no.

De nuevo quedaron en silencio. Aleman no sabia muy bien como atacar aquel asunto. El medico, muy amable, saco tabaco y le invito a fumar. Don Angel encendio su cigarrillo con deleite y dijo:

– ?Me permite hacerle una pregunta?

– Claro -repuso Aleman.

– ?Que interes tiene usted en el cuerpo de ese joven? Se fugo y cayo por la ladera desnucandose.

– Si, eso dicen.

El medico le miro con curiosidad desde lo mas profundo de sus ojos, que le estudiaban escrutadores. Aleman pudo leer la sorpresa en su rostro, era evidente lo que estaba pensando: ?que hacia el «mayor asesino de rojos despues de Franco» interesandose por el destino de un pobre desgraciado, un preso politico? El mismo no sabia muy bien que diablos estaba haciendo. Apenas unas horas antes se habia enfrentado con un falangista destacado por defender a un preso republicano. Y ahora, aquello… ?Que le estaba pasando? De pronto, el medico le dijo de sopeton:

– ?Pretende usted insinuar algo, mi capitan?

– Lo mataron -contesto Aleman muy resuelto.

El medico le miro sonriendo.

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